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Google, la máquina de coser y el libro de Jared Cohen y Eric Schmidt

Fuentes: The New Republic

Tomado de The New Republic, traducción de Cubasi Translation Staff

Esta es una reseña publicada en la influyente revista New Republic sobre el libro La Nueva Era Digital (The New Digital Age), de Eric Schmidt, presidente ejecutivo de Google, y Jared Cohen, director de Google Ideas,quienes recientemente visitaron Cuba. Conozca la hipótesis de los dos mundos y sus estragos
 

La máquina de coser fue el teléfono inteligente del siglo XIX. Sólo observe de manera superficial los materiales promocionales de los principales productores de máquinas de coser de aquella época distante y encontrará muchas similitudes con nuestro vertiginoso y encumbrado discurso. El catálogo de Willcox & Gibbs, la Apple de su tiempo allá en 1864, incluía los testimonios llenos de elogios de varios reverendos emocionados por las potencialidades civilizadoras de la nueva máquina. Uno la llama «institución cristiana»; otra celebra su utilidad en sus esfuerzos misioneros en Siria; un tercero, después de elogiarla como una «máquina honesta», expresa su esperanza de que «cada hombre y mujer que posea una la tomará como un patrón a seguir, en principio y en deber.» El folleto de la Singer en 1880 -modestamente titulado «Genio recompensado», o «La Historia de la Máquina de Coser»- lleva esa retórica aún más allá, al presentar la máquina de coser como la mejor plataforma para la difusión de la cultura americana. El atractivo de la máquina es universal y su impacto, revolucionario. Incluso su comercialización es poesía pura:

En todos los mares flotan las máquinas Singer; a lo largo de todo el camino, presionada por el pie del hombre civilizado, va esta incansable aliada de la gran hermandad del mundo en su misión de amabilidad. Su animada melodía la escucha por igual la robusta matrona alemana, la delgada doncella japonesa, la rubia campesina rusa, y la señorita mexicana de ojos oscuros. No necesita intérprete, si canta en medio de las nieves de Canadá o sobre las pampas del Paraguay; la madre hindú y la doncella de Chicago están haciendo puntadas; el pie incansable de la blanca irlandesa impulsa el pedal de la misma manera que la morena china; y por tanto, las máquinas americanas, los cerebros americanos, el dinero americano, les traen a las mujeres de todo el mundo una familiaridad y una hermandad universal.

«Las Máquinas americanas, Cerebros americanos y Dinero americano» sería un buen subtítulo para La Nueva Era Digital (The New Digital Age), el jadeante nuevo libro de Eric Schmidt, presidente ejecutivo de Google, y Jared Cohen, director de Google Ideas, una rareza institucional conocida como un tanque pensante/ejecutivo. Schmidt y Cohen tienen las mismas aspiraciones -globalismo, humanitarismo, cosmopolitismo- que informó el folleto de la Singer. Por desgracia, no son tan excitantes en la poesía. El lenguaje del libro es una mezcla rara del impasible optimismo de la propaganda soviética («Más innovación, más oportunidades», es el subtítulo de un típico subcapítulo) y el falso cosmopolitismo de The Economist (¿Estás familiarizado con shanzhai, sakoku o gacaca?).

Hay una tesis de clases en el libro de Schmidt y Cohen. Es que, si bien el «fin de la historia» sigue siendo inminente, primero tenemos que estar totalmente interconectados, preferiblemente con teléfonos inteligentes. «Lo mejor que podemos hacer para mejorar la calidad de vida en todo el mundo es impulsar la conectividad y la oportunidad tecnológica.» La digitalización es como una versión más agradable, más amable de la privatización: como nos recuerdan los autores, «cuando se da el acceso, las personas se encargan del resto.» «El resto», presumiblemente, significa convertirse en secular, occidentalizada, y de mentalidad democrática. Y, por supuesto, más emprendedora: que aprende a desestabilizar, a innovar, a crear estrategias. (Si alguna vez se preguntó como sonaría el evangelio de la modernización traducido al Siliconés**, este libro es para usted.) La conectividad, al parecer, puede curar todos los problemas de la modernidad. Sin temer a la globalización ni la digitalización, Schmidt y Cohen se entusiasman en los días siguientes en los que «pueden contratar a un abogado de un continente y utilizar a un agente de bienes raíces de otro.» Aquellos preocupados por la pérdida de empleos y salarios más bajos son simplemente la negación del «verdadero» progreso y la innovación. «Los críticos de la Globalización denunciarán esta erosión de los monopolios locales», escriben, «pero hay que aceptarlo, porque así es como nuestras sociedades avanzarán y seguirán innovando.» El libre comercio ha encontrado por fin a dos defensores elocuentes.

