La preocupación internacional por el fundamentalismo islámico ayuda a disimular el hecho de que muchos países occidentales conviven con sus propios fanáticos ultra religiosos. Estados Unidos, cuyo gobierno ha tomado como blanco al islamismo radical, no es una excepción.
Nadie ignora en este país que buena parte del apoyo al presidente George W. Bush proviene de grupos protestantes fundamentalistas, cuya creencia en la palabra literal de la Biblia es comparable a la interpretación literal de la palabra de Mahoma que hacen los fundamentalistas islámicos.
El problema para muchos ciudadanos estadounidenses que defienden la libertad de pensamiento y la separación entre Estado e Iglesia, se presenta cuando los activistas religiosos intentan imponer sus creencias a los demás.
Este ha sido asunto histórico en el sistema educativo estadounidense, con manifestaciones tan recientes como la decisión de la Junta de Educación del central estado de Kansas, en 1999, de suprimir la enseñanza de la teoría de la evolución de las especies en las escuelas de ese estado central.
La polémica se resolvió en 2006, cuando los votantes del estado desplazaron a la mayoría fundamentalista de la posición que ocupaba.
Sin embargo se percibe una atmósfera de conflicto permanente, para no mencionar el difícilmente disimulado desprecio hacia los fundamentalistas de mucha gente educada. Estos sentimientos están presentes entre el público que colma el teatro Lyceum de Broadway para ver una emocionante versión, con un elenco plagado de estrellas, de «Heredarás el viento».
La producción es una nueva versión de la obra estrenada en 1955, escrita por Jerome Lawrence y Robert E. Lee, que cuenta la historia de lo que se conoció como «El juicio del mono». Los defensores de la infalibilidad de la Biblia se burlaban de la teoría de la evolución, a la que reducían al concepto de que el hombre desciende del mono.
En 1925, John Scopes, un maestro de ciencias y entrenador de fútbol americano en un pequeño pueblo del estado de Tennessee, sudoccidente del país, fue juzgado y condenado por enseñar la teoría de la evolución de Darwin. Scopes había violado una ley estatal que prohibía a los profesores enseñar cualquier tema que entrara en conflicto con los postulados de la Biblia sobre la creación.
Irónicamente, el título de la obra proviene del texto bíblico, de una cita atribuida a Salomón en el Libro de los Proverbios: «El que perturba su propia casa heredará el viento».
La obra se refiere no sólo a la imposición de la ortodoxia religiosa sino que aborda los intentos de coartar la libertad de pensamiento en general. Los autores la escribieron en 1950 como respuesta a la amenaza a la libertad intelectual que encarnaba el senador Joseph McCarthy, quien entre 1947 y 1957 utilizó la bandera de la amenaza comunista para silenciar voces progresistas.
En la obra, el maestro de ciencias Bert Cates (interpretado por el actor Benjamin Walker) es encarcelado por explicar la teoría de la evolución a sus estudiantes. Recibe una rápida ayuda de un diario de Baltimore, que contrata al abogado Henry Drummond (Christopher Plummer) para defenderlo y, para cubrir la historia, despacha a su más brillante reportero, inteligentemente interpretado por Denis O’Hare como un cínico y sarcástico parlanchín.
En los hechos reales ocurridos en 1925, Scopes no fue acusado por casualidad. La Unión de Libertades Civiles de Estados Unidos propuso al joven maestro que desafiara la ley que prohibía contradecir la Biblia. Fue defendido por Clarence Darrow, hasta hoy el abogado más famoso en la historia de este país. El periodista está inspirado en el agrio y mordaz crítico y columnista H. L. Mencken.
El fiscal del juicio real fue William Jennings Bryan, tres veces candidato a presidente por el Partido Demócrata y con una sincera preocupación por la situación de los trabajadores. Pero su fundamentalismo lo convirtió en una persona de mente estrecha y presumida. En la obra aparece como Matthew Harrison Brady (un casi gruñón «buen muchacho» encarnado por Brian Dennehy).
El momento cumbre del drama, y del caso real, se produce cuando el abogado Drummond, a quien un nada imparcial juez le había impedido presentar como testigos a eminentes profesores de zoología, geología y otros científicos, llama a testificar al fiscal. Este acepta y acaba haciendo el tonto: tras asegurar con insistencia que en realidad un gran pez se tragó a Jonás, remata afirmando que Dios le habla. Gran carcajada del público.
En un punto de la obra se escucha decir en el escenario: «¿Por qué Dios nos maldice con el poder de razonar?» Como el defensor deja en claro, es el derecho a pensar libremente el que se está enjuiciando.
Dennehy convierte al fiscal, quien debía lucir como alguien más inteligente, en un oportunista, demagogo y adulador de multitudes. (Bueno, ha habido bastantes evangelistas farsantes por aquí).
La puesta en escena de Doug Hughes utiliza música y pompa para agregar sabor al ambiente. Incluso mientras los espectadores se están acomodando en sus lugares (algunos inclusive en el escenario, en 94 «asientos de la corte») algunos intérpretes, con acompañamiento de mandolina y guitarra, cantan «You Can’t Make a Monkey of Me» (no me puedes convertir en mono), una canción muy popular en la época del juicio a Scopes.
La producción es cautivante, y no sólo por el hecho de que aún hay religiosos que insisten con la teoría del creacionismo y políticos que les prestan atención.
El 3 de mayo, los 10 principales aspirantes del gobernante Partido Republicano a la candidatura presidencial para las elecciones de 2008, participaron en un debate que se televisó a todo el país. Tres de ellos (el senador por Kansas, Sam Browback, el ex gobernador de Arkansas, Mike Huckabee, y el congresista Tom Tancredo) dijeron que no creían en la teoría de la evolución para explicar el origen del ser humano.
*Lucy Komisar es una periodista y crítica teatral neoyorquina.