Creo que las académicas feministas, entre las que me incluyo, hemos cometido un gran error y tenemos parte de responsabilidad en la situación que se ha creado actualmente con relación al género como identidad.
Antes de que el concepto de género se popularizara, en las universidades se habían creado los Estudios de las Mujeres, se hablaba de roles sexuales o incluso de estudios feministas. Para dar más empaque a la materia, porque tales denominaciones expulsaba a los varones del objeto de estudio o por una cierta actitud vergonzante por centrarse sólo en las mujeres, se empezó a utilizar el concepto de género, lo cual parecía que otorgaba mayor cientificidad a nuestra siempre denostada preocupación por la desigualdad entre hombres y mujeres. Género sonaba más neutral y objetivo que mujeres, y se desmarcaba de la más estridente noción de feminismo. Género otorgaba una cierta legitimidad académica a las docentes feministas, siempre cuestionadas.
Los Estudios de Género cobraron carta de naturaleza y la mayoría de nosotras recibimos con alborozo un término que en principio no era más que una categoría analítica. Numerosas definiciones de teóricas reputadas definían el «género» como una construcción cultural, un mandato social que reglamentaba y establecía las actitudes y comportamientos adecuados para hombres y mujeres. El género permitía analizar la desigualdad entre los sexos, y siempre se entendió como una categoría social impuesta sobre un cuerpo sexuado, una manera eficaz de separar el sexo biológico de los roles socialmente asignados a hombres y mujeres.
¿Cuándo se jodió la marrana entonces? Aunque el proceso es muy largo y complejo para reducirlo a 500 palabras, creo que la conversión de la noción de género como imposición social a la idea de género como identidad se produce cuando se abandona el estudio de la organización social y las relaciones de poder derivadas de la división sexual y se reemplaza por el estudio de las subjetividades y el psiquismo individual. Es decir, cuando se pasa de analizar la sociedad como estructura jerarquizada a la sociedad como suma de individualidades autónomas. Cuando se desprecia lo colectivo y se entroniza lo personal. Cuando se fabula con que cada uno puede elegir su propia posición en el mundo sin atender a las condiciones materiales de existencia ni a las relaciones de poder inherentes a la jerarquización social. Cuando se propone que se puede subvertir el sistema convirtiendo la vida en una performance. Cuando la realidad deja de ser algo objetivo, exterior al individuo y se predica absurdamente que cada uno puede construir su propia realidad.
Esta nueva orientación teórica ha sido astutamente recogida por el patriarcado, en perfecta alianza con el neoliberalismo y el capitalismo feroz para, en una operación perfecta, vender como progresismo la más pura reacción. De este modo se ha convertido en identidad a reclamar lo que no es más que opresión. Por arte de birlibirloque hemos llegado a la situación de dar carta de naturaleza a las esencias femenina y masculina, algo que las feministas creíamos que habíamos dejado atrás mucho tiempo ha. Lampedusa dixit: que todo cambie para que todo siga igual.
Fuente: https://blogs.publico.es/cuarto-y-mitad/2020/08/31/genero-de-imposicion-social-a-identidad/