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Sobre la petición de pena de muerte en Argentina

Famosos Contra el Crimen

Fuentes: Bolpress

«Me crucifican y yo debo ser la cruz y los clavos», escribe Borges en uno de sus últimos poemas. Tal vez hay allí un eco de su admirado Sandburg, que en la dura Chicago de los ’20 se detuvo a mirar el rostro -bifronte- del pueblo. «Dos Cristos hubo en el Gólgota, -escribió el norteamericano- […]

«Me crucifican y yo debo ser la cruz y los clavos», escribe Borges en uno de sus últimos poemas. Tal vez hay allí un eco de su admirado Sandburg, que en la dura Chicago de los ’20 se detuvo a mirar el rostro -bifronte- del pueblo. «Dos Cristos hubo en el Gólgota, -escribió el norteamericano- / uno bebió el vinagre, el otro lo miraba / Uno estaba en la cruz, el otro en la muchedumbre». (Caray con los poetas, siempre poniendo el dedo en la llaga).

En el Coliseo romano, hoy convertido en atracción turística de la Eterna, se sacrificaba a esclavos-jinetes y esclavos-gladiadores sólo para divertir a la plebe (pan y circo era la probada fórmula de los tiranos). También, en las últimas épocas, se llegó a echar a prisioneros cristianos a los leones, para entretener (y al mismo tiempo atemorizar) al soberano.

¿Qué queda del circo romano? Sin exagerar, creemos que queda lo esencial, es decir, la posibilidad de usar a la gente como «cruz» y como «clavos» de su propia crucifixión. La posibilidad de organizar la diversión (entertainments, en la jerga de Hollywood) como una forma de alienar al pueblo y evitar que saque (peligrosas) conclusiones sobre su vida o su circunstancia.

En el plano formal, la pista circular del Coliseo (circus) ha sido reemplazada por la pantalla de la TV. Sin embargo, las víctimas y verdugos empleados en el sacrificio, tanto como el público que aplaude, vocifera o llora, siguen siendo, más o menos, los mismos.

La política de Tinelli

Hace unos días, cuando decidió sumarse al coro de famosos y famosas que impulsan la instauración de la pena de muerte en el país y el incremento de las penas y castigos a los delincuentes como medio para acabar con la inseguridad, el productor y animador televisivo Marcelo Tinelli (Bolívar, 1960), expresó que no se siente en absoluto responsable de lo que pasa. «Nosotros -dijo- no tenemos que encargarnos de esto (…) damos trabajo a la gente, entretenemos. ¿Por qué tenemos que estar controlando la cuadra, la casa, el barrio? Pagamos los impuestos para que alguien vele por nosotros». A nuestro entender, Tinelli es una de las figuras del Coliseo moderno, en versión argentina. Y como tal, es responsable o co-responsable de lo que pasa.

Cuando llegó, en los ’90, a ser productor y dueño de sus espacios televisivos, Marcelo Tinelli usó y abusó del blooper y de la cámara oculta, ridiculizando o poniendo en aprietos a gente común, para solaz y esparcimiento de otra gente común. ¿No era ésa una forma circense, nos preguntamos, de hacer política?

Una década después, en un programa que batió récords de audiencia (Bailando por un Sueño), llegó a poner en cueros, haciendo el baile del caño, a la piquetera Nina Peloso, quien aceptó el reto con inocencia proletaria. ¿No fue ésa otra forma humillante, lamentable, de hacer política?

En sociedad con Daniel Hadad (empresario periodístico también lanzado de lleno a la campaña por la pena de muerte) y un ex juez federal, Tinelli recibió a mediados de los ’90, de manos del jefe de gobierno porteño Fernando de la Rúa, la mejor frecuencia de onda radial del país, que pertenecía a Radio Municipal. A partir de ese momento, la emisora pública porteña cayó en alcance y en audiencia, y la flamante «Radio 10» comenzó a crecer.

Pero aquel regalo que le había hecho De la Rúa (coronando una privatización comenzada por Menem) no alcanzó para que Tinelli lo respetara pocos años después, cuando decidió hacerlo blanco de chistes y parodias, ignorando su investidura presidencial y minando su credibilidad ante la opinión pública. ¿No fue ésa otra forma -esta vez secreta- de hacer política?

Con Carlos Menem (a quien llegó a entrevistar en exclusiva, para todo el país, horas antes de las elecciones de 1995); con Eduardo Duhalde (de quien obtuvo una condonación y pesificación de deudas de su productora, en 2002) y hasta con los Kirchner (a quienes entrevistó en 2003 para que el Tesoro Nacional, mediante los nefastos ATN, financiara la construcción de un polideportivo en Bolívar), Tinelli mostró que hace política todo el tiempo, aunque utilice para ello la inofensiva máscara del «entretenimiento».

Una cuenta sencilla

Año 1995. Los niños suicidas, los niños asesinos, los terribles y desatados hijos del paco, ésos que hoy «te matan por el pancho y la Coca» (Tinelli dixit) estaban naciendo, abriendo sus ojos a la luz, en algún rancho, algún tugurio, alguna grieta de la patria, mientras Marcelo Tinelli festejaba y mimaba en su programa Videomatch a Carlos Menem, mascarón de proa de un proceso privatizador que arrasaba con lo poco que había quedado del Estado de Bienestar argentino.

Sí, es una cuenta sencilla, sin posible error: esos menores que hoy «te matan por el pancho y la Coca» son hijos directos, trasparentes, puros, del país de Videomatch, de ese circo a canal abierto en donde unos mueren y otros ríen (y a veces mueren y ríen por turno).

¿Son inocentes, entonces, los tinellis y las susanas, los divos y divas del Entertainment, de la masacre social (y educativa y cultural) que se consumó en los últimos quince años? ¿Es menor de edad la masacre? ¿Podremos penalizarla algún día?

La totalidad de los Pibes, de los niños argentinos hijos de la pobreza, son producto de ese genocidio consumado a plena luz del día, enmascarado de mil maneras por los artistas del circo mediático.

De ellos, sólo unos pocos, arrojados al paco, al robo y al torbellino de violencia, son los que tienen espacio en los noticieros televisivos. Unos pocos, entre millones, merecen el miedo, el dolor o el comentario irritado de los famosos. Del resto, de la gran mayoría, de los que mueren en silencio y los que salen a robar el pan (porque nadie les ha explicado que tienen derecho al pan), los tinellis y susanas de esta triste época argentina ni se acuerdan. Tan sólo los registran cuando llaman por teléfono a un 0600; o cuando apuestan; o cuando aplauden.

La abogada Ruth Morris (1933-2001), hija de cuáqueros canadienses que llegó a ser Directora de Educación de Rittenhouse, supo trasmitir en sus obras prácticas y en sus libros un pensamiento utópico y radicalmente diferente sobre el sistema penal y carcelario. Dejemos que sea ella quien cierre esta nota, con palabras luminosas:

«Algún día construirán una cárcel y no habrá nadie en ella. No habrá nadie porque ustedes y yo habremos abierto nuestros corazones, nuestros hogares y nuestras comunidades, y habremos encontrado formas de tomar en cuenta a todos aquellos a quienes ahora consideramos personas muy problemáticas. De esto se trata cuando hablamos del sueño de abolir la cárcel».