Para Miguel Candel, otro filósofo marxista que siempre ha filosofado desde abajo La presencia de organizaciones políticas y de instituciones estudiantiles intermedias hacía poco plausible, en este punto nos habíamos quedado, la interpretación de las luchas de aquellos años como un movimiento sustancialmente espontáneo. En determinados casos, señaladamente en el de Barcelona, la verdad era […]
Para Miguel Candel, otro filósofo marxista que siempre ha filosofado desde abajo
La presencia de organizaciones políticas y de instituciones estudiantiles intermedias hacía poco plausible, en este punto nos habíamos quedado, la interpretación de las luchas de aquellos años como un movimiento sustancialmente espontáneo.
En determinados casos, señaladamente en el de Barcelona, la verdad era más bien lo contrario,
«[…] pues un rasgo esencial del movimiento estudiantil barcelonés entre 1965 y 1967 fue, justamente, una excesiva y en ocasiones contraproducente tendencia al perfeccionismo en el plano de la organización. El paradójico hecho de que algunos miles de estudiantes barceloneses se ocuparan con constancia y entusiasmo en la discusión minuciosa y redacción detallada, durante dos meses, de los estatutos del SDEUB, esto es, de los estatutos de una organización democrática abierta, no clandestina, bajo un régimen fascista, puede probar sin más, creo, esa tendencia, en buena parte utópica, a la redondez organizativa que pretende atar todos los cabos de una sola vez.»
Pero sería igualmente erróneo, prosigue FFB, interpretar aquella experiencia como si se hubiera tratado de un movimiento planificado en un sofisiticado laboratorio por las «instancias superiors y omniscientes» de vanguardia de los partidos universitarios fundidos creativamente en instrumentos coordinadores. No fue eso, no acostumbra a ser eso.
«Espontaneidad hubo, como lo pone de manifiesto también el que la autoorganización de los estudiantes surgiera igualmente, aunque casi siempre con un nivel menor, en lugares a los que no llegaban ni los instrumentos de coordinación ni los militantes de los partidos políticos. O, para decirlo más precisamente, hubo en ese movimiento -y ello fue sin duda la savia principal de su vida- espontánea coincidencia mayoritaria en hacer propios, en considerar como cosa propia, un tipo de organización basado en la asamblea y en la delegación, así como una perspectiva que puede resumirse en dos puntos: reforma democrática de la universidad y congreso nacional de estudiantes.»
Cómo explicar entonces, se pregunta FFB, el hecho indiscutido de un movimiento impulsado, dirigido y hegemonizado por la voluntad socialista-comunista de varios centenares de militantes y considerado, al mismo tiempo, como cosa propia por la inmensa mayoría de un grupo social, los estudiantes universitarios, difícilmente identificable en su conjunto con una voluntad socialista, firme o no tan firme, de transformación. Su respuesta:
«Ante todo porque de la interrelación entre esos dos elementos, la espontánea tendencia democrática de las mayorías y la voluntad democrático-socialista de los militantes estudiantiles y organizados políticamente brotó un programa compartido y de verosímil aplicabilidad. Claro está que tampoco ese programa es la consecución de un día de genio estudiantil, el resultado de la revelación del «espíritu del pueblo» o de la inspiración de una vanguardia, sino la concreción adecuada al momento, podría decirse, de los principales objetivos por los que varias generaciones de minorías estudiantiles venían luchando desde los años cuarenta.»
El contenido de ese programa en su forma más elaborada, el Manifiesto por una universidad democrática, el texto escrito finalmente por su maestro y compañero Manuel Sacristán, aprobado en la asamblea constituyente del SDEUB, heredaba lo esencial de un conjunto de luchas que había que remontar a la reorganización de FUE y cuyos momentos principales eran: 1. Las asambleas estudiantiles de 1956-1957. 2. Las acciones de solidaridad con la clase obrera en 1962, un hito muy importante de la lucha antifranquista. 3. El movimiento de profesores por una renovación universitaria. y 4. Las primeras asambleas libres de estudiantes, también con la participación de algunos profesores, en 1965.
