Un espacio de contención y empoderamiento colectivo de La Poderosa para las mujeres villeras.
El lugar es del tamaño de una habitación, pero tiene lo básico para convivir, trabajar y construir: baño, mesas, bancos y una jarra eléctrica, el elemento clave para que nunca falte el mate. Las paredes blancas están recién pintadas, y en una de ellas luce una cartelera con las actividades que se desarrollan en el espacio todas las semanas. También hay imágenes de mujeres referentes como Nora Cortiñas, titular de Madres de Plaza de Mayo Línea Fundadora, y la activista brasileña Marielle Franco, asesinada en marzo de este año. En una de las esquinas superiores, un cartel grita: «Ni una menos». Los ventanales, que llegan hasta el piso, dan hacia la avenida Iriarte, la calle principal de la Villa 21-24 y la única que está asfaltada.
Estamos en el interior de la Casa de la Mujer, un proyecto del Frente de Géneros del movimiento popular argentino La Poderosa. La describen como «un lugar de contención con ejes en derechos humanos, salud y educación, así como en recreación, trabajo y diversidad, para empoderar desde abajo a toda la comunidad». La primera casa fue inaugurada en marzo en la Villa 31. La de la Villa 21-24 se inauguró el 23 de julio. Todavía se siente el olor a la pintura fresca.
La casa es fácilmente identificable. En el frente, arriba de los ventanales, un mural pintado a mano anuncia: «Casa de la Mujer. Frente de Género de La Poderosa. Feminismo villero». El espacio es autogestionado por las vecinas y las puertas están abiertas a todas las mujeres. Los varones no tienen permitida la entrada. La comunidad lo sabe desde el primer día y no insiste.
«¿Por qué entran solamente las mujeres? Porque cuando nos juntamos entre nosotras podemos pensar otras cosas y surgen un montón de cuestiones re copadas. Además, al momento de compartir, una va generando una confianza que creemos que sólo surge si las que te rodean son otras mujeres», explica a la diaria la coordinadora de la Casa de la Mujer de esta villa, Jésica Azcurraire. «En otros espacios te callás más, no decís muchas cosas porque hay varones y no sabés cómo expresarlo, porque te da vergüenza o porque no sabés cómo van a reaccionar ellos. Pensamos esto para poder tener esa intimidad que a veces solamente las mujeres comprendemos», agrega.
El otro motivo de restringir el acceso es que muchas veces las mujeres no se acercaban a la casa porque sus parejas no les permitían formar parte de espacios donde había otros varones. «Pasó que sus parejas, por celos, les decían a las pibas que no vengan a los talleres porque ‘seguramente acá estaba su macho», y una persona violenta obviamente no va a querer que esa mujer se apropie de estos espacios», cuenta Azcurraire. «No queríamos generar esas situaciones», explica, porque «está bueno que las mujeres se acerquen a la casa y puedan salir de a poco de la situación de violencia».
La idea de crear una Casa de la Mujer surgió de la necesidad de tener un espacio de encuentro, capacitación, información y contención para mujeres en los barrios. «Hace un tiempo, después de las asambleas barriales, nosotras nos dimos cuenta de que no teníamos un espacio de encuentro; hasta entonces ese espacio era en la calle o en la casa de alguna vecina. Por lo tanto, hace un año y medio, dijimos: el barrio necesita una casa de la mujer», recuerda Azcurraire. «Ahí empezamos a soñar y a pensar en lo que queríamos hacer», rememora. Las mujeres imaginaban un espacio «lleno de talleres», en donde pudieran adquirir conocimientos y capacitación laboral pero también «información, que posteriormente iba a dar el pie para poder hablar de un montón de cosas y combatir la desinformación sobre algunos temas». De a poco, las vecinas se animaron a compartir sus conocimientos y cada una formó su taller. Hoy, las talleristas son alrededor de 20.
Más que un refugio
De lunes a viernes, la casa de las mujeres está a todo ritmo: hay entre tres y cuatro actividades por día. Uno de los talleres brinda apoyo escolar y alfabetización para mujeres adultas que quieren terminar la escuela o el liceo. También hay clases de tejido, reciclado de ropa, encuadernación y baile.
La Casa de la Mujer cuenta, además, con el taller Pibas ATR, dirigido a adolescentes que estén interesadas en cine, fotografía y fanzines. A la cabeza de este curso está María, la hermana de Azcurraire, quien intenta generar proyectos desde la empatía y «la mirada del barrio». La coordinadora de la casa cuenta que su hermana superó hace poco una «situación de consumo problemático muy grave» y que su batalla ha motivado a otras. «Sabemos que en el barrio la droga está marcada y son nuestras pibas las que terminan cayendo en esa situación. Pero algunas se reapropiaron de este taller y se animaron a encarar proyectos porque, además, saben que lo da una persona que pasó por la misma situación que ellas», cuenta Azcurraire.
