La Revolución Francesa, la Revolución Mexicana, la Revolución China… Fidel Castro (1926-2016) fue un apasionado de los procesos revolucionarios, los estudió a conciencia y trató de extraer enseñanzas para Cuba. Tomó ideas, entre otros, de Lenin, pero se trataba de transformar la realidad de un país, Cuba, que en la década de 1950 evidenciaba en […]
La Revolución Francesa, la Revolución Mexicana, la Revolución China… Fidel Castro (1926-2016) fue un apasionado de los procesos revolucionarios, los estudió a conciencia y trató de extraer enseñanzas para Cuba. Tomó ideas, entre otros, de Lenin, pero se trataba de transformar la realidad de un país, Cuba, que en la década de 1950 evidenciaba en las zonas rurales las siguientes condiciones: tasas de analfabetismo que superaban el 45%, sólo un 15% de la población con disponibilidad de agua corriente y más de un tercio sobre la que, sin apenas vacunas, se abatían los parásitos y las enfermedades. Además el porcentaje de campesinos que se alimentaba regularmente de carne y huevos era inferior al 5%, y pocas veces disponían de verduras. En Sierra Maestra, foco del movimiento revolucionario, las condiciones de vida del proletariado rural rayaban la desesperación. Padecían la explotación, los robos y a menudo la brutalidad policial. En «El factor Fidel. El pensamiento político del Comandante» (Ediciones Dyskolo) [*], Katrien Demuynck y Marc Vandepitte abordan en 242 páginas cómo, a partir de las condiciones citadas, se llegó a edificar una sociedad «alternativa» al capitalismo que ha pervivido más de cinco décadas.
La revuelta popular, espontánea, en la que Fidel Castro participó en Colombia en 1948 le dejó huella para las décadas posteriores. Allí constató «cómo puede estallar un pueblo oprimido». No se trataba de «conquistar el poder con diez, doce o cien hombres», subrayó en una comparecencia el primero de diciembre de 1961. La idea era contar con el conjunto de la población. «Un fósforo en un pajar: ése fue el movimiento guerrillero». Katrien Demuynck y Marc Vandepitte señalan ejemplos de las apelaciones continuas de Fidel Castro a la movilización de masas. El dos de enero de 1959 llamó a toda la población activa del país a la huelga general, con el fin de sentenciar al régimen de Batista e impedir un golpe de estado. «El seguimiento de la huelga fue unánime y la revolución fue un hecho», recuerdan los investigadores. Decenas de miles de personas, principalmente cubanos jóvenes, se movilizaron durante la campaña de alfabetización de 1960. Ese año se organizó un gran operativo con 100.000 voluntarios para eliminar a los agentes contrarrevolucionarios -a quienes daba soporte la CIA- en las montañas de Escambray. En el alegato «La Historia me absolverá», pronunciado durante el juicio por el asalto al cuartel general de Moncada (Santiago de Cuba), el 16 de octubre de 1953, el dirigente socialista mencionó a los 600.000 parados de la isla, el medio millón de obreros agrícolas que malvivían en condiciones de miseria, los 100.000 campesinos sin tierra, los 30.000 profesores y maestros con sueldos paupérrimos o los 20.000 pequeños comerciantes sofocados por las deudas.
Marc Vandepitte es filósofo y economista; imparte clases de Economía Mundial en diferentes universidades de Flandes, y de Historia en la Escuela Técnica Mechelen. Es autor de diferentes libros sobre la revolución cubana, como «La apuesta de Fidel» (1998) y «Cuba en los años noventa: el socialismo tropical y la crisis peculiar» (1999). Además publica de manera regular en el periódico digital Rebelion.org. Historiadora y autora de varios libros sobre Cuba y Fidel Castro, Katrien Demuynck recibió la distinción Félix Elmusa de la Unión de Periodistas de Cuba. La edición de «El factor Fidel. El pensamiento político del comandante» (diciembre de 2016) corre a cargo de Dyskolo, proyecto sin ánimo de lucro que publica las obras en formato digital y plantea la difusión de la cultura de modo libre, abierto y participativo. En la publicación de «El factor Fidel» han colaborado Beatriz Morales (traductora) y Boltxe Kolektiboa.