Algunas de las líneas de fuerza de ese programa, recuerda FFB, estaban ya, esquemáticamente trazadas, en la citada IV Asamblea Libre de la universidad de Madrid o en la I Asamblea Libre de los estudiantes de la Universidad de Barcelona (12 de febrero de 1965).
Se exigía allí:
«1º Sindicato libre, autónomo y representativo. 2º Amnistía total para los catedráticos expedientados y alumnos expedientados, multados y encarcelados. 3º Libertad de expresión docente y discente. Y se expresaba, por otra parte, la solidaridad con los obreros en sus reivindicaciones salariales. En esos tres primeros motivos se concretaba la voluntad mayoritaria en favor de una renovación estrictamente universitaria todavía, mientras que en la declaración de solidaridad con la clase obrera se introducía, no sin cierta timidez, la tendencia a rebasar un planteamiento meramente universitarista y a vincular el movimiento estudiantil con el movimiento obrero.»
Por sorprendente que ello pueda parecer, prosigue, paradoja entre paradojas si se tienen en cuenta los muchos años transcurridos, aquellas primeras declaraciones anteriores a la constitución de los sindicatos democráticos explicitan ya la casi totalidad de las reivindicaciones hoy corrientes en el movimiento universitario:
«[…] la autonomía de la universidad, como institución pública característica, respecto del poder político del estado; la gestión democrática de la misma mediante la electividad de todos sus cargos académicos; la racionalización de la utilización de los recursos con la exigencia de un aumento sustancial del presupuesto destinado por el estado a la enseñanza superior; la reelaboración y puesta al día de la mayoría de los planes de estudio vigentes en las distintas facultades y escuelas técnicas; la libertad de expresión en la docencia; el desarrollo de la investigación y la exigencia de la desaparición de las cátedras vitalicias…
Semejanzas que no afectaban sólo al contenido de las propuestas de reforma sino incluso a la terminología, a la forma, con que se exponían, «lo cual es sin duda un índice de la maduración alcanzada entonces y una muestra de la paradójica evolución del movimiento universitario en esos diez años entre los que hay varios de exasperado radicalismo tanto en los métodos de lucha como en los modos de expresión de los estudiantes.»
Empero, si se comparaban las declaraciones de las asambleas libres de estudiantes celebradas durante los primeros meses de 1965 con los documentos salidos de la asamblea constituyente del SDEUB se advertían en seguida los progresos hechos por el movimiento en el curso de apenas un año «tanto desde el punto de vista de la concreción de perspectivas como desde el punto de vista del análisis de la institución universitaria».
Destacaban, entre esos progresos, los siguientes puntos:
«[…] la importancia concedida a la crítica de las barreras clasistas no sólo en la universidad sino también en los niveles inferiores del aparato educativo, la denuncia de la selectividad, el reconocimiento sin reticencias del carácter multinacional de la sociedad española, la importancia concedida al vínculo universidad/ sociedad y, consiguientemente, a la naturaleza complementaria del combate de diversos sectores de esa misma sociedad por alcanzar la libertad: ‘La universidad no puede permanecer aislada de los problemas, las aspiraciones y las actitudes de los hombres de nuestra sociedad. Afirmamos como un deber inexcusable de la universidad la defensa de la libertad donde esté en peligro, la lucha por conseguirla donde no la haya».
Progresos importantes contienían también esos últimos documentos, y sobre todo el Manifiesto, en el plano del análisis de la política universitaria de la Administración en aquellos momentos definiéndola como un camino «que quiere llevar a una institución de puro rendimiento técnico, indigno del hombre de universidad al perder todo horizonte cultural, moral, ideal y politico». ¿Muy distinto propósito del actual?
Análisis éste que permitía apuntar la objetiva contradicción de fondo de la política tecnocrática impuesta por el régimen en la universidad así como la naturaleza de la encrucijada en que ésta se hallaba:
«Subyace a la vía tecnocrática impuesta a la universidad el principio de que es posible dirigir una sociedad moderna, o en vías de serio, mediante un dispositivo de gestión técnica dominado desde arriba sin la intervención del pueblo gobernado. Ese principio orienta el intento de conseguir que el progreso técnico… no vaya acompañado por el correspondiente progreso social. Ese plan debe concluir con un fracaso, porque las fuerzas que mueven el progreso técnico son, en última instancia, fuerzas sociales y sólo pueden ser duraderamente activas si cuentan con las formas de organización social que les corresponden».
