En cuanto a política internacional, el gobierno colombiano cuenta con una prolífica agenda; resguardar a los mercenarios colombianos que asesinaron al presidente de Haití Jovenel Moïse, organizar las exequias del Grupo de Lima, enviarle trinos a Rusia, -protestando porque Moscú manifestó recientemente que “son inaceptables los intentos unilaterales de cambiar el Acuerdo Final de Paz”,- e intentar borrar de un tajo, con 16 toneladas de ayuda humanitaria para Haití, la imagen mundial del Estado colombiano como país productor y exportador de ejércitos mercenarios, que hacen el trabajo sucio a las agencias de seguridad de los EE.UU.
Colombia es un país del trópico, pero su ejército, el cual cuenta con un voluminoso prontuario de crímenes de Estado, es socio global de la OTAN (Organización del Tratado del Atlántico Norte). Entre sus funciones, anticipadas desde el 2011 en la llamada “Doctrina Damasco”, está que las fuerzas militares colombianas, en la línea de la OTAN, se orienten a desarrollar capacidad de disuasión, frente a “potenciales amenazas internas y externas en un mundo convulso”.
Estas generalidades se han concretado en los últimos años en el accionar unificado a escala continental del aparato militar, paramilitar, mercenario y diplomático colombiano. Los hechos, han traducido la difusa ciencia expuesta en la Doctrina Damasco, y su significado ha sido; transnacionalización del terrorismo del Estado colombiano, manifestada por ejemplo en la participación directa en operaciones terroristas contra la infraestructura venezolana, ataques paramilitares en la frontera, operaciones mercenarias para asesinar al presidente Nicolas Maduro, y la conformación y activación de comandos armados cuyo objetivo, es desestabilizar al país vecino y propiciar una guerra civil, como preámbulo a una intervención militar desde Colombia y desde la costa venezolana, coordinado por el Comando Sur.
En el asesinato de Moïse, y la posterior -y en curso- intervención humanitaria en Haití, sucesos que hacen parte sin duda de una maniobra coordinada por Washington, en su afán por controlar la Cuenca del Caribe; la oligarquía de Colombia ha cumplido con su cuota y patentizado para el mundo entero, su rol de esbirro de los EE.UU. Pero el régimen colombiano ante su debilidad creciente, hace suya la metáfora del poeta y diplomático francés Paul Claudel: “caer es también una forma de volar” y mientras se hunde, pretende remontarse sobre un liderazgo continental -corroído y obsoleto- de extrema derecha, donde confluyen sectores pudientes separatistas de Santa Cruz en Bolivia, quienes junto a la CIA, y gobiernos de varios países de la región, apoyaron y ejecutaron las diferentes fases del golpe de Estado contra Evo Morales, las sectas fanáticas de extrema derecha que controlan la política de Bolsonaro en Brasil, los solitarios círculos apologistas de la dictadura de Pinochet en Chile, la mafia de Miami liderada por los llamados “gusanos”, el falangismo español, y el sector más descompuesto de la oposición venezolana.
Este oscuro liderazgo regional, incluye la permanente intromisión en los asuntos internos de otros países, recordemos el caso del fiscal Francisco Barbosa, interfiriendo en las elecciones del Ecuador en febrero de este año, sustentado en lo que el gobierno colombiano denomina relaciones exteriores. Título sofisticado para referirse a la lumpen-diplomacia, que alguna vez pretendió un “cerco diplomático” contra Caracas, y que hoy evidencia su fracaso total, sobre todo cuando se ve a delegados del gobierno venezolano, instalando una mesa de diálogos en México junto a representantes de un importante sector de la oposición, y la labor fundamental del Grupo de Puebla y de otros países miembros de la CELAC, lo que a propósito acelera la agonía de la OEA, vagón de cola de los EE.UU, y encargada de aderezar con carácter de revolución popular, a los golpes de Estado fascistas de las élites del continente, acciones patrocinadas por los EE.UU.
En cuanto a la realidad interna, más allá de la burda operación gubernamental para despercudir el rostro del Ministerio de las Tics de los contratos ilegales como el de los $ 1.07 billones, el Estado colombiano exhibe actualmente sin ambigüedades su histórico carácter de gobierno civil y régimen militar; y mientras Iván Duque aleja de si las encuestas; falsos positivos judiciales, abusos permanentes contra los ciudadanos en las calles, detenciones arbitrarias en los barrios populares, homicidios, casos crecientes de tortura y desaparición forzada en la que están implicados organismos de seguridad del Estado, revelan la más violenta persecución contra líderes y participantes del actual movimiento de resistencia en el país.
En el campo, la expropiación de la tierra continúa, y los poderosos terratenientes imponen una usurpación sin formalidades legales, a fuerza de masacres, ocupación estatal y paraestatal del territorio. En medio de los escándalos matutinos de corrupción y crímenes de Estado; la aristocracia terrateniente, la “bancocracia”, grandes empresarios e industriales (tanto del capital legal como del ilegal) continúan anexionando violentamente las tierras públicas a través de leyes amañadas, o de ritos parlamentarios para favorecer y legalizar el despojo, abrirle paso a la extracción minera y petrolera, y facilitar el acceso de las grandes multinacionales a las riquezas de los colombianos.
En medio del desconcierto, los colombianos viven otro espectáculo; las huestes de políticos profesionales remiendan apurados sus vestidos para la “contienda democrática” del 2022. Empresas electorales de todos los colores, se aprestan para participar del cuatrienal festejo de la confusión y el fraude. Políticos de derecha y extrema derecha, procuran renacer desde los medios, como si fuesen una especie ajena al festín de la avaricia y la ejecución de acciones económicas, políticas y militares dirigidas contra el pueblo. Otros sectores, se han arriesgado a presentarse como conserjes de la coherencia política, aunque no pase de un ademán preelectoral para encubrir su histórica proximidad ideológica, con los hoy maltrechos partidos tradicionales, todos sintonizados en sus fantasías; frenar la actual situación de movilización social, y “recomponer” el régimen.
Unos y otros, ya no consiguen en la actual coyuntura mimetizarse, a pesar que se esmeren en adiestrar sonrisas. Por un lado, se ha vuelto inútil el eclecticismo dulzón de los moderados, y por otro son inocuos los esfuerzos desesperados de los grandes consorcios de la información para apaciguar el rechazo airado del país hacia la clase política, los gremios económicos y las diferentes instituciones del Estado.
El foso donde yace la diplomacia colombiana, su sometimiento absoluto a la política criminal de los EE. UU, el acrecentamiento del terror de Estado, y la profundización del saqueo y el despojo, son los verdaderos planes del régimen. Afortunadamente estamos en un momento histórico muy especial, y podría pasar que la comparsa que espera organizar la clase política tradicional, donde millones de agobiados, y excluidos, se dirigen dócilmente a las urnas a legitimar a sus verdugos y a soldar sus propios hierros, no detenga a un pueblo que ya comprendió que todo debe ser cambiado y que se organiza para cambiarlo él.