Otro de los cursos más populares es el de estética y belleza, a cargo de la cooperativa Mica Gaona, surgida luego del femicidio de Micaela Gaona, en julio de 2017, en la Villa 21. Su caso se convirtió en el primer femicidio villero que se judicializó, y su asesino fue condenado a cadena perpetua.
En este curso, las vecinas pueden aprender peluquería, maquillaje y depilación. Pero Azcurraire insiste en que la cooperativa es mucho más que eso: «No es solamente de estética y belleza, sino que también se dan charlas con perspectiva de género para que las mujeres puedan identificar las distintas experiencias que van viviendo y se animen a contarlas».
Además de los talleres, la Casa de la Mujer cuenta con un eje de salud que articula las demandas de las mujeres del barrio con los Centros de Salud y Acción Comunitaria (Cesac). En particular, las responsables hacen la conexión para conseguir consultas médicas -en un barrio en el que los centros de salud «no dan abasto»- y otros insumos, como la pastilla del día después, tests de embarazo o preservativos. El grupo de salud también organiza charlas con las trabajadoras de los Cesac para «derribar mitos» en cuestiones de sexualidad y métodos anticonceptivos.
La casa tampoco cierra los sábados, que son los días de «mateada» entre todas las vecinas. Antes de esa actividad, las talleristas se reúnen para hacer un seguimiento de la situación de cada una de las mujeres que acuden a la casa: saber si están atravesando algún proceso personal difícil, si hay algo que les impida asistir a los talleres o si necesitan algún tipo de ayuda. «El seguimiento es re importante», aclara Azcurraire. «Acá estamos para acompañar, esta es una casa de encuentro y un lugar seguro. Hay grupos de Whatsapp de cada taller, y estamos ahí siempre, más allá de estas paredes».
Abortar en la villa
Cuando las mujeres de la villa se propusieron «combatir la desinformación» que circulaba en el barrio, uno de los temas principales que surgieron fue el del aborto clandestino, que este año revolucionó la agenda social en Argentina y fortaleció al movimiento feminista. Azcurraire recuerda que fue en la Villa 21-24 que se organizó el primer «pañuelazo» por el aborto legal, seguro y gratuito mientras el Congreso argentino debatía en torno a la ley para despenalizar la interrupción voluntaria del embarazo. En su opinión, la villa dio ese primer paso porque está «mucho más organizada que otros barrios». Esta villa es la más grande de Capital: según datos oficiales, allí habitan 1.334 familias.
Poner la problemática del aborto clandestino sobre la mesa no fue fácil y formó parte de un proceso lento, cuenta la coordinadora de la casa. Una de las razones fue la fuerza que tiene la iglesia en el barrio: «La iglesia cumple otro rol acá, y la idea no es sacar a las mujeres de ahí, porque para muchas es un espacio de contención».
El Frente de Género de La Poderosa tiene cuatro años, pero recién este año decidió posicionarse públicamente a favor del aborto legal, seguro y gratuito. La razón, plantea Azcurraire, es evidente: «Somos las pobres las que nos morimos por los abortos clandestinos, y ninguna quiere que se siga muriendo su vecina, su hija, su hermana, su amiga. Ninguna más. Queremos que cada una pueda elegir sobre su cuerpo».
La influencia de la iglesia y el conservadurismo impregnado en muchas familias llevó a que las feministas villeras se cruzaran con historias de mujeres que vivían «realidades muy duras» pero estaban «totalmente negadas». En algunos casos, participar en los distintos espacios en la Casa de la Mujer inició en estas mujeres un «proceso lento» que terminó en el apoyo a la legalización del aborto y a su participación en las distintas manifestaciones a favor de la ley. «Una no quiere que se mueran las mujeres que tiene al lado. Somos nosotras las sobrevivientes, tenemos que gritar que las villeras nos morimos y que no tenemos ese privilegio de vivir en otro lado y poder pagar un aborto seguro para no morir».
Azcurraire cree que, muchas veces, a las villeras no les dan lugar en la lucha feminista. «Luchan por nosotras, pero nosotras podemos luchar solas», reflexiona. «Tenemos un lugar, un poder de decisión, tenemos boca. Siempre la luchamos, porque nacimos luchando. Ser mujer en un barrio donde el Estado está ausente todo el tiempo ya es vivir luchando el día a día, es resistir todo el tiempo», agrega, antes de asegurar que ellas sufren una doble estigmatización: por ser mujeres y por ser villeras.
Ilustra lo que dice con una situación personal. Hace poco le tocó buscar trabajo, como enfermera, y en las aplicaciones no escribió su verdadero domicilio porque siempre siente que sus estudios y sus logros pierden credibilidad cuando se enteran de que vive en una villa. Para colmo, es mujer.