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Con memoria y alegría, adelante por la vida

Hace 22 marzos, dos Manueles de poco más de treinta años…

Fuentes: http://manuelguerrero.blogspot.com

Hace 22 marzos, dos Manueles de poco más de treinta años de edad se encontraron a la entrada del Colegio Latinoamericano de Integración, el «Latino», ubicado en Avenida Los Leones con el El Vergel, en la comuna de Providencia. La mañana de ese viernes de 1985 era ruidosa por las micros que se detenían ante […]

Hace 22 marzos, dos Manueles de poco más de treinta años de edad se encontraron a la entrada del Colegio Latinoamericano de Integración, el «Latino», ubicado en Avenida Los Leones con el El Vergel, en la comuna de Providencia. La mañana de ese viernes de 1985 era ruidosa por las micros que se detenían ante el frontis de la escuela para dejar a los niños y niñas que Manuel Guerrero y José Manuel Parada recibían sonrientes mientras intercambiaban noticias sobre los esfuerzos por mejorar la educación que se hacían desde la Agrupación Gremial de Educadores de Chile y la manera en que se podían proteger mejor los derechos de los oprimidos desde la Vicaría de la Solidaridad del Arzobispado de Santiago. Muchas cosas sucedían aquellos días, meses y años, pero ese viernes lucía normal, todo indicaba que el comienzo del año escolar daba la bienvenida a tiempos mejores.

Sin embargo, no habían alcanzado a despedirse los Manueles cuando un silencio abismal se descargó sobre este pedazo de la ciudad, y como por arte de magia ya no pasaron más vehículos ni peatones. Por segundos se escucharon los pájaros como cuando la ciudad aún no despierta y por instantes el Latino quedó solo, desacoplado de la urbe, y los profesores tuvieron que bajar la voz al dirigirse a sus estudiantes, pues no había bulla exterior que vencer. Pero no fue magia lo ahí ocurrido, sino la fugaz aparición de la verdadera naturaleza del tiempo histórico dictatorial que, en Avenida Los Leones con El Vergel, mostró por segundos su verdadero rostro, el real fundamento de la «revolución silenciosa» que conduciría a Chile a la Modernidad a través de la generosa combinación del know-how de la Escuela de Chicago y los manuales de «extracción de información» de la Escuela de las Américas.

Pues fueron Carabineros de Chile quienes interrumpieron el tránsito a plena luz del día para que sus funcionarios pasaran raudos a secuestrar a los Manueles sin ninguna orden de detención de Tribunales ni nada que se parezca al mínimo común múltiplo de un Estado de Derecho. Y fueron Carabineros los que sobrevolaron en helicóptero el Latino, que a ojos de los agentes estatales no era un establecimiento educacional, sino un teatro de operaciones militar, donde a la hora 0850 una pareja de enemigos de extrema peligrosidad para el orden público intercambiaban información fundamental para desbaratar la subversión, mientras dejaban pasar hacia el interior de la escuela de cuadros marxista, de nombre de fachada «Colegio Latinoamericano de Integración», a los futuros guerrilleros que iban ingresando de uno a uno en uniforme escolar con mochilas portadoras de material incendiario, para reunirse en salas con capacidad de 30 antisociales cada una, a cargo de un instructor que en ese momento pasaba lista. «Halcón llamando a Cóndor»; «Afirmativo, le copio»; «Observe cómo a Guerrero se le acerca un menor subversivo»; «Sí, afirmativo»; «Infórmeme qué le dice al oído, debe ser el próximo punto del Frente Manuel Rodríguez «; «Entendido, ahora lo oigo… Ya mi teniente, lo pude oír perfectamente, lo registro e informo»; «No registre, comuníqueme de inmediato, que mis superiores requieren la información para procesarla»; «De acuerdo, teniente: no le dijo nada, el menor que camina como pingüino, que se parece extremadamente a Guerrero, solo le dio un beso en la mejilla, debe ser una clave»; «No se preocupe sargento, le consultaremos al Fanta, él decodifica y sabe de estas cosas»…

