La historia reciente nos muestra que, si bien es posible derrotar la maquinaria electoral de la oligarquía, la construcción de un nuevo país exige la más amplia movilización popular para hacer los cambios que se requieren.
La reciente coyuntura política en Colombia se enmarca, primeramente, por una expresión de inconformismo en las principales ciudades con las marchas de protesta, la aparición de la expresión de lucha y resistencia -“las primeras líneas”- y el papel predominante de la juventud en las calles y reversó varias de las reformas que se proponía el gobierno de Iván Duque, de corte eminentemente antipopular y regresivo: Reforma Tributaria, Reforma a la Salud, Reforma Pensional.
El advenimiento de la pandemia del COVID-19 actuó como un desacelerante de la protesta social no sólo a nivel global, si no en particular en Colombia, donde el arrinconado gobierno corrupto y criminal del Centro Democrático pudo salir del arrinconamiento en que lo tenía el movimiento social y político y mantenerse en el poder en el mejor estilo de la derecha neofascista, gobernando mediante decretos y escondiendo las grandes violaciones a los derechos humanos, la desaparición, tortura, ejecución y encarcelamiento de los jóvenes que protestaban.
Al dantesco espectáculo de la masacre de los presos de la Cárcel La Modelo de Bogotá, se sumó los macabros hallazgos de cuerpos tirados en los caños y cañaverales del Valle, y hoy se sabe del uso de hornos crematorios por parte de la Policía Nacional en Bogotá, para desaparecer a los asesinados y detenidos durante la protesta.
Una de las falencias de estas protestas fue la ausencia de las centrales obreras, de los campesinos y de indígenas que cuando se quisieron sumar, encontraron un paramilitarismo xenófobo empoderado en las ciudades como “personas de bien”.
En segundo lugar, todo ese movimiento social de protesta era el síntoma del desencanto de vastos sectores de la población con la clase política que se ha venido reproduciendo cada cuatro años en el poder con los partidos tradicionales y con el contubernio de las expresiones “progresistas” y de “izquierda”, que carentes de un proyecto alternativo serio que aglutine tanto a los sectores socialdemócratas y de “izquierda”, terminaba plegándose a la forma tradicional del pago de favores y el clientelismo que ha caracterizado a los partidos y movimientos políticos para limosnear cuotas burocráticas en las instituciones del estado.
En particular ese rechazo se centraba en un despertar en las conciencias contra el uribismo representado en el Centro democrático que por dos décadas había instalado en la casa de Nariño su estructura criminal copando todos los poderes del Estado.
Esta toma de conciencia y este rechazó no contaba con una propuesta programática amplia que aglutinara toda esa constelación de grupúsculos y movimientos y partidos políticos del campo popular, tampoco se contaba con un instrumento político cohesionado para garantizar la llegada al poder de una propuesta alternativa de gobierno y de construcción de país. No obstante, flotaba en la memoria reciente, la última contienda electoral a la presidencia donde Petro había logrado arrastrar un buen caudal electoral del campo popular.
Esta realidad es la que hace posible la conformación de un amasijo de tendencias en lo que se denominó el Pacto Histórico y la Colombia Humana.
Hoy podemos reconocer sin sonrojo que quienes se proyectaban a lograr llegar al gobierno con la campaña “Petro Presidente” tenían claro que con la votación del campo popular era imposible derrotar la maquinaria política de la oligarquía quien rodeada de lideres y desprestigiados por la corrupción y la criminalidad uribista habían ido quemando sus alfiles: Jorge Iván Zuluaga, Sergio Fajardo, Federico Gutiérrez; y finalmente tuvo que cifrar sus esperanzas en un vil personaje, machista, desengonzado usurero, inescrupuloso contratista y vulgar patán: Rodolfo Hernández. Sin un partido de la oligarquía que se sumara al Pacto Histórico no era posible el triunfo.