¿Qué nos espera realmente en la nueva era digital? Schmidt y Cohen admiten que es difícil de decir. Gracias a la tecnología, algunas cosas resultarán ser buenas: a saber, zapatillas inteligentes que nos pellizquen cuando estamos atrasados. Otras cosas resultarán ser malas: a saber, los drones privados. Y luego, habrá muchas cosas confusas entre una cosa y otra. Estas partes indeterminadas se introducen con oraciones redactadas con mucho cuidado: «a pesar de las ganancias potenciales, habrán consecuencias a largo plazo,» «no todo…bombo…se justifica…pero el riesgo es real,» y así sucesivamente. Hay que decir que Cohen y Schmidt saben cómo cubrir sus apuestas: este libro pudo ser escrito por un economista con puntos de vista diferentes.

Viniendo de los intermediarios más poderosos del mundo, toda esta plática sobre la desaparición de los intermediarios es en realidad extraña.

Otro reto importante yace en el horizonte. En primer lugar, una «revolución de teléfonos inteligentes», una «revolución de servicios móviles de salud», y una «revolución de datos» (no confundir con la «nueva revolución de la información») ya está sobre nosotros. En segundo lugar, nos encontraremos «puntos de inflexión» y «cambios vertiginosos» a diario. Tu pelo, por ejemplo, nunca será el mismo: «los pelados serán automáticos y muy precisos». Alguien con estas ideas merece entrada inmediata en el salón de la fama del futuro. La otra buena noticia para el futuro -pruébela después de una salida nocturna- es que «no habrán relojes de alarma para el despertar diario porque te despertará el aroma de un delicioso café matutino». «El cambio impulsado por la tecnología es inevitable.» Por supuesto, siempre hay excepciones (no puedes asaltar un Ministerio del Interior con un teléfono móvil); pero esto, quizá, es cuestión de tiempo.

El objetivo de libros como éste no es el de predecir, sino tranquilizar -mostrarle a ese ciudadano común, que es incapaz por sus propios medios de comprender lo que le espera, que las élites expertas en tecnologías tienen todo el control. Por tanto, estos grandes tranquilizadores, Schmidt y Cohen, no tienen reparo alguno en reconocer los muchos lados negativos de esta «nueva era digital» -sin dichos elementos negativos a eliminar ¿Quién necesitaría a estos guardianes del bienestar público? Por consiguiente, sí, la Internet tiene ambas cosas: «una fuente para hacer un bien extraordinario y es también un potencial y horrendo mal»- pero debemos estar felices, las personas adecuadas nos protegen. ¿Incertidumbre? Es inevitable, pero manejable. «La respuesta no es predeterminada» -una necesaria renuncia de responsabilidad en un libro sobre el futuro- y «y el futuro se formará según los estados, las personas, compañías, e instituciones manejen las nuevas responsabilidades.» Si esto no logra tranquilizar a nadie, el autor anuncia que «más que todo, esto es un libro sobre la importancia de una guía para la mano humana en la nueva era digital.» La «mano guía» en cuestión será corporativa con toda seguridad y usará puños franceses.

Los conceptos originales introducidos en La Nueva Era Digital provienen de su novedad, de lo que puede entenderse como la hipótesis de los dos mundos: que existe un mundo análogo ahí afuera -donde, digamos, las personas compran libros de Eric Schmidt y Jared Cohen- y un mundo virtual coincidente, donde puede suceder todo tipo de rarezas, peligros, y elementos subversivos. O, como expresan los propios autores, «un (mundo) es físico y se ha desarrollado por miles de años, y el otro (mundo) es virtual y aún está en plena formación.» Como «la gran mayoría de nosotros nos encontraremos viviendo, trabajando, y siendo gobernados por dos mundos a la vez,» surgirán nuevos problemas y exigirán soluciones originales.

Su incuestionable fe en la hipótesis de los dos mundos lleva a Cohen y a Schmidt a repetir el viejo cliché de que existe un espacio virtual libre de leyes y regulaciones. Su visión de Internet como «el espacio no gobernado más grande del mundo» estuvo muy a la moda en los años 90, pero en el 2013 parece un poquitín caduco. Tomemos en cuenta a Google. La compañía sabe muy bien que, por toda esa plática de lo virtual, aún tiene cuentas bancarias que pueden ser congeladas y miembros de su personal que pueden ser arrestados. ¿Qué tan bueno es ser el rey del «espacio no gobernado más grande del mundo» si tus activos y empleados aún son prisioneros de los caprichos gubernamentales en el mundo físico? ¿Alguien en Google cree realmente en la existencia de «un mundo en línea que no está sujeto a las leyes terrenales»? ¿Dónde está ese mundo, y si existe, por qué Google no está ahí? ¿Por qué sigue Google con tantos problemas por causa de esas «leyes terrenales» tan fastidiosas -en Italia, India, Alemania, y China? La próxima vez que Google viole las «leyes terrenales» de alguien, le sugiero a Cohen y a Schmidt que traten su hipótesis de los dos mundos en los tribunales.

