Para Vera Sacristán Adinolfi, con la que compartió necesarios combates universitarios No era fácil organizar la asamblea constituyente en el convento de los padres capuchinos de Sarrià. ¿Por qué? «Teníamos que reunirnos quinientos representantes de los estudiantes de todas las facultades y escuelas en las que había habido elecciones libres y, además, una treintena de […]
Para Vera Sacristán Adinolfi, con la que compartió necesarios combates universitarios
No era fácil organizar la asamblea constituyente en el convento de los padres capuchinos de Sarrià. ¿Por qué?
«Teníamos que reunirnos quinientos representantes de los estudiantes de todas las facultades y escuelas en las que había habido elecciones libres y, además, una treintena de intelectuales invitados, sin que las autoridades políticas y académicas del momento se enteraran del lugar de la reunión. Pues la fecha de la Asamblea Constituyente del SDEUB era ya de dominio público en los centros universitarios desde hacía casi un mes.»
Unas semanas antes del 9 de marzo la junta de delegados del SDEUB había obtenido el permiso de los capuchinos para hacer la asamblea en el Convento de Sarriá, un barrio de, digamos, clase media de Barcelona (Neus y Paco vivieron allí durante muchos años, en un piso de alquiler).
Lo hicieron bien (para que luego digan que la izquierda, por definición, es ineficaz): un día antes del 9 de marzo sólo unas veinte personas sabían el lugar.¡Veinte!
«Para burlar la vigilancia se actuó así: cada uno de los delegados de las facultades y escuelas universitarias convocó, uno por uno, al resto de los representantes de cada centro en diferentes lugares céntricos de la ciudad a una hora prefijada. Desde estas citas, separados en grupos reducidos y siguiendo distintos itinerarios, se llegó al Convento con la máxima rapidez. En otros sitios se fue recogiendo a los intelectuales y artistas invitados hasta reunir a la mayor parte de ellos en una casa próxima al Convento.»
Hubo que evitar posibles coincidencias azarosas. En poco más de una hora lograron estar dentro del Convento delegados e invitados. Las autoridades del Régimen aún especulaban sobre si la Asamblea Constituyente iba a hacerse en alguna de las facultades o… incluso fuera de Barcelona. La historia no está dictada, es un proceso son sujetos en lucha y fines construidos.
Hubo dos fallos, eso sí. Nada es perfecto.
«[…] un coche llamativo y un invitado, el profesor Agustín García Calvo, que venía de Madrid y llegó tarde. Por ahí se enteró la brigada político-social.»
Pero para entonces, cuando la policía fascista llegó a enterarse, el SDEUB estaba ya constituido.
«A pesar de los fallos, aquello fue una obra de ingeniería organizativa en la clandestinidad. Antes de que la policía rodeara el edificio la Declaración de Principios, el Manifiesto por una universidad democrática y los Estatutos se habían aprobado ya, por aclamación y con la condición de que posteriormente fueran ratificados por las asambleas de cada uno de los centros universitarios.»
No estuvo mal, nada mal. No eran tan torpes y tan inexpertos, como a veces se ha comentado, los estudiantes antifranquistas de aquellos años. De eso nada.
Al cabo del tiempo se ha dicho y repetido, yo mismo suelo decirlo sin tomar consciencia de mi error a pesar de lo que él mismo me indicó en mil ocasiones, que lo de Capuchinos el 9 de marzo de 1966 fue un encierro. No fue así insiste FFB.
«Al menos si por encierro se entiende lo que suele entenderse hoy en día, que implica voluntad de encerrarse en algún sitio para protestar por algo. En aquellos años los encierros voluntarios no estaban bien vistos. Y, desde luego, los estudiantes universitarios no fuimos a Capuchinos a encerrarnos. Tampoco fuimos a hacer una asamblea más de las muchas que se hacían en aquellos meses. Fuimos a hacer una Asambleas con mayúscula: la asamblea constituyente del SDEUB.»
Y luego les encerraron, les cercó la policía, cosa muy distinta de un encierro voluntario.
«La opción era: salir de allí con el carnet de identidad en los dientes, por así decirlo, y, en consecuencia, proporcionar a la brigada político-social los nombres y apellidos de todos los representantes de los estudiantes o resistir en el convento con la ayuda de los padres capuchinos.»
Hubo discusión sobre las opciones, no faltó quien era partidario de salir. La situación, ciertamente, tenía riegos evidentes, no era fácil dar con la mejor decisión.
«Si se optó mayoritariamente por resistir fue porque el movimiento estudiantil se sentía fuerte, porque la mayoría de los representantes sabían que sus representados y muchas de las familias se estaban manifestando ya en calle en solidaridad con los cercados.»
Lo que salió de allí, en opinión de FFB, fue una organización propia de los estudiantes y una idea de universidad alternativa.
¿Qué universidad alternativa? Por «universidad democrática», señala el autor del libro que comentamos, se entendía una universidad en la que se hubieran superado las barreras clasistas entonces existentes, democratizado sus órganos de gestión y representación, libre en la expresión de las ideas.
No estaba mal, no estaría mal ahora.
«En el Manifiesto se vinculaba, además, la democracia en la universidad a la democratización del país y se reconocía, tal vez por primera vez en los documentos universitarios de la época, la necesidad de respetar, en esta democratización, las diferencias culturales y lingüísticas existentes en España. En líneas generales lo que se estaba propugnando, con un lenguaje prudente, era una democracia no sólo política sino también social y económica».
