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Fidel: Raíz y perseverancia de unas convicciones

Fuentes: Rebelión

El pensamiento y acción de Fidel Castro tienen orígenes en la historia liberacionista y revolucionaria cubanas, y proyecciones en las expectativas del Tercer Mundo en general y de Latinoamérica en particular. En lo que toca al primer aspecto, las iniciativas plasmadas en el asalto al cuartel Moncada, el desembarco del Granma y la guerra de […]


El pensamiento y acción de Fidel Castro tienen orígenes en la historia liberacionista y revolucionaria cubanas, y proyecciones en las expectativas del Tercer Mundo en general y de Latinoamérica en particular. En lo que toca al primer aspecto, las iniciativas plasmadas en el asalto al cuartel Moncada, el desembarco del Granma y la guerra de liberación nacional, desde la Sierra Maestra hasta La Habana, lo demuestran tempranamente, una y otra vez.

El Moncada y el Granma no resultaron de dos concepciones diferentes, la segunda en remplazo de la anterior, sino sucesivas soluciones tácticas a la misma idea estratégica. Y ambas con cercanos precedentes en la historia política del país.

Antes del golpe de Estado y la tiranía de Fulgencio Batista, ya el desgreño de la democracia corrupta impuesta por la intervención estadunidense de 1898 había enterrado el proyecto liberacionista y revolucionario de José Martí, aumentado la miseria y convertido al país en una neocolonia norteamericana. Con eso ella se había ganado la decepción y repudio de la mayor parte del país.

Ya entonces la joven generación que celebró el centenario del natalicio de Martí se agitaba en el «movimiento», la pluralidad de grupos espontáneos que discutían cómo rehacer y adecentar al país. Tras el golpe, asqueados por la cobardía y el oportunismo de los políticos y sus partidos ante Batista, esos grupos pasaron a debatir cómo y para qué deshacerse del tirano y sus cómplices. No tenía sentido correrse el riesgo de combatir a los golpistas para volver a lo mismo.

Fidel, al inicio como estudiante y luego como joven abogado, lideraba uno de los mayores de esos grupos, el más organizado y militante. De ahí surge la idea de que superar esa situación exigía una revolución orientada a dos fines: recuperar el proyecto martiano de liberación nacional y democracia radical, y realizar reformas sociales de fondo. Hacer esa revolución por los medio institucionales existentes antes del golpe era impensable, y después del mismo era imposible. Había que hacerlo a través de un alzamiento que culminase en una rebelión nacional para remplazar al régimen político existente.

No era la primera vez que una joven generación cubana se planteaba ese problema. También lo había enfrentado Martí, quien convocó a «la guerra necesaria», desembarcó con una expedición revolucionaria y cayó en combate alentando ese proyecto. Como a su vez lo hicieron los revolucionarios enfrentados a la dictadura de Gerardo Machado ‑‑»el asno con garras»‑‑ que encabezaron la efímera revolución de 1933, igualmente frustrada por la injerencia del gobierno de Washington con la complicidad de Batista.

La iniciativa de Fidel y su grupo requería entrenarse, obtener armas, iniciar un levantamiento y crear una fuerza guerrillera. Nada demasiado sorprendente, sino la reanudación de un esfuerzo: los abuelos de la generación del centenario martiano fueron mambises o colaboradores de la guerra mambisa, y su padres habían sido participantes o simpatizantes de la revolución del 33.

¿Cómo dotarse de medios? El plan de atacar un cuartel importante para tomarle las armas, en una ciudad susceptible de apoyar al movimiento y además situada en una zona apropiada para replegarse a las montañas e iniciar una guerrilla con apoyo urbano y campesino por si solo llevo a decidir el objetivo: Santiago de Cuba, capital de la entonces provincia de Oriente, de antiguas tradiciones revolucionarias y sede del cuartel Moncada.

La operación debía organizarse en secreto desde La Habana, provincia originaria de la mayoría de los integrantes del grupo. La parte más difícil del plan se cumplió escrupulosamente: seleccionar a los participantes, entrenarlos, buscar armas, trasladarlos de La Habana al otro extremo del país, reunirlos en un punto desde donde moverse al punto el combate. Las armas, conseguidas sin posible cooperación de políticos con recursos, eran modestas, mayormente rifles y escopetas de cacería, de poco calibre y alcance. Por lo tanto, el factor sorpresa era esencial. Para contribuir a lograrlo el asalto al cuartel se realizó en la madrugada de una noche del carnaval, y los atacantes se disfrazaron de sargentos del ejército.