«La lucha debe venir primero y la conciencia revolucionaria vendrá inevitablemente detrás con un ímpetu cada vez mayor», afirmaba Fidel Castro. El líder revolucionario consideraba un error alterar el orden de los términos, pues entendía la lucha de clases como «un vasto proceso de aprendizaje, una escuela irreemplazable», destacan los autores de «El factor Fidel». Este proceso de aprendizaje se desplegó en Cuba sobre la realidad histórica concreta. En abril de 1958 la dirigencia revolucionaria planificó una huelga general, pero ésta fracasó. La segunda intentona de paro generalizado se produjo seis meses después, durante la ofensiva final contra la dictadura batistana. En esta ocasión la huelga triunfó. ¿Qué ocurrió durante el intervalo? «La guerrilla había dado unos golpes decisivos al ejército regular, que al principio parecía invencible», explican Katrien Demuynck y Marc Vandepitte, autores de «Cuba, otro mundo es posible» (2002) y «Encuentros con Fidel Castro» (2009).
Los investigadores dedican uno de los capítulos centrales del libro a la función de la propaganda y los medios de comunicación. Fidel Castro se mostraba tajante al respecto: «Sin propaganda no hay movimiento de masas, y sin movimiento de masas no hay revolución posible». Cuando el joven Fidel Castro militaba en el Partido Ortodoxo cubano, aprendió de su fundador en 1947, Eduardo Chibás, una determinada simbología -sencilla y directa- que este empleaba en su programa semanal de radio; por ejemplo una escoba, con la que se podía barrer la corrupción. En aquella época, con 23 años, Fidel Castro dispuso de dos programas radiofónicos. Así, antes del asalto al cuartel de Moncada (26 de julio de 1953), ya contaba con experiencia en este medio de difusión. En Sierra Maestra «la utilización de los medios de comunicación fue crucial», apuntan Demuynck y Vandepitte, quienes puntean uno de los hitos en la propaganda revolucionaria: la invitación al cuartel general en Sierra Maestra de un curtido periodista de The New York Times, Herbert Matthews, para que realizara un reportaje. «En aquel momento todo el mundo pensaba que Fidel estaba muerto y su ejército rebelde, eliminado», destacan los autores del libro editado por Dyskolo.
El artículo mostró a la opinión pública mundial que el dirigente «barbudo» estaba vivo, y que los soldados «están librando un combate, que por el momento están perdiendo, para destruir al enemigo más peligroso al que se ha enfrentado el general Batista en su larga y azarosa carrera como dirigente y dictador cubano» (The New York Times, 24 de febrero de 1957). El artículo, sostienen Katrien Demuynck y Marc Vandepitte, «tuvo el efecto de una bomba y convirtió a Fidel en una celebridad internacional»; y agregan los autores un detalle no menor: «¡En aquel momento sólo disponía de 18 combatientes!». Además, los mensajes de Radio Rebelde, la radio de la guerrilla, no sólo contrarrestaron la propaganda de Batista, sino que prepararon la toma del poder y contribuyeron a evitar saqueos y asesinatos tras la desaparición del dictador. «Sirvió de canal para lanzar la huelga general que daría el golpe de gracia al régimen», destacan los autores de «El factor Fidel». Pero no se trataba sólo de potenciar la agitación y la propaganda, había otros elementos que cultivar, por ejemplo, la paciencia. «El gran secreto del éxito es saber esperar», aprendió Fidel Castro de José Martí. El Comandante tenía claro que la lucha revolucionaria depende de la correlación de fuerzas, y que el objetivo es avanzar por etapas «sin quemarlas». Sin generarse enemigos de modo inútil, ni enfrenarse contra todos a un tiempo. «Mucha mano izquierda y sonrisa con todo el mundo», otra lección martiniana.
