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Gorki y su experiencia en Nueva York

Fuentes: Rebelión

Máximo Gorki, 16 de Marzo de 1868 -18 de Junio de 1936, tuvo una infancia y una juventud extremadamente difíciles. Leía, estudiaba por su cuenta y se sumaba a los encuentros clandestinos de los revolucionarios. Con 19 años, trabajando en un horno de pan, el 12 de Diciembre de 1887 decidió quitarse la vida para […]

Máximo Gorki, 16 de Marzo de 1868 -18 de Junio de 1936, tuvo una infancia y una juventud extremadamente difíciles. Leía, estudiaba por su cuenta y se sumaba a los encuentros clandestinos de los revolucionarios. Con 19 años, trabajando en un horno de pan, el 12 de Diciembre de 1887 decidió quitarse la vida para no sufrir más. Eran las 8 de la noche cuando con intención de meterse una bala en el corazón se puso un revolver en el pecho y apretó el gatillo. Quedó herido, la bala se desvió, le llevaron a un hospital y allí pasó una semana. Considerando que no había sido capaz de soportar la dureza de su existencia dijo que se sentía avergonzado, más cuando se sabía un obrero comprometido políticamente.

Era 1902 y su obra literaria había alcanzado una gran difusión, entonces la Academia de Ciencias le nombró Académico de Honor. El Zar Nicolás II, conocedor de la importancia de nuestro escritor en el movimiento revolucionario, ordenó por carta al ministro de Instrucción Pública su expulsión de la Academia, aduciendo que había sido encarcelado y era perseguido por la policía. La mayoría de los académicos obedecieron, Tolstoy no tomó partido, se abstuvo, pero todos ellos se encontraron con la respuesta de Chejov y Korolenko, miembros honoríficos que dimitieron por solidaridad con Gorki.

Con 37 años, el 7 de Diciembre de 1905, participó en la huelga general convocada por los bolcheviques, que distribuían un llamamiento escrito por él: «El proletariado no está vencido aunque haya sufrido pérdidas. La revolución se ha fortalecido en la esperanza, sus dirigentes han aumentado de modo considerable. El proletariado ruso se encamina hacia una victoria decisiva porque representa la única clase morálmente sólida, consciente y segura de su futuro en el país». La persecución desatada por los cuerpos policiales del Zar llevaron a los amigos de Gorki a aconsejarle que saliese del país, con lo que además de salvarse podría recoger fondos para la revolución. Siendo tan conocido y respetado en el mundo, pensaban, podría cumplir esa tarea.

En las capitales alemana y francesa llevó a cabo actos con tal fin, y cuando el gobierno ruso pidió dinero al gobierno francés para recuperarse de la guerra contra Japón, Gorki escribió en

L´Humanite: «Ni un céntimo al Gobierno ruso», y con ello arreció en su campaña.

Llegó a EEUU el 28 de Marzo de 1906, en estos días hace 110 años que puso pie en Nueva York. El gobierno del Zar exigió al de EEUU que no le dejase entrar. La policía le interrogó en el barco con intención de aplicarle una ley que impedía la entrada a los anarquistas, y su respuesta fue: «No, no soy anarquista. Soy socialista. Respeto la ley y el orden; por eso mismo me opongo al gobierno ruso». En Nueva York fue bien acogido por el público en general y los intelectuales del momento, pero los funcionarios del Zar, apoyándose en la prensa reaccionaria como el World y en el mismo gobierno estadounidense, emprendieron una campaña publicitaria en la que le acusaban de viajar con una mujer sin estar casados. Las consecuencias fueron inmediatas, les echaron del hotel en que se alojaban y no les recibieron en ningún otro. Tan sólo una familia progresista le ofreció su casa. Los intelectuales como Mark Twain se apartaron de Gorki y su compañera, y la campaña para recoger fondos contra la tiranía zarista fracasó. Pocos años más tarde la Revolución Soviética triunfó, y la obra literaria de Gorki le entregó su parte.