Y fue tan clara esta admonición que hizo en su momento Gustavo Bolívar que Petro comenzó a moverse en este ambiente buscando atraer a la derecha: lo hizo primeramente con las iglesias cristianas, luego se abrazó con los liberales que conformaban el bloque de los partidos pro-paz, y en la última fase de la campaña hasta Valencia Cossío el hermano del jefe de fiscalías que estuvo en la cárcel por ser un peón de la oficina de envigado terminó en el Pacto Histórico. Era claro que había que sumar lo que se pudiera para derrotar la maquinaria oligárquica; los allegados a Petro hacían pactos hasta con el diablo para capturar el gobierno.
Por una diferencia de 500 mil votos, en segunda vuelta el “gobierno del cambio” alcanzó la presidencia. Bien pronto se destacó al camaleón Roy Barreras para que lograra las componendas en el congreso para lograr la mayoría parlamentaria en el congreso y aprobar los proyectos de ley afines al programa de gobierno. Y a las dificultades de nombrar los alfiles del nuevo gobierno por el amarre del Duquismo del presupuesto y los puestos hasta el 2023, se sumó la puja de todos los partidos y movimientos que participaron en la campaña “Petro presidente” para untarse la mermelada y tener una tajada del porqué de los cargos públicos y del erario.
Es lo que llaman “pragmatismo político”, que no es otra cosa que mantener la vieja forma de hacer política y de manejar el Estado y el “bien común” en nombre de la democracia liberal burguesa sacralizada en la Constitución Política de 1991.
Pero bien nuestra triste tragedia nacional, no puede constituirse en una nueva “Patria Boba”, donde estemos embelesados por un tiempo jugando a ser sátrapas y reyezuelos, o creyendo estar construyendo un nuevo país y una nueva forma de hacer política, mientras el enemigo de clase se repone y regresa en una verdadera cruzada “Morillista” de retaliación y muerte.
La historia reciente nos muestra que, si bien es posible derrotar la maquinaria electoral de la oligarquía, la construcción de un nuevo país exige la más amplia movilización popular para hacer los cambios que se requieren y la construcción de un aparato político fuerte y cohesionado que posibilite darle continuidad al proceso de cambio iniciado y no permita el regreso de la oligarquía, de su clase política y de sus oscuros personajes a manejar los destinos del país.
El cambio no es para retroceder a una socialdemocracia de conciliación de clases, el cambio es avanzar hacia la construcción de la patria grande y el socialismo. No es volver a las ideas liberales del siglo XIX, del “socialismo de Estado” de Rafael Uribe Uribe, “la revolución en marcha” de López Pumarejo, o el desarrollismo progresivo de Carlos E. Restrepo.
El liberalismo demostró en Colombia su pusilanimidad de hacer una revolución de corte liberal y desde el frente nacional hizo causa común con las retrógradas ideas de los terratenientes, ganaderos y latifundistas del conservatismo y el clero.
El neoliberalismo ha devastado el país que además de la tragedia humanitaria de la confrontación armada interna, ha sumido a la población en cifras de 24 millones de pobres y 8 millones de personas en la pobreza absoluta, de una población de 54 millones de colombianos.
El cambio no es doblar la página hacia ideas anacrónicas liberales, sino hacia la profundización de las reformas profundas y estructurales en lo económico, lo social, lo político y lo cultural.
Por eso la contienda electoral del año 2023, de las territoriales, marca la pugna de las clases sociales por desentrabar las trabas políticas al desarrollo territorial y modificar las relaciones de producción y de dominación.
Y esto debe estar en la base de las alianzas políticas territoriales; es sumando esos esfuerzos organizativos y de resistencia de los territorios; creando la unidad popular de los sectores marginados y excluidos. No es haciendo componendas con los gamonales y manzanillos de los partidos tradicionales que han embaucado a las gentes en el territorio.
Las alianzas son con los movimientos y partidos políticos alternativos que han surgido en los últimos días profundizando la construcción de lazos de unidad sobre plataformas y acuerdos concretos.
El pacto que proponen sectores vergonzantes como “COMUNES” con los partidos pro-paz o los sectores “progresistas” y “democráticos de los partidos de la derecha, sólo enmascaran la más burda burla contra el movimiento popular, despolitizando y desmoralizando; todo en aras de arañar limosnas de las administraciones.
El cambio es la movilización popular, la unidad y la lucha y no la conciliación.
DIÓGENES El Cínico – Corresponsalías Populares
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