Hace 41 años nos despertamos de golpe. De golpe de Estado. Un golpe a las costillas, al bajo vientre, a los testículos. Qué se yo: a los dientes. Un golpe de madrugada que nos dejó tendidos en el suelo, boca arriba nos dejó, sin entender lo que pasaba. Magullados de golpe de Estado despertamos y […]
 Hace 41 años nos despertamos de golpe.     De golpe de Estado. Un golpe a las costillas, al bajo vientre, a los     testículos. Qué se yo: a los dientes. Un golpe de madrugada que nos     dejó tendidos en el suelo, boca arriba nos dejó, sin entender lo que     pasaba. Magullados de golpe de Estado despertamos y de golpe de     Estado nos levantamos y de golpe en golpe nos asesinaron y de golpe     en golpe nos torturaron y de golpe en golpe nos desaparecieron. Y     nosotros aún sin comprender cómo era posible que sucediera en este     país del fin del mundo donde nunca pasaba nada, o al menos así nos     habían hecho creer. Pero vivíamos una ilusión de país porque nada     más bastaba mirar el cristal de la historia para ver reflejado en     sus retazos de vidrio las matanzas de indígenas o las masacres     obreras. Y siempre la clase política y siempre los ricos y siempre     los militares. Como hace 41 años cuando nos despertamos de golpe. De     golpe de Estado. Y quedamos en tal estado que no lográbamos entender     a los otros  estados: al Estado con uniforme, al Estado de Sitio, al     Estado de Excepción, al Estado de Emergencia. Estábamos como     petrificados en el estado del miedo absoluto, en la angustia de lo     desconocido, clavados en la arena con estalactitas de hielo ardiente     que nos horadaban el alma.
      
     En Valparaíso nos despertamos de golpe. De golpe de Estado, antes     que nadie, porque la Armada se encargó de ello con artera diligencia     y en conjunto con otros Estados: los Estados Unidos, cuyos barcos de     guerra se encontraban en el puerto realizando ejercicios navales con     la Marina chilena. Demasiados Estados juntos hacen un golpe de     Estado y un golpe de Estado hace una dictadura y una dictadura hace     el terror por 17 años, algo que nunca pensamos cuando nos     despertamos de golpe, de golpe de Estado hace 41 años. Porque muchos     sabíamos que la posibilidad de un golpe militar existía, sin embargo     eran pocos los que podían imaginar la magnitud de lo que advendría.     Porque ¿Quién puede trazar las brasas del infierno si apenas conoce     las brisas del aleteo de un ángel? ¿Quién puede dibujar el horror de     la sala de torturas, los gritos, los llantos, el pavor? ¿Quién puede     sospechar las violaciones, las flagelaciones, las mutilaciones, la     corriente, las amenazas, las ejecuciones, los secuestros, las     desapariciones? ¿Quién puede delinear la cárcel, el exilio, los     asesinatos? ¿Quién podría jamás haber imaginado que la dictadura     militar y civil que se entronizó en Chile por casi dos décadas sería     capaz de agenciar tanto horror? Nadie pienso yo. Quizás los     militares chilenos y los civiles de derecha que disfrutaron o     enriquecieron con el sufrimiento de millares de compatriotas. Tal     vez no, pero lo que está claro es que si no lo imaginaron, nada     hicieron para impedirlo, absolutamente nada, al contrario,     perfeccionaron la maquinaria del terror.
      
     Aquellos que creen en Dios, probablemente se preguntarán porqué éste     no previó lo que iba a acaecer o, cuando nos despertaron de golpe de     Estado, no utilizó su omnipotencia para detener la tragedia. A lo     mejor lloró tanto que mientras el agua escurría por su rostro  cayó     fulminado por un rayo de fuego y no alcanzó a gritar ¡basta! Quién     sabe, lo único cierto es que aquel golpe del martes once de     septiembre nos dejó aturdidos y contundidos, pero de golpe en golpe     nos levantamos de nuevo y de golpe en golpe resistimos y de golpe en     golpe nos organizamos en las poblaciones, universidades, cerros,     colegios, barrios, centros culturales, medios alternativos, entre     muchos otros frentes de lucha. En las calles se movían los golpeados     por el golpe, a tropezones primero, confundidos y furiosos, dolidos     e indignados, porque nadie tiene derecho a despertarte de golpe de     Estado y menos de madrugada. En realidad, nadie tiene el derecho a     despertarte, porque uno puede soñar hasta más allá del horizonte si     lo desea,  como lo hizo el gobierno de Salvador Allende que intentó     dibujar un futuro de justicia social en aquel presente de hace ya     cuarenta años.
      
     Hace 41 años nos despertamos de golpe. De golpe de Estado y hoy     nuevamente algunos, tanto en la derecha como en el gobierno quieren     sembrar el miedo atemorizando al pueblo con leyes anti-terroristas     de la época de la dictadura. Otros más amenazando con  revivir a     grupos paramilitares de ultraderecha. Por eso hay que gritar fuerte     y claro: ¡en este país no queremos despertarnos más de golpe de     Estado!
      
     – Dr. Tito Tricot, Sociólogo, es Director del Centro de Estudios de     América Latina y el Caribe-CEALC


