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Hablar de violencia es hablar de paz

Fuentes: Diario Libre d'Aragon

El autor sostiene que «si el pueblo colombiano no construye un criterio sobre la violencia, jamás podrá entender la paz»

No podemos comenzar esta reflexión sin hacer mención del asesinato el 22 de febrero del 2022, de Jorge Tafur y Teófilo Acuña, lideres sociales, soñadores y grandes luchadores que lideraban procesos de recuperación de tierra a grandes latifundios de la región del sur del Bolivar y sur del Cesar. A su familia, amigos y a todo el movimiento social y político del país que trabaja por vida digna y justicia social, les decimos que su trasegar no fue en vano, porque miles de personas recogimos su historia de vida y su legado para hacerlo nuestro, para fortalecerlo e incorporarlo a nuestras luchas; ellos, como muchos otros que han ofrecido su sangre a las más importantes reivindicaciones de sus territorios, no dejarán de caminar esos senderos, ni aún muertos. Para los rebeldes, la muerte no es más que una etapa de la vida, cuando esta llega les crecen alas a los sueños de justicia y paz, y los inmortaliza. Siempre recuerden: la única y verdadera forma de que alguien muera es desfallecer en la lucha, abandonar los caminos que nos dejaron abiertos y los objetivos que andaban buscando; porque, como dice la canción milonga del fusilado “el que murió peleando, vive en cada compañero”. Hasta siempre Teo y Tafur, sus voces y acción serán motor de cambio y liberación.

Jorge Tafur, asesinado el 22 de febrero del 2022

En el complejo contexto colombiano, hablar de paz es peligroso y hablar de violencia es casi una crucifixión, sin embargo, no podemos esquivar la realidad y justamente, poner los debates y las propuestas, someterlas al dialogo de saberes, a la conversación; es necesario expresar las ideas y si es necesario gritar. Las configuraciones de la violencia en nuestro país e incluso en el mundo, deben ser habladas, reflexionadas y no pueden ser temas vetados para la cotidianidad. El estado se vale de sus aparatos de dominación como la radio, la televisión, las noticias, los periódicos, las redes, los carteles y todas las instituciones oficiales y privadas, sobre todo, que son las que llegan de forma masivamente a los pobres en el país, y desde allí catapultan un sinfín de ideas que promueven y sostienen el statu quo, que cataliza y pacífica las ideas, provocando una quietud que desmorona cualquier intención de libertad y lucha; así, nos crean una realidad alterna, una cultura donde la competencia y el individualismo nos atraviesa, nos generan miedos, nos ponen a ver enemigos y contradictores por todas partes, hasta entre nuestros hermanos y hermanas; el objeto, es la justificación y legitimación de la violencia, especialmente aquella que se ejerce contra las ideas políticas transformadoras. Así, se impone una violencia brutal, genocida, pero silenciosa, imperceptible; tanto, que en un futuro nadie entenderá cómo el pueblo la soportaba sin inmutarse.

Teófilo Acuña, asesinado el 22 de febrero del 2022

Al estado no le gusta hablar de violencia de forma directa, profunda y crítica, utilizan los eufemismos para eliminar el contexto, enredar y desviar la atención, sacar el debate del interés público. Ellos, los que manejan el poder, los gobernantes, saben que son los principales actores y promotores de la violencia. Han construido estructuras para garantizar sus fines particulares, determinan y organizan la pobreza, clasificándola y creando sistemas de competencia entre los verdaderos creadores de riqueza a través del trabajo y la producción. Imponen su idea de ascender y crecer, de progresar y por tanto, el todo se vale. Se crean guerras en el mundo del trabajo, que las pelean solamente los empobrecidos, se lucha por obtener remuneraciones miserables, se desatan acciones y prácticas inadecuadas que acrecienta la violencia y las injusticias sociales. Allí, se puede palpar al Estado opresor, generador de violencias irracionales, descontroladas que se expresan en robos, peleas, asesinatos, feminicidios y todo tipo de prácticas indignantes, casi siempre en medio de la competencia económica, el egoísmo, la avaricia, pero también la sobrevivencia.

Para cambiar, esa violencia, en apariencia inexplicable, florecen otros tipos de violencia, legítimas, dignas y respetables, como las que se ejercen para resistir a la pobreza e intentar tumbar a ese poder corrupto para transformar las formas de relacionarnos y permitir una estabilidad y una democracia real, popular, que conlleve al desapego por el individualismo y desincentive la competencia entre el mismo pueblo, que construya valores colectivos y solidarios. Ahí, ya no sería necesaria la violencia. Sin embargo, la violencia del estado estará atento a reprimir la legítima lucha, las acciones dignas del pueblo, los estallidos sociales. Usarán la violencia directa, la represión, las masacres, las desapariciones, la detención política, la persecución, el terrorismo de estado, cómo hasta ahora lo han hecho.

La violencia más triste y condenable, es la primera violencia, la que ejercen las minorías en el poder, esas familias acaudaladas que cada día son más ricas, que cada vez tienen más y más y más… Esa violencia que mata niños de hambre, esa violencia que genera delincuencia, esa violencia que no permite educación, esa violencia que elimina la vida digna, esa violencia que suprime la democracia es esa violencia la madre de nuestras tristezas.

Por eso no es posible hablar de paz si no desaparece esa primera forma de la violencia, es más si desapareciera la violencia, esa de la injusticia de los gobernantes, del saqueo, del imperialismo, de los sembradores del terror, como Estados Unidos y sus fieles siervos, sería necesario construir los pilares de una paz, diferente, con justicia social, con protección de la naturaleza. Para ello, hay que estar dispuestos a organizarnos, planear y dibujar ese nuevo mundo posible. Y, por supuesto, organizar la defensa de ese proyecto, tomar banderas de lucha desde cada visión y pensamiento y engendrar una propuesta integral, donde haya salud, educación, comida y empleo, donde haya posibilidad de paz.

Acabar la guerra entre estado y guerrillas no basta si la realidad sigue siendo igual de injusta y cruel, no se notará un gran cambio, nuestros campos y campesinos vivirán sin la zozobra de las balas, pero sufrirán la zozobra de las maquinarias multinacionales acechando sus territorios.

Es por eso que hoy se hace pertinente hablar de la violencia, pues sólo cuando entendemos esta, podemos ver, proponer y construir la paz. Este gobierno tiene voluntad de paz, pero es el momento para que el pueblo exija una paz de verdad, es el momento en que líderes barriales, campesinos, estudiantes, obreros, mujeres, salgan y expresen las raíces de la violencia, ya que si estas no se resuelven, jamás vamos a tener un país en el cual la política se pueda ejercer sin miedo a la muerte, en donde no baste un arma, o un palo o un escolta para poder decir e ir en contra de los grandes poderíos que siempre esperan tener un pueblo hambriento que les trabaje por sumas demasiado vergonzosas.

Es hora entonces de que construyamos organización popular y vamos caminando esa paz que queremos, dejemos de un lado la violencia con los nuestros e invirtamos esas fuerzas a combatir al estado terrorista, auspiciado por la gran maquinaria del terror mundial, del imperialismo norteamericano. Unámonos y forjemos el poder conjuntamente, la paz es nuestra, no más guerra oligárquica y capitalista en Colombia.

Dejemos de ser los pobres en miseria, y seamos la pobreza organizada que encarna caminos de dignidad, liberación y buen vivir.

Fuente: https://arainfo.org/hablar-de-violencia-es-hablar-de-paz/

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