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(Los pesos específicos)

Frida Kahlo

Fuentes: Rebelión

No es que las modas hicieran suyo el peso de una imagen frágil o una persona indefensa. Frida estaría contentísima con el boom generado por, para y desde su obra plástica. Estaría satisfecha con el efecto seductor de su exotismo dirigido, sobre la estética posmoderna hambrienta de identidad global. Asunto, por otra parte, de estética […]

No es que las modas hicieran suyo el peso de una imagen frágil o una persona indefensa. Frida estaría contentísima con el boom generado por, para y desde su obra plástica. Estaría satisfecha con el efecto seductor de su exotismo dirigido, sobre la estética posmoderna hambrienta de identidad global. Asunto, por otra parte, de estética burguesa y de muchos pesos.

Convertida en emblema de cierto snobismo intelectual, Frida consiguió ofrecer un espejismo pesado, que se cotiza hoy entre los pesos pesados del mercado artístico. Ni muy revolucionaria, ni muy tradicionalista. Lo suficiente para excitar duendes de genialidad mágica, un poco efectista, otro poco copista, un tanto chantajista y extraordinariamente hábil con la lengua. Su nombre sirve para bautizar restaurantes, galerías de arte, movimientos feministas y marcas de ropa en Acapulco, Cancún o Amsterdam. Estética de la mezcolanza muy impregnada con la biografía de Frida. Intelectual nacionalista con ingredientes de lesbiana, promiscua, machista, stalinista. Todo eso mu rentable hoy por hoy. Víctima del destino, de sus pasiones y de sus simulaciones. Idolo perfecto para llenar el vacío de ciertas vaciedades. El mejor epitafio de Frida es su obra misma.

Uno quiere a Frida Kahlo un tanto irremediablemente. Por compasión sin lástima, por complicidad sin pudor o por todo junto. Su obra plástica constituye un folletín melodramático que en muy contadas ocasiones deriva en genial. Su obra es una biografía ilustrada que se refugia en cierto realismo mágico para diluir obviedades. Su multi celebrada originalidad, pisa tangencialmente los linderos del plagio frente a la plástica popular mexicana en las iglesias, los retablos o agradecimientos por sanaciones milagrosas. No hay virtuosismos, no hay sorpresas (excepto fuera de México), no hay propuesta. Y sin embargo, por momentos Frida encuentra la convulsión estética. La belleza misma. Encuentra la imagen justamente donde es invisible. Eso de salvaje que está en su obra, eso de tensión nerviosa que momentáneamente genera estallidos volcánicos, a ratos sutil, a ratos burdamente, le abren paso a dimensiones que Frida misma no se propuso. La obra de Frida está más allá de su autora, llevada por una dosis generosa de casualidad o azar. Otra cosa es exagerar sus virtudes por razones de snobismo o de mercado.

El oficio de querer a Frida Kahlo, con sus sinsabores y contradicciones, se nutre milagrosamente con las raíces históricas mexicanas. Frida representa a cierta burguesía ilustrada venida a revolucionaria y nacionalista en virtud de ciertas coyunturas políticas. Burguesia y burocracia. Ni renuncia radical al «discreto encanto de la burguesía» ni militante al lado masas trabajadoras, más allá de las marchas callejeras o su militancia en el Partido Comunista. Es que las verdades de Frida estaban en otra parte muy íntima, reveladora y estremecedora del ser mujer en su tiempo, por su tiempo y pese a su tiempo. Entre interrogaciones y búsquedas la obra más revolucionaria de Frida radica en la sensibilidad expuesta para dialogar frontalmente con la vida y la muerte, su fortaleza, crueldad e ironía, su aparente desamparo, que realmente era poderío irreverente para vencer calamidades descomunales. La dimesión concreta de otra mujer posible. Temple de heroína, de guerrero, de fiera y de madre. Todo metido en un cuerpo que simboliza las desventajas más inclementes. Suma de factores arquetipo y estereotipo femenino, que se filtran en su obra como crónica puntual de sensibilidad totalmente irracional e incontrolable. Ello era, es, Frida. Lo demás es forma. Y se vende bien. Lo fundamental no se aprecia, entiende y disfruta. Y es una lástima. A la sustancialidad femenina, misteriosa, animal, seductora y sutilísima que aparece muy escasamente en su obra, Frida Kahlo agrega un grito peculiar, único e íntimo que habita fantasmagórico el espíritu femenino. Grito audible sólo en condiciones de sensibilidad y fraternidad muy especiales, grito desoído mayormente. Que semejante portento de transmisión, revelación y ofrenda, grito de vida tarde o temprano, se convierta en pincelada, en color, en textura o en signos icónicos es asunto de un misterio que Frida mantuvo como peso específico de su obra, aunque no fuese frecuente. Aunque fuese misterio y potencia para ella misma. Misterio y enigma fulgurante que hizo por Frida mucho más de lo que uno imagina. Flujo fantástico de imagen no visible, todo lo interior a borbotones para una lección revolucionaria sin moralejas, la libertad de la expresión: la vida misma. Eso ningún peso lo paga.