Avances también en cuanto a las previsiones para el futuro:
«El frecuente cambio en el ejercicio de las funciones sociales, técnicas, empezando por el trabajo del obrero industrial, es un rasgo típico del presente. También lo es la especialización de los conocimientos. Ambos juntos forman una pareja que va a determinar los problemas de la enseñanza en un futuro no lejano. La única respuesta adecuada a ese problema reside en conseguir una formación intelectual muy amplia de los jóvenes».
Ello no obstante, prosigue FFB, la lectura comparada de documentos no permitía por sí sola ver el dato tal vez más esencial: el cambio en la correlación de fuerzas que se estaba produciendo entretanto en la universidad.
«En 1966 en Barcelona, y a partir de 1967 en Bilbao, Madrid, Valencia y otros puntos los estudiantes se han adueñado de hecho de los edificios universitarios creando así una situación muy parecida al doble poder en el interior de los mismos: los tradicionales poderes académicos retrocedían ante la organización estudiantil de actividades culturales y político-culturales que empezaban a sucederse a ritmo semanal; los departamentos de publicaciones controlados por los estudiantes, y que funcionaban ya con autonomía conquistada un par de años antes, multiplicaron su producción poniendo a disposición de los alumnos traducciones de textos breves de Hegel, de Baran, de Sweezy, de Sartre, de Pavese»
Las revistas culturales editadas por estudiantes en la Universidad, en la de Barcelona hubo varias (Pere de la Fuente fue uno de los estudiantes pioneros en todo ello) y fuera de ella
«[…] resurgían y, en relación con esas actividades, propiciadas por ellas o con la intención de orientarlas, aparecían las primeras editoriales de cuño socialista verdaderamente implantadas en un público estudiantil deseoso de transformaciones y de conocer hipótesis y tesis de las que aquellos mismos poderes académicos trataban de alejarlo; las aulas de poesía, las actividades teatrales, los intelectuales malditos volvían a la universidad aunque fuera por horas y, en ocasiones, para tener que pasar luego por las comisarías.»
El retroceso de los poderes académicos establecidos fue seguido en muchos casos por la inhibición o la impotencia del poder administrativo formal en las facultades.
De este modo «las asambleas en que se avanzaba en la concreción del programa estudiantil, en la organización de ese mismo «doble poder», podían celebrarse a veces con la prohibición expresa y escrita de decanos sin fuerza real, no obstante, para impedirlas.»
El cambio en la correlación de fuerzas no afectó únicamente a las relaciones de los estudiantes con las autoridades sino también a las propias fuerzas políticas existentes en la universidad.
«Parecía como si el viejo brazo ideológico del estado en la universidad, el falangismo, hubiera decidido abandonar finalmente el trabajo político entre los estudiantes, mientras que el nuevo, los militantes del Opus Dei, se contentaran con proseguir la escalada del poder desde las más altas instancias sin tener alternativa que ofrecer al avance democrático de base en la universidad. Hasta el punto de que las aisladas reacciones violentas de los estudiantes de la derecha extrema que se agrupaban entonces bajo el sintomático nombre de «Defensa Universitaria», reacciones reiteradas sobre todo en la Universidad de Madrid, quedaron prontamente ahogadas frente al consenso de la mayoría estudiantil y la resolución de los grupos socialistas organizados.»
La actividad reclutadora de los opusdeístas, particularmente activa algunos años antes, decaía y no pocos estudiantes de formación falangista pasaron a considerar a los seguidores de López Rodó «como el enemigo principal en aquella coyuntura.»
Probablemente, aventura FFB, en esas reorientaciones de la derecha había tenido «no poca influencia» la polémica que en torno al reconocimiento del status universitario del Estudio General de Navarra «había alterado los claustros algunos años antes.» En cualquier caso, y aunque pareciera paradójico,
«[…] los representantes estudiantiles de las ideologías que compartían el poder del Estado en España tuvieron que pasar por entonces a adoptar la misma táctica que los estudiantes socialistas habían puesto en práctica con éxito contra el SEU en las dos décadas anteriores: infiltrarse en los sindicatos democráticos estudiantiles para minados desde dentro, favoreciendo así los proyectos gubernamentales. La minoría combativa de las décadas anteriores se había convertido ahora en mayoría activa.»