Los redactores principales de los documentos que se aprobaron en la asamblea constituyente del SDEUB eran, como es sabido, comunistas y activistas, militantes de PSUC, el partido ya entonces de los comunistas catalanes no nacionalistas.
Se notó, se nota ahora incluso. Redactores comunistas que estaban haciendo «en lo político, el trabajo de un partido demócrata que no podía existir en aquellas condiciones». Para la memoria histórica esto es esencial, comenta FFB. Sin tenerlo en cuenta «no se puede entender bien lo que se dice en esos documentos, cómo se dice y por qué aquella mayoría de universitarios (hijos, en gran parte, de la burguesía bienestante) los aprobaron, los hicieron suyos con entusiasmo.»
Los estudiantes comunistas fueron los principales protagonistas del SDEUB, insiste el que entonces era un estudiante comunista democrático no sectario, nunca lo fue.
«No sólo porque fueran los más dispuestos a arriesgarse y porque estaban organizados, como se ha dicho a veces, sino también por otras dos circunstancias a la que se ha prestado menos atención: 1ª porque, por lo general, eran los mejores estudiantes de cada Facultad (con expedientes académicos brillantísimos, como quedó de relieve en el juicio que se hizo en el TOP contra la Junta de Delegados de Barcelona, en Madrid, en mayo del 67) y esto les otorgaba la confianza de la mayoría (incluidos los profesores) y 2ª por su comportamiento limpiamente democrático, es decir, respetuoso de lo que se decidía en las asambleas.»
El segundo punto es muy importante: explica un hecho que puede parecer difícil de explicar en la actualidad:
«[…] el que a pesar de la feroz propaganda anticomunista del régimen de entonces, la mayoría de los estudiantes universitarios barceloneses de aquella época, con independencia de sus ideas políticas, identificara comunismo y lucha en favor de la democracia.»
Fue una seña de identidad del PSUC y de otras fuerzas comunistas.
En el momento de los hechos que FFB está narrando hubo ya un intento de descalificación del SDEUB, por parte de los ministerios del interior y de educación, así como de algunos estudiantes afines al régimen franquista (lo que quedaba del SEU y los nuevos y no tan nuevos del Opus Dei).
«Se aducía, por una parte, que siendo la mayor parte de sus dirigentes comunistas, los objetivos del sindicato libre de estudiantes no podían ser democráticos; y, por otra, que tanto en las asambleas de facultad como en la asamblea constituyente del SDEUB se votaba a mano alzada, sin las garantías exigibles a una organización democrática propiamente dicha».
En 1966, en plena dictadura fascista, tras la muerte-asesinato de Grimau, esta crítica del hándicap democrático, viniendo de donde venía, «fue considerada por la mayoría de los estudiantes universitarios, con razón, como un sarcasmo». Pero con el tiempo, prosigue FFB, la descontextualización de los hechos y la comparación forzada con lo que había sido el comunismo en otras latitudes, aquella falsedad había reaparecido en la forma de revisionismo histórico.
Por si servía para algo su testimonio, FFB, con todo el énfasis y claridad de los que era capaz, apuntaba:
«En los años que llevo tratando con movimientos sociales, que a estas alturas son ya más de cuarenta, nunca he conocido un proceso tan profundamente democrático como el que se produjo en Barcelona entre 1965 y 1967. Profundamente democrático por la amplísima participación de estudiantes y por el respeto con se discutían los diversos puntos de vista y se adoptaban las decisiones.»
Desde luego: para entender bien la actuación de los estudiantes barceloneses en aquellas circunstancias había que tener en cuenta que los Estatutos aprobados en las asambleas sólo podían cumplirse muy parcialmente en la situación de ilegalidad a la que el régimen fascista de Franco condenó al SDEUB. Era más que evidente, querido Watson
«Ya en abril del 66, un mes después de la asamblea constituyente, se empezó a abrir expedientes disciplinarios contra los representantes de los estudiantes, delegados y subdelegados, y desde esa fecha se prohibió la celebración de asambleas y la policía político-social estaba entrando y saliendo constantemente de la universidad barcelonesa y deteniendo a estudiantes en sus casas y residencias».
Desde abril a junio de 1966 las autoridades académicas franquistas y, también, la policía político-social cerraron varias veces las facultades más combativas con el objetivo de que no pudieran celebrarse asambleas en ellas.
«La mayoría de los delegados del SDEUB ya habíamos pasado por la cárcel modelo tres o cuatro veces al iniciarse el curso siguiente, 66-67, y teníamos abiertos varios sumarios en el Tribunal de Orden Público (TOP) por desafección a la dictadura y otros cargos.»
La represión hizo acto de presencia.
Todos los delegados y subdelegados de las facultades y escuelas fueron expulsados de la Universidad por dos o tres años. A la mayoría de ellos se les envió obligatoriamente a hacer el servicio militar a África después de pasar alguna temporada en la cárcel.
Fue el caso de Francisco Fernández Buey. Le obligaron a barrer el desierto en varias ocasiones. Joaquim Boix y Paco Téllez, amigos suyos, colegas en la represión y en la lucha, lo han explicado en sendas entrevistas.
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