Apresurada, improvisada y sin el más mínimo detalle, la noticia acerca de la muerte de Néstor Gregorio Vera Fernández, conocido como Ivan Lozada o Iván Mordisco, el jefe del grupo disidente de las FARC en el sur del país, vuelve a dejar en ridículo al gobierno del cambio, el ministerio de defensa y las fuerzas militares. Tal como diría Juan Ruiz de Alarcón en su obra La verdad sospechosa: “los muertos que vos matáis gozan de buena salud.”
El show mediático que se agitó con la velocidad que se mueve una chiva de semejante proporciones, no escatimó esfuerzos por cuenta del Sistema de Medios Públicos, el pasado 19 de abril. El gran objetivo de alto valor en que se ha convertido Iván Mordisco por cuenta del gobierno nacional, no oculta el desespero con el que la Casa Nariño pretende ganar adeptos en etapas electorales, demostrando que la seguridad humana también tiene mano dura.
En medio del fracaso de la paz total, el ministerio de defensa ha enfocado una campaña relámpago para mostrar resultados militares en poco tiempo, promoviendo la caza de los máximos jefes guerrilleros, combinando todas las formas de lucha posibles, entre ella la paramilitar. Mientras se escalona el conflicto armado en todo el territorio nacional, la cortina de humo de éxitos militares fabricados por los medios se cae de su peso con los resultados cada vez más insuficientes para lograr la paz por la vía del diálogo o la fuerza. Entre la ficción mediática, la realidad ensombrece el panorama electoral y las posibilidades de un triunfo de solución política al conflicto por la vía militar que se espera a cualquier precio, fácil y rápida, hace aguas en el actual contexto nacional.
Mercenarismo y cartelización
Se ha reeditado la política de la seguridad democrática bajo la estrategia del mercenarismo institucional que el gobierno alienta con la promoción de la cartelización como método de persecución. El viejo método contrainsurgente de las recompensas vuelve a resurgir, a fin de mercantilizar mucho más la guerra. La población vuelve a ser objeto y utilizando sus necesidades, le venden la idea de la delación como un jugoso plan de recompensa que solo consiste en señalar y acusar la presencia de los jefes guerrilleros.
Sin duda, inocular dentro de la población civil la idea del premio social y económico, bajo la promoción de carteles que presenta el costo de las cabezas de los buscados por el Estado, es seguir contribuyendo a la descomposición del conflicto y en especial, de las comunidades afectadas por el conflicto armado. Ahora vale más delatar que arar, señalar y acusar que cultivar. La seguridad humana resultó conjurando los poderes de la instrumentalización del Estado a la población, con una práctica más sucia que ni el Leviatán de Hobbes habría previsto.
Con el fin de dar resultados efectivos, la política de seguridad del gobierno se concentra en unir esfuerzos entre disidentes de las propias fuerzas insurgentes, grupos paramilitares y de las fuerzas militares, para crear un bloque contrainsurgente de efectivos que permita en el corto plazo eliminar la expansión guerrillera que se extiende por el territorio nacional. Tal parece que los propósitos de la paz total sucumbieron ante la presión del sector del bloque de poder dominante, que poco a poco ha retomado la iniciativa de la acción militar para resolver la situación que se salió de las manos a un gobierno débil y carente de visión estratégica en cuanto la solución política al conflicto armado.
Guerra sicológica: la población activa y pasiva
Llama la atención que mientras se desata una nueva etapa de escalamiento del conflicto armado en todo el país, poco se han detenido los nuevos analistas de paz, muchos de ellos pazólogos tibios que se dedican a narrar amañadamente los desenlaces de la guerra de una manera oportunista para quedar bien con sus cooperantes internacionales, mientras ocultan los hechos que enlodan la buena cara del gobierno nacional en cuanto a la materia de seguridad y defensa y omiten desnudar la fuerte iniciativa de guerra sicológica con la que se ha diseñado el escenario de confrontación bélica por parte de las fuerzas militares.
El país está dividido, según el dispositivo ideológico actual de las fuerzas militares, entre un tipo de población civil pasiva y una activa. Una aparece como un actor vulnerable, sujeto a los desenlaces de la confrontación en el que está siempre limitado por las fuerzas en disputa que terminan dependiendo del triunfo parcial del grupo armado que se imponga. Bajo este planteamiento, la acción del establecimiento está diseñada para encarnar la posición del redentor capaz de imponer orden y justicia ante las fuerzas que se oponen a este. La fabricación del bien justiciero va de la mano del asesino descontrolado que representa el mal, ligado a un poder restaurador que no mide sus capacidades para lograr imponer la paz.
De esta manera, se ha justificado la necesidad de darle de nuevo espacio a la militarización del territorio nacional y de las zonas rurales. Una vez más, se retoma la idea del copamiento militar de la vida campesina y rural, la expansión del cuadro bélico y de las fuerzas del establecimiento para garantizar la capacidad operativa de estas como garantía de la defensa y la protección del Estado. Para ello, se necesita una masa pasiva, una población victima que con la presión de la situación económica, social y política de dependencia de la presencia de un centro de dirección que concentre sus necesidades, logre encaminarlas funcionalmente hacia un propósito de control. A más presión, la población solo puede moverse hacia afuera, desplazándose o contrayéndose pasivamente ante la nueva presencia de un actor en el escenario bélico.