La universidad no era el todo de la sociedad española pese a su importancia como reflejo y acelerador de las tensiones de esta última, matizada FFB, pese a que en cierto sentido «adelantaba ya o ponía de manifiesto antagonismos ideológicos y de poder en el seno de la clase dominante que sólo se harían explícitos un par de años más tarde en el plano social general». Por eso, señalaba el que fuera también amigo y compañero del movimiento obrero catalán y español
«[…] aquel doble poder a veces ensalzado como zona de libertad, aquella isla del debate y de la controversia cultural y política, solamente podía mantenerse si rompía los muros universitarios para salir, como se decía entonces después de las asambleas, «a la calle»; esto es, parafraseando la declaración de principios de los estudiantes barcelonés del 66, si la lucha por conquistar la libertad donde no la hay resultaba triunfante. Mientras tanto también el doble poder universitario llevaba en su seno la serpiente de la contradicción.»
Toda organización de masas abierta, no clandestina, regida por la democracia interior, chocaba bajo un régimen fascista con un techo de posibilidades, con un tope objetivo, como era obvio, «que únicamente puede ser superado cuando se logra romper en el plano de la sociedad en su conjunto las instituciones características de opresión de los ciudadanos que configuran dicho regimen».
La experiencia enseña:
«Esto es algo que aprendieron por experiencia propia no sólo los estudiantes afiliados a los sindicatos democráticos sino también los obreros del metal de Sevilla, Madrid o Barcelona militantes en comisiones obreras durante los años sesenta. Pero basándose en esa constatación verdadera no han faltado tampoco quienes sacaron la conclusión falsa de que los sindicatos democráticos de estudiantes llevaban ya consigo desde su nacimiento la propia muerte. Pasar de ahí a postular la reducción de toda lucha democrática y socialista a mera resistencia de secta es relativamente fácil. Y ese paso se dio, en efecto, con cierta frecuencia también frente a los hechos mismos, los cuales prueban que la represión se ceba con mayor facilidad en aquellas otras organizaciones cerradas sobre sí mismas y que no cuentan con el apoyo de la movilización de las mayorías para resistirla.»
Por eso, en su opinión, constituía una simplificación el intento de explicar el ocaso de los sindicatos democráticos de estudiantes universitarios como una consecuencia directa de la elección de representantes que descubre a los mismos ante las miradas torvas de las policías políticas. No en su opinion, no desde su punto de vista.
«Pese a su esquematismo, se acerca más a la verdad histórica, según creo, otra consideración que sitúa el centro del asunto en la progresiva intensidad represiva del contraataque enemigo al menos a partir de marzo/abril de 1966. Esta otra explicación parte del reconocimiento explícito de que, en cualquier caso, habrá que contar con la violencia represiva por lo que, en las condiciones dadas, sólo era posible avanzar haciendo frente a la represión de manera abierta junto con otros sectores de la población no estudiantil. Pero lo cierto es que esto último no fue la consciencia mayoritaria de los estudiantes de entonces ni siquiera, tal vez, de la vanguardia del movimiento».
Al menos hasta 1967 la idea predominante, ilusoriamente fundada en la relativa «liberalización» de los meses anteriores, «fue la de que era posible el reconocimiento legal de los sindicatos democráticos casi basándose en las propias fuerzas de los estudiantes.»
Una buena prueba de ello podía encontrarse repasando las octavillas difundidas en Barcelona entre abril y mayo del 66. Muchas de ellas fueron recogidas por el mismo FFB en el Materiales 2 dedicado al movimiento universitario bajo el franquismo.
Así, pues, la explicación de la derrota de los sindicatos democráticos de estudiantes parece, era algo más compleja.
