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Gaza: el debate de la seguridad y el derecho a resistir

Fuentes: Rebelión

Tarde del 30 de diciembre de 2008: 1.750 personas heridas, destrucción por doquier, 365 muertos en Gaza en cuatro días. Pero 365 días al año violada. Llegó un día de junio, hace apenas seis meses, en la larga historia de 60 años de ignominia, cuando entre el violador que no cesaba de profanar y la […]

Tarde del 30 de diciembre de 2008: 1.750 personas heridas, destrucción por doquier, 365 muertos en Gaza en cuatro días. Pero 365 días al año violada. Llegó un día de junio, hace apenas seis meses, en la larga historia de 60 años de ignominia, cuando entre el violador que no cesaba de profanar y la mujer profanada se anunció una tregua. El violador continuaba con su repugnante masa ocupante sobre la mujer herida y cercada, y ésta, inmóvil y resistente, con su dignidad entera, limitadamente podía apartar crasos dedos de un cuerpo invasor. Gaza lanzaba, y descarga hoy, sus espasmos defensivos. Para Israel su vil regodeo, el cual reviste de seguridad. Para la parte ocupada y débil el desastre (Al Nakba). Y el grito de su legítima defensa. Una tregua así, sin suspensión de la troncal e infame agresión, sino sólo de algunos de los arrebatos criminales, no era en estricto sentido más que una pausa y un aplazamiento. Entre tanto el violador se reanimaba entre la sangre y el dolor de su víctima.

Este símil es pobre. Es mínimo. Pero trata de ser fiel, aunque no describa la profundidad de ese drama, al que con razón podríamos llamar apartheid, castigo colectivo, limpieza étnica, racismo, genocidio, terrorismo de Estado. Ninguna parábola es enteramente justa o cabal con la realidad del sufrimiento innegable, mucho más trágica de lo que podamos pensar. Que sirva al menos para poner de presente, no la ya conocida sevicia israelí, sino la perversión del tercero cómplice, quien pide a la víctima resistente que cese sus sacudidas o conmociones, que entre en reposo, que se relaje, mientras ese tercero, digamos europeo, contempla y encubre al violador.

A los pocos días de aquel anuncio de tregua en junio, varios observadores de derechos humanos del ámbito español pudimos estar en Palestina, tanto en Cisjordania como en la Franja de Gaza. Comprobando cómo el pretexto de la seguridad israelí se ha convertido en una gran cantera de políticas violatorias del fracasado e impotente derecho internacional, en las cuales participan activa y deliberadamente no sólo Estados Unidos sino la Unión Europea, UE. Entre los varios trabajos de análisis fruto de esa misión, el ensayo que se enlaza con este artículo (a publicar el 1º de enero en rebelión.org) se refiere a la situación de Gaza. Fue elaborado en agosto de 2008 y publicado en octubre pasado en un libro conjunto editado por Rafael Escudero. No sólo ante la rutinaria manipulación que hacen los grandes medios de comunicación y la tergiversación, sino ante la obtusa y al tiempo sagaz confusión que siembran agencias próximas a la estrategia sionista, se ofrece ese escrito entre los cientos de artículos que circulan, para acentuar con franqueza una perspectiva, ahora más que nunca.

Es la perspectiva que condena la sucia política europea de la que hacemos parte, que mientras mantiene la verborrea de los derechos humanos y de la seguridad humana colabora diligente y celosamente con el genocidio que comete Israel. Por lo tanto, un punto de vista que relativiza un derecho internacional dual, sin renunciar del todo a sus valores e instrumental. Lo hace por elemental respuesta respecto del fiasco que representan unas instituciones que ya en Naciones Unidas, ya en la UE, o ya seguidoras de una cooperación que alimenta y normaliza la ocupación, se han descubierto como seguidoras en la práctica de las tesis del Estado de Israel. De ahí que otras tesis con superior fundamento y base ética deben ser recobradas: para hacer ver la realidad de un pueblo que no desea ser sojuzgado en un territorio suyo que ha sido ocupado con el beneplácito de poderes globales; para acompañar las exigencias de una solución fundada en el cese total y garantizado de esa execrable ocupación y no en paliativos; para asumir el alegato y el reconocimiento de la rebelión en una guerra asimétrica, en la que la agresión con ventajas sistemáticas que planificadamente cumple el ocupante, no es lo mismo, ni en su naturaleza ni en sus secuelas, a la defensa que procura el oprimido ante la humillación. Un ocupado con derecho a resistir, también mediante acciones y recursos que implican violencia directa, como está estipulado en el mismo preámbulo de la Declaración de Derechos Humanos de 1948, entre diferentes documentos jurídicos, que afirman el derecho a la rebelión y a la resistencia, propio de una humanización en ciernes.

