«Cuanto menos es el individuo, y cuanto menos expresa su vida, tanto más tiene y más enajenada es su vida» Karl Marx Recuerdo cuando hace algunos años, mi buen amigo Raúl, me contaba con cierta vehemencia un hallazgo importante en su vida que le hizo crecer, comprender y comprenderse mejor. Me contaba como hasta entonces […]
«Cuanto menos es el individuo, y cuanto menos expresa su vida,
tanto más tiene y más enajenada es su vida» Karl Marx
Recuerdo cuando hace algunos años, mi buen amigo Raúl, me contaba con cierta vehemencia un hallazgo importante en su vida que le hizo crecer, comprender y comprenderse mejor. Me contaba como hasta entonces él siempre había estado rodeado de gente pero que sin embargo por las noches, cuando apagaba la luz y cerraba los ojos inspirando profundamente, sentía como si mezclado con el aire, un profundo sentimiento de soledad se apoderase de él. Raúl no lograba comprender porqué se sentía tan sólo y vacío si tenía tantos amigos con los que divertirse los fines de semana, ir al monte o a la playa en verano, o al bar los domingos para ver un partido de fútbol. Pero una noche tras otra, pensando en cuales podían ser las causas de esta incomprensible contradicción, comprendió finalmente lo que le sucedía. Se dio cuenta que lo que él llamaba amigos en el fondo eran rostros cotidianos con los que compartía poco más que conversaciones y momentos casi siempre triviales. Se dio cuenta de que aunque siempre había pensado que la amistad era algo importante, su vida diaria poco tenía que ver con esta idea. Su ideal de amistad era en realidad una pose forzada, algo así como una especie de mueca enclavada en su alma, nacida de lo que se suponía que tenía que pensar. Mi amigo Raúl se dio cuenta que los amigos no se podían tener y que hasta entonces, había confundido la soledad compartida con la amistad. Comprendió que de nada servía tener una larga lista de nombres que representaban personas, si realmente no practicaba la amistad. La amistad es un proceso activo basado en la confianza, el interés mutuo y el cariño sencillo y espontáneo – me decía -. Y a partir de ese día, me contó que comenzó a interesarse en conocer de verdad a sus amigos, preocupándose por ellos, por sus problemas y preocupaciones. Me contó también que la amistad le había requerido un esfuerzo, pero un esfuerzo que le enriquecía y le transformaba, pues de esta manera sus amigos pasaban a formar parte de él mismo. Al comprender la amistad como un proceso activo, consiguió tejer los lazos que unieron su ideal de amistad con sus amigos y refundó al fin la vieja soledad compartida en viva, nueva y reluciente amistad.
Esto mismo que me relataba hace algunos años mi amigo Raúl, me recuerda a los días previos en que decidí implicarme activamente en el movimiento de solidaridad con la revolución cubana. Hasta entonces tenía ideas, razones y argumentos para defender a Cuba. Sabía que surgió de un movimiento nacido en el seno del pueblo, apoyado por las amplias masas de obreros y campesinos, y que gracias a este apoyo, los doce hombres y siete fusiles que sobrevivieron tras el desembarco del yate Granma en Cuba – entre ellos Fidel Castro y Che Guevara – iniciaron una guerra de guerrillas que fue creciendo día tras día, como una gran ola que finalmente rompió en los arenales de la tiranía batistiana. Esta ola, fue la que conquistó la verdadera independencia y soberanía de Cuba por la que miles de cubanos habían muerto desde los albores de las luchas de independencia. También conocía la honorable labor de los médicos internacionalistas cubanos, que prestan sus servicios gratuitamente en las zonas más pobres y recónditas del mundo. Y sabía que de todos los niños sin escuela que hay en el mundo ninguno de ellos era cubano. Pero ¿tenía mi vida real y cotidiana algo que ver con las ideas humanistas y marxistas que yo y la revolución cubana compartíamos? ¿Acaso esos argumentos y pensamientos no serían como en el caso de mi amigo, una larga y bonita lista de ideas que sólo existían en mi cabeza y en algunas conversaciones aisladas? ¿Me preocupaba realmente por conocer y defender la Revolución cubana o quizás me ocurría como a Raúl con sus rostros cotidianos? Mi amigo se dio cuenta de que los amigos no se podían tener. Y yo entonces, también empecé a sospechar si con las ideas no ocurriría algo parecido. ¿No habría que practicar las ideas para apropiarse verdaderamente de ellas?
Al principio pensaba que el implicarse requeriría un esfuerzo. Viajes en metro, asambleas, pegar carteles, responsabilidades, trabajo… Y en cierta manera es cierto. Requiere un esfuerzo. Pero a diferencia del esfuerzo del trabajo enajenado que no nos pertenece a nosotros sino al patrón y que tratamos de evitar siempre que podemos, este otro, al igual que el esfuerzo que requiere la amistad verdadera, es diferente. Ahora me doy cuenta cómo en cada larga asamblea afirmo mi libre compromiso con la defensa de una causa justa. