Con una negociación la guerrilla conseguiría eventualmente su reivindicación histórica de encontrar salidas políticas al conflicto social y armado. El gobierno se ahorraría el desgaste fiscal y político que supone librar la guerra más antigua de América. El único derrotado con la paz es Uribe. Tras de él, cómo no, la mafia y los militares, que gerencian la guerra a manera de negocio privado.
Contemos una historia más típica que los fríjoles con arepa: la vida de Álvaro Uribe Vélez. Es una película de vaqueros, donde sobran armas y cualquier asomo de ley o justicia aparece lejano, confuso, imposible.
Todos los caminos conducen al Ubérrimo o de la mina de mierda
Su pasado narco y neoliberal furioso no merece demasiada recordación. Son antecedentes tan conocidos que hoy pasan por anécdotas. Flash back: Uribe ponente de la ley 100 en el Congreso para degollar el sistema público de salud, Uribe feriándole el país a las multinacionales, Uribe el consentido del capital financiero, Uribe montando en el helicóptero privado de Pablo Escobar [1] , Uribe con un asesor incondicional que es primo hermano de Pablo Escobar [2] , Uribe socio de Pedro Juan Moreno que era el principal importador de insumos químicos para producir cocaína [3] , Uribe y sus íntimos los Ochoa Vásquez [4] -capos de capos- jugando con caballos finos, Uribe y su cuñada y su sobrina extraditadas a los Estados Unidos [5] por tráfico de estupefacientes y lavado de activos, Uribe y su hermanito Santiago reconocido rufián y sicario [6] , Uribe y su jefe de seguridad [7] bajo la nómina de la mafia, Uribe y sus amigos paramilitares, Uribe propietario de una hacienda (el Ubérrimo) contigua a la hacienda de Salvatore Mancuso, Uribe y sus ministros y sus congresistas y sus hijos acochinados a más no dar con la justicia. Carga un prontuario equiparable a una mina de mierda, podrían exportarse inmundicias por toneladas. Además, una mina a cielo abierto, concesionada por ahora a las Cortes Norteamericanas.
Cuentan que sabía montar a caballo con una taza de café en la mano sin derramar una gota, de la misma manera como resultaba incapaz de hacer una jugada política sin derramar sangre o cuotas burocráticas.
Poncho, sombrero aguadeño y motosierra
Su programa buscando llegar al poder en 2002 fue simple: arrasar el territorio nacional para acabar con los terroristas. Llegar al poder es un eufemismo. Se trató de un asalto coordinado dónde se conjugó esa consabida compraventa de votos que tanto conocemos los colombianos con las presiones armadas de los paramilitares, principalmente en la Costa Caribe y Antioquia. Tenía la bendición de Washington y de los legítimos propietarios del país en ese entonces.
¿Quiénes son los terroristas? Resulta un concepto difícil, inscrito en la retórica norteamericana de falacias inaugurada con el 11 de septiembre. Sin embargo, esa distinción le cayó a las guerrillas que apenas un año antes dialogaban con el gobierno en calidad de opositores en armas. También serán terroristas los sindicalistas, los partidos de izquierda, los líderes populares, comunitarios, campesinos y estudiantiles, y por encima de todos, los defensores de Derechos Humanos. También cualquier participante en protestas o huelgas. Incluso, son candidatos a terroristas prestantes miembros de la derecha que cuestionen el mandato del mesías rural. Y por supuesto Evo Morales, Rafael Correa, Daniel Ortega y Hugo Chávez, encarnación caribeña de Lucifer.
Su método de gobierno es igualmente simple: manejar el país como una hacienda ganadera, o lo que es más preciso, hacer del país una gigantesca colección de haciendas ganaderas. ¿Cómo lograrlo? A punta de rejo y motosierra. Para ello son indispensables dos cosas: el sombrerito aguadeño de gamonal que lleva en todas sus giras y una complicada distribución de impunidades a todos los niveles que aceitan la maquinaria del despojo. No conocerá leyes, su único estatuto es el plomo. Colombia bate así todos los records de violaciones a los Derechos Humanos durante su gobierno y se consolida como el tercer país más desigual del mundo.
