«El feminismo será revolucionario o no será».
A menudo, en los ámbitos de la izquierda, oímos o leemos la consigna: «La revolución será feminista o no será». ¡Valiente obviedad! Dado que la revolución de la que hablamos los comunistas no es ni más ni menos que la liberación de la humanidad entera, sería inconcebible que no considerara a la mitad de la población y, es más, no contara con su participación efectiva. Salvo que no estemos hablando de esa revolución o de un feminismo consecuente. Porque además el varón no puede ser verdaderamente libre si no lo es la mujer, ni ambos pueden ser libres en una sociedad capitalista basada en la explotación humana. Y esto lo observamos -siempre dentro de sus condicionamientos históricos- en todos los procesos revolucionarios que se han dado y de forma más acusada en la revolución socialista de octubre de 1917.
Claro que esto es en términos referidos a la gran mayoría de la población: ni los zares ni los oligarcas ni sus secuaces están interesados en cambios. No sabemos cómo será la revolución -probablemente un largo proceso-, pero sí sabemos lo que rechazamos de esta sociedad y mucho de lo que buscamos en otra: «Nosotros no anticipamos dogmáticamente el mundo, sino que queremos encontrar el mundo nuevo a partir de la crítica del viejo» escribía Marx a Ruge en 1843. Es decir, acabar con el capitalismo, construir una sociedad compuesta por «trabajadores de toda clase» como sabiamente establecía la Constitución de la II República Española.
Existen otras propuestas de cambio social, incluso otras visiones que se consideran socialistas; con algunas de ellas discrepamos profundamente, pero con otras deberemos contar como aliadas tácticas, lo que nos obliga a analizarlas y posicionarnos ante ellas. Esta diversidad de enfoques se da también en muchas construcciones teóricas y políticas que tienen gran relevancia -como son, entre otras, el ecologismo y el feminismo- que no podemos considerar como fenómenos aislados, sino que debemos integrar en nuestra visión de la lucha. A veces se habla de estos movimientos de una forma impropia, en singular, como si fueran denominaciones unívocas, y no lo son.
No existe el feminismo -salvo, tal vez, como noción de envolvente-, pero sí debe existir el feminismo nuestro, lo que no impide tampoco convergencias tácticas con otros planteamientos, pero obliga al rechazo de opciones que refuerzan el capitalismo. Afortunadamente, parece que esta diferenciación se está planteando cada vez con mayor claridad.
Ana Bernal-Triviño (una periodista a la que no tengo el gusto de conocer) escribía en publico.es recientemente (22/10/2018) un interesante artículo que titulaba: «Feminismo no es todo, porque, si feminismo es todo, feminismo es nada». Creo que el título es en sí una expresión que cuestiona brillantemente una de las formulaciones más equívocas que, por su simplicidad y el apoyo de ciertos medios y organizaciones, se está difundiendo de forma peligrosa. A esta posición, yo la llamaría feminismo biológico, porque lo entiende como lo de las mujeres, de todas en cuanto mujeres, definido en contraste con los varones, con todos los varones, en toda situación y en toda época.
Quizá esta definición es muy cruda y sería poco reconocida, pero subyace en muchos de los discursos acríticos de moda y de gran difusión, tal vez debido a su simpleza. Por no ir más lejos, la encontramos en el ensalzamiento por parte de amplios movimientos de dos conocidas criminales de guerra: Hillary Clinton, a la que se quería convertir, por el hecho de serlo, en la primera mujer que presidiera USA y Madeleine Albright, ahora feminista sobrevenida que da lecciones de ello y hay quien la escucha y sigue su feminismo.
El feminismo biológico recuerda -en el mejor de los casos, que no en los citados- el obrerismo ingenuo que confundía la profesión del individuo con su conciencia de clase, con el que una parte de la intelectualidad pequeñoburguesa sustituía el análisis de clase por declaraciones de buenas intenciones personales sin contenido real. Y hay que decir que el feminismo es social, ya que, precisamente porque las mujeres son iguales a los varones en capacidades y deben ser iguales en derechos, tiene sentido el feminismo; porque el cambio que pretende no es posible si la opresión y discriminación machista -que nadie puede negar y que las mujeres sufren en primer término- no tuvieran un carácter histórico y social que puede ser cambiado y superado.
Y por eso mismo el feminismo no es cosa de mujeres, sino de toda la sociedad, porque tampoco las mujeres serán libres si no lo son los varones. Y por eso los comunistas somos feministas: pero no de Ana Botín, que no se nos confunda, sino de Kolontái. No creemos que se mejoren las condiciones de la mayoría de las mujeres reclamando más puestos femeninos en los consejos de administración del IBEX35; lo que hay que hacer es acabar con ellos.
Por el bien de todos. Por todo ello, al eslogan que encabeza estas notas debemos oponerle otro que diga: «El feminismo será revolucionario o no será».
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