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Hablemos de liberalismo

Fuentes: La Jornada

El liberalismo y también su versión posmoderna fracasaron estrepitosamente y la cháchara hueca de los tecnócratas que manejan casi todas las economías latinoamericanas no puede ocultarlo por más que se adorne con diplomas de Harvard. El liberalismo decimonónico se hundió bajo el peso de la Primera Guerra Mundial y la depresión de 1929, así que […]

El liberalismo y también su versión posmoderna fracasaron estrepitosamente y la cháchara hueca de los tecnócratas que manejan casi todas las economías latinoamericanas no puede ocultarlo por más que se adorne con diplomas de Harvard.

El liberalismo decimonónico se hundió bajo el peso de la Primera Guerra Mundial y la depresión de 1929, así que los mismos economistas y estadistas burgueses lo de-secharon por inoperante y suicida para el capitalismo. Años después abrazaron el keynesianismo, que dio un segundo aire al sistema hasta principios de la década de los 70 del pasado siglo. En ese momento la tasa de ganancia del capitalismo dio inicio a una nueva fase de deterioro que lo llevó a resucitar fanáticamente las formas más salvajes de explotación y saqueo, ahora con el nombre de neoliberalismo. Pero éste no ha hecho más que prolongar su agonía con la especulación financiera y las guerras de rapiña, como la de Irak, que no podrán sostenerlo indefinidamente frente a una rebelión anticapitalista de grandes proporciones que ya está en marcha.

El orden mundial resultante beneficia exclusivamente a un exiguo grupo y es genocida del género humano. Estados Unidos no escapa a esta situación en la medida en que se ha convertido en una de las sociedades socialmente más desiguales y ecológicamente depredadoras. Ya en los años de Ronald Reagan y George Bush padre el uno por ciento más rico aumentó sus ingresos en 50 por ciento mientras el 10 por ciento más pobre veía disminuirlos en 15 por ciento. Si en 1977 el uno por ciento más rico ganaba 65 veces más que el 10 por ciento más pobre, ahora gana ¡115 veces más!, porque el de Bush II ha sido, como ninguno, un gobierno de, por y para los millonarios. Después del 11 de septiembre de 2001 las corporaciones se vieron liberadas de pagar 70 mil millones de dólares en impuestos. Esto ha llevado a un cuadro insostenible al Estado con el más grande déficit presupuestario y comercial de la historia en que los ciudadanos de a pie asumen 80 por ciento de la carga fiscal y las corporaciones sólo 20 por ciento.

Pero el fracaso del neoliberalismo se ve más claro en América Latina que en ninguna otra parte, porque aquí las elites han aplicado sus recetas con una abyección sin par ante el imperio. El resultado, con las excepciones de Cuba y recientemente Ve-nezuela, ha sido la acentuación del subdesarrollo y la dependencia mediante varios mecanismos de despojo inicuo, entre ellos la privatización de los recursos que los estados de la región acumularon durante décadas. No menos importante es la deuda externa, en cuyo pago se va hoy 50 por ciento de sus ingresos por exportación. Se da la paradoja de que el gasto público destinado a lo social disminuye en la misma medida en que crece desmesuradamente el destinado a pagar la deuda. La desindustrialización de nuestros países devino una norma y han aumentado exponencialmente el desempleo y el abandono de los servicios de educación, salud y seguridad social. A la vez, se estimuló un incremento sin precedentes del individualismo feroz, el consumismo, la banalidad y la corrupción de las elites, y una ruptura de las redes de solidaridad comunitaria, que unidos al aumento de la pobreza y la degradación de los valores éticos conducen inevitablemente a un ascenso meteórico de la delincuencia. Es un verdadero escarnio la manipulación del tema de la delincuencia por una maquinaria mediática que ha ganado millonadas con estas políticas y que empuja a un vértigo insano de compra, no de satisfacción de necesidades, a sociedades paupérrimas. América Latina cuenta ya con 227 millones de pobres, de ellos 94 millones en la indigencia. En síntesis, el neoliberalismo ha creado el panorama social y moral más desastroso que haya vivido nuestra América desde la época de la primera independencia.

Por fortuna, no sólo ha producido esto. Aunque no se exprese por igual en todos los países, existe un ansia generalizada en los pueblos latinoamericanos hacia la búsqueda de alternativas de solidaridad social. A dos décadas y media de la aplicación de las recetas del Consenso de Washington nuestra región vive un clima de rebeldía civil incontenible, firmemente asentado en sus combativas tradiciones. No es casual que en la «modernización» de los programas de estudio los neoliberales supriman la historia, dejando, si acaso, una versión a modo de su chata e ignorante visión del mundo.

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