El feminismo no es el machismo al revés. El feminismo es la desobediencia individual y/o colectiva de las mujeres frente a mandatos patriarcales culturales o estatales, religiosos, económicos o de cualquier índole, fundados en el deber de sometimiento de las mujeres a la dominación del macho; éste disfrazado de Dios, de Estado, de padre, de marido o de partido.
El feminismo no tiene enemigos, sólo tiene amigos. El feminismo desvela realidades como la del feminicidio y aporta con las interpretaciones para que un feminicidio deje de ser crimen pasional y pase a ser un asesinato.
El feminismo recupera como concepto básico de libertad la soberanía de las mujeres sobre sus propios cuerpos. Soberanía que significa el derecho de decidir sobre su sexualidad, sobre su forma de vestir, sobre sus deseos, sobre su maternidad sin límite alguno. Es peligroso porque le quita al juez, al cura, al padre, al hermano mayor, al esposo el dominio y la propiedad sobre la pareja, la hermana, la amante, la compañera de trabajo o de estudio.
El feminismo está asociado siempre a la felicidad, a la celebración, a la ruptura porque su sinónimo es la rebeldía. En ese contexto hay cientos de miles de mujeres que son y actúan como feministas sin saberlo porque ejercen un feminismo intuitivo basado en su propia dignidad y rebeldía.
El feminismo es también la base conceptual para el nacimiento de otras formas de organización social y entonces es también políticamente peligroso porque le quita a los partidos toda la legitimidad de sus discursos de representación de las mujeres, porque el feminismo te plantea que ser mujer no es un hecho biológico, sino que es un hecho político y, por lo tanto, una cuestión de ideas.
Por eso el feminismo deja bien clarito el hecho de que una mujer por sólo ser mujer no representa a otra mujer. En ese sentido, el feminismo no es esencialista, no afirma que una mujer, por el hecho de serlo, es mejor que un hombre. Claro que hay mujeres corruptas, violentas o machistas, por ello el feminismo no es la glorificación de la condición de ser mujer y su mayor fuerza política reside en la capacidad de servir para revisar tu propia vida.
El feminismo no es un catecismo que aprendes y repites, sino que empiezas por aplicarlo sobre ti misma; no hay un feminismo, sino muchos feminismos.
El feminismo no es la lucha por los derechos de las mujeres, porque eso es reducirlo, simplificarlo y convertirlo en una agenda de demandas al Estado; eso hacen las ONG, los organismos internacionales y los partidos políticos. No se trata de derechos, sino de la base misma como está construida la sociedad.
El feminismo es políticamente peligroso para organizaciones sociales que quieren monopolizar los sueños de una sociedad, basados en las reivindicaciones salariales, territoriales o en la representación política formal, porque el feminismo te dice que política no es sólo lo que pasa en el espacio público, sino que política había sido también lo que pasa en el espacio privado. Por lo tanto, si un presidente tiene un hijo de cuya muerte ni se ha enterado, eso es un hecho político; si un diputado no pasa la asistencia familiar para el sostenimiento de sus hijos e hijas, eso no había sido una cuestión privada, sino también una cuestión política.
El feminismo es peligroso, no porque odie a los hombres, sino porque rompe el monopolio masculino sobre la historia, el arte, la filosofía y toda actividad humana. Ya no sólo plantea que todas esas actividades son ocupadas por cientos de mujeres de forma maravillosa, a lo largo y ancho de todo el mundo, sino que el feminismo ha pasado a repensar las bases mismas de lo que entendemos por democracia, por ciencia o por riqueza. Por ello, el feminismo es una revolución conceptual de gran alcance para repensar la crisis misma que está viviendo la humanidad.
Por eso, cuando nos llamas feminazis lo que haces es exhibir y exponer tu ignorancia, tu miedo y tu propio machismo.
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