Los incidentes que han rodeado el evento que podemos llamar «el caso Garay» expresan de manera real -y también simbólica- el actual momento que vive el país. Rafael Garay es un producto no sólo de la liviandad de los medios y del espectáculo, sino también es una creación propia de una sociedad e institucionalidad basada […]
Los incidentes que han rodeado el evento que podemos llamar «el caso Garay» expresan de manera real -y también simbólica- el actual momento que vive el país. Rafael Garay es un producto no sólo de la liviandad de los medios y del espectáculo, sino también es una creación propia de una sociedad e institucionalidad basada en el dinero y el lucro, la publicidad y el marketing . Garay es un bien de consumo perfecto en el mercado neoliberal: alta rentabilidad sobre una simple imagen. Como una representación viralizada.
El caso Garay es como el modelo de mercado, que tras décadas de falso fulgor, de hipnosis y narcotización, muestra, tras la cáscara seca y fracturada, sus profundas grietas. Delata a este Chile que se cae a pedazos, que se derrumba por los contrastes y las contradicciones, por las mentiras y las estafas de cuello y corbata. El mismo esquema piramidal supuestamente usado por Garay, Chang y Santos de AC Inversions, tiene sus referentes no tan disímiles en el mercado de los pollos y el papel higiénico, en el financiamiento de la política y las boletas dolosas, en el arriendo y compraventa de parlamentarios con dineros de la pesca, o en la banca usurera, que aprieta y ahoga a millares de familias y estudiantes. Los fraudes y el abuso, disfrazados de negocios, están en la base del modelo compartido por Garay.
Si Garay tiene densidad simbólica con el mercado financiero y sus ofertas de fantasía, el engaño del marketing y la evidente estafa como sucede con los profusos carteles y consorcios, la tiene aún más como imagen y producción de los medios. En los medios es piedra angular y eje de la farándula. Es el enlace perfecto entre la publicidad y el espectáculo, entre el discurso falaz y el espectador, seducido, encandilado y, por sobre todo, adoctrinado. Para creer en este charlatán televisivo hay que creer en el mercado como camino y en el consumo como finalidad. Nada más complementario para los mercados que sus comentaristas, sus críticos y sus terapeutas. Nada más funcional a la ortodoxia mercantil que aquellos asesores en finanzas e inversiones.
El mercado desregulado es como un juego sin tableros ni reglas. Los Garay, así como los Lavín de Penta, los Angelini de Corpesca o los Matte de la Papelera en su obsesión lucrativa, en su fundamentalismo neoliberal, pero especialmente en su amor ilimitado por la liquidez, los números y la rutilancia del lujo, juegan su propio juego, se reinventan el mercado para multiplicar las rentas. El éxito es la ganancia a todo evento, a costa de cualquier técnica, medio o estrategia no visible.
El caso Garay no sería lo que es sin los medios. Es parte de ellos, como amplificación, distorsión y exageración. Hoy como metástasis de la sociedad del espectáculo canalizado por la televisión y la prensa parasitaria, pero ayer como pieza y parte de los propios medios. Sólo por esta condición íntima puede comprenderse la inicial parálisis y silencio de los medios y su posterior vuelco. Garay, inicialmente oráculo y gurú de alta rentabilidad y audiencia, hoy es condenado por la misma vara que lo había elevado a la gloria: el rating . Si hace unos años y meses su imagen de mago de las finanzas levantaba las ventas, hoy su caída y rodada las ha duplicado. La televisión, cínica y despiadada con sus propias creaciones, no duda al sacrificar por el mismo rating a sus propios clones. Porque el estafador de hoy no es un aparecido, es el mismo truhán enmascarado que cautivaba audiencias el año pasado.
Si Garay es una creación de los medios y los mercados, lo es también, y con mayor énfasis y dramatismo, un producto de la academia. El no salta de la calle a la televisión. Su solvencia y retórica las ha adquirido en la universidad, en las aulas del lucro. Un simbolismo más, tal vez el más cruel de todos: el Chile neoliberal, injusto y contradictorio, el territorio de la obsesión sin freno por el dinero y la ganancia, por la competencia despiadada y sin reglas, se estudia, se reproduce y perfecciona en profusas licenciaturas y doctorados.
Publicado en «Punto Final», edición Nº 862, 14 de octubre 2016.