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Maestro Alfredo Castañeda Flor

Fulgor de la roca y el bronce

Fuentes: eldiplo.info

«Hace falta una carga para acabar la obra de las revoluciones;
para vengar los muertos, que padecen ultraje, 
para limpiar la costra tenaz del coloniaje;
para no hacer inútil, en humillante suerte, 
el esfuerzo , el hambre , la herida y la muerte;
para que la República se mantenga de sí, 
para cumplir el sueño de mármol de […]

«Hace falta una carga para acabar la obra de las revoluciones;
para vengar los muertos, que padecen ultraje, 
para limpiar la costra tenaz del coloniaje;
para no hacer inútil, en humillante suerte, 
el esfuerzo , el hambre , la herida y la muerte;
para que la República se mantenga de sí, 
para cumplir el sueño de mármol de Martí;
para guardar la tierra, gloriosa de despojos, 
para salvar el templo del Amor y la Fe,
para que nuestros hijos no mendiguen de hinojos
la patria que los padres nos ganaron de pie».
Rubén Martinez Villena

«Entendemos por pueblo, cuando hablamos de lucha, la gran masa irredenta a la que todos ofrecen y a la que todos engañan y traicionan, la que anhela una patria mejor y más digna y más justa, la que está movida por ansias ancestrales de justicia por haber padecido de injusticia y de burla generación tras generación; la que ansía grandes y sabias transformaciones en todos los órdenes y está dispuesta a dar para lograrlo, cuando crean en algo o en alguien, sobre todo cuando crea suficientemente en sí misma, hasta la última gota de sangre».
Fidel Castro

Su gracia arrebatadora y su formidable ímpetu vital contrastan con el dejo de tristeza presente en los ojos que durante 85 años han contemplado en primera persona el sufrimiento del pueblo al que ha servido con su talento, su sencillez y su pureza.

El maestro Alfredo Castañeda Flor forma parte de las que Martí llamó «columnas del amor sin tregua», nuestra estirpe del decoro. Nacido en la entraña popular, en un hogar en el que conoció, en sus propias palabras, «de la pobreza para abajo», su talento precoz tuvo que esperar en las ollas de cobre fabricadas por su padre, y vendidas como ambulantes en los barrios ricos de Cali, a que un azar tan misterioso como ineludible irrumpiera para ingresarlo a estudiar Artes Plásticas en lo que para él fue un templo: la Escuela de Bellas Artes, bajo la guía directa del maestro Carlos Correa y la orientación institucional del maestro Antonio María Valencia.

En Cali, en una marcha del 1º de mayo en la que los estudiantes habían desmontado el monumento afrentoso de Ignacio Rengifo -ministro de Guerra bajo cuyo mandato sucedió la masacre de las Bananeras-, conoció y admiró a Julio Rincón, un extraordinario líder juvenil de causas populares que fue descuartizado bajo el gobierno de Laureano Gómez Castro. Poco a poco, su conciencia y su talento fueron moldeándose en las fraguas de la claridad ética y el aprecio por la perfección estética.

Su parábola vital de hombre con dotes congénitas para la pintura, la escultura y la fotografía, y corazón amante de lo honesto y de lo justo, lo fue hermanando con la memoria de los de abajo, las organizaciones populares y el partido comunista. Así se ha labrado su obra de décadas, algunas remodeladas, otras demolidas por las mentes fascistas: una escultura en memoria de los estudiantes caídos en la lucha contra la dictadura de Rojas Pinilla, en el barrio Tierrablanca, en Siloé, en Cali; un homenaje a La vorágine en Neiva; esculturas frente a la memoria del espanto en Tuluá y Mapiripán; su asombroso homenaje a la niñez donde logra alar el bronce con su pequeña danzadora con aro, la niña saltando lazo y el niño jugando trompo…

En la obra reunida de Alfredo Castañeda se conjugan la espiritualidad de los pueblos del agua, la Uba-quinua y el maíz, la sabiduría técnica, el pálpito suave y enérgico de la fuerza maternal, la admiración por el misterio y la magia del juego, y el oficio de la memoria indómita de un pueblo con mil mestizajes que ha resistido la barbarie, el arrasamiento y la perfidia sistemática de un sistema de comunicación encargado de aplastar la memoria, confundir las mentes y aturdir los espíritus.

Su conversación, como riachuelo de destellos que se desliza en infinitas anécdotas esclarecedoras, torna inexistente el tiempo. El arte que guarda en las manos le flamea en la garganta. Ahora, su memoria prodigiosa remembrando el fragmento del poema de Juan de Castellanos sobre la Gaitana; después, la narración de su encuentro con Bateman y la enseñanza del esténcil cuando militaba en las Juventudes Comunistas; ahora, el itinerario de su hermandad decisiva con Arturo Alape; más tarde, su viaje a la isla germinal al primer congreso de escritores y artistas cubanos, su trasegar hacia la luz de Oriente y su encuentro con Martí; entonces, su voz con el poema de Ramiro Lagos, evocando como antorcha en las venas la gesta de Galán y de Alcantuz; en seguida, su viaje de estudios a la extinta URSS en los tiempos funestos de la guerra fría que legaron el miedo y la furia anticomunista; ahora, la fundación del barrio Julio Rincón en el suroccidente de Bogotá, donde construyó el hogar junto a Nelly, su leal compañera de toda la vida, y edificó su humilde taller, el mismo en el que recibió la última visita del senador Manuel Cepeda Vargas ocho días antes de ser éste acribillado. Manuel, el hombre de las convicciones firmes y la sensibilidad artística, que lo apreció desde los años 50, cuando presidió la Unión Nacional de Estudiantes Colombianos, y llegó a quererlo como amigo.

La conversación con el maestro Castañeda pudiera ser un manantial de sencillez, devoción en la labor, comunicación con nuestro espíritu ancestral y compromiso sincero con nuestro pueblo, para las generaciones jóvenes que enfrentan las atmósferas tóxicas de las morales que predican el haz lo que digo y no consideren lo que hago, y las éticas despotenciadoras de la energía comunitaria que, bajo los discursos elocuentes, todo lo sacrifican en los altares de sus corazones impuros. Su palabra nos recuerda a Ricardo Samper, fundador del Moir, como hombre excepcional porque fue honesto ejerciendo la política. Critica de manera implacable a quienes atentan contra la imprescindible unidad en torno a principios, no viendo más allá de sus intereses electorales, y a los ambidiestros que usan la izquierda para aparentar la defensa de las causas sociales. «En esto de las clases sociales -dice- uno no puede generalizar; hay sectores de la burguesía que han sido democráticos. Y, entre los que figuran como adalides de las clases populares, ha habido porquerías, ladrones, oportunistas». Su visión labrada en la entrega sin pausa a la expresión de las verdades de los de abajo, y su sensibilidad de trabajador de la piedra y el bronce contemplan en la Marcha Patriótica un acontecimiento político de nuestro tiempo, y en la paz, en la paz genuina, la gran escultura colectiva que debemos moldear.

Gratitud a Alejandra Hernández por su tiempo y apoyo en la realización de las entrevistas que sirvieron de base para esta publicación.

Fuente: http://www.eldiplo.info/portal/index.php/component/k2/item/199-maestro-alfredo-casta%C3%B1eda-flor-fulgor-de-la-roca-y-el-bronce