Sorprende la ausencia del concepto Intercambio Humanitario en la última misiva enviada a la insurgencia. Un país que busca la paz verdadera no puede seguir ignorando a miles de presos políticos que son la expresión palpable del pensamiento encarcelado .
Tuvimos conocimiento, por los medios, de la carta enviada por Piedad Córdoba a la insurgencia colombiana (FARC); y nos ha sorprendido en el más alto grado esa carta. Nos ha sorprendido el tenor de la propuesta, y la ausencia del concepto de INTERCAMBIO humanitario: ese concepto por el cual gran parte del pueblo colombiano ha apoyado las gestiones de Piedad Córdoba.
No es un secreto que los intercambios epistolares entre Piedad Córdoba y la insurgencia son intercambios públicos, que son tomados como trampolín para abrir un debate necesario para la sociedad colombiana, que viene siendo ahogada desde hace años por la censura implantada por el exterminio practicado por el Terror de Estado contra todo aquel o aquella que ose alzar su voz en reivindicación social, política.
Es por ello que hacemos pública esta reflexión, no siendo parte ni del grupo de Colombianos y Colombianas por la Paz del cual forma parte Piedad Córdoba, ni siendo tampoco parte de ninguna de las insurgencias que hay en Colombia; alzamos sin embargo nuestras voces por un tema que es de todos y no puede quedar circunscrito a unas élites, sino que debe ser debate del pueblo entero.
Nos parece bien que Piedad Córdoba y su grupo instauren el diálogo como mecanismo fundamental para la resolución de conflictos, nos parece esencial la labor de Piedad, que ha sabido tomar el mandato que sus electores le han dado como senadora (aunque ahora no lo sea por una decisión arbitraria del procurador Ordóñez) para elevar ante el país y el mundo la importancia de que la salida al conflicto social y armado de Colombia pase por una salida negociada, debatida, dialogada que toque los puntos raizales del conflicto, como lo son la tenencia de tierras y las profundas desigualdades sociales que han generado el conflicto social (que devino en conflicto armado ante la intolerancia genocida del estado).
Lo que no se entiende de la última carta de Piedad Córdoba, y que sorprende en alto grado, es por qué no presionan para la liberaciones de los miles de presos políticos que tiene el estado. Sorprende que pidan otra liberación unilateral, cómo si los presos políticos que sufren hacinamiento, torturas y arbitrariedades contínuas no debieran ser objeto de preocupación humanitaria. Es demasiado desigual el petitorio cómo para para no sorprender a una sociedad que cuenta con miles de presos y presas políticas.
Nos resulta chocante en la última carta de Piedad Córdoba la ausencia del concepto de intercambio
La vida y la libertad de sindicalistas, maestros, estudiantes, abogados, campesinos, ambientalistas, sociólogos, artistas, campesinos, académicos (etc) presos bajo montajes judiciales TAMBIÉN tiene valor, y parece muy triste que nadie los reclame. Son más de 7.500 presos políticos del estado colombiano: ¿por qué no los incluyen en esa carta, por qué no se habla de INTERCAMBIO
Esta es una pregunta que podría ser para Piedad Córdoba y para Colombianos y Colombianas por la Paz , pero sobretodo es una pregunta abierta, una pregunta que busca sentar bases de igualdad.
Colombia se caracteriza por ser un país profundamente clasista, en el que la clase oligárquica ha incluso instaurado (mediante sus medios) la terminología de «los desechables» para designar a la población más empobrecida. Tal vez el hecho que sean reclamados unos presos y no otros, obedece a ese secular clasismo, y no debemos normalizarlo, sino alzar nuestras voces: los miles de presos políticos no son seres humanos de segunda categoría. Un país que busca la paz verdadera no puede seguir ignorando a miles de presos políticos que son la expresión palpable del pensamiento encarcelado .
Los medios de comunicación masiva colombianos invisibilizan sistemáticamente a los miles de presos políticos: son unos medios que difunden lo que está acorde con los intereses de sus propietarios. Pero la sociedad debe reclamar a los presos políticos así estos sean invisibilizados por el poder, por los mass-media, por los ‘tanques de pensamiento’ funcionales al régimen, o incluso por personas de buena voluntad que los invisibilizan siguiendo acríticamente la cruel inercia general: a la sociedad le corresponde reclamar a sus presos, a aquellos seres humanos encarcelados por preocuparse por el bien social, por el bien de la colectividad.
Y de la constatación y conciencia colectiva de la existencia de los y las presos políticos, surgen las preguntas esenciales para la verdadera Paz que ansía el pueblo colombiano, una paz con justicia social:
¿Qué Paz se puede lograr si se acepta que se encarcele el pensamiento crítico?
¿Por qué han sido encarcelados miles de hombres y mujeres; acaso la sociedad acepta que se criminalice al que justamente busca alimentar procesos de construcción social y de reivindicación política?
¿Qué nivel de tolerancia política demuestra un estado que encarcela al opositor o lo asesina mediante la fuerza pública o la herramienta paramilitar?
¿Cuáles son las reivindicaciones sociales, políticas, económicas, medioambientales que han sido castigadas con encarcelamiento de quién las enarbola?
¿Si estas reivindicaciones son raíz de tejido social y de paz, es justo tolerar en silencio que la raíz de la paz esté enjaulada?
La Paz necesita pensamiento crítico y espacio para la reivindicación social y política sin que el que ejerza la reivindicación sea expuesto al exterminio o la cárcel.
Un país en el que son asesinados el 60% de los sindicalistas asesinados en el mundo por las herramientas de exterminio de
La represión es en efecto uno de los pilares de la guerra: para el gran capital esta represión y violencia desatada contra el opositor civil es garantía de eliminación de sus contradictores. Un país en el que el 40% del territorio está entregado en concesiones a multinacionales mineras, es un país cuya población está en inminente riesgo de desplazamiento: las masacres de la herramienta paramilitar se encargan de vaciar extensas zonas de población con el fin de que estas zonas codiciadas por las multinacionales estén libres de habitantes y reivindicaciones.
La concatenación entre: 1. saqueo de los recursos, 2. empobrecimiento y devastación medioambiental; 3. reivindicación social; 4. violencia militar, paramilitar y judicial contra la reivindicación social (masacres, encarcelamientos arbitrarios); 5. desplazamientos masivos de poblaciones operados mediante terroríficas masacres dirigidas contra la población civil por la herramienta paramilitar, es una evidencia que no podemos seguir ignorando. La guerra económica que asesina a 20.000 niños anualmente por física hambre, mientras unas pocas familias y multinacionales se hacen con las tierras para saquear el oro, o sembrar palma africana para alimentar con agro combustibles a los automóviles es una realidad de injusticia social llevada a un grado demencial: debemos salir de esa demencia para frenar la guerra, que nace justamente de la locura que consiste en aceptar que los niños mueran de hambre mientras otros se enriquecen con las tierras despojadas. Hay una demencia que acepta la desigualdad social abrumadora que desangra a Colombia (el país más desigual de Latinoamérica, según el coeficiente GINI de 2010); la misma demencia social, cultivada por la alienación mediática, acepta que se ejerza una brutal represión contra los que cuestionan la injusticia social.
Un pueblo que quiere construir la Paz, no puede dejar de lado la reivindicación de libertad para sus presos políticos, porque ellos representan la historia truncada, el proceso social enjaulado, el tejido humano engrilletado. Los presos políticos son banderas vivas de la historia de emancipación social de los pueblos, y ningún pueblo obtiene paz si su historia social es amordazada e impedida.
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