Cohen y Schmidt argumentan que -sin atisbo de ironía- «la prensa escrita, la telefonía fija, la radio, la televisión, y la máquina para enviar fax, todas representan revoluciones tecnológicas, pero necesitan intermediarios.

«…(La revolución digital) es la primera que hará posible para casi todos el poseer, desarrollar, y diseminar el contenido en tiempo real sin tener que depender de intermediarios.» Es de suponer que se diseminará «el contenido en tiempo real» cerebro a cerebro, pues es la única manera en que no existirían intermediarios. Viniendo de altos ejecutivos del intermediario más poderoso del mundo -el que se encarga de dar forma a cómo encontramos la información (sin mencionar la expansión de Google a campos como la redes de fibras) – toda esta charla sobre la desaparición de los intermediarios es extraña e insultantemente ingenua. Podría haber sido más exacta en los años 90, cuando cada uno podía manejar su propio servido de correo electrónico -pero los autores parecen haber pasado por alto el advenimiento de la computación en nube y el consecuente apoderamiento de un montón de intermediarios de información (Google, Facebook, Amazon). Como es lógico, Cohen y Schmidt contradicen sus propios evangelios de desintermediación cuando mencionan lo fácil que resultó debilitar WikiLeaks por ir tras compañías como Amazon y PayPal.

En la sencillez de su composición, el libro de Schmidt y Cohen tiene un carácter bastante formulista -yo diría más bien algorítmico. El algoritmo, o proceso de pensamiento, es así. Primero, escoges una declaración no polémica sobre algo que importe en el mundo real -el tipo de cosas que mantiene a miembros de los Consejos de Relaciones Exteriores despiertos en los almuerzos. Segundo, agregarle a esto la palabra «virtual» para hacerla parecer más amenazante y tajante. (Si «virtual» se vuelve cansina, puedes alternarla con «digital»). Tercero, haz una especulación desmedida -algo que sea ajeno totalmente a la realidad que conocemos hoy en día. La supuesta nueva realidad sin precedentes de Cohen y Schmidt, en otras palabras, es aún parásita de la vieja realidad, un subproducto de la misma.

El problema es que usted no puede inventar nuevos conceptos solo añadiéndoles adjetivos a los viejos. El futuro descrito en La Nueva Era Digital es simplemente el pasado calificado como «virtual.» El libro versa completamente sobre secuestros virtuales, rehenes virtuales, casas virtualmente seguras, soldados virtuales, asilos virtuales, la estadidad virtual, el multilateralismo virtual, la contención virtual, la soberanía virtual, las visas virtuales, los crímenes de honor virtuales, el apartheid virtual, la discriminación virtual, el genocidio virtual, la gobernación militar, planes de seguro médico virtual, los archivos juveniles virtuales, y -mi favorito- coraje virtual. ¿El peliagudo asunto de embarazos virtuales permanece sin un camino a seguir, pero cuán lejos podrían estar, realmente?

En la nueva era digital, todo -y nada- cambiará. La palabra «siempre» aparece tantas veces en este libro que la «novedad» de esta nueva era no se puede aceptar de antemano: «Para estar seguros, los gobiernos siempre encontrarán maneras de usar nuevos niveles de conectividad para su ventaja»; «por supuesto siempre existirán las personas super-adineradas cuyo acceso a la tecnología será aun mayor»; «siempre habrá alguien con un mal juicio que desvele información que mate a alguien» «siempre habrá algunas compañías que permiten su sed de ganancias reemplazar su responsabilidad con los usuarios»; «la lógica de seguridad siempre creará preocupaciones de privacidad»; para estar seguros, siempre habrá tipos verdaderamente malévolos para quienes la disuasión no funcionará.» Siempre, siempre, siempre: el nuevo futuro digital parece muy diferente, sólo que no lo es.

Ni siquiera esta durabilidad no debe ser aceptada de antemano, porque la nueva era digital es en sí misma una exuberancia de eras. Es «una era de compromiso global del ciudadano», «una era de ciberguerra dirigida por el estado», «una era de expansión», «una era de hyper-conectividad», «la era de protestas digitales», «la era ciberterrorismo», «la era de los aviones no tripulados», y -¿quién lo hubiera pensado? – «la era de Facebook.» Incapaz simplemente decidir cuan fluido o permanente es el mundo de hoy, Schmidt y Cohen dejan atrás sus zapatillas y los cortes de pelo automatizados y nos muestran las predicciones más serias. La mayoría entran en dos categorías: primero, especulación sobre cosas verdaderamente raras que sólo parecen legítimas debido a la creencia de los autores en la hipótesis de dos-mundos, y, segundo, la especulación sobre cosas absolutamente normales que no son para nada nuevas, por lo tanto no necesita de ningún profeta. (Qué mejor manera de asegura tu reputación como futurista que predecir algo que ya ha pasado?)