«En primer lugar hay que tener en cuenta, como ya se ha apuntado, que el movimiento no siguió un proceso lineal en las varias universidades, que, por ejemplo, el ocaso del SDEUB coincidió con la máxima extensión de los sindicatos en Madrid, Valencia, Sevilla, Bilbao o San Sebastián»
Podría decirse, en segundo lugar,
«[…] que si la profundización de la unidad de acción, del alto nivel de organización en la universidad y de los objetivos del movimiento son factores que hicieron posible la insólita experiencia de un sindicato democrático masivamente impulsado y defendido por los propios estudiantes como algo suyo, con toda una importante red de delegados y consejeros e incluso de relaciones internacionales, por otra parte y de la misma manera, la débil extensión de la coordinación política general de las fuerzas de oposición y, por tanto, la inexistencia en la práctica de una alternativa global al franquismo. son razones que explican la decadencia de esa experiencia al dejada encerrada, aislada, dentro de los muros de una universidad a la cual estaba transformando.»
En este sentido, la relativa debilidad de la campaña unitaria de la oposición contra el referéndum de diciembre de 1966, la generalización de la intensidad de las medidas represivas por parte de un gobierno que con la ley de prensa de don Manuel Fraga parecía pretender jugar el papel de las liberalizaciones, y, además, los resultados mismos de aquel referéndum impuesto «constituían en cierto modo un preanuncio de que la relativa rapidez con que se había ocupado el baluarte de la universidad franquista no iba a encontrar paralelismos inmediatos fuera de ella.»
Todo lo anterior, unido a la contraofensiva del gobierno a través de las APE y dirigida directamente contra el SDEUB al iniciarse el curso 1966-1967, explicaría la primera crisis importante del movimiento estudiantil barcelonés a fines de 1966.
«Es sintomático que el centro de esta crisis, la cual condujo a la división en la vanguardia, a la ruptura de la unidad de acción y al progresivo degradarse de la relación entre vanguardia y mayorías, estuviera en la polémica acerca de los vínculos entre movimiento estudiantil y movimiento obrero. Pues ése era, precisamente, el talón de Aquiles del movimiento estudiantil de la época, el cual había encontrado ya considerables dificultades para obtenerla solidaridad mayoritaria de los estudiantes con la clase obrera (significativamente ese tema había sido el más debatido ya en varias sesiones de la IV asamblea libre de la Universidad de Madrid).»
Ese era, por tanto, el punto por el que iba a romperse «la fecunda, pero también contradictoria, coincidencia entre la voluntad genéricamente antifranquista y democrática de la mayoría estudiantil y la voluntad democrático-socialista de la vanguardia del movimiento.» Un nudo roto.
Sería injusto, destaca FFB, cargar con toda la responsabilidad de esa ruptura a una vanguardia iluminada y obstinada en dar el salto en el vacío. Algo de eso había ocurrido.
«Pero también lucidez para analizar la contradicción objetiva en la cual estaba entrando el movimiento estudiantil y la propuesta de reforma democrática de la universidad, como lo prueba, pese a su escasa repercusión e incidencia en las acciones de entonces, el documento titulado «Por una verdadera universidad democrática» en el que, con un lenguaje que empieza a hacerse por vez primera exasperado, se polemiza con las orientaciones ideológicas predominantes durante el año 1966 en Barcelona».
Junto al salto en el vacío e inicio de la exasperación lúcida había habido también un patente desprecio hacia temas que empezaban a ser móvil importante de las acciones universitarias en Europa (por ejemplo, el conflicto vietnamita y las luchas antiimperialistas más en general).
«En esa polarización de posiciones influyó sin duda un último factor, probablemente el más importante: la situación del movimiento obrero en España por entonces. El auge de las CC.OO. en Madrid, sobre todo en el metal, y el triunfo de las candidaturas propiamente obreras en las elecciones sindicales contribuían todavía a alimentar la esperanza en una fusión de las luchas que propiciara la necesaria unidad de acción para la transformación democrática de la sociedad española. Pero también en el caso del movimiento obrero el desfase era evidente entre los grandes núcleos industriales del país.»
En este sentido, concluía FFB su análisis, la relativa debilidad del movimiento de CC.OO. en Cataluña -«con la importante excepción de Terrassa»- y las dificultades que de ello se derivaban para la coordinación entre obreros y estudiantes permitían comprender «por qué la exasperación estudiantil se inició en Barcelona con cierta anterioridad respecto de otras universidades españolas.»
Análisis concreto de la situación concreta. FFB seguía conservando entonces su gusto por los buenos principios leninistas.
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