La Historia nacional oficial nos estremece con relatos de hombres -y casi de ninguna mujer- que antepusieron su vida en aras a la construcción del Estado-Nación. ‘Nobles’ connacionales ofrendaron sus vidas en combates desiguales, lejos de sus hogares, siendo padres abnegados y amorosos esposos, con hijos pequeños obviamente para agregar melodrama a sus biografías de […]
La Historia nacional oficial nos estremece con relatos de hombres -y casi de ninguna mujer- que antepusieron su vida en aras a la construcción del Estado-Nación. ‘Nobles’ connacionales ofrendaron sus vidas en combates desiguales, lejos de sus hogares, siendo padres abnegados y amorosos esposos, con hijos pequeños obviamente para agregar melodrama a sus biografías de vida. ‘Rendirse nunca, retroceder jamás’ fue la estampa que acompaño a sus carruajes fúnebres y sus lápidas en los cementerios. Sepultados con el tricolor patriótico, matizados con discursos grandilocuentes, recordados en estatuas y grandes avenidas céntricas y escuelas periféricas. Los héroes son estos sujetos comunes y corrientes, ‘chilenos cualquiera’ que la historia los exigió y que ante tamaño desafío ellos hidalgamente recogieron el guante. Esa Historia monumental y omnipresente se vinculaba con los ‘chilenos mortales’, que poco y nada tenían de colosal, a partir de su ofrenda de sangre. Al magno relato del Estado-Nación se le añadía una y otra página desde los primeros años del siglo XIX, afincándose en el siglo posterior, y naturalizándose hasta hoy en día en el siglo XXI.
Los ‘apropiados’ héroes indígenas como Lautaro, Caupolicán y Pelantaro, que resistieron al invasor español, acompañarán a Carrera, Rodríguez, padres de la patria, estos primeros años de esta novel nación. La gesta indígena será olvidada rápidamente en nombre del progreso, el Estado autoritario, centralizado y fuerte, sueño pletórico de Portales, se consolidará en el periodo Conservador y luego por las proezas de Arturo Prat y compañía.
Entre los héroes destaca O’Higgins, quien abdicando -tal como lo hacen los reyes-, antepuso su dignidad para así evitar una guerra civil. Pero que no hizo más que aplazarla, debido a que los Ejércitos conservadores, no una, si no varias veces, comandados por José Joaquín Prieto, Manuel Montt, Jorge Montt y otros ‘ilustres’, desataron guerras contra sus connacionales en 1830, 1851, 1859 y 1891. El Estado en forma, como lo llaman, que tanto la Derecha y la Izquierda se vanaglorian, levantado por Diego Portales y santificado por la Iglesia, se expandió territorialmente hacia los extremos del país, invadiendo, saqueando y asesinando como hordas sedientas de sangre y de botines de guerra. Peruanos, bolivianos y mapuches, cadáveres todos, quedarán regados como testigos de las heroicas gestas de las fuerzas armadas. El «Ejército vencedor, jamás vencido», se convirtiera no sólo en el «brazo armado» de los ricos, poderosos, burgueses u oligarcas, como quiera llamárseles -ya que sólo ellos se beneficiaron directamente con esta expansión-, serán parte consustancial de la construcción de Estado-Nación chileno. Serán los símbolos, junto con las banderas, escudos, himnos y efemérides en los calendarios, que se constituirán como el ‘deber ser’ de ‘cualquier chileno’.
El decadente Estado Oligarca de las primeras décadas del siglo XX, Arturo Alessandri con su autoimpuesta Constitución del 25′, el fallido Estado de Bienestar de los radicales, el autoritarismo de Ibáñez del Campo, los estériles intentos de Alessandri -hijo- y de Frei Montalva por contener e institucionalizar la movilización social, decantarán en el gobierno de la Unidad Popular, haciendo estallar el Estado de Compromiso que se había conformado por todo el siglo. Héroes de las más diversas tendencias políticas-ideológicas: populistas, conservadores, socialcristianos, militares y marxistas, tendrán como rasgo transversal la consolidación y defensa del Estado. Esa cuasi-sagrada institución que ‘camino de la mano’ con la nación, apoyándose entre sí, cuando ninguna de las dos podía desarrollarse por sí sola. Esa construcción llamada Chile, que aunque no nos guste está arraigada hasta el tétano en los ‘chilenos comunes y corrientes’, los mismos que miran hacía arriba al panteón de los héroes de la patria. Que con una inocencia que bordea lo tragicómico, defienden con uñas y dientes iconos que en realidad no representan un proyecto nacional, básicamente por que nunca la nación, entendiéndola como la totalidad o gran parte de los hombres y mujeres que viven en Chile, ha participado de un proceso constitutivo o constituyente de Estado-Nación. Donde inclusive, cuando los sectores populares o clases más desposeídas han intentado decidir su destino, la respuesta de estos héroes y grandes figuras han sido sablazos, balas, campos de concentración y desapariciones. Son sus intereses mezquinos de clase, terratenientes y mercaderes de baratijas, que prefieren la condescendencia del capital extranjero a permitir que los peones, inquilinos, indios, rotos, upelientos, cumas y flaytes -como quiera el lector llamarles- dispongan y construyan su destino.
Esa masa marginal, sucia, maloliente y amenazante de sus propiedades, que los observan desde el otro lado del río, eran antipatriotas, porque no se sumaban a sus gestas, porque no querían ir a una guerra donde se disputaba algo que no era y nunca fue de ellos. Engañados con tretas fueron llevados al norte en levas forzosas a combatir por propiedades y capitales que sólo fueron de unos pocos. Las mismas artimañas y discursos patriotas que llamaran a las armas a los chilenos desposeídos cuando una supuesta amenaza extranjera hace peligrar a la nación; la guerra de don Ladislao de 1920, la cuasi guerra con Argentina en 1978 y la guerra contra el marxismo internacional durante la dictadura de Pinochet, son ejemplos de aquello.
¿Quiénes fueron los verdaderos beneficiados con estas proezas? ¿Quienes fueron los incautos engañados? ¿Realmente toda esa sangre derramada fue en torno al interés supremo de todos los que componemos la nación? El sino del engaño, la desdicha y el egoísmo marcará el destino de unos y de otros. Eran a la vez héroes de una clase, y antihéroes nacionales, que ocultaban sus verdaderos intereses. Héroes de los privilegiados porque consolidaron el poder y riqueza de una minoría, mientras condenaban al resto de la nación al despojo. Fortuna de unos pocos y desdicha de muchos ¿Quién más salió ganando con todo esto? Los otros beneficiados de estos hechos fueron los capitales extranjeros, con sus bancos apostados en Valparaíso, que como sanguijuelas succionaban el sudor y trabajo de los labradores del valle central; o los ingleses y alemanes que se apropiaron de las salitreras en el norte del país, luego de la guerra que desgarró los lazos con nuestros vecinos; y el accionar parasitario de las transnacionales que devasta nuestras riquezas naturales desde la implementación del neoliberalismo a fines de los 70′.
Los supuestos patriotas desvividos por Chile y su gente eran héroes, sin duda alguna, pero de una clase, un sector social, porque para la inmensa mayoría de los chilenos el desprecio y la indiferencia impregnaba sus acciones. Se desvivieron por tener la atención de capitales foráneos, consolidar sus dividendos y propiedades, copiar gustos y lujos ajenos, y sobre todo, de sentenciar a las grandes mayorías a la exclusión y miseria.
José Antonio Palma, Replica LumpenCrew
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