La primera categoría está llena de visiones aparentemente provocativas que se auto-desinfla después de analizar por un segundo. Considere simplemente una sub-familia de sus conceptos «virtuales»: «la soberanía virtual», «la estadidad virtual», «la independencia virtual». ¿Para qué sirven exactamente? Así lo explican los autores:

Así como los esfuerzos secesionistas de acercarse hacia una estadidad física son resistidos fuertemente por el estado anfitrión, tales grupos enfrentarían una oposición similar a sus maniobras en línea. La creación de un Chechenia virtual podría consolidar la solidaridad étnica y política entre sus seguidores en la región del Cáucaso, pero sin duda empeoraría las relaciones con el gobierno ruso que consideraría tal movimiento una violación de su soberanía. El Kremlin seguramente respondería a la provocación virtual con una medida enérgica física, moviendo tanques y tropas para sofocar la insurrección en Chechenia.

Para empezar, este párrafo expone la falta de familiaridad de Schmidt y Cohen con el conflicto. Los rebeldes chechenos y sus medios de comunicación sí operan varios sitios webs. De hecho el más conocido de ellos, como el Centro Kavkaz, fue forzado a mover sus servidores hacia varios países para asegurar que continuaran trabajando sin la demasiada interferencia de las autoridades rusas. Finalmente fueron movidos a Escandinavia. Pero solo porque la Chechenia de la imaginación de los rebeldes tiene un sitio web no significa que estemos mirando a la «Chechenia virtual» de la imaginación de Schmidt y Cohen. Aun cuando Chechenia tenía sus propios nombres de dominio que podían tomar los rebeldes, no sería mucho. ¿Los rebeldes han estado tomando rehenes en teatros y hospitales sin ningún provecho y debemos creer que obtendrán cierto poderío con solo apoderándose de recursos digitales triviales?

Entonces qué importa si los rebeldes pueden proclamar su «independencia virtual»? Echando una mirada a la propaganda estas victorias serían casi nulas. Fácilmente podrían anunciar que después de décadas de violentas luchas, los civiles chechenos son por fin libres de respirar o pestañear: no exactamente una mejora importante en las libertades humanas. Una declaración de «independencia virtual» no cambia nada geopolíticamente, mucho menos porque el conflicto ruso-checheno es en su esencia, un conflicto sobre un pedazo de territorio -de una realidad física. A menos que ese pedazo de territorio este asegurado la «independencia virtual» no tiene sentido.

Todo esto es material atrasado, y cualquiera con una comprensión más superficial de geopolíticas podría deducirlo después de un momento de profunda reflexión. Pero la reflexión sobria es mucho menos divertida que la especulación precipitada, por lo tanto Cohen y Schmidt -olvidándose que los rebeldes chechenos han reubicado sus servidores en el extranjero para más de una década -démosle unas vueltas a la futurología sobre Chechenia y Mongolia:

Los seguidores de… los rebeldes chechenos podrían utilizar el espacio de Internet de Mongolia como base desde donde movilizar, emprender campañas en línea y crear movimientos virtuales. Si eso sucediese, el gobierno ongol sentiría indudablemente la presión de Rusia, no sólo diplomáticamente sino porque su infraestructura nacional no está construida para resistir un ciberataque…. Tratando de preservar su propia soberanía física y virtual, Mongolia encontraría necesario tolerar el mandato ruso y un filtro sobre el contenido de Internet con cuestiones de botones calientes. En este compromiso, los perdedores serían los mongoles cuya libertad en línea sería erradicada como resultado de los auto-intereses de los poderes extranjeros con afilados codos.

¡Pobres mongoles! ¿Pero existe alguna razón para preocuparse? Como ya se ha dicho, varios países -principalmente en Escandinavia- han estado hospedando los sitios webs de los rebeldes chechenos durante mucho tiempo. No hace falta decir que Rusia no lanzó una guerra contra ellos, y a los suecos y finlandeses no parece que se les hayan restringido sus libertades. ¿Ha estado el Kremlin haciendo presión sobre estos gobiernos? Ciertamente pero así es cómo la diplomacia siempre ha trabajado. ¿Por qué gastar saliva en futurología abstracta si la experiencia y los datos empíricos están al alcance de la mano? Pero esta evidencia socavaría la idea de que existe un dominio especial de la política llamado «virtual», dónde el poder opera de manera diferente. La realidad es que, poniendo a un lado la video propaganda, las plataformas digitales han ayudado poco a los rebeldes chechenos: no hay necesidad de fantasear sobre Mongolia, simplemente miremos a Chechenia.