En 1932 nuestro autor, habiendo conocido la práctica de explotación social y el espíritu que infundía el gran capital, declaró a un periodista estadounidense: «Su civilización es la más odiosa de nuestro planeta porque ha desarrollado descaradamente todos los aspectos vergonzosos y horribles de la civilización europea». Poco antes de morir insistía en el peligro de una guerra mundial: «Habrá guerra, es preciso estar preparados». Su fallecimiento sería el 18 de Junio de 1936. Un mes más tarde los fascistas intentaron dar un golpe de Estado en España y desembocó en guerra, y en 1939 estallaría la Segunda Guerra Mundial.

Durante su estancia en Nueva York escribió el libro de relatos «La ciudad del diablo amarillo», en el que plasmó, con voz realista, sumergida en el lenguaje poético en ocasiones, otras reflexivo, lo que había conocido de la gente más necesitada de la ciudad, de su proletariado, de las condiciones de trabajo y vida de éste, y cómo estas convertían sus mentes en un despojo enfermo, mientras los capitalistas engordaban sus bolsones con la plusvalía que sacan a la clase trabajadora, acumulando el único valor, la moneda contante y sonante, que hacen circular en su sociedad, el «diablo amarillo».

En «La ciudad del diablo amarillo», título del primero de los relatos, va a recorrer Nueva York señalando en primer término que a los pies de la Estatua de la Libertad «hay poca tierra», y es que a su alrededor un constante ir y venir enfermo y falto de esa libertad que pretende representar, envuelve la actividad de la gente resultando una lucha contra la vida misma. El «diablo amarillo» lo descompone todo, lo deshumaniza, y se traga el día a día y la vida entera. Nadie parece cuestionárselo, nadie se pregunta por qué lo inmediato consume las energías y no deja que nazca horizonte alguno. Los ojos no tienen espacio para lo más personal en los mayores, y sobre ese desperdicio ve crecer a los niños. Observa las reacciones, los impulsos, el vacío primitivo que revuelve a las gentes que adocenadas se arrastran por la actividad que termina con su altura humana, y concluye: «al deformar el alma del hombre, la gente no debe aguardar misericordia de él». Así resulta una rareza encontrar a la clase obrera orgullosa, pensante, decidida, y quien signifique una esperanza, una posibilidad, resultará una potenia extraña, álguien que destaca hasta caminando por la calle.

En el segundo de los relatos, «El reino del tedio», se nos muestra ese lado que, quedando vacío en la clase obrera se convierte en almacen de crueldad para otros seres vivos, y nos enseña a los animales en jaulas expuestas a la gente en su día de espera de vuelta al trabajo donde, a su vez, es tratada como una vestía. En el día de espera se divierte haciendo daño físico y humillando a quienes ve enjaulas. El relato, construido en 1906, muestra escenas que merecerían su exposición completa, seguramente los enemigos de los animales tendrían la ocasión de echar en falta algo humano en ellos mismos. Hoy que la buena gente cuestiona el mal trato a los animales en circos, zoos, y las llamadas «fiestas populares», o, «fiesta nacional», encontramos la conexión con Gorki, que lejano en el tiempo nos permite ver la progresión realizada, los cambios impulsados por la lucha de los defensores de los seres con los que compartimos el planeta. Gorki describe el comportamiento de los faltos de humanidad y de los enjaulados, y mira a los primeros con desconcierto, con asco, y manifestándose herido, atendiendo a los prisioneros con respeto y admiración. Les recomiendo su lectura. Termina diciéndonos: «Una sola cosa es buena en la ciudad de la luz: en ella puede uno llenar su alma, para toda la vida, de odio al poder de la estupidez».