¿Qué sentido tenía la paciencia en la fase prerrevolucionaria y después, tras la toma del poder? En Cuba se podía conquistar el poder revolucionario, «pero no como partido comunista», constató Fidel Castro. También observó que el anticomunismo había echado raíces muy fuertes entre la población, incluso en algunos sectores del Movimiento 26 de Julio que promovía la lucha revolucionaria. A las campañas en Estados Unidos del senador del Partido Republicano, Joseph McCarthy, se agregaban los ataques en medios de comunicación y películas, que surtían efecto entre la población. Así lo expresaba Fidel Castro en el libro de Frei Betto, «Fidel y la religión» (La Habana, 1994): «Había mucha gente en la masa, pordioseros que podían ser anticomunistas, limosneros anticomunistas, gente muerta de hambre, gente sin empleo anticomunista». Además, las apelaciones al socialismo hubieran frustrado la posibilidad de un Frente Amplio con la burguesía. Según Katrien Demuynck y Marc Vandepitte, «en sus cartas, discursos o manifiestos de la época, no se encuentra ninguna alusión a la lucha de clases, el socialismo o el marxismo». Hay un encuentro histórico que pone de manifiesto esta elipsis: cuando el filósofo Jean-Paul Sartre visitó la isla a principios de 1960, Castro le pidió que no adjetivara la revolución cubana como «socialista». Fidel Castro declaró el carácter «socialista» de la Revolución cubana el 16 de abril de 1961, un día después de las bombas que inauguraron la invasión de Playa Girón.
«Fidel era un autodidacta», subrayan los autores. En un discurso del 12 de enero de 1968, advertía el líder comunista: «No puede haber nada más antimarxista que el dogma y la petrificación de las ideas». El resultado de lecturas y praxis fue «una mezcla original y poco ortodoxa, una variante ‘tropical’ del marxismo-leninismo que también encontramos en el peruano José Carlos Mariátegui», destacan Demuynck y Vandepitte. En una de las conversaciones con el periodista Ignacio Ramonet, Castro deja claras sus preferencias teóricas: «Si no hubiéramos estado inspirados en Martí, en Marx y en Lenin, no habríamos podido siquiera concebir la idea de una revolución en Cuba». Respecto al marxismo-leninismo «clásico», el Movimiento 26 de Julio se separaba en algunos aspectos: emprendió la acción revolucionaria sin ser un partido de vanguardia, sin que la lucha armada se hallara subordinada a una dirección política centralizada y sin un largo tiempo de preparación política. Fidel Castro y el Che Guevara coincidían en que no había que esperar a que se reunieran todas las condiciones para iniciar la revolución.
En cuanto a la religión, Fidel Castro señaló los puntos de conexión entre el cristianismo y los comunistas. En una entrevista con el fraile dominico brasileño y teólogo de la liberación, Frei Betto, declaró que muchos de los partidos comunistas en América Latina incurrieron en el error de un cierto ateísmo académico; se alejaron así de una parte de las masas depauperadas, que en muchos casos eran creyentes. Pero Fidel Castro también señaló en sus textos que hacendados y oligarcas utilizaron la cuestión religiosa como «instrumento político de resistencia a la revolución». En otro discurso del 9 de agosto de 2000, Fidel Castro también resaltaba la importancia de la ética: «Es la fuerza más poderosa de que se pueda disponer». «Hay que luchar por una vocación, por un deseo, sin esperar recompensa de ninguna clase, ni moral, ni material». Uno de los grandes héroes de Fidel Castro y del «Che» Guevara fue Don Quijote de La Mancha. «Fue el primer libro del que se editaron millones de ejemplares tras el triunfo revolucionario», resaltan Katrien Demuynck y Marc Vandepitte. «La recuperación de la dimensión ética y del humanismo son probablemente su aportación más importante al marxismo-leninismo», añaden.
Nota del editor:
[*] El libro ha sido publicado también (en papel) por Boltxe Kolektiboa: http://www.boltxe.eus/producto/el-factor-fidel/
El factor Fidel. El pensamiento político del Comandante
Katrien Demuynck y Marc VandepitteTraducción a cargo de Beatriz Morales Bastos
Edición 1.0. diciembre 2016
Este libro se encuentra bajo una licencia Creative Commons by-nc 4.0
Página del libro: http://www.dyskolo.cc/cat%C3%A1logo/lib025/
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