El libro de Schmidt y Cohen sustituye la especulación no empírica de manera constante a través de un compromiso completo con lo que ya se conoce. Tome la predicción que estamos a punto de evidenciar el levantamiento de «edición colectiva», para que los estados formen «comunidades de intereses para editar internet juntas, basado en valores compartidos o geopolíticos.» Cohen y Schmidt dan el ejemplo de los antiguos estados de la antigua Unión Soviética que se «hartaron con la insistencia de Moscú en estandarizar el idioma ruso en la región» y se unieron para censurar todo contenido relacionado con el idioma ruso en la Internet de sus países limitando de esta manera la exposición de sus ciudadanos a Rusia completamente. Algo realmente aterrador. Lo que omiten mencionar es que tecnológicamente, nada le impide a Bielorrusia o Armenia hacer la mayoría de estas cosas. ¿Entonces por qué no lo han hecho? Bueno, quizás perdieron el memorándum sobre el advenimiento de la «nueva era digital». Lo más probable es que sepan de donde vienen sus reservas de energía y subsidios económicos. El » mundo virtual» que Schmidt y Cohen exaltan no anula en forma alguna o transforma completamente la situación geopolítica actual en la cual los estados ex-soviéticos se encuentran en estos momentos. Por supuesto la infraestructura digital ha añadido algunas palancas (y dichas palancas pueden usarse por todas las partes); pero debatir que esa infraestructura digital ha creado de algún modo otro mundo, con una política enteramente nueva y nuevas relaciones de poder y nuevos puntos de presión, es ridículo.

El hecho de que la mayoría de las cosas que Cohen y Schmidt predicen para el futuro -desde un «apartheid virtual» a una «soberanía virtual»- ha sido tecnológicamente posible desde hace tiempo es la mejor contradicción de la hipótesis de un mundo bipolar. Nada le impide a un gobierno virtual en el exilio que designe un ministro del interior virtual que se «centraría en conservar la seguridad del estado virtual». Ya lo pueden hacer hoy en día. Pero con la ausencia de recursos materiales y una fuerza policial -el tipo de cosas que tiene un ministro del interior en el mundo físico – no cambiaría nada. El cambio entre el poder físico y el poder virtual no es equivalente. Las relaciones de poder no importan mucho para las cuentas existenciales de cómo es el mundo: con poder, lo tiene o no.

Esta verdad prevalece no importa cuántos mundos usted sitúe. Imagine que mañana anuncio la existencia de un tercer mundo: olvídese si «digital», por lo tanto todo es «digital al cuadrado». Luego procedo a preparar un motor de búsqueda para ese mundo entonces: llamémoslo Schmoogle. Luego proclamo que Schmoogle es lo mejor desde la creación de Google. (¿Google? Estos luditas no saben nada sobre «digital al cuadrado»!) Sospecho que este brillante proyecto no me hará rico, a menos que quizás publique un altisonante manifiesto -La Nueva era Digital al Cuadrado- para que combine. Esto no significa que Schmoogle este condenado. Lo que significa es que anunciando que Schmoogle pertenece al nuevo mundo revolucionario no me lleva a ningún lado. No es suficiente para convencer a los fundadores, usuarios, y anunciantes que el proyecto tiene bases. Se debe crear realmente una era completamente nueva.

¿Por qué tantos de estas demandas triviales presentes en el libro parecen tener tanta seriedad? Es bastante simple: la hipótesis de un mundo bipolar conlleva demandas, tendencias, y objetos con importancia -sin importar cuán inconsecuentes sean realmente -basado solamente en su membrecía en el nuevo mundo revolucionario que sólo existe porque ha sido colocado por la hipótesis.

Reflexione sobre otra afirmación del libro de Schmidt y Cohen: «los gobiernos… pueden ir a la guerra en el ciberespacio pero mantener la paz en el mundo físico». Algo claramente no está bien aquí. Si los gobiernos están en guerra -una condición bien descrita en las leyes internacionales – entonces están en guerra en todos los planos; como con el embarazo, no se puede estar simplemente un poco «en guerra.» Si los gobiernos realizan escaramuzas que no llevan a la guerra -una condición también conocida por los estudiantes de leyes internacionales y políticas- entonces no están en guerra. Es cierto que el aumento de la conectividad hace más fácil el surgimiento de estas nuevas escaramuzas, pero no estamos tratando con nada remotamente similar a una revolución aquí. La verdad trivial dentro la hipérbole de Schmidt y Cohen es algo así como: los gobiernos pueden crear desorden entre sus redes de la misma manera que lo hacen desde sus embajadas. No es una revolución de asuntos globales.

