Pedagogo. Comunicador. Revolucionario. Cualquiera de esos tres enormes trajes le ajusta bien al uruguayo Gabriel Kaplún, uno de los maestros de referencia en América Latina cuando se habla de comunicación, educación popular y participación. Invitado a dictar la conferencia magistral que cerró el IX Encuentro Internacional de Investigadores y Estudiosos de la Información y la […]
Pedagogo. Comunicador. Revolucionario. Cualquiera de esos tres enormes trajes le ajusta bien al uruguayo Gabriel Kaplún, uno de los maestros de referencia en América Latina cuando se habla de comunicación, educación popular y participación. Invitado a dictar la conferencia magistral que cerró el IX Encuentro Internacional de Investigadores y Estudiosos de la Información y la Comunicación (ICOM 2017), durante toda la semana del evento se le vio en pasillos, salas de exposición, reuniones informales de estudiantes y cuanto espacio hubiera para compartir y escuchar. Profesor por más de un cuarto de siglo de la Universidad de la República, en su país, miembro de la International Association for Media and Communication Research y autor de libros como ¿Educar ya fue?: culturas juveniles y educación, no tiene reparos en regalarme 18 minutos de su agenda para conversar sobre Formación, Juventud y Cuba, tres universos que lo apasionan. Para él, padre de dos hijos y abuelo de una nieta con apenas días de nacida, «nadie es solamente un heredero, sino, también un reinventor de legados y de una vida propia».
Cuando se enfrenta día a día a la tarea de formar jóvenes, en una época en que parece que solo les importara jugar con sus teléfonos y otras banalidades, ¿cómo se lo plantea?
Te confieso que hay momentos en que no sé qué hacer. Dudo mucho de por dónde comenzar. A veces uno busca el joven ideal que hay en su cabeza, ese que tiene un poco de uno que quizás existió, pero ya no existe y de un modelo que proyectamos hacia el futuro. Ahí nos encontramos algunos que encajan en estas miradas, y otros tantos que no. Entonces viene el gran desafío: cómo tomar un poco de distancia, dar un paso atrás y descubrir las potencialidades que el joven tiene sin centrarnos, como habitualmente ocurre, en sus deficiencias.
A veces sucede, por ejemplo, que uno dice: «no hay interés en la política». Y quizá lo que no hay es interés en cierta forma de política que construimos en algún momento y que a los jóvenes con buenos motivos no les interesa. Puede que haya otra forma de política, que ellos ni siquiera la conocen por ese nombre y que, en realidad, sí está pensando la relación con el poder, y su transformación.
Así, en un primer golpe de vista a un auditorio juvenil podríamos decir: «No hay comunicación», porque uno esperaba encontrar formas de comunicación a las que estábamos acostumbrados, y lo de los muchachos con sus móviles y dispositivos nos pone muy nerviosos. ¿Qué pasa? ¿Están distraídos? ¿No les importa nada? Igual uno se topa con jóvenes que están como de vuelta de eso, que ya se aburrieron y quieren algo distinto. No hay un joven tipo, milenio o lo que sea, moldes así suelen ser falsos. Detrás de las generalizaciones hay una variedad enorme. Y urge tratar de ver las mil diferencias, las mil historias. Además, pensemos que algo del hastío, del desinterés de esos muchachos nos habla de cuánto erramos en el mundo que les erigimos…
Si tuviera que resumir algunos principios de Ética mínima para los jóvenes, tomando el título de un conocido libro de Adela Cortina, ¿qué diría?…
Quizá me agarraría de las viejas convicciones de comunicador. Partiría primero de una Ética de la escucha, porque saber escuchar sigue siendo tan difícil… Seguiría con una Ética de la palabra, la propia y la ajena. Poder poner en palabras cosas que nos cuestan, que se nos hacen complejas. El encuentro es otra cosa clave. Reconocer cuándo se produce desde lejos, mediado por las tecnologías y cuándo es el momento de vernos frente a frente, de tocarnos, de abrazarnos. En ese sentido llegaríamos a una Ética del cuerpo, del poder estar con el otro, de poder juntarse. Asimismo sería necesaria una Ética del compromiso. Por instantes parece que dar «me gusta» a algo en Facebook es suficiente. «Ya hice lo que tenía que hacer». Y no, no basta. Está bien la muestra inmediata de simpatía, pero entre el «me gusta esto» y «me disgusta aquello», qué queda, cómo voy hacia el prójimo, más allá de un clic en la pantalla…
Usted ha venido más de seis veces a la Isla desde que comenzó la década del 2000. Ha interactuado con jóvenes en distintos escenarios a la par que el país se transforma… ¿Cómo ha visto actuar a los más nuevos cubanos? ¿Qué retos cree tienen por delante?
Tengo la impresión de que ha habido dos posturas simultáneas: están los jóvenes que se hartaron, que ya no confían en este proceso, y a su vez se bifurcaron en dos caminos: los que fueron a buscar las raíces de este proceso revolucionario en otros espacios, incluidos otros países; y también los que simplemente sucumbieron a la seducción del capitalismo puro y duro; y entonces debíamos preguntarnos: por qué. Y junto con esos, existen muchos jóvenes que se han quedado, que están dando la pelea aquí y ahora por transformar su entorno. Y se observan también alianzas, puentes, entre los que no están y los que permanecen.
Una generación como la que hoy tiene 30 y tantos y las otras que vienen detrás le dan la oportunidad a Cuba de reinventar el socialismo, desde abajo. En los últimos años se han visto cambios evidentes en el país y otros que, tal vez, están demorando bastante. Y esa lentitud no es menor, porque no solo demora las cosas, sino que podría ahogarlas. Esto lo puedo ver incluso desde mi nación. Uruguay lleva 12 años de gobierno de izquierda. Y algunos piensan: «bueno, hemos ido lento, pero bien», pero hay quienes opinan que se ha ido demasiado lento y esa lentitud amenaza con matar el proceso.
En esa tensión, creo, andan por acá. Y como les decía a los alumnos de la Facultad de Comunicación ante una pregunta de esas difíciles sobre si «revolución» o «evolución»: miren, no sé qué nombre tiene, pero todo dice aquí que hace falta cambiar cosas y que si no las cambian ustedes, nadie lo hará.
¿Por qué luchar entonces en la Isla, según su óptica?
Por una Cuba que aproveche todo lo bueno que la Revolución ha tenido y logre sacarse todos los lastres que la Revolución carga. Y luego, por inventar y reinventar caminos; que son para ustedes, pero también para los demás. Cuba ha sido muy importante para mucha gente fuera de la Isla. El cómo les vaya aquí es en extremo significativo para los otros.
Fuente: http://cubaposible.com/gabriel-kaplun-reinventar-socialismo-desde-abajo/