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Familia, matrimonio homosexual y neocons

Fuentes: Sin Permiso

El matrimonio es un tema central en nuestra cultura. Desde el punto de vista jurídico -y considerándolo sólo en su aspecto material-, el matrimonio abre la posibilidad de percibir cerca de 600 beneficios. Es una institución, la expresión pública de un compromiso de por vida fundado en el amor. Es la culminación de un periodo […]

El matrimonio es un tema central en nuestra cultura. Desde el punto de vista jurídico -y considerándolo sólo en su aspecto material-, el matrimonio abre la posibilidad de percibir cerca de 600 beneficios. Es una institución, la expresión pública de un compromiso de por vida fundado en el amor. Es la culminación de un periodo de búsqueda de pareja, y para muchos, es también la realización del objetivo más importante de sus vidas, frecuentemente acompañado por la construcción de sueños, aniversarios, chismes, ansiedad, compromiso, boda, planes, rituales, invitaciones, traje de boda, dama de honor, lazos entre familias, promesas y una luna de miel. El matrimonio es el comienzo de la vida familiar, generalmente asociada con la esperanza de tener hijos y nietos, reuniones familiares, hermanos políticos, juegos comunes, graduaciones y todo el resto.

También se lo caracteriza con el uso de casi una docena de metáforas profundas y perdurables: un viaje juntos a lo largo de la vida, una sociedad, una unión, un lazo, un objeto simple con partes que se complementan, un refugio, un modo de crecer, un sacramento, un hogar. El matrimonio confiere un estatus social; la pareja casada adquiere nuevos roles sociales. Y para muchas personas, es la única forma legítima de practicar sexo. En síntesis, el matrimonio es una gran cosa.

Los conservadores lo caracterizan mediante dos ideas potentes: definición y santidad. Nosotros, la gente de izquierda, debemos recuperar esas ideas. Tenemos que enfrentar definición con definición y santidad con santidad. Para ambos bandos, el matrimonio, en un sentido ideal, se define como «la realización del amor mediante un compromiso público y para toda la vida». El amor es sagrado. La santidad del matrimonio reside en la santidad del amor y del compromiso. Al igual que muchos conceptos importantes, el concepto de matrimonio se asocia a una variedad de casos prototípicos: El matrimonio ideal es feliz, duradero, próspero, con hijos, una vivienda bonita y amistades con otras parejas casadas. El matrimonio típico tiene momentos buenos y malos, gozos y sombras, problemas con los niños y los cuñados y cuñadas. Un matrimonio que se convierte en una pesadilla, culmina en el divorcio, posiblemente por incompatibilidad, abuso o engaño. Es un concepto fértil.

Toda esa riqueza conceptual que acabamos de describir no implica que el matrimonio tenga que ser heterosexual. Ni su definición, ni su santidad, ni sus rituales, ni la vida familiar, ni las esperanzas, ni los sueños. La idea de que el matrimonio es heterosexual es un estereotipo cultural muy difundido. Yo creo que una de las razones de su difusión es que el «matrimonio» evoca la idea de sexo, y que la mayoría de los norteamericanos no aprueban el sexo homosexual.

Si queremos analizar este estereotipo, es muy importante prestar atención al lenguaje en que se expresa. La derecha radical habla de «matrimonio gay». Según las encuestas, hay una mayoría aplastante de norteamericanos que están en contra de la discriminación homosexual, pero también, y en la misma medida, en contra del «matrimonio gay». Otra razón es que el estereotipo del matrimonio es heterosexual. Para la derecha, «gay» connota una forma de vida sexual salvaje, desviada, sexualmente irresponsable. Por eso la derecha prefiere hablar de «matrimonio gay» y no de «matrimonio del mismo sexo».