¿Qué quieren decir Cohen y Schmidt cuándo escriben que «así como algunos estados ejercen influencia entre ellos con los recursos militares para consolidar más terreno físico, de igual manera los estados formarán alianzas para controlar el » territorio virtual»? Si asumimos que ese » territorio virtual » es un concepto válido -una probabilidad muy grande – suena bastante horrible. Pero mirándolo más de cerca, todo lo que Cohen y Schmidt están diciendo es que los estados cooperarán en asuntos tecnológicos -como lo han hecho por siglos- y que esto podría tener una repercusión tanto para los asuntos militares como los no-militares. ¿Qué resulta tan refrescante sobre esta nueva percepción? O consideremos su predicción que el mundo verá pronto su «primer buscador de asilo en Internet». No llore todavía: «un disidente que no puede vivir libremente bajo una Internet autocrática y se le niega el acceso a las otras Internets de los otros estados escogerá buscar asilo físico en otro país para ganar la libertad virtual de su Internet.» No tengo ninguna duda que alguien pueda intentar esta excusa un día – no sería apenas la razón más irracional para pedir asilo- ¿pero cualquier gobierno en su sano juicio concedería el asilo con estos términos? Por supuesto que no. Una vez más, la correspondencia mecánica de Schmidt y Cohen entre lo físico y lo virtual confiere al virtual -en este caso, «espacio virtual»-una singularidad que no posee. Si la censura mediática es razón suficiente para conceder el asilo, entonces toda China es elegible; después de todo, se censuran fuertemente sus periódicos, radio, y televisión así como sus blogs. Pero trate de escribir un libro sobre «buscadores de asilo de radio».

¿Entonces qué es exactamente nuevo sobre la nueva era digital? Su percibida novedad – «única» es un término especialmente rebuscado por Schmidt y Cohen -deriva solamente de su habilidad de ocultar el vacío teórico sobre el uso de «virtual.» Un título más digno para este libro sería La Algo Nueva y Algo Era Digital.

Pero algo más que la semántica está en peligro aquí. La falsa novedad se invoca no sólo para hacer las predicciones más locas pero también para sugerir que todos necesitamos hacer sacrificios -un mensaje que está muy en la línea con la retórica de Google en materias de privacidad. «Cuánto más debemos de dar para ser parte de la nueva era digital? » pregúnteles a Cohen y Schmidt. Bueno si esta era no es ni Nueva ni Digital, no necesitamos dar mucho en realidad.

La que más molesta sobre este libro es que presta muy poca atención a proyectos y tecnologías ya existentes que Schmidt y Cohen sólo ven como en una visión. Considere esta gema de párrafo:

«¿Si usted está aburrido y quiere tomar una hora de vacaciones, por qué no enciende su caja holográfica y visita el Carnaval de Rio? ¿Estresado? Pase un rato en una playa en las Maldivas. ¿Preocupado porque sus niños se portan mal? Hágales pasar algún tiempo caminando por el barrio bajo de Dharavi en Mumbai. ¿Frustrado por la cobertura de los medios en los Juegos Olímpicos en una zona horaria diferente? Compre un pase holográfico por un precio razonable y vea el equipo de gimnastas competir justo delante de usted, en vivo. A través de interfaces de realidad virtual y capacidades de proyecciónholográfica, usted será capaz de «unirse» a estas actividades justo cuando están sucediendo y siéntalas como si usted estuviese allí de verdad.»

Creo que ya tenemos una tecnología para ver los Juegos Olímpicos: se llama NBC. Y, armado con un proyector, una pantalla grande y gafas 3D, ud ya puede ver el equipo de gimnasia femenina justo en frente de usted. Tal vez, en la nueva era digital, usted no tendrá que apagar las luces. ¡Tres hurras por la digitalidad! Pero ¿es eso? En cuanto a esa playa en las Maldivas: no contenga la respiración. Incluso Wolf Blitzer-el más reconocido experto a nivel mundial en hologramas- probablemente no está desperdiciando sus tardes viendo atardeceres holográficos en su sala de estar. Y en cuanto al revolucionario dispositivo para los padres: ¿posiblemente quién castigaría a sus niños mimados con un viaje holográfico a la India? Hagamos que Schmidt y Cohen lo prueben en sus hijos primero.

Schmidt y Cohen envían sus peculiares ejemplos en dosis tan grandes que los lectores no familiarizados con la literatura más reciente sobre tecnología y los nuevos medios de comunicación pueden encontrarlas innovadoras y convincentes de forma accidental. En realidad, sin embargo, muchos de sus ejemplos -en especial aquellos de tierras extranjeras exóticas- son sacados de su contexto por completo. Es bueno que te digan que los innovadores en el Media Lab del MIT (Laboratorio de Medios de Comunicación del Instituto de Tecnología de Massachusetts) están planeando distribuir tabletas PC a los niños en Etiopía, pero ¿por qué no decirnos que este proyecto sigue los pasos de Un Portatil por Niño (One Laptop Per Child), uno de los más destacados fracasos de utopismo tecnológico en la última década? En ausencia de tal revelación, el proyecto de la tableta PC etíope parece mucho más prometedor y revolucionario de lo que realmente es.
«Imaginen las implicaciones de estas crecientes plataformas de aprendizaje móviles o basados en tabletas para un país como Afganistán,» declaran Schmidt y Cohen. Pero en realidad no es tan difícil de imaginar, una vez que se ha establecido el contexto adecuado. Con base en el historial de Un Portatil por Niño, estas plataformas de aprendizaje serán una pérdida de dinero. No hay nada malo en hacer predicciones, pero cuando uno opta por hacer predicciones en la oscuridad, sin la ayuda de lo que ya se sabe sobre el presente y el pasado, es difícil de tomar en serio tales predicciones. ¿Por qué especular, como hacen Schmidt y Cohen, sobre el papel positivo que los medios sociales y los teléfonos móviles podrían haber desempeñado durante el genocidio en Ruanda, cuando sabemos el papel que jugaron en los enfrentamientos étnicos en Kenya en 2007 y en Nigeria en el 2010? Su papel estaba lejos de ser positivo.

