“Al socialismo le falta mucho -muchísimo- para ser justo. Quizá al final ni se llame socialismo, porque va a ser híbrido. Pero no hay mal mayor que el cáncer imperial [capitalista].”
Silvio Rodríguez
Con los recientes acontecimientos de Cuba (supuesto alzamiento popular contra el gobierno) una vez más se pone en el tapete la discusión sobre el socialismo. ¿Fracasaron todas las tentativas socialistas habidas? La derecha, en cualquiera de sus expresiones, grita jubilosa que sí.
«El Socialismo solo funciona en dos lugares: en el Cielo, donde no lo necesitan, y en el Infierno donde ya lo tienen», pudo decir una activista antichavista en Venezuela. El discurso ideológico lo inunda todo, dando por supuesto -así es la ideología: da por supuesto, no analiza- qué son el fracaso y el triunfo en términos sociales. La vara con que se miden ambos elementos la pone la cosmovisión capitalista. Allí priman ciertos y determinados valores, todos centrados en uno fundamental: la sacrosanta propiedad privada.
En ese orden, la libertad aparece como elemento principal. Pero ¿qué es la tan manoseada «libertad»? Según dijo alguien mordazmente, en medio de interminables elucubraciones filosóficas, la libertad no es sino una estatua de elaboración francesa ubicada en la entrada del puerto de Nueva York. En su nombre se erige la propiedad privada. Capitalismo, libertades individuales y propiedad privada van todas de la mano.
El sistema capitalista se levanta, supuestamente, sobre la entronización de la libertad. Lo cual es un eufemismo por decir: apología total y absoluta de la propiedad privada (habría que agregar: de los medios de producción). De ese modo todos somos libres de volvernos millonarios…. si trabajamos duro. La falacia está montada, y los aparatos ideológico-culturales se encargan de transformarla en el credo dominante. «La ideología dominante es siempre la ideología de la clase dominante», advertían ya hace siglo y medio Marx y Engels. La formulación sigue siendo completamente vigente hoy. De esa cuenta, el capitalismo sería por excelencia el reino de las libertades. Ahí estaría el secreto para «amasar fortunas». El socialismo, por el contrario, campo absoluto de la conculcación de esas libertades, no permite «crecer».
Se escamotea de ese modo el núcleo real, determinante, básico del capitalismo: la explotación del trabajo asalariado. No hay otra forma de «amasar» fortunas. El ahorro meticuloso y el supuesto trabajo duro no genera capital para quien trabaja. La acumulación de capital se da siempre -verdad que se oculta, pero es el verdadero núcleo- por despojo, por desposesión. Despojo, se entiende, de los medios de producción para una inmensa mayoría, o de los territorios donde asientan materias primas básicas, tal como se está viendo recientemente con la invasión imperialista con el actual capitalismo extractivista (petrolero, megaminería, agronegocios, robo de biodiversidad). Si no hay explotación de una clase sobre otra, no se acumula. Punto. No importa quién es ese propietario explotador; eso hasta puede ser anecdótico, secundario: varón, mujer, blanco, negro, indígena, heterosexual, homosexual, creyente, ateo. Lo importante a destacar es que hay propietarios y desposeídos: hay explotación del trabajador/a, único productor/a de riqueza. Ahí estriba el conflicto principal.
El socialismo promulga otros valores. El trabajo en las primeras experiencias socialistas se concibió distintamente, lo cual abre un debate sobre cómo construir alternativas válidas al modo de producción capitalista. ¿Es cierto que el ojo del amo engorda el ganado? ¿Qué significa eso? Allí se encuentra un nudo toral para la edificación de una nueva sociedad: China, socialista desde 1949, sin renunciar a un ideario comunista apeló a mecanismos de mercado para convertirse hoy en una superpotencia económica. ¿Significa eso que fracasó la economía planificada del maoísmo?
¿Fracasaron los países socialistas entonces? Insistamos: depende del criterio con el que se lo aborde. Sin dudas, en esos países no hay shopping centers repletos de mercaderías, no hay hiperconsumo de artículos fabricados con obsolescencia programada y la población no se mide por el vehículo o el reloj que posee, por la ropa de marca que viste o por el tope de su tarjeta de crédito. Ahora bien: como el capitalismo se basa en la explotación, hace lo imposible para que los explotados no reaccionen. ¡Eso es la lucha de clases! Y en esa lucha, lo ideológico cobra un papel preponderante. De ahí que los pocos espacios socialistas existentes son mostrados por la derecha como «fracasos» estrepitosos.
El sistema no se detiene un instante en ese ataque. La prueba es lo que está sucediendo ahora en Cuba. Allí, con todas las contradicciones, desviaciones, vicios y deformaciones que puedan existir -que habrá que denunciar y abordar críticamente para enmendar- desde hace seis décadas se está construyendo una alternativa anticapitalista. Que exista una burocracia gubernamental acomodada y puedan persistir lacras como el machismo o resabios de pensamiento mágico-animista milenario (religión católica o santería, por ejemplo), no quita en lo más mínimo la grandeza de los logros socialistas. De todos modos, hay problemas. Eso no se puede ocultar.