Pero el «matrimonio gay» es una espada de doble filo. El presidente Bush eligió no usar la palabra «matrimonio gay» en su discurso anual. Sospecho que la omisión tuvo una buena razón. Su posición es que la definición de «matrimonio» se usa para hombre y mujer, y entonces «matrimonio gay» sería un oxímoron tan vacío de significado, como una «manzana gay» o un «teléfono gay». Cuanto más se usa el concepto «matrimonio gay», o a medida que la idea de matrimonio entre personas del mismo sexo va convirtiéndose en una expresión habitual, más claro resulta que la definición de «matrimonio» no excluye esa posibilidad. De aquí que algunos activistas gay prefieran los términos «matrimonio del mismo sexo» o incluso «matrimonio gay».

Puesto que es central para la vida familiar, el matrimonio también tiene una dimensión política. Como he discutido en mi libro Moral Politics, las políticas conservadora y la progresista se organizan en torno de dos modelos muy distintos de vida matrimonial: la familia del padre estricto y la de los progenitores nutrientes.

El padre estricto es la autoridad moral y el amo de la casa, domina tanto a la madre como a los niños y les impone la disciplina necesaria. La política conservadora contemporánea convierte

esos valores en políticos: autoridad jerárquica, disciplina individual, poder militar. Para los conservadores, el matrimonio tiene que ser heterosexual: el padre es varonil, fuerte, decidido, dominador, y es el ejemplo que deben imitar los hijos y las hijas.

En el modelo de los progenitores nutrientes, ambos son iguales, su tarea consiste en alimentar a sus hijos y enseñarles a alimentar a otros. La nutrición tiene dos dimensiones: la empatía y la responsabilidad ante sí mismo y los demás. La responsabilidad precisa fuerza y competencia. Un progenitor nutriente fuerte es protector y cuidadoso, es confiable y cuidador, promueve la felicidad y realización de la familia, la equidad, la libertad, la sinceridad, la cooperación y el desarrollo común de capacidades. Son los valores de una política progresista fuerte. Es verdad que este estereotipo es también heterosexual, pero no hay nada en el modelo de la familia nutriente y en sus políticas que descarte el casamiento entre individuos del mismo sexo.

En una sociedad dividida por estos dos modelos familiares distintos y sus consiguientes políticas, se echa de ver por qué el asunto del matrimonio entre personas del mismo sexo es tan volátil. Lo que está en juego son algo más que los beneficios materiales del matrimonio y el uso de la palabra. Andan en juego nuestra identidad y nuestros valores medulares. Y no sólo en relación con las parejas del mismo sexo; también se juegan los valores dominantes de nuestra sociedad. Cuando los conservadores hablan de «defender el matrimonio», la izquierda se siente desconcertada. A fin de cuentas, ningún matrimonio en particular está sometido a ataques. Lo que pasa es que se abre la brecha que permite empezar a admitir la posible existencia de otro tipo de matrimonios. Para los conservadores esto significa que se ataca a la familia del padre estricto y a sus valores políticos. Y tienen razón. Significa una cosa seria para sus políticas y para el conjunto de sus valores morales. Hasta las meras uniones civiles les resultan amenazantes, puesto que crean familias que no podrán secundar el modelo del padre estricto. Los progresistas son de dos tipos. Los pragmáticos miran los beneficios relacionados con la herencia, la atención de la salud, la adopción, etc. Si son éstos los temas que importan, las uniones civiles bastan para garantizar una protección material igual ante la ley. Entonces, ¿por qué no dejar para el Estado las uniones civiles, reservando el matrimonio a las iglesias, como se hizo en el estado de Vermont?

Sin dejar de considerarlos obviamente importantes, los progresistas idealistas tienen horizontes más holgados que el de los meros beneficios materiales. Muchos activistas gay quieren algo más que uniones civiles. Desean un matrimonio completo, con todos sus significados culturales -un compromiso público fundado en el amor, todas sus metáforas, sus rituales, alegrías, penas, experiencias familiares-, y un sentido de normalidad idéntico al experimentado por los demás. Se trata para ellos de un problema de libertad personal: el estado no debería decidir quién se debe casar con quién. También es un problema de equidad y de dignidad humana. La igualdad ante la ley incluye beneficios sociales, culturales y también materiales. La consigna es, en este caso, «libertad para contraer matrimonio».