Sólo un mínimo de investigación podría haber salvado este ejercicio de futurología irresponsable, pero viviendo en el futuro, a Cohen y Schmidt no les preocupa mucho el presente, que probablemente los conduce a exagerar su propia originalidad. Por lo tanto, escriben elogiosamente de los muchos beneficios que el cifrado ofrecerá a las organizaciones no gubernamentales y los periodistas, dándoles la capacidad de informar con seguridad desde las diferentes regiones, transformando así el periodismo y la cobertura informativa de los derechos humanos. «Tratar a los periodistas de la misma manera como fuentes confidenciales (protegiendo las identidades, preservando el contenido) no es en sí mismo una nueva idea,» ambos proclaman, «pero la habilidad de cifrar esos datos de identificación y usar una plataforma en línea para facilitar la obtención de noticias en el anonimato, sólo se está convirtiendo en posible ahora». Esto sólo revela lo poco que saben sobre el mundo de los periodistas y trabajadores de las ONG que realmente trabajan en lugares como Birmania, Irán y Bielorrusia. En 2003, una década atrás, una eternidad en el tiempo futurista, Benetech, una organización no lucrativa de California, lanzó el software de código abierto llamado Martus, que hace precisamente aquello acerca de lo cual Cohen y Schmidt fantasean: permite que los periodistas y trabajadores de las ONG añadan datos a bases de datos accesibles y cifradas de forma segura. Ya en 2008, vi a este tipo de software utilizado en las oficinas rudimentarias de una ONG que estuvo rastreando los abusos de derechos humanos en Birmania desde un lugar remoto en el sudeste de Asia. Producto de sus largos recorridos por el mundo -fueron a Corea del Norte para ver el futuro- Cohen y Schmidt tienen un conocimiento limitado de lo que sucede fuera de Washington y Silicon Valley.

Schmidt y Cohen prometen ingenuamente que, debido a los vastos tesoros de la información recopilados con «los dispositivos tecnológicos, plataformas y bases de datos», «todo el mundo… tendrá acceso a la misma fuente de material.» Por lo tanto, las disputas sobre lo que ocurrió en una guerra o algún otro conflicto-interpretación en sí misma- se convertirán en irrelevante. Una gran demanda -pero ¿dónde está la evidencia? Todavía recuerdo las discusiones acerca de la guerra entre Rusia y Georgia en 2008. Sí, hubo algunas pruebas interesantes -incluyendo los teléfonos celulares que flotan alrededor. Pero la misma imagen desencadenó respuestas completamente diferentes de los blogueros georgianos y los blogueros rusos: en función de lo que se describía, un grupo tenía más probabilidades de cuestionar la autenticidad del «material de origen.» Más imágenes -incluso si tienen las marcas de tiempo digitales que apasionan a Cohen y Schmidt- no van a resolver el problema de la autenticidad. «Las personas que tratan de perpetuar los mitos acerca de la religión, la cultura, el origen étnico o cualquier otra cosa tendrán que luchar para mantener sus narraciones a flote en medio de un mar de oyentes recién informados», nos dicen. Si es así, debemos probar esto en América un día: nuestro propio «mar de oyentes informados» -informados acerca de la evolución, el calentamiento global, o el hecho de que Obama no es un musulmán -podría ser un placer para nadar en él.

En la misma línea panglosiana, Schmidt y Cohen más bien preferirían contar cuentos de hadas acerca del fantástico impacto de los nuevos medios de comunicación en los adolescentes en el Medio Oriente que involucrarse con esos adolescentes en sus propios términos. «Los jóvenes en Yemen podrían enfrentarse a sus jefes tribales sobre la práctica tradicional de las ‘niñas novias’ si determinan que el amplio consenso de voces en línea está en contra de la misma,» anuncian ambos. Quizá. Por otra parte, los jóvenes en Yemen podrían tomar y compartir fotografías de sus amigos que acaban de ser asesinados por aviones no tripulados. La conectividad no es una panacea para la radicalización; con demasiada frecuencia, es su propia causa. ¿O se supone que debemos creer que, en la nueva era digital, potenciales terroristas optarán por el «terrorismo virtual» y hacer spam en lugar de bombas?

Schmidt y Cohen se encuentran en lo más superficial de su discusión sobre la radicalización de la juventud (que fue el feudo de Cohen en el Departamento de Estadoantes de descubrir el mundo glorificado de la futurología). «Llegar a jóvenes descontentos a través de sus teléfonos móviles es la mejor meta posible que podamos tener», anuncian, en la voz arrogante de tecnócratas, de los magnates corporativos que confunden los intereses de sus negocios con los intereses del mundo. ¡Los teléfonos móviles! ¿Y quién es «nosotros»? Google? Los Estados Unidos?

