El mundo se construye a partir de nuestro imaginario, de lo que consideramos bueno o malo, posible o imposible, inútil o eficaz. Los límites de lo posible, dependen a menudo de nuestra percepción, teniendo en cuenta, evidentemente, las constricciones y oportunidades del período. He aquí la clave de la victoria o el fracaso. Aún recuerdo […]
El mundo se construye a partir de nuestro imaginario, de lo que consideramos bueno o malo, posible o imposible, inútil o eficaz. Los límites de lo posible, dependen a menudo de nuestra percepción, teniendo en cuenta, evidentemente, las constricciones y oportunidades del período. He aquí la clave de la victoria o el fracaso.
Aún recuerdo en un ya lejano año 2000, cuando varios activistas sociales organizamos, el mismo día de las elecciones generales, la Consulta Social por la Abolición de la Deuda Externa de los Países del Sur. Centenares de mesas de votación fueron instaladas, más de un millón de votos recogidos contra el pago de una deuda ilegítima e ilegal, miles de personas movilizadas. Se trató de una experiencia iniciática para muchos, que como toda práctica de introducción a un rito, el de no claudicar, dejó huella. Una frase fue de las más repetidas en los múltiples balances: «Lo consiguieron porque no sabían que era imposible», una cita del poeta francés Jean Cocteau.
Hoy, catorce años más tarde, estas palabras regresan al presente. Su significado guarda la esencia del tiempo político actual, donde hemos pasado de la resistencia a la férrea voluntad por cambiar las cosas y ganar. Y el plus radica, en que dicha convicción ya no es patrimonio solo de un puñado de activistas bienintencionados sino que este convencimiento empieza a hacer mella en una mayoría social.
El movimiento de los indignados logró cambiar nuestro imaginario colectivo en relación a la crisis. Pasamos de considerarnos culpables y cómplices de la misma, como nos habían hecho creer a partir del tan cacareado «Habéis vivido por encima de vuestras posibilidades», a descubrirnos como víctimas de un robo y una estafa a gran escala. En consecuencia actuamos: indignados, ocupando bancos-hospitales-viviendas vacías-universidades, desobedeciendo, sin miedo.
El legado del 15M, tres años después, sigue ahondando en esta percepción de lo común, desmontando los mitos de un sistema que quiebra en todos sus frentes. Avanzando de las calles a las instituciones. El «sí se puede» su leitmotiv. Con una perspectiva clara: Ganar. Muchos decían: miles en la calle, pero en las elecciones vencen los mismos de siempre. Otros respondíamos: la traslación electoral del malestar social requiere tiempo, pero, tarde o temprano, llega. Grecia es nuestro mejor espejo, con todo lo bueno y todo lo malo.
Los resultados de las elecciones europeas no dejan lugar a dudas: 1,2 millones de votos para Podemos. Varias encuestas, días después de los comicios, les otorgaban un fuerte crecimiento en caso de celebrarse elecciones generales. En Catalunya, el Procés Constituent, impulsado por la monja benedictina Teresa Forcades y el economista Arcadi Oliveres, en tan solo un año, ha constituido más de cien asambleas locales y sectoriales, con el objetivo de convertir la mayoría social víctima de la crisis en mayoría política, y con la mirada puesta en una candidatura unitaria, plural, en las próximas elecciones al Parlament de Catalunya. Ahora, en Barcelona varios activistas sociales, con Ada Colau entre ellos, impulsan la iniciativa Guanyem Barcelona (Ganemos Barcelona) de cara a la contienda municipal.
Ganar es posible. Sin embargo, si el tablero se mueve es gracias a la desobediencia y a la construcción de utopías desde abajo. Sin eso, el miedo nunca habría empezado a cambiar de bando. Si hoy, los fundamentos del establishment se tambalean, también, en el plano electoral es debido al aliento caliente de los nadie en la nuca de los de arriba. No lo olvidemos, y a seguir avanzando.
* Artículo en Público.es, 18/06/2014.
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