En esta situación, para mantenerse ocho años con enemigos a izquierda y derecha hay que regar mucha sangre, repartir demasiadas prebendas, traicionar muchos aliados y aliarse con muchos traidores. No queda otra salida a los advenedizos: su futuro está embargado, deben subsistir de un dudoso presente y perpetuarlo a como dé lugar. Borrachos de triunfalismo, Uribe y su banda proclamaron el fin de la guerrilla (lo que en esencia constituía el único programa de gobierno) en un plazo de seis meses, que luego se prorrogó a dos años. Al terminar el primer mandato impusieron la reelección con el pretexto de consolidar el triunfo y cuando cumplían ocho desastrosos años de guerra, Uribe abandonaba la Casa de Nariño con las explosiones como música de fondo, evidencia del desastre militar contra la insurgencia en el Cauca. Su «misión histórica», su razón de ser no había logrado materializarse por completo.
Aun así él no salía agachado. Es un bravo con el machete, más terco que todas las mulas que arriaran los caminos antioqueños, porfiado, camandulero. Igual que los gallos finos de pelea, está dispuesto a morir peleando.
El talante de Uribe encuadra perfectamente en lo que se denomina «capitalismo del desastre». Es un político que no sobreviviría un día sin la catástrofe: sin conflicto, sin la dudosa amenaza de un «terrorismo» inventado en buena medida por los medios, sin el caos permanente dentro de la vida pública, figuras como la suya pierden toda relevancia. Su único discurso es la guerra. Su herramienta principal el miedo, que él mismo se encarga de gestionar: sus allegados lo fabrican y lo administran. Muchos de los crímenes atribuidos a la subversión, sobre todo en tiempos electorales, provinieron misteriosamente de las entrañas del establecimiento: el asesinato de la hermana de César Gaviria, los autoatentados en guarniciones militares, el bombazo contra Caracol Radio, el atentado que casi mata a Germán Vargas Lleras, el paro armado que paralizó la costa Caribe comenzando el 2012…
Desplumar una gallina
La fuerza de los acontecimientos ha tomado tanta inercia que el colapso de Uribe parece inevitable. Al principio la intención de la derecha era nada más bloquearlo o sacarlo del poder una vez había cumplido con los objetivos principales de la pacificación de los sepulcros. Pero cuando cayeron los primeros cimientos de su entable podrido, todas las fichas del andamiaje comenzaron a naufragar como una fila de dominó. No queda opción: hay que sacrificarlo para limpiar la imagen institucional. Ha sido el propio Uribe el encargado de complicar más la situación recurriendo a una defensa desesperada que tiene mucho de estrategia ofensiva: desestabilizar, generar zozobra, acudir al caos como garantía para aferrarse al poder. Lo ha intentado absolutamente todo: buscó fallidamente imponer un tercer período presidencial; deseó una invasión a Ecuador y Venezuela en 2008, y posteriormente, en vísperas del gobierno Santos lanzó irresponsables amenazas beligerantes a Chávez, contra quien apoyó varios ensayos de golpe de Estado fracasados a lo largo de su mandato; desenfrenó la persecución abierta de sus opositores de la derecha mientras era Presidente; desató una oleada de oscuros atentados y eventos resonantes buscando crear opinión adversa al nuevo gobierno; finalmente, emprendió una virulenta campaña de giras por América Latina y Colombia; ataques permanentes en Twitter con señalamientos a diestra y siniestra, un renacimiento del paramilitarismo en varias zonas del país y hasta una tentativa encaminada a derrocar a Santos exacerbando los militares. Incluso está impulsando la promoción de una nueva constituyente para generar anarquía política. Lo ha intentado todo.
Juan Manuel Santos, que es la resurrección andina de Maquiavelo, sabe bien cómo se mata una gallina: primero hay que meterse al gallinero. Después agarrarla lentamente para que no revolotee. Se la cuelga de las patas, se la marea y desnuca, luego se la pasa por agua caliente, por último se la despluma y despresa. En ello consiste el juego macabro de la derecha con Uribe: aislarlo poco a poco, acorralarlo mientras le agradecen hipócritamente los servicios prestados. Le arrebatan cuotas burocráticas, le roban los aliados que son prostitutas del poder y se venden por migajas; destapan al mundo su mina de mierda, desprestigiándolo en los medios. En cuanto a investigaciones judiciales, todos los caminos conducen al Ubérrimo. La pregunta a estas alturas no es si Uribe caerá sino cuándo y cómo. ¿Cuál será la prueba reina? Sobran pruebas, que estuvieron siempre a la vista de todos, maquilladas u ocultas por los emporios comunicativos. Quizá algún video de sus tertulias con los paramilitares. Quizá algún expediente norteamericano sobre su pasado de mafioso. ¿Cuál será la estocada final? Ya llegó: la negociación con la guerrilla.
