El deseo de refutar las opiniones vertidas sobre su persona, sobre sus textos y sobre la propia existencia de la Internacional Situacionista, llevó a Guy Debord (1931-1994) a escribir C ette mauvaise réputation…, libro que fue publicado en 1993 y que se ha editado en castellano con el título Esa mala fama… El texto, que […]
El deseo de refutar las opiniones vertidas sobre su persona, sobre sus textos y sobre la propia existencia de la Internacional Situacionista, llevó a Guy Debord (1931-1994) a escribir C ette mauvaise réputation…, libro que fue publicado en 1993 y que se ha editado en castellano con el título Esa mala fama… El texto, que es el último que Debord publicó en vida, constituye junto a su obra Panegírico (1989) uno de los lugares en los que mejor se transluce el talante más personal del autor de La sociedad del espectáculo.
En Esa mala fama…, Debord reúne una selección de opiniones emitidas por «empleados mediáticos» (sic) en la prensa francesa entre los años 1988 y 1992. La fecha de inicio no es casual: 1988 es el año en que Debord público sus Comentarios sobre la sociedad del espectáculo, con el fin de dar cuenta de la evolución de la sociedad espectacular 21 años después de poner en circulación el tratado que, en 1967, condensó las posiciones de la Internacional Situacionista.
Lo espectacular integrado
El nuevo diagnóstico que hace Debord el año 1988 del rumbo tomado por la sociedad espectacular-mercantil le llevará a introducir una nueva categoría en su repertorio, la llamará «lo espectacular integrado». Con esta categoría, Guy Debord trató de concentrar el que, a su juicio, era el efecto de la combinación de estos cinco rasgos principales de la sociedad contemporánea: «La incesante renovación tecnológica, la fusión económico-estatal, el secreto generalizado, la falsedad sin réplica y un perpetuo presente».
No era de extrañar, pues, que con este nuevo retrato de la sociedad, la figura de Debord saltara a la arena mediática durante aquellos años: Bien fuese para descalificar sus intuiciones, o bien para aburrir con elogios superficiales. En este sentido, leyendo Esa mala fama…, pronto se puede apreciar que la contestación sistemática (y por orden cronológico) que Debord opone a cada una de las opiniones vertidas en la prensa va más allá del mero divertimiento, o de la mera exigencia del propio ego, para convertirse en una estrategia más del viejo situacionista dirigida a poner en evidencia «la falsedad sin réplica» que anida en la desinformación que emana de los mass media. Las tergiversaciones, los malentendidos, el desconocimiento, las interpretaciones cortas, la mitificación sin fundamento o la ridiculización y las falsas acusaciones constituyen, pues, el catálogo de escritos que Debord desmonta en su libro saliendo al paso de cada uno de ellos a través del argumento y la ironía, o hablando directamente de sí mismo de forma desprejuiciada.
El poder no crea, recupera
«Debord nunca ha tenido más poder que el del estilo»; «El situacionismo ha pasado de megalómano a paranoico»… aserciones como estas, o acusaciones como la de estar financiado por la CIA y por un inexistente «cuñado anticuario» que reside en Hong Kong, son algunas de las perlas variadas que Debord rompe sin dificultad. Sin embargo, lo que más llama la atención de esta colección de banalidades es la falta del más mínimo interés por profundizar en los presupuestos teóricos que animaban a Debord. Ello ocurre incluso en los textos que tratan de ser elogiosos. Este hecho contrasta con la indisimulada fagotización que, simultáneamente, venían llevando a cabo tanto la sociología más académica como la más comercial (verbigracia, Jean Baudrillard), a través de una operación de diseminación posmoderna del concepto situacionista de espectáculo y de los mismos presupuestos que, de forma tan inequívoca y concisa, Guy Debord concentraba en su categoría de «lo espectacular integrado».
Pero, si buscamos contrastes, aún los tenemos mejores y más cercanos: nada más cabe pensar en la oferta millonaria que ofreció la universidad norteamericana de Yale en 2008 para adquirir los archivos de Guy Debord a su viuda, Alice Debord. O, también, en la categorización de «tesoro nacional» que, acto seguido, en 2009, el Ministerio de Cultura francés y la Biblioteca Nacional Francesa hicieron del legado de Debord, al mismo tiempo que, a través del Journal Officiel, protegían el legado mientras buscan un mecenas para que ese archivo no salga del Estado francés. Ya lo decían bien los propios situacionistas en 1963: «El poder no crea nada, recupera».
Cita destacada del libro, página 92
«La especulación se ha convertido, por último, en el elemento soberano de la propiedad en todas partes, y se autogobierna más o menos, según las preponderancias locales, en torno a las bolsas, los Estados o las mafias, todos ellos federados en una especie de democracia de las élites de la especulación. Lo demás es miseria. En todas partes, el exceso de Simulacro ha explotado del mismo modo que Chernóbil, sembrando la muerte de forma tan veloz y masiva como el desorden. Ya nada funciona, y no se cree ya nada». Guy Debord: Esa mala fama… (1993)
Datos del libro: Esa mala fama… Guy Debord Pepitas de calabaza ed. Logroño, 2011. 111 pàg.
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