«No lo sé de cierto pero…» Lambiscón: Dícese en general, de aquellos que en la búsqueda, o conquista, de un beneficio (casi siempre relacionado con bienes, servicios o dinero) descienden su capacidad de crítica hasta el nivel de cero. Que histerizan voluntariamente su vocabulario y conducta referencial con halagos a quemarropa, lisonja oportunista, obsecuencia voluntarista […]
«No lo sé de cierto pero…»
Lambiscón: Dícese en general, de aquellos que en la búsqueda, o conquista, de un beneficio (casi siempre relacionado con bienes, servicios o dinero) descienden su capacidad de crítica hasta el nivel de cero. Que histerizan voluntariamente su vocabulario y conducta referencial con halagos a quemarropa, lisonja oportunista, obsecuencia voluntarista donde reina una moral de reptil. Dícese también del habito estereotipado con que militan ciertos funcionarios que, al asumir sus cargos nuevos, ejercen apresuradamente el arte del lambiscón, en todo ocasión de saludo, discurso u ofrenda a sus jefes. Dícese incluso del estilo que muchos gerentes practican con avidez para cuidar, prolongar o afianzar sus puestos. En fin, dícese de todo aquel gesto (primo hermano de la auto-humillación) al que recurren, unos por obligación y otros por placer, a diestra y siniestra. Herencias de la estética burguesa.
Lambiscones hay por todas partes, son ya ingrediente inventariado de muchos paisajes cotidianos. Van y vienen con su inefable proclividad al zarandeo de los egos para hacer que caiga el fruto de los favores clandestinos, unas veces vacuos y otras no tanto. Los lambiscones proclaman sus métodos como coartada perfecta y como doctrina de uso, la creen eficaz y eficiente, la creen necesaria y la creen ejemplar. Eso encanta a los jefes. Un séquito de lambiscones bien entrenados suele ser la envidia de muchas oficinas. En algunos países «lejanos» aun hay jefes que se intercambian lambiscones como otrora se intercambiaban los esclavos. Eso da satisfacción a los jefes. Plenitud de autoritarios.
Los lambiscones son maestros de cierto empirismo muy de moda en nuestros días y muy conveniente para los devaneos de la mayor parte de los burocartismos. Se sabe de grandes lambiscones que dejaron su huella en las páginas históricas del tráfico de influencias, del reino de las calumnias contra -incluso- otros lambiscones, del ascenso vertiginoso a cargos insospechados. Hay lambiscones para todos los gustos y todos los disgustos. ¿Hace falta poner sus nombres?
Un lambiscón profesional es primeramente un mercenario de la saliva. Va por el mundo diariamente -disciplinadamente- cortejando oídos seduciendo vanidades… no para ni un minuto. Lambisconea a destajo, a unos y a otros, para bien o para mal. El lambiscón profesional se lambisconea -incluso- a sí mismo y no tiene pudor alguno en lambisconear a cualquiera, al azar, en su presencia o a distancia, por el sólo hecho de auto-regalarse lisonjas personalizadas. Arte de confirmarse en su talento agudo, en el arte conspicuo de lambisconear a quien convenga como modus vivendi. Todo lambiscón que se precie es selectivo por antonomasia. Sólo se lambisconea a quien se puede sacar algo de provecho. Esa es la ética rigurosa de todo lambiscón que, con cierta experiencia, pretende que no se le note. El arte mayor del lambiscón radica en hallar su presa y lambisconearla mientras sirva. Hay, de seguro, un tráfico secreto de presas usadas por el gremio de los lambiscones, se intercambian por favores y se cotizan con valor mercado.
Género y número
El lambiscón precoz es proclive a la maledicencia contra quienes los detectan con facilidad. Al lambiscón le gusta ser notado pero bajo cierta discreción, no tolera demasiadas luces, su ser es la opacidad y su «caldo de cultivo» son ciertas sombras rinconeras muy frecuentas en las salas de espera de los jefes. Por sus habilidades publicitarias el lambiscón es presa fácil de los servicios de inteligencia, que suelen usarlo contra su voluntad e incluso sin que se entere, para difundir, trasfundir o refundir el prestigio de alguien, individualmente o en grupo. Porque el lambiscón es un chismoso de la vanidad, un leguleyo del amor propio, un lenguaraz del ego enamorado de ese oficio añejo que consiste en hacerse la vida fácil gracias a lambisconear a quien se deje. Incluso a quien no. Y a muchos les funciona tan bien que pasan a llamarse «políticos», pasan a ser jefes o pasan a creer que acumular poder radica sólo en la ecuación: «yo te lambisconeo, tu me lambisconeas, el nos lambisconea….»
Lambisones hay de todo tipo, una clasificación exhaustiva, aun en proceso de elaboración, puede remontar 250 especies con facilidad. Pero los hay con características muy peculiares en cada escenario del mercado de las vanidades. Se les ve con frecuencia en oficinas de gobierno, de empresas, bancos, iglesias, universidades… se los ve con trajes de marca o vestidos deportivamente, se los ve en los supermercados o en los parques recreativos. Van al cine, al teatro, leen Best Sellers y hacen cualquier cosa por sostener una charla «amistosa» y «culta» que pueda servirles para la lisonja a quemarropa, para el escarceo salivoso de los halagos fáciles… en fin son maestros de la infiltración y cualquier pretexto les sirve como Caballo de Troya preñado con halagos y en pleno desfonde. Frecuentemente desmedidos, inmerecidos, gratuitos. No sabemos cuántos son exactamente, cuántos habitan por kilómetro cuadrado, cómo se reproducen ni cómo se retroalimentan… pero de que los hay, ¡los hay! ¿Los has visto?
1Fenomenología: 1 f. Estudio de los fenómenos. 2 Fil. En la obra de Hegel, dialéctica del espíritu que presenta la evolución de la conciencia humana hasta llegar al saber absoluto. 3 Fil. En la obra de Husserl, método descriptivo, fundado en la intuición, que se propone descubrir las estructuras trascendentales de la conciencia y las esencias.