Gallo muerto en raya gana
Alvarito sólo tiene una virtud y es la audacia. El problema es que la derrocha, porque nunca estaría capacitado para gobernar un país normal en tiempos normales.
Lo único que faltaba para dejar obsoleta una máquina de matar como Uribe era la desintegración de su razón de ser. La carta que Santos se juega negociando con las guerrillas deja completamente sin aire político al sector mafioso representado por Uribe, que compraba impunidad a cambio de combatir virulentamente la oposición de izquierda. Santos no es audaz pero es astuto. Sabe que logrando la paz logra la reelección y se quita de encima el problema que define los últimos cincuenta años de historia nacional. También sabe que por añadidura neutraliza ese sector incendiario y peligroso enquistado en la institucionalidad, acostumbrado a hacer de la violencia su mecanismo para equilibrar las cuotas del poder. Santos contempla incluso legalizar las drogas para arruinar económicamente a los narcos, propuesta que fue rechazada con violencia por el ex presidente. Obvias razones tendrá.
Con una negociación la guerrilla conseguiría eventualmente su reivindicación histórica de encontrar salidas políticas al conflicto social y armado. El gobierno se ahorraría el desgaste fiscal y político que supone librar la guerra más antigua de América. El único derrotado con la paz es Uribe. Tras de él, cómo no, la mafia y los militares, que gerencian la guerra a manera de negocio privado.
Por eso no es de extrañar que en esta coyuntura Álvaro intente un suicidio magnífico, una inmolación sorprendente aventurando a como dé lugar el regreso de la guerra. Lo intentará a través de las fuerzas militares, que pueden desbocarse a bombardear y cazar comandantes guerrilleros para romper el ánimo de los insurgentes, como hicieron cuando Belisario Betancur. Lo intentará a través de la guerra sucia paramilitar llenando nuevamente de muertos y frustración al movimiento social, sacrificando a sus líderes y sembrando el terror de la misma manera que lo hizo mientras fue Presidente. Lo intentará en el terreno de la opinión pública fabricando atentados y vociferando su ponzoña, amplificada por periodistas serviles y medios de ultraderecha a lo largo del mundo hispano.
Gallo muerto en raya gana, si el otro corriendo va. Uribe caerá, es casi seguro, pero lo hará dinamitando la estabilidad frágil que Santos está construyendo. En ese contexto la debilidad de Juan Manuel para enfrentar los problemas con pulso firme, combinada con la conocida intransigencia de la guerrilla, pueden derivar otra vez hacia la catástrofe. Sólo hay dos cartas sobre la mesa: la de la guerra, que garantizará la impunidad de los de siempre. La de la paz, que implica ajustar cuentas con los perpetradores del genocidio, con los adictos irredentos de la violencia y el despojo.
Hay un hecho que parece seguro: el país no soportará otro genocidio como el que encarna Uribe. Un pirómano sentado en el solio de Nariño sólo conseguirá que arda la tierra bajo sus pies. «A los terroristas, que busquen otro planeta porque de aquí los sacamos» fue una de sus frases memorables, en el remoto 2005 [8] . Ahora quién tiene que buscarse otro planeta es él, viudo del poder desterrado al basurero de la historia, porque de aquí lo sacamos a las buenas o a las malas, ahogado en su propia mierda de matón de esquina con delirios de emperador emplumado.
NOTAS:
[1] Daniel Coronell, «los de las gafas», Revista Semana 6 de octubre de 2007, disponible en: http://www.semana.com/opinion/
[2] «El dilema de José Obdulio», Revista Semana, disponible en: http://m.semana.com/nacion/
[3] «Uribe responde a las incógnitas», El Tiempo, Bogotá, 21 de abril de 2002.
[4] Ibíd.
[5] «excuñada de Uribe en manos de la DEA: Dolly Cifuentes Villa, extraditada a EE.UU.», El espectador, 7 de agosto de 2007, disponible en: http://www.elespectador.com/
[6] «El misterio de los doce apóstoles», El Espectador, 24 de Mayo de 2010, disponible en: http://www.elespectador.com/
[7] «General Mauricio Santoyo se declaró culpable en Corte de EE.UU», El Espectador, 20 de agosto de 2010, disponible en: http://www.elespectador.com/
[8] «Las FARC, heridas por captura de Chigiro», El Tiempo, 7 de marzo de 2005, disponible en: http://www.eltiempo.com/
Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.