En su tercer relato, «Mob», el autor apunta al aspecto físico de los hombres que se consumen en la maquinaria ladrona de su tiempo y sus energías, y nos explica su comportamiento de bestia, y cómo entre sus características destaca el machismo exacervado, que se refuerza en grupo; recoge escenas de brutalidad que aún en nuestros días podemos comprobar, acoso, abuso, violación en masa. Gorki recoge la falta de conciencia de clase como el disolvente que hace desaparecer el principio de igualdad, y cómo esa masa deforme ante el poder ignora su fuerza y se dispersa huyendo. «Mob» también son ojos que viven engrandeciendo el modo de vida burgués y lo convierte en motivo de envidia, en la misma medida que envidia a la clase por la que es explotado, y a su vez compite con, y odia a, quien considera igual o inferior.

En «Uno de los reyes de la república», tras observar que en EEUU hay varios reyes, el del acero, el del petróleo, el del ferrocarril, … reflexiona, a modo de conversación con un capitalista de éstos, sobre su función: succionar, roer, masticar el planeta porque así consigue hacer más dinero, siempre más dinero, para lo cual debe quitar a la clase obrera todo lo que sea posible hasta dejar en las manos de ésta lo mínimo necesario con el fin de que no desfallezca y pueda seguir trabajando. Y cuando pregunta al personaje si le molesta el gobierno, el capitalista le responde que quienes lo componen son de su «club». Gorki le replica que «el gobierno debería prohibir el robo manifiesto», entonces se encuentra con una respuesta que también ilustra nuestra época: «Eso es idealismo. Aquí esas cosas no se practican. El gobierno no tiene derecho a inmiscuirse en los asuntos privados». Le pregunta por la emigración, si es aceptable, si cumple alguna función, el rey del capital responde: «La ruina es cuando la mano de obra cuesta cara. Y cuando hay huelga. Pero nosotros tenemos a los emigrados. … Cuando en el país haya bastantes emigrados para que trabajen barato y compren mucho, todo irá bien». En la conversación el capitalista añade que reducirá o frenará su afluencia al país cuando a él le venga bien.

Si le pregunta por los intelectuales contesta que el gobierno contrata a todos los que necesite para que inculquen al pueblo el respeto a las leyes. ¿Y la religión?: «Pienso muy bien de ella, ¿qué creía usted?». Lo curioso es que su respuesta, que se adentra en diversos asuntos sobre la creencia entre el pueblo, contiene también el no reconocimiento de Cristo porque «es hijo natural», y si se le reconociese pondría por delante a los hijos de la unión de razas distintas. Entonces da con un nervio criminal del más puro racismo: » … linchamos a un negro en cuanto sabemos que ha vivido con una blanca, como marido y mujer. Nosotros somos muy severos cuando se trata de la moral».

Es 1906, los socialistas de Gorki eran los bolcheviques, los comunistas que llamamos hoy, y le pregunta: «¿Qué piensa usted de los socialistas?». Respuesta: «Que ellos son, precisamente, los servidores del diablo. … (el gobierno) debe privar a los socialistas de derechos civiles, para ello hay que elegir todos los miembros (del gobierno) entre los millonarios».

El rey capitalista termina diciendo que «aun emplearé una pareja de buenos reyes (medievales) europeos para el servicio, sería divertido ¿sabe?. Les ordenaría boxear ahí».

El último relato, «El sacerdote de la moral» expone la fundación en el país de una sociedad secreta mediante la cual los capitalistas burlan las leyes que iomponen al resto de la población, y cómo para ello los periódicos tienen que contribuir aturdiendo al pueblo: «Los periódicos pertenecen a los millonarios, ¿comprende usted?. Es algo muy original».

Y a usted, lectora, lector, ¿qué le parece?, ¿tiene algo que ver con el momento actual en el mundo capitalista que vivimos?. No deje sin leer éste pequeño libro.

Título: La ciudad del diablo amarillo.

Autor: Máximo Gorki.

Traductor: A. Herraiz.

Ramón Pedregal Casanova es autor de «Dietario de crisis», «Siete Novelas de la Memoria Histórica. Posfacios», y «Gaza 51 días». Presidente de AMANE, Asociación Europea de Cooperación Internacional y Estudios Sociales.

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.