Los candidatos presidenciales demócratas intentaron evadir el tema. Kerry y Dean dijeron que el matrimonio es cosa de la iglesia, y que el cometido propio del estado son las uniones civiles y la garantía de los beneficios materiales. Para mí este argumento no tiene sentido. Son los gobiernos y no las religiones los que garantizan la capacidad de ministros, sacerdotes y rabinos para celebrar ceremonias matrimoniales. Además, el matrimonio civil es normal y está extendido. Por otro lado, esta posición conformaría sólo a los liberales pragmáticos. Los conservadores idealistas considerarían que las uniones civiles son equivalentes al matrimonio, y los progresistas idealistas considerarían que no satisfacen la igual protección. Esto podría funcionar en Vermont y posiblemente también en Massachussets, pero está por ver de qué modo recibiría el resto del país esa forma de esquivar la cuestión.

¿Y qué pasaría con la enmienda constitucional para definir legalmente el matrimonio como una institución válida entre un hombre y una mujer? Los conservadores la apoyarían, y también muchos otros que avalan el estereotipo del matrimonio heterosexual. Pero es improbable que cuente con el apoyo suficiente de los progresistas como para resultar aprobada. La verdadera cuestión es si la mera propuesta de esa enmienda podría ayudar en algo a George Bush (…).

Los candidatos progresistas podrían hacer mucho. Es necesario que aludan a los grandes fundamentos axiológicos -a la grandiosa tradición norteamericana de defensa de la libertad, de la equidad, de la dignidad humana y la igualdad ante la ley. Si fueran liberales pragmáticos, podrían referirse en esos términos a las uniones civiles y a sus beneficios materiales. Si fueran izquierda idealista, deberían usar el mismo lenguaje para hablar de beneficios sociales y culturales del matrimonio, además de los materiales. De cualquier manera, nuestro trabajo como ciudadanos comunes consiste en encontrar nuevos marcos conceptuales para el debate. Cada vez que digamos o escribamos algo, debemos hacerlo en los términos adecuados a nuestros principios morales.

La santidad es un valor más elevado que la equidad económica. Cuando lo que está en disputa es la santidad del matrimonio, hablar de beneficios está fuera de lugar. Hablemos primero de santidad. La definición del ideal marital y de la verdadera esencia del matrimonio está implícita en los conceptos de amor y compromiso. Debemos poner nuestras ideas a disposición de los candidatos de la izquierda, para que puedan usarlas. Por ejemplo, cuando hay una discusión en la oficina, en la iglesia o en otro grupo, hay una respuesta muy simple ante alguien que diga lo siguiente: «No creo que los gays deban tener derecho a casarse. ¿Ud qué piensa?». La respuesta debería ser: yo creo en la igualdad de derechos. Punto. No creo que el estado deba opinar sobre con quién debe o no debe casarse una persona. El matrimonio tiene que ver con el amor y el compromiso, y negarle a los amantes el derecho a casarse es una violación a la dignidad humana. Los medios de comunicación no tienen por qué utilizar los marcos conceptuales de la derecha. Si le preguntaran si Ud. aprueba el matrimonio gay, intente con la siguiente respuesta: «En San Francisco hubo un gran debate sobre la libertad de contraer matrimonio, considerando que se trata de un asunto de igualdad de derechos ante la ley. ¿Qué piensa sobre ese debate?». O también puede intentar hacerlo de esta manera: «¿Ud. piensa que el amor es sagrado? Puesto, entonces, que el matrimonio es la realización del amor mediante un compromiso, ¿piensa Ud. que el matrimonio es sagrado?»

Encontrar nuevos marcos conceptuales es tarea de todos.

George Lakoff es autor de Thinking Points (en colaboración con el Rockridge Institute staff) y de Whose Freedom? Es Profesor Richard and Rhoda Goldman de Ciencia Cognitiva y Linguística en la Universidad de California, Berkeley y, en el marco de su reciente activismo político antineocon, fundador e investigador senior del Rockridge Institute.

Traducción para www.sinpermiso.info: María Julia Bertomeu