Sí, José Miguel Estay Reino, tú debes saber. Fue el último beso que le di a mi padre. Porque como si se tratara de una novela policial se lo llevaron junto a José Manuel, a pesar de la oposición del Tío Leo que ustedes balearon en la calle. Y los buscamos todo el día, toda la noche, toda la mañana. Y tú los condujiste a la «Firma » en la calle 18, donde trabajabas de agente en la Dirección de Comunicaciones de Carabineros de Chile. En el mismo lugar donde en 1976 ya habías participado de las torturas a mi padre. Y tenías más profesores encadenados. Y luego de aplicarles tormentos que no te condujeron a nada los trasladaste en vehículos estatales a Quilicura, donde nuevamente Carabineros de Chile detuvo el tránsito de madrugada para que el degüello fuese en silencio y se pudiesen oír claritos los gritos apagados de tres seres despojados de cualquier atributo ciudadano, tres «nn» a quienes, a nombre de la cruzada de la civilización occidental en contra del comunismo internacional, la Modernidad neoliberal dejó caer a la tierra húmeda tres «paquetes» para que se desangraran.

No es una historia bella, pero creo que debemos preservar la memoria de estas vidas y hechos. Porque, ¿cómo olvidar lo ridículo y burdo que fue el destino de tantas personas sencillas, valiosas, algunas destacadísimas en sus ámbitos, en manos de un Estado ramplón y matonesco que nos tenía reducidos a hablar bajo, a mentir como clave para sobrevivir, a aceptar la destrucción de la unidad familiar a través de la prisión, la relegación, el exilio o la desaparición, por causa de pensar diferente? Pero, por sobre todo, ¿cómo olvidar el presente? Porque no es un ejercicio melancólico señalar que éste está construido en buena parte sobre la barbarie digerida rápidamente como si ya estuviese superada, mientras decenas de miles de personas que aplicaron profesionalmente tortura circulan libres, sin juicios ni castigos, sin prácticas de resocialización ni rehabilitación, «como si» aquí no hubiese pasado nada. No es que no se hayan hecho cosas, pero claramente lo hecho es insuficiente ante lo acontecido.

Y esta insistencia en recordar no tiene que ver con la presencia de un odio acumulado, con un mal de archivo, con la compulsión excesiva a la repetición, con creer en el primado ontológico del testimonio de la comunidad de las víctimas y la cacha de la espada. Simplemente se trata de exigir y practicar nuestro derecho ciudadano a construir memoria social, a no dejar nunca de conmovernos con lo ocurrido, a repensarlo una y otra vez para redescubrirnos, y desde allí asentar nuestros compromisos e invitar a tal experiencia a nuestros hijos. Y todo ello sin necesidad de cantar odas inconducentes al dolor e inventar héroes y mártires de bronce. Más bien al contrario.

Recordamos porque no queremos olvidar lo que fuimos y somos: Personas que vamos a dejar a nuestros hijos al colegio para hablar sobre qué más hacemos para superar los problemas de la educación y la manera en que podemos defender y mejorar la vida de y con los oprimidos, aunque en eso se nos vaya la nuestra. Como los Manueles. Sonrientes sembrando ante el absurdo de la ilusión de poder de los helicópteros y los expertos decodificadores de la humanidad. Adelante por la vida porque simplemente vale la pena.

Un abrazo, los hijos e hijas de los Manueles estaremos ahí juntos a nuestros hijos.

PD: Si puedes, ayúdame a difundir esta invitación entre tus contactos. Gracias:
TE INVITO A HACERTE PARTE DE ESTE EJERCICIO DE MEMORIA VIVA, ASISTIENDO CON TUS HIJOS E HIJAS EL DÍA SÁBADO 31 DE MARZO, DE 16:00 A 20:00, EN SANTIAGO DE CHILE, AVENIDA LOS LEONES CON EL VERGEL, A COMPARTIR UNA TARDE FAMILIAR, EN LA QUE JUNTO CON ESCUCHAR DIVERSOS GRUPOS MUSICALES, APRENDEREMOS A ARMAR Y DESARMAR BICICLETAS, JUGAREMOS AJEDREZ, COMPARTIREMOS CON CHINCHINEROS, EN FIN, DEMOSTRAREMOS QUE CON MEMORIA SEGUIMOS ALEGRES POR LA VIDA.