«El bloqueo no es todo, pero el bloqueo afecta todo, tiene un carácter genocida, criminal y oportunista. (…) El sistema económico actual es obsoleto, limita las capacidades productivas de la sociedad y debe ser reformado, ya ésta es una verdad tan admitida. (…) Es necesario comprender los malestares de la gente, fatigadas por las tremendas dificultades de la vida cotidiana más allá de las causas que las provocan, acentuadas principal y sistemáticamente por una agresión que se hace cada vez más evidente y notoria. Incrementar esos malestares es el eje de esa agresión a la que se somete al país», afirma certeramente el economista cubano Julio Carranza.
El capitalismo no deja pasar absolutamente nada que pueda servirle para destrozar a la clase trabajadora y sus alternativas liberadoras, las experiencias socialistas. Por eso ahora a los trabajadores de les llama «colaboradores». Por eso también, este continuo bombardeo mediático contra toda propuesta emancipadora que toque el corazón del sistema. En esa lógica, Cuba es la demostración palmaria de todos los «males», y el descontento real que existe -producto del bloqueo y de errores propios- se magnifica a grados superlativos.
Con un anticomunismo visceral, generado durante la Guerra Fría y persistente hoy día, con una manipulación mediática descomunal que sigue haciendo de los países socialistas el blanco a atacar despiadadamente, con poblaciones «preparadas» para la repetición acrítica de noticias, mostrar la escasez cubana como producto de la «dictadura castrista» es buen negocio, es creíble. Además -eso es inobjetable- hay escasez en Cuba, lo cual permite esa campaña de difamación.
Algo similar sucede con Nicaragua y Venezuela. Sin entrar a analizar en detalle esas experiencias («dictaduras» según cierta visión), puede decirse que el imperialismo estadounidense, principal baluarte mundial del capitalismo, busca denodadamente acallar cualquier manifestación popular, cualquier cosa con atisbo de protesta social. Estos dos países abren interrogantes sobre el socialismo: ¿en qué medida cada uno de ellos es socialista? Por supuesto, ambos merecen fuertes y constructivas críticas: Socialismo no son programas asistenciales, clientelares en muchos casos, parches puestos sobre las penurias del capitalismo, ni cacicazgos autoritarios. La corrupción y el nepotismo no dejan de estar presentes en ambos proyectos, lo que sirve a la derecha para mostrar la «inviabilidad» del socialismo, aumentando exponencialmente las penurias en los shows propagandísticos ad hoc.
Pero, como dijo Frei Betto: «El escándalo de la Inquisición no hizo que los cristianos abandonaran los valores y las propuestas del Evangelio. Del mismo modo, el fracaso del socialismo en el este europeo [pudiéndose agregar: los problemas reales de Cuba, Venezuela o Nicaragua] no debe inducir a descartar el socialismo del horizonte de la historia humana». Es más que sabido que Washington no descansa un segundo para hacer naufragar estas experiencias. El capitalismo, ya lo ha mostrado infinitas veces, no ofrece solución a los grandes problemas de la humanidad: produce más alimentos de los necesarios para nutrir a toda la población planetaria, pero el hambre sigue siendo el principal flagelo global. Y tiene como única salida cuando se traba su economía… ¡las guerras! El socialismo, con todos los problemas, lacras, «dictaduras del proletariado» más dictaduras que proletarias, burocracias y contradicciones que pueda ofrecer -capitalizadas por la derecha para mostrar su lado oscuro magnificándolos arteramente- sigue siendo, al menos, una fuente de esperanza. Nunca debe minimizarse que para que un 15% de la población mundial viva decorosamente (¿con shopping centers?), el 85% restante pasa angustias y carencias. ¡Eso es el sistema capitalista! Por tanto, del capitalismo no se puede esperar nada. Del socialismo sí, quedan esperanzas.
No olvidar que la manipulación mediática corporativa nos puede mostrar un mundo que no es, que se ve desde la óptica del amo, que no es la misma que la del esclavo. Su prédica es: «de los países pobres de Latinoamérica la gente migra. De Cuba y Venezuela: huye». No es poca la diferencia. Hablábamos de manipulación mediática ¿verdad?
Como dijo Rolando Pérez Villavicencio: «El socialismo podrá ser una bazofia repugnante quizá, con castas burocráticas, autoritarismo y verticalismo… pero es menos bazofia que el capitalismo, donde es normal que haya ricos que pueden todo y pobres que apenas sobreviven. No debe olvidarse que, como dijo Freud, hay un malestar en la cultura intrínseco a lo humano que, todo lo indica, nunca puede desaparecer. Pero recordemos también que en el socialismo, aunque los bloqueos y las agresiones lo dificulten grandemente, la gente come. En el capitalismo no todos comen».
Ese discurso dominante de la derecha presenta al socialismo como dictadura, entronizando una supuesta y metafísica libertad individual. Pero allí lo que hay es una entronización del individualismo más extremo, un «sálvese usted al precio que sea». El socialismo, aún con todas sus posibles lacras, promueve la solidaridad.
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