La estrategia de lucha contra la radicalización que Schmidt y Cohen proceden a articular se lee como una parodia de La Cebolla (The Onion). Al parecer, la forma correcta de controlar a todos esos niños yemeníes molestos por los ataques con aviones no tripulados es distraerlos con Ready, Cute Cats en YouTube y Angry Birds en sus teléfonos. «La estrategia de antiradicalization más potente se centrará en el nuevo espacio virtual, ofreciendo a los jóvenes alternativas ricas en contenido y distracciones que les impiden seguir el extremismo como último recurso», escriben Cohen y Schmidt. Ya que la industria de la tecnología produce los videojuegos, las redes sociales y los teléfonos móviles, eso le permite, tal vez, tener la mejor comprensión acerca de cómo distraer a los jóvenes de cualquier sector, y los niños son los mismos seres demográficos reclutados por los grupos terroristas. Las empresas no pueden entender los matices de la radicalización o las diferencias entre poblaciones específicas en escenarios importantes como Yemen, Irak y Somalia, pero sí entienden a los jóvenes y los juguetes con que les gusta jugar. Sólo cuando tenemos su atención podemos aspirar a ganar sus corazones y mentes.
Tenga en cuenta la sustitución de los términos aquí: «nosotros» ya no estamos interesados en crear un «mar de oyentes recién informados» y proveer a los niños yemeníes con «hechos». En su lugar, «nosotros» estamos tratando de distraerlos con los tipos de trivialidades que Silicon Valley sabe producir muy bien. Desafortunadamente, Cohen y Schmidt no discuten la historia de Josh Begley, el estudiante de la Universidad de Nueva York (NYU) que el año pasado construyó una aplicación que dio seguimiento a los ataques con drones estadounidenses y lo presentó a Apple, -sólo para ver su aplicación rechazada. Esta pequeña anécdota dice más sobre el papel de Silicon Valley en la política exterior de Estados Unidos que toda la futurología entre las tapas de este libro ridículo.

Cuando alguien escribe una oración que comienza con «si las causas de la radicalización son similares en todas partes», usted sabe que su comprensión de la política es, en el mejor de los casos, rudimentaria. ¿Creen Cohen y Schmidt realmente que todos estos jóvenes están alienados porque están simplemente mal informados? Que sus quejas se pueden curar con las estadísticas? Que «nosotros» sólo podemos cambiar esto encontrando el equivalente digital de «dejar caer volantes de propaganda desde un avión»? Que si podemos hacer que esos jóvenes hablen unos con otros, van a entender todo esto? «Los extranjeros no tienen que desarrollar el contenido; sólo necesitan crear el espacio,» comentan Schmidt y Cohen con suficiencia. «Cablee toda la ciudad, dele a la gente las herramientas básicas y ellos mismos harán la mayor parte del trabajo.» Ahora está claro: la voz del «nosotros» es en realidad la voz del capital de riesgo.

¿Y qué pasa con la todopoderosa máquina de coser? Ese gran faro de esperanza -descrito en el catálogo de Singer 1915 como «Principal Contribución de Estados Unidos a la Civilización»- no logró su misión cosmopolita. (¡Qué poco ha cambiado!: hace unos años, uno de los cofundadores de Twitter describió su compañía como un «triunfo de la humanidad.») En 1989, la compañía Singer, en una rendición profundamente humillante ante las fuerzas de la globalización, fue vendida a una empresa propiedad de un canadiense nacido en Shanghai que fue a la quiebra una década más tarde. Máquinas americanas, cerebros americanos, y el dinero americano ya no eran estadounidenses. Un día, Google caerá también. La buena noticia es que, gracias en parte a este libro superficial y megalómano, las gigantescas ambiciones intelectuales de la compañía serán preservadas para la posteridad para estudiarlas de forma cautelar. El mundo virtual de la imaginación de Google podría no ser real, pero la arrogancia simplista de sus ejecutivos, sin duda lo es. (Tomado de The New Republic, traducción de Cubasi Translation Staff)

*Evgeny Morozov (Soligorsk, Bielorrusia, 1984) es uno de los principales investigadores mundiales de las implicaciones sociales y políticas de la tecnología. Es profesor visitante en la Universidad de Stanford. Colabora con las revistas Foreign Policy y Boston Review. Sus reflexiones críticas sobre la tecnología e Internet se publican habitualmente en grandes medios de comunicación.

**Palabra creada por el autor para describir cómo se nombraría el lenguaje de Silicon Valley.

Fuente: http://lapupilainsomne.wordpress.com/2014/07/14/google-la-maquina-de-coser-y-el-libro-de-jared-cohen-y-eric-schmidt/