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Fascismo, antifascismo y libertad

Fuentes: Rebelión

Pagaron en la transición con su vida nuestros militantes el empeño por la democracia. Todos fuimos antifascistas, menos los fascistas, pero hoy la democracia tiene, entre otras, como labor pendiente que pesa como una losa sobre su calidad, la erradicación de la violencia como nefasta forma de expresión política. Nunca remitió la agresión contra lo […]

Pagaron en la transición con su vida nuestros militantes el empeño por la democracia. Todos fuimos antifascistas, menos los fascistas, pero hoy la democracia tiene, entre otras, como labor pendiente que pesa como una losa sobre su calidad, la erradicación de la violencia como nefasta forma de expresión política.

Nunca remitió la agresión contra lo que somos y representamos, pero hoy, al amparo de la necesidad del mantenimiento de la dosis de violencia que un sistema en crisis necesita, esa agresión se recrudece y se expresa en la violencia de las bandas fascistas, reconocidas pero no controladas, contra nuestras sedes, fiestas y militantes, en muchos casos, como San Blas, Latina, Ciudad Lineal o Alcalá de Henares, recurrentes y, el pasado sábado 12 de abril, en Villaverde.

El calorcillo democrático y el bienestar -hoy en peligro tras un ciclo de acumulación capitalista sin precedentes que se acaba- ha convertido a la mayoría en inconscientemente liberal equidistante entre fascismo y antifascismo. El pensamiento único y la corrección política han encontrado en el anticomunismo, teórica o violentamente practicado, el mecanismo de escape contra su mala conciencia.

Hoy nuestra democracia no quiere diagnósticos sobre la violencia, sólo actuar sobre sus efectos de una forma interesadamente sesgada. La legítima posición beligerantemente pacífica contra el estado de cosas se equipara a la violencia que no cuestiona sus causas sino que trabaja por su consolidación. La pobreza no es ya una patología derivada del sistema, sino una enfermedad de los débiles e irresueltos. Se demoniza cualquier contestación pacíficamente organizada contra el sistema y sus negativos efectos sobre la mayoría social. Se ilegaliza la no condena de la violencia y se ampara su práctica según de donde proceda y contra quien vaya dirigida. Se equipara el agredido al agresor y se fomentan la crispación y el enfrentamiento como coartada para reprimir todo lo que se mueve por un mundo mejor. Ser hoy antifascista -debemos recordar el asesinato de Carlos Palomino en el metro de Legazpi el pasado noviembre-, comunista o republicano militante es sospechoso de un radicalismo que debe ser extirpado porque los sustentadores del modelo político y social tienen plena conciencia de que deriva hacia la barbarie y de la necesidad de administrar el fascismo latente y expreso como cancerbero de sus intereses, más allá del reconocimiento implícito del fracaso civilizatorio de ese modelo que significan, por ejemplo, instituciones, leyes o medidas para defender al menor, contra la violencia machista o la propuesta de una educación para la ciudadanía.

Los que, por necesidad histórica, tanto sabemos de la legitima defensa, no vamos a incurrir hoy en democracia formal por la que hemos luchado más que nadie, aunque no colme nuestras aspiraciones, en el error de contestar a la provocación con sus mismo métodos. Seguimos teniendo el instrumento político de nuestro Partido, hoy en un proyecto más amplio que es IU, y nuestra soberanía para mediar ante la sociedad con nuestro pensamiento y propuestas. Los que seguimos creyendo en el socialismo y la república, en el comunismo como fase final de la emancipación humana, somos sistemáticamente atacados por nuestra defensa de la democracia participativa y de un proceso constituyente hacia la III República como vía al socialismo, que es el único que puede dar respuesta a los intereses de los trabajadores autóctonos e inmigrantes.

Exigimos responsabilidades políticas e instamos a que se pongan en práctica medidas para el control efectivo, la ilegalización y la persecución policial y judicial, de las bandas fascistas que siguen enseñoreándose impunes en nuestra región, no sólo contra nosotros, sino contra todo lo que odian como distinto en el deporte, en el complejo y rico panorama humano de nuestras ciudades, en la libre expresión de las ideas, en el derecho de reunión y, en suma, en los derechos civiles y en la libertad.

* Juan Ramón Sanz Arranz. Diputado de la Asamblea de Madrid. Secretario General del Partido Comunista de Madrid (PCM).