La producción, distribución y consumo de drogas, psicotrópicos o estupefacientes a lo largo de la historia en los últimos siete mil años, ha estado siempre presente en diferentes comunidades humanas a lo largo de la era del Antropoceno. De ahí que su aparición sea justamente con las grandes civilizaciones, como en Mesopotamia por ejemplo, a […]
La producción, distribución y consumo de drogas, psicotrópicos o estupefacientes a lo largo de la historia en los últimos siete mil años, ha estado siempre presente en diferentes comunidades humanas a lo largo de la era del Antropoceno. De ahí que su aparición sea justamente con las grandes civilizaciones, como en Mesopotamia por ejemplo, a través del consumo de opio de los sumerios desde el 5.000 A.C, el consumo de peyote de los Mayas hace 4.000 A.C, el consumo de alcohol en Egipto en el 3.500 A.C. o el consumo de Té en China el 3.000 A.C.
En consecuencia, la aparición de las drogas coincide históricamente con las bases antropocéntricas y patriarcales de las grandes civilizaciones neolíticas, las cuales se asentaron y controlaron los territorios, a partir de una separación progresiva entre cultura y naturaleza y hombre y mujer, que lo que hizo con el tiempo fue construir una relación con el entorno cada vez más diferenciada y asimétrica, a través de un desarrollo tecnológico cada vez más autónomo de los ecosistemas.
En el caso de las drogas, fue un constructo histórico milenario que ha sido usado y diversificado en múltiples tipos de sustancias (café, cocaína, alcohol, marihuana, tabaco, barbitúricos, benzodiacepinas, anfetaminas, heroína), las cuales si bien han tenidos muchos de tipos de significados, de carácter ritual, religioso, recreacional, medicinal, chamámico, han sido también controladas por ciertas elites, ya sea eclesiásticas, monárquicas, feudales, estatales, etc. De ahí que la apertura y/o prohibición de la droga siempre ha estado presente en los diferentes lugares que aparecido a lo largo de la historia.
Sin embargo, el prohibicionismo como proceso colonial, tiene ciertas características propias, ya que es la consecuencia de un proyecto civilizatorio de carácter occidental, que desde 1492 en adelante, ha expandido su dominio imperial en todo el mundo. De ahí que la guerra del opio entre Inglaterra y China sea el punto de partida del discurso prohibicionista posterior en todo el mundo, el cual serviría para profundizar el patrón de poder global, en tanto sus bases eurocéntricas existentes.
Además el prohibicionismo se sustenta ontológicamente en la construcción del individuo moderno cartesiano, que al llevar al extremo la separación entre mente y cuerpo, desligándolo prácticamente por completo de su condición ambiental, por lo que el consumo se fue desligando cada vez más de lo ritual y simbólico, haciendo que se desterritorializara y psicologizara su uso con el paso del tiempo. De ahí que el uso problemático de las drogas en occidente esté conectado directamente a la aparición de un sujeto moderno cada vez más aislado de la comunidad y de la naturaleza.
Lo mismo con respecto al proceso químico de producción misma de drogas legales e ilegales sintéticas, como toda la producción farmacológica detrás, usada ampliamente por la biopsiquiatrica actual, la cual solo fue posible en la medida que la ontología dualista (cultura-naturaleza) se fue imponiendo en todo el mundo, haciendo que la intervención técnicas a variadas plantas curativas y sagradas, sean cada vez más sofisticadas, usando sus propiedades con fines mercantiles, transformándola en un mero recurso natural para la satisfacción de millones de consumidores.
No es casualidad entonces que el llamado «problema de las drogas» no sea más que el problema con un otro (no occidental y/migrante), quien desde el discurso colonial es una amenaza que debe ser criminalizada, al ser un sujeto inferior en términos raciales, como es el caso de chinos, indígenas, latinos, quienes son los que han traído desde el exterior ciertas sustancias que contaminan al individuo blanco tradicional. Pero también son siempre sospechosos aquellos sujetos occidentales que no cumplen con el perfil del sujeto imperial (brujas, locos, drogadictos, pobres), quienes han sido fuertemente perseguidos y asesinados.
El discurso prohibicionista de las drogas en occidente por tanto, no es más que una nueva cruzada colonial reciente para discriminar a poblaciones enteras, ya que solo desde comienzos del siglo XX se comenzaron a aplicar las primeras políticas desde Estados Unidos, siendo que su uso tiene miles de años, en todas las cosmovisiones, incluyendo la occidental. Es decir, los poderes políticos occidente se dieron cuenta que convertir a las drogas como en enemigo interno y externo sería una buena estrategia geopolítica para afianzar su poderío civilizatorio en el mundo y ser así el centro del capitalismo histórico.
Fue así como en la década de los 70 se iniciara desde Estados Unidos durante el gobierno de Richard Nixon la guerra contra las drogas, que no fue otra cosa que una guerra declarada contra millones y millones de consumidores, a partir de un discurso de seguridad nacional que se entrelaza con el discurso colonial del desarrollo. En consecuencia, el drogadicto y el subdesarrollado fueron vistos como amenazas para el poder imperial, gastando así millones y millones en políticas y programas de prevención, tratamiento y persecución hacia sectores desplazados históricamente por el clasismo, racismo y sexismo existente.