Todo el plan que se ha orientado desde las fuerzas militares, se mueve en la idea de la territorialización pero bajo un mecanismo de presión sicológica a la población, aprovechando el vacío de poder del gobierno y su política de paz, para aumentar la presión social y económica, a fin de ir concentrando necesidades que les sean funcionales para justificar su presencia, operatividad y capacidad de control. Pasivamente, la población se ha revictimizado con sus propios victimarios a cuenta de la necesidad de control a cambio de soluciones económicas, especialmente.
Por otro lado, la estrategia de guerra sicológica combina el modo de delación con la cartelización como mecanismo de mercantilización, premio, recompensa y estimulo, a la vez que fuerza sobre la población que consideran actores activos del conflicto, para lograr resultados de la cooperación, el sabotaje y el señalamiento de cuadros insurgentes en las áreas de influencia donde estos operan. Si con la población pasiva la guerra sicológica opera para llenar vacíos sobre la ausencia política de la paz bajo el esquema del miedo como recompensa, en el caso de la zonas que consideran hostiles por la población activa, se trata de forzar el copamiento, incrustar fuerzas ocupando la vida social y económica para establecer el control por la violencia, presionando la unidad social y comunitaria para lograr la individualización a través de la destrucción de la cohesión y el vínculo colectivo con la vieja estrategia del enemigo interno.
De la paz total a la guerra selectiva en el contexto electoral
Sin duda, la necesidad de lograr resultados en el plano militar por cuenta del fracaso de la paz total, ha llevado al gobierno nacional a abrirle espacios a la solución política violenta del establecimiento. Poco se podrá resolver en la actual coyuntura con relación al logro de la paz total y más bien, a medida que la balanza de poder empiece a inclinarse desfavorablemente hacia la posibilidad de la continuidad el gobierno por cuatro años más, la idea de la guerra ganará mayor audiencia en el escenario nacional.
El gobierno ante el fracaso de la paz total, ha optado por la idea de la guerra selectiva, creyendo que con el asesinato de dirigentes guerrilleros podrá disminuir la capacidad operativa de éstos y con ello asegurar el puesto en la Casa de Nariño otro cuatrienio. Este giro corresponde a planes improvisados que el gobierno ha confiado en el actual ministro de defensa, un ex militar que ha retomado la vieja escuela de los manuales del enemigo interno, cada vez más cercano a la asesoría norteamericana, pretende en poco tiempo bajar el ritmo de operaciones bélicas por parte de las guerrilla y con ello reorientar el mapa de acciones de la ofensiva estatal para terminar o al menos reducir estratégicamente la capacidad de lucha que hoy tienen los diferentes grupos que enfrentan al establecimiento en todo el territorio.
De fondo, esta idea de la selectividad en objetivos de alto valor estratégico, está más centrada en la difusión política de un éxito que se necesita rápidamente ante la ausencia de hechos reales, que en la efectividad militar con que realmente se está operando. En una combinación de formas de lucha con los medios de comunicación del gobierno, la acción conjunta de fuerzas del estado, el paramilitarismo y grupos supuestamente denominado “disidentes” de las insurgencias, se busca acelerar el logro del resultado de la caída de un comandante guerrillero.
En esta lógica de asesinato selectivo, el gobierno ha dado rienda suelta al sicariato, al mercenarismo dentro y fuera de sus propias tropas para garantizar que se pueda cumplir con el propósito. El mismo gobierno que hablaba de golpe blando y se autodenominaba víctima de un posible asalto interno del poder que podía provenir de los sectores militares y políticos de la ultraderecha, que conjurando los modos mercenarios podían acabar incluso con la vida del presidente de la república, ahora actúa como uno de esos tantos victimarios, buscando asesinar jefes guerrilleros, poniendo incluso altos precios a sus cabezas, todo para lograr mantenerse vivo políticamente hacia la contienda electoral que se avecina.
Mientras la guerra psicológica, con el auspicio de los medios de comunicación sigue poniendo contra la pared a la población civil, revictimizandola una vez más, la guerra mediática sigue vendiendo humo de mala calidad sobre resultados inocuos. A la fecha el ELN sigue operando, actuando en el territorio nacional aun después de la crisis de la mesa de diálogo con el gobierno. Iván Mordisco sigue vivo y sus tropas acaban de publicar la declaración política de la última reunión de su dirección nacional, pese a que una vez más se había anunciado con rimbombancia sobre su muerte. La guerra sigue, la paz total fracasa.
En el espectáculo en que se ha convertido este gobierno, ya ni las malas o buenas noticias le suman para aguantar su revés. Mientras se sacan trapitos al aire sobre las cuestiones personales del presidente, sus visiones, sus pasiones y gustos, la lucha política sigue su curso y se está acabando el cambio que no cambió nada. El 2026 está más cerca que nunca, mientras la paz, el cambio y las grandes promesas se alejan y todo parece indicar que ya no hay vuelta atrás.
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