No obstante, un par de incidentes fortuitos frustró ese factor. No es aquí el lugar donde analizar el resto de esa operación ni las causas de su derrota. Al cabo de los años, el examen objetivo de lo actuado hace concluir que, en sus circunstancias, era de un buen plan. Si el grupo hubiese tenido algo más de experiencia operativa habría triunfado.

Como sabemos, ese revés costó numerosas víctimas, en su mayoría prisioneros asesinados después del combate. Algunos de los muchachos lograron escapar con ayuda de la población. Otros fueron apresados después de que la ciudad y los medios de comunicación se alertaron, así que sobrevivieron presos y fueron a juicio, donde denunciaron los crímenes del régimen. Sobre todo Fidel, cuyo inteligente alegato ante el tribunal se convirtió en La historia me absolverá, que enseguida se constituyó en el llamado a la Revolución y su propuesta de gobierno.

En los siguientes años las movilizaciones por la libertad de los presos políticos y la amnistía a los moncadistas lograran su liberación. Fidel y sus compañeros constituyeron el Movimiento Revolucionario 26 de Julio, al que se unieron numerosos jóvenes de los demás grupos revolucionarios, incluido el que Frank País lideraba en Oriente, que en la siguiente etapa desempeñaría un relevante papel en la guerrilla urbana y el apoyo de las ciudades a los combatientes del futuro Ejército Rebelde.

Luego del Moncada, quedó descartado repetir esa opción, pero el siguiente objetivo se mantuvo. Acosado por el régimen, Fidel se exilió en México, donde ya se encontraba en grupo de moncadistas y otros revolucionarios. Con ellos organizó la expedición del Granma, cuyo desembarco en el Oriente iniciaría la guerrilla que, con su crecimiento urbano y campesino formó el Ejército Rebelde y protagonizó la guerra de liberación nacional. Tampoco hay espacio aquí para examinar la evolución sociopolítica y militar de esa guerra, en la cual un ejército profesional de 100 mil hombres, bien entrenado y equipado por Estados Unidos, ocho años después del Moncada fue derrotado por una fuerza popular que ‑‑con amplio apoyo social‑‑ en su mayor momento llegó a sumar unos mil quinientos milicianos.

¿Cómo explicar que en esos años la sociedad cubana, luego de medio siglo de penetración cultural norteamericana, de corrupción interna y destrucción de los valores nacionales, asimilara acontecimientos como los del Moncada, el Granma y la guerra? Uno de los primeros grandes méritos de Fidel, gracias al tesón y coraje de sus convicciones y liderazgo, fue culminar con éxito unas experiencias que ya tenían hondo arraigo en la memoria colectiva de su pueblo.

En vísperas de la revolución del 33 Tony Guiteras había apoyado el asalto al cuartel de San Luis para armar una guerrilla que operó contra la tiranía machadista en la zona de Las Tunas. Y luego de que la oligarquía, la embajada norteamericana y Batista derribaron al gobierno revolucionario ‑‑del cual él había sido el ministro más progresista‑‑ Guiteras planeó el asalto al cuartel de Bayamo para equipar a una fuerza guerrillera que él traería desde México. Cayó en combate cuando esperaba la embarcación que lo sacaría de la isla para ese fin.

Ya antes, Julio Antonio Mella, exiliado por la persecución machadista, igualmente había organizado en México a los revolucionarios cubanos emigrados, para emprender una expedición destinada a desembarcar en Cuba con igual propósito. Fue asesinado en la ciudad de México, a plena luz del día, por pistoleros a sueldo de Machado poco antes de concluir los preparativos.

En ambos casos, como después en el de Fidel, se trató de proyectos incluyentes, que unían a las corrientes nacionalistas y social‑reformadoras en una alianza pluriclasista, con un programa progresista que ya la mayoría de la población podía comprender, hacer suyo y secundar con su participación, como fue el caso de La historia me absolverá. Si la realidad ‑‑de la cual el desarrollo de la cultura política popular es factor decisivo‑‑, en los siguiente momentos demanda y permite sustentar más que esa propuesta, la lucha y el tiempo lo aportarán.

En esa perspectiva, el talento, la fidelidad a los principios éticos, la tenacidad política y el ejemplo de Fidel Castro hicieron de él la personalidad histórica y el líder que continuará siendo.

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.