Recomiendo:
0

Guerra y racismo: nuestra derrota, su derrota

Fuentes: The People Voice

Traducido del inglés por Sinfo Fernández

El racismo es para muchos, entre otras muchas cosas, una ideología muy oportuna porque proporciona respuestas simplificadas, definitivas y listas para servir ante cuestiones complejas y complicadas. Los racistas, a su vez, provienen de todas las clases sociales y de todas las edades; puede que difieran sus motivaciones y las causas principales que subsisten en sus deleznables puntos de vista sobre los demás, pero el resultado de éstos es previsiblemente el mismo: discriminación racial, opresión social y política, persecución religiosa y guerra.

La definición textual de racismo se refiere sólo a raza, pero en la práctica el racismo es una consecuencia del pensamiento de un grupo por el que un conjunto de personas deciden designarse a sí mismas como colectivo y comienzan a delinear su relación con otros colectivos -o con otro pueblo en general- con un sentimiento de supremacía. Esa supremacía, cuando va unida al predominio económico y/o político, se traduce en diversas formas de subyugación y crueldad.

La adulación del propio colectivo y el menosprecio hacia el otro es una práctica muy antigua, tan vieja como la misma civilización humana. Es eterna por la simple razón de que ha servido siempre como herramienta política y económica y, probablemente, seguirá siendo eficaz mientras que lo que dirija nuestra conducta sea la búsqueda del poder material y político.

Es también pertinente subrayar que la necesidad de designación negativa de un grupo no es siempre tan simple como la relativa a «blanco» y «negro». Por ejemplo, los europeos del Este de Europa menos aventajados económicamente en busca (y compitiendo) de un empleo en Europa Occidental se encuentran a sí mismos englobados en el mismo grupo y sometidos a todo tipo de clasificaciones. Igualmente oportuna ha sido la distorsión caricaturesca de los «árabes» que los medios dominantes han llevado a cabo, que resulta también útil para otros determinados intereses económicos y políticos.

Irónicamente, se da también una forma extrema de racismo en diversos países árabes donde los trabajadores extranjeros se encuentran a sí mismos situados en una humillante jerarquía basada en el país de origen. Los europeos occidentales y los estadounidenses se sitúan en lo alto de la pirámide y son fácilmente acogidos, mientras que los provenientes del Sur de Asia se hallan a menudo en la parte más baja. Por ejemplo, un ingeniero indio muy cualificado puede estar recibiendo un salario mucho menor que un francés con, relativamente, poca experiencia.

En algunos países, como Sudáfrica, el racismo ha causado estragos en la sociedad durante generaciones. Se manifiesta en el rechazo de algunas personas a identificarse con sus culturas ancestrales originarias porque temen que tal afinidad negaría el hecho de que son ciudadanos sudafricanos «completos»: un derecho por el que combatieron a través de la más ardua de las luchas.

En Malasia, que muestra una armonía social considerable comparada con alguno de sus vecinos, la clasificación racial es aún muy real. A pesar de los esfuerzos encomiables del gobierno para acentuar el modelo nacional malasio mientras se subraya cuidadosamente a subgrupos malayos, chinos o indios, miembros de estos grupos manifiestan reservas sobre su representación estadística en aquella sociedad. Algunos reaccionan acentuando su número en comparación con los otros grupos, mientras otros subrayan cansinamente los tipos de discriminación que sufren a manos de los aventajados económica y políticamente.

Aunque el racismo es universalmente reconocido, pocos individuos admitirían sus propios prejuicios y tendencias racistas. Además, nos engañaríamos a nosotros mismos si consideráramos el racismo como un fenómeno puramente occidental. Aunque el modelo occidental de racismo, influido por el colonialismo del siglo XVIII, es único en muchos aspectos, los prejuicios de grupo basados en la clase, raza y religión han sido compartidos por todas las naciones en condiciones casi de igualdad.

El racismo de aquellos que poseen poder político, económico y militar es a menudo violento y lesivo, pero es importante recordar que los de abajo pueden ser igual de racistas. Una lectora árabe de Londres me envió un correo pidiéndome que me explicara por colaborar en varios proyectos con algunos autores judíos famosos. «O eres un ingenuo o te has vendido», escribió. Para ella no había diferencia entre aquellos autores que son anti-sionistas y que han estado durante muchos años en la vanguardia de la lucha por los derechos y la justicia para los palestinos. Sencillamente no podía desprenderse de una creencia racista profundamente arraigada por la cual «no se debe confiar en los judíos».

Desde luego, esa no es una predisposición árabe sino una predisposición global; los conflictos y guerras prolongados tienden a confirmar y fortalecer los prejuicios ya existentes. Aunque el sistema educativo israelí ha producido generaciones de estudiantes saturados de imágenes extremadamente distorsionadas de los árabes y de los palestinos, las relaciones entre árabes y judíos no fueron siempre negativas. Durante siglos, ambos grupos vivieron en armonía; algunos de los mejores poetas árabes de épocas pasadas eran judíos y algunos de los más luminosos textos judíos fueron escritos originariamente en árabe. Desgraciadamente, conflicto y guerra representan una vía para socavar esos hechos; el racismo es tan intenso ahora en Israel que pocos se atreven a usar el término «judío árabe».

Incuso aunque no se haga referencia a la raza, la mayoría de la gente parece inclinarse fácilmente por ser parte de grupos tribales más amplios que dividan el mundo en «nosotros» y «ellos», utilizando a menudo palabras de negación y valiéndose de las religiones. El factor «negativo» es muy útil en lo que a esta cuestión respecta: «no musulmanes», «no judíos», «no cristianos», etc… Esas negaciones nunca son bienintencionadas y producen resultados negativos siempre. Términos menos conspicuos como «no democrático» (¿un equivalente neo-colonial a «incivilizados», quizás?) podría ser igualmente tendencioso y peligroso y a menudo se utilizan para promover y justificar las guerras.

Sigue siendo necesario proclamar que una lucha auténtica contra el racismo y otras modalidades diversas de prejuicios de grupo necesitan, en primer lugar, que se acepte la responsabilidad que cada persona tiene a la hora de moldear la propia sociedad, y esto incluye el racismo que en ella perviva. Martin Luther King hijo rechazó «aceptar el punto de vista que postula que la humanidad está tan trágicamente unida a la medianoche sin estrellas del racismo y de la guerra, que el esplendoroso despertar de la paz y la hermandad nunca podrá convertirse en realidad». También nosotros debemos rechazar ese pesimismo con toda intransigencia si realmente deseamos que la paz, la armonía y la igualdad reemplacen a la guerra, la injusticia y el enfrentamiento social.

Ramzy Baroud es escritor y periodista. Se puede encontrar en Amazon su último libro «The Second Palestinian Intifada: A Chronicle of a People’s Struggle» (Pluto Press, London). Es editor de PalestineChronicle.com y sus artículos pueden encontrarse en: ramzybaroud.net

Enlace con texto original en inglés:

http://www.thepeoplesvoice.org/cgi-bin/blogs/voices.php/2007/09/22/p19713