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FMI, ¿el viejito bueno?

Fuentes: Rebelión

Uno quisiera comenzar de civilizado modo, concediendo el beneficio de la duda. Entonces, para embridar el cimarrón interno, y no acusarlos en medio de gruesos exabruptos cuando menos de sarcásticos, de cínicos, apela uno a una suerte de ataraxia, la filosófica imperturbabilidad, y se ciñe al deslavazado titular que ha recorrido el orbe: El FMI […]

Uno quisiera comenzar de civilizado modo, concediendo el beneficio de la duda. Entonces, para embridar el cimarrón interno, y no acusarlos en medio de gruesos exabruptos cuando menos de sarcásticos, de cínicos, apela uno a una suerte de ataraxia, la filosófica imperturbabilidad, y se ciñe al deslavazado titular que ha recorrido el orbe: El FMI reconoce que algunos de sus pronósticos subestimaron las consecuencias de las medidas de austeridad.

O sea que pagarían el pato ciertos realizadores de vaticinios, por subestimar «significativamente el incremento en el desempleo y la caída del consumo privado y la inversión asociados a la consolidación fiscal». Y los mandamases de una organización situada en las avanzadillas del neoliberalismo exhiben toda la sangre fría posible al anunciar que «en algunos países hemos revisado nuestros pronósticos para reflejar esta y otras investigaciones. Por ejemplo, en Portugal hemos relajado los objetivos de déficit».

Precisamente en Portugal, inmerso en lo que el estudioso norteamericano Immanuel Wallerstein ha calificado de una «geografía de la protesta que cambia rápido y constantemente. Salta aquí y luego es reprimida, cooptada, o se agota. Y tan pronto como esto ocurre, salta en otra parte, donde de nuevo se le reprime, se le coopta o se agota. Y luego salta en un tercer lugar, como si por todo el mundo fuera irreprimible». Corcovea, se encabrita incansable ya que «cuando se estanca la economía-mundo y el desempleo real se expande considerablemente, esto significa que el pastel total se encoge […] La lucha de clases se torna aguda y tarde o temprano conduce a un conflicto abierto en las calles». De ahí, los artilugios del FMI, entre otros alabarderos del Sistema.

Porque aquí no se trata de que el Fondo Monetario Internacional sea el viejito bueno de la esquina, que suele disculparse por los pisotones derrochados en su paso inseguro. El órgano imperial se integra por su fuero a los que están procurando desesperadamente gobernar según consenso -conservar la hegemonía, en el sentido que imprime al término el célebre marxista italiano Antonio Gramsci-, para lo cual han conseguido anatematizar la efervescencia de las muchedumbre, de los pueblos.

No en balde el intelectual cubano Fernández Martínez Heredia asevera que «un triunfo descomunal del capitalismo actual ha sido convertir la demonización de la violencia en uno de los dogmas políticos más aceptados y sentidos por una masa enorme de oprimidos del mundo que están activos en cuestiones sociales y políticas. Se convierten así en agentes de su propio desarme, que se ofrecen inermes e inculcan inacción en todo su entorno. Lo peor es que la apariencia de esa demonización es moral y de defensa de los valores del ser humano. Mientras, no existe freno alguno para la violencia masiva imperialista, que siega vidas por cientos de miles, ni para el asesinato selectivo que se exhibe con jactancia, ni para las incontables formas de violencia que se practican cotidianamente contra las mayorías del mundo».

Arremetida que arrecia hoy, cuando la formación social trasluce con suma nitidez su incapacidad estructural de dar respuesta a los problemas de la humanidad, y la utopía del desarrollo enmarcado en la lógica que absolutiza las ganancias individuales pierde la capacidad de ilusionar a las clases oprimidas. Tal afirma la académica salvadoreña Julia Evelyn Martínez, «la esperanza de que ‘algún día, con nuestro esfuerzo y la ayuda de Dios, las cosas van a mejorar’ va quedando progresivamente relegada al museo de la mitología económica. En su lugar, la lucha de clases está emergiendo bajo diversas formas de lucha social, desde el movimiento de los indignados en Europa hasta los movimientos de defensa de los bienes comunes en Latinoamérica».

Qué hacer, pues, ante los anestésicos aplicados por los poderosos sobre el espíritu de rebeldía, incluido ese «reconocimiento» extemporáneo del FMI. Quizás para empezar, quitarle a la revolución el sambenito endilgado por los verdaderos terroristas. Y explicar hasta su comprensión cabal que, al decir de Martínez Heredia, «la violencia de Marx es la partera de la historia, es la condición sin la cual la conciencia y la organización de clase no destruirían el capitalismo, es lo que permite al proletariado devenir poder revolucionario e iniciar el fin de todas las dominaciones». Lo cual, por supuesto, no implica que en la liberación dejen de utilizarse cuantos recursos sean pertinentes, contados los pacíficos.

Tal vez resulte esta una buena contribución a la cruzada cultural que libra el Imperio para desdibujarnos la mismísima pulsión de protesta. Puede que sea esta la manera de abordar el mea culpa del FMI. Y si es cierto que perdiendo los estribos perdemos la pelea ideológica, al no convencer de la necesidad de la insubordinación, pues busquemos la estoica serenidad de ánimo, la ataraxia, con que algún día decidiríamos tomar todos los recodos del planeta.

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.