Para todo ello se requiere un análisis, que menos en esto puede ser neutral. Con el uso de categorías como la de «seguridad humana», pero desde un enfoque alternativo, que confronte la posición pánfila de cientos de Moratinos y Solanas, como de otros cancilleres europeos, que blindan la seguridad inhumana de Israel y de varias castas corruptas, representando una infecta política española y europea. Un trabajo de fundamentación que nos posibilite recuperar para las batallas por venir, que probablemente serán muy arduas y en la sima de una derrota temporal, una comprensión de los límites éticos y jurídicos que ha traspasado desde hace mucho tiempo la violencia transnacional y multipolar contra el pueblo palestino, la cual acaba de refrendar, con el encerramiento y bombardeo de Gaza, el cambio de escenarios de la contienda. Israel ha puesto nombre de objetivos a intereses suyos en todo el planeta. Por lo tanto, debe estudiarse la validez de la resistencia palestina y otras, en un contexto de desigualdades oprobiosas, manifiestas en los medios de la guerra misma y en sus consecuencias. La mediación implícita o explícita de un marco conceptual crítico es necesaria, en el que no debe volverse a perder más terreno y tiempo en torno al derecho a la resistencia y el reconocimiento de movimientos de liberación como tal. Eso hace imperativo el radical cuestionamiento a unas listas de organizaciones «terroristas«. Tales listas confeccionadas por santuarios de Israel en Occidente, patrocinadas por España, por ejemplo, no califican el terrorismo sionista, sino lo consienten, mientras criminalizan por ejemplo a Hamas para amparar las arremetidas salvajes como la que estos días se nos enrostra, resultando condenada la parte que evidentemente está siendo agredida y tiene escasas armas, mucho menos letales, y no la poderosa contraparte que ha puesto en marcha una política genocida una y otra vez exculpada.

Después de los hechos consumados en Gaza al término del 2008 y en el temprano desgarramiento del 2009, muchas cosas deben cambiar, más para quienes analizan, ayudan y denuncian, a fin de saber acompañar solidariamente la causa del pueblo palestino desde cualquier punto del globo. Si la referencia es esta opción, respetando las búsquedas propias de los/as palestinos/as, su seguridad está primero y por encima que la de la parte agresora: el Estado sionista de Israel. Y todavía más: tienden a excluirse. A este punto ha desplegado la cuestión el «plomo endurecido» de la así bautizada brutal operación israelí. No es una soflama decir que Palestina o el sionismo. Si la elección histórica y ética es la legítima defensa palestina, debe construirse desde ya una lejana solución, cuya justicia y sostenibilidad dependerá de un irreversible y pleno final de la ocupación criminal que está en la razón de ser sionista. Esa tarea y esa utopía para renovarla comienzan hoy. No sólo al reivindicar racionalmente en general condiciones de seguridad humana para Palestina, sino en concreto su derecho a la Intifada, como derecho humano y colectivo a la defensa racional: una rebelión digna por la sobrevivencia como pueblo, por no morir de rodillas, por tener futuro.

Cuando llega la noche de este penúltimo día del 2008, y arriban de París las noticias de la esquizofrenia europea, de los ministros de exteriores que antes del brindis de final de año se dan el lujo de parecer hombres honrados, sin que cientos de cadáveres les interpelen, se dos dice ahora que interceden para que por 48 horas no se siga matando. Quizá lo hacen más por ellos y su cómoda fiesta que por millones de palestinos/as que nos les quitan el sueño. En grandiosos apartes es también hora de abrir libros y rescatar páginas como las de Frantz Fanon en «Los condenados de la tierra«, para recordar el grito de la liberación postergada, sesenta años después de la ocupación de Palestina y de la letanía de los derechos humanos. Para pensar que no es lo mismo la violencia del opresor que la del oprimido. En las circunstancias a las que éste ha sido obligado para su ejercicio. O para apuntar con Sartre en el prólogo a esa obra, que «hay que afrontar un espectáculo inesperado: el striptease de nuestro humanismo. Helo aquí desnudo y nada hermoso: no era sino una ideología mentirosa, la exquisita justificación del pillaje; sus ternuras y su preciosismo justificaban nuestras agresiones. ¡Qué bello predicar la no violencia!: ¡Ni víctimas ni verdugos! (…) Nuestros caros valores pierden sus alas; si los contemplamos de cerca, no encontraremos uno solo que no esté manchado de sangre«. Fanon subrayaba: «No perdamos el tiempo en estériles letanías ni en mimetismos nauseabundos. Abandonemos a esa Europa que no deja de hablar del hombre al mismo tiempo que lo asesina por dondequiera que lo encuentra, en todas las esquinas de sus propias calles, en todos los rincones del mundo«.

Para ello el movimiento internacionalista que apuesta por la solidaridad no puede mirar para otro lado ante el genocidio. Como esas listas de terroristas no incluyen a Israel deben acabarse. Nada moralmente sólido las sostiene con coherencia ni nos compromete con su respeto. Al contrario: es un deber ético impugnarlas y desobedecerlas. Una aplastante verdad de la violencia sionista nos es convertida en derecho palestino, y de la humanidad. Se nos ha impuesto por la barbarie de nuevos hombres grises que han sido desafiados desde el interior de la cárcel más grande del mundo: Gaza. Allí donde resistentes no quieren ni deben repetir la historia de impotencias y resignaciones que apenas 65 años atrás se vivieron en otros campos de concentración.