Ante esto, que aquel nuevo discurso prohibicionista necesitó posteriormente de ciertos modelos explicativos que pudieran darle sustento y que nos quedara en meras conjeturas de carácter teológico, como sucedió con el puritanismo protestante. De ahí que se puedan mencionar distintos modelos que han dado respuestas desde la prevención y tratamiento de consumo de drogas, los cuales a pesar de sus diferencias, han profundizado la colonialidad a través del prohibicionismo en todas sus formas.
Es el caso del enfoque jurídico, aparecido en la década de los 20 del siglo XX, el cual está centrado en una relación causal entre droga y delito, en donde la represión está en el centro para impedir que se produzca, distribuya y comercialice las sustancias definidas como ilícitas desde el estado. Es aquí donde la idea de tolerancia 0 se instaura como política pública desde el ámbito de la seguridad. La prevención y el tratamiento desde este marco colonial se entienden desde el control, lo prohibitivo y la abstinencia, lo que ha traído consigo millones de muertos en enfrentamientos armados, desplazamientos y redes de corrupción a nivel estatal y privado, que se han enriquecido a través del mercado ilegal de la drogas, profundizando así el narcocapitalismo.
Sobre el enfoque biomédico, aparecido en la década de los 40, se entrelaza con el anterior, a través de la inferiorización de los consumidores a través del discurso de la enfermedad, desde el ámbito de la salud. Es aquí donde las prácticas de desintoxicación y el uso del temor en caer en el «flagelo de la droga», son formas de control de poblaciones enteras. La idea de perseguir la droga se complementa entonces con un discurso salvacionista biomédico de curar al otro, en donde la biopsiquiatria es clave para controlar a los cuerpos de los consumidores.
En lo que respecta al enfoque psicosocial, aparecido en la década de los 70, sus planteos se articulan con los dos anteriores, en la medida que se sostienen desde la idea de guerra contra la pobreza, a través del discurso minimalista de desarrollo comunitario, el cual busca finalmente gobernar a los pobres a través de políticas focalizadas. Es así como nociones como factores de riesgo, factores protectores, detección temprana, cultura preventiva, les da una base social a los dos planteamientos anteriores, luego del fracaso rotundo en términos prácticos del prohibicionismo (aumento del crimen organizado, aparición de grandes carteles, aumento de los niveles de consumo, expansión de nuevas drogas sintéticas, aparición de narcoestados).
En contraposición a esos enfoques, han aparecido otras maneras de abordar el llamado problema de las drogas. El modelo de reducción de daños, aparecido en los 80 desde el ámbito social y de la salud, es el más conocido y el cual ha generado más controversia institucional con la predica prohibicionista. Su crítica a la abstinencia como forma de abordar el problema de las drogas es fundamental, así como su cuestionamiento a como los tratamientos biomédicos terminan por estigmatizar a los usuarios, en vez de incluirlos socialmente. De ahí que desde este enfoque se crea que más curar o salvar a las personas hay que reducir lo mayor posible los impactos negativos del consumo.
Sin embargo, el enfoque de reducción de daños si bien cuestiona el prohibicionismo como tal, desde un enfoque de derechos, se hace insuficiente en términos políticos, ya que no es capaz de articular su crítica con otras formas de opresión (antropocentrismo, racionalismo, racismo, capitalismo, sexismo, adultocentrismo). Además de no cuestionar la idea moderna de un individuo racional, como tampoco la existente de una sociedad que se integra a través del consumo ilimitado de mercancías y sustancias, entre esas las drogas, dentro de un planeta cada vez más en riesgo y con daños irreversibles.
Por consiguiente, se necesitan miradas y experiencias que vayan mucho más allá de la dicotomía prohibicionismo/reducción de daños, tanto del mundo académico como de organizaciones territoriales que se dan cuenta que el llamado «problema de las drogas» no hace más pasar por alto la existencia de sociedades profundamente fragmentadas y segmentadas, por lo que las salidas deben ser de manera articulada y las críticas al prohibicionismo tengan la finalidad de buscar alternativas y mundos más justos y sostenibles.
De ahí que personas que hayan escrito desde el antiprohibicionismo sean muchas, pero nombres como Antonio Escohotado, Oriol Romaní, Alejo Alberdi, Hannah Hetzer , Josep Mª Fericgla, Fernando Lynch, Patricia Amiguet, Gemma Calvet, Fernando Savater, Claudio Rojas Jara, Joan Manuel Riela, Juan Carlos Usó y tantos otros y otras, son claves para fortalecer nuevos procesos libertarios con respecto a nuestra relación con las drogas en los distintos espacios en lo que cuales nos desenvolvemos.
Lo mismo con respecto a múltiples organizaciones que apelan por la despenalización de las drogas, dando cuenta que su lucha debe ir acompañada de miradas feministas, ecologistas, antirracistas, antipsiquiatricas, antiadultistas, etc. Es el caso de organizaciones como Cáñamo, Mujeres Cannábicas, CORA, Women Grow, ARSEC, AMEC, REMA, RENFA, Kalamudia, Grupo Igia, ENCOD, FOCA, Transnational Institute y muchas otras, las cuales son experiencias que nos dan esperanza de que se puede vivir de manera diferente a como el prohibicionismo nos ha querido enseñar a través de una idea de guerra contra las drogas que lo que hace finalmente es encubrir la guerra contra la vida y los territorios.
Andrés Kogan Valderrama es sociólogo / Editor Observatorio Plurinacional de Aguas
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