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Memoria de John Cage

«Hablo de anarquía, naturalmente…»

Fuentes: Semanario Directa

Visitar el legado de John Cage es uno de los mejores regalos que se le puede ofrecer al espíritu y al pensamiento. Sin embargo, tratar de captar el hálito que anima a sus creaciones no es precisamente ningún regalo: requiere la apertura mental y la disposición sensible que reclama para sí el arte de nuestro tiempo. Sobre todo si tenemos en cuenta que el compositor norteamericano puede considerarse como uno de los promotores directos de la sensibilidad contemporánea que mejor resiste a las reducciones banales.

John Cage nació en Los Ángeles, California, en 1912. Desde la adolescencia canalizó sus inquietudes musicales, plásticas y literarias lejos de cualquier formación académica. Buscó sus propios referentes dentro de la vanguardia artística y la heterodoxia musical. Compositores como Erik Satie, Edgar Varèse, Henry Cowell y Charles Ives se encuentran entre sus inspiradores. Pero, será sobre su interés inicial por la música de Arnold Schönberg, sobre el que se dibujará el principio que sustentará toda la trayectoria creativa de Cage: el principio de desjerarquización. Y es que, lo que le atrajo del sistema de composición de doce notas -con el que el músico vienés rompía con siglos de armonía occidentalfue el hecho de que ninguna de las notas adquiría un papel dominante, sino que cada una de ellas intervenía por turno en la composición. Una suerte, pues, de «democracia de los sonidos» que Cage llegará a convertir en la metáfora de una nueva sociedad.

En 1937 dio una charla con el título El futuro de la música: Credo en la que, siguiendo la estela que los artistas futuristas, proponía la apertura de la música a todo el campo del sonido -incluyendo especialmente los ruidos-, así como la exploración de la electrónica en la búsqueda de nuevas experiencias sonoras. Fruto directo de este credo será su primer «paisaje imaginario» (Imaginary Landscape nº1), obra de 1939 que, históricamente, suele considerarse como la primera composición de música electrónica.

Otro de los aspectos más significativos que conforma el universo creativo de Cage es la incorporación a su pensamiento de principios como el azar, la indeterminación y la expansión del concepto de música a la percepción visual. La improvisación y la simultaneidad de prácticas artísticas se convertirán en la base de eventos como su primer happening, organizado en 1952, y los «musicircus» que, a modo de celebración artística colectiva, John Cage puso en marcha a partir de 1967. En esta misma dirección, piezas como Variaciones V de 1965 -en la que dispositivos tecnológicos de imagen y sonido interactúan con el movimiento de bailarines en un mismo espacio- se sitúan como el mejor precedente de las celebradas creaciones «multimedia» actuales.

 

Arte y Vida

 

Sin embargo, tratar de sintonizar con el legado de John Cage exige apartarse de la idea de cultura como «constructo» o artefacto sociohistórico y adentrarse en su experiencia vital. La conciencia de una escisión entre el arte y la vida, y el deseo de superarla, es una de las cuestiones centrales que la contemporaneidad arrastra desde las vanguardias históricas (dadaísmo y surrealismo, especialmente). No en vano, la cuestión llegó a tener con la Internacional Situacionista uno de los combates frontales más duros, y también se convirtió en el objetivo del movimiento Fluxus bajo la inspiración directa de John Cage.

«El arte está en camino de llegar a lo suyo: la vida»: de este modo expresó Cage su propósito de fundir el arte con la vida. Un propósito que donde encuentra su mejor formulación perceptiva y conceptual -e incluso pedagógica- es en la famosa pieza titulada 4’33». La propuesta consiste sencillamente en permanecer en silencio durante 4 minutos y 33 segundos y tomar conciencia de la inexistencia real del silencio: siempre escuchamos algo. Para Cage, todo puede ser música y todo puede ser arte: solo hay que ver y escuchar.

La radicalidad que se desprende de los planteamientos de John Cage tiene que ver sobre todo con su deseo de trascender las convenciones artísticas históricamente adquiridas a través de la sedimentación de las relaciones jerárquicas de poder. Por eso, uno de sus retos fue el tratar de superar la creación centrada en la concepción de objetos para potenciar la creación entendida como procesos vivenciales colectivos en los que la propia figura del artista ni siquiera es relevante. «El arte no es algo que haga una sola persona, sino un proceso puesto en movimiento por muchos». Son de nuevo palabras elocuentes de Cage que se complementan perfectamente con estas otras: «Estamos intentando lograr de la música una imagen de la libertad para el hombre»

¿Anarquismo de museo?

 

Dos aspectos más del ideario de John Cage que cabe destacar son su percepción de la naturaleza y la dimensión política que está presente en su pensamiento. No deja de ser significativo que la conocida afición a la micología del compositor- llegó a ser un experto- provenga de su fascinación por la multiplicidad que forman la gran variedad de especies de setas, así como por su firme identidad: «Cada hongo es lo que es: su propio centro», decía Cage, casi del mismo modo a como se refería a la identidad natural de los sonidos y a su llamada a «dejar que los sonidos sean». Pues bien, esta llamada es la misma que Henry David Thoreau nos transmite en sus escritos naturalistas. Y es la misma sensibilidad que, junto con el talante libertario, John Cage compartió con el autor de Walden.

En 1968 Cage se afilió a la Thoreau Society y, desde 1970, le dedicó varias obras en las que utilizaba textos de Thoreau con el propósito de «desmilitarizar el lenguaje» a través de las cualidades sonoras de las palabras. Uno de estos trabajos lo creó sobre el célebre escrito «Del deber de la desobediencia civil» (1849) en el que Thoreau señalaba que «el mejor gobierno es el que no gobierna en absoluto». En 1991, un año antes de su muerte, Cage nos visitó y tuvimos ocasión de experimentar esta obra en Barcelona. Dieciocho años después, el Museo de Arte Contemporáneo de Barcelona (MACBA) nos presenta una exposición basada en sus partituras con el título «La anarquía del silencio. John Cage y el arte experimental». Se trata de una muestra concebida desde el mero profesionalismo académico y en la que el visitante pronto puede darse cuenta de que el uso de la palabra «anarquía» en el título no va más allá de perseguir un efecto espectacular por parte del museo. Para salir de dudas, pues, lo mejor es atender a estas palabras con las que John Cage resumía su propósito vital en su conferencia póstuma de 1992: «Hablo de anarquía, naturalmente: del credo según el cual cada persona puede convertirse en su propio centro».

Semanario Directa Nº 162, noviembre de 2009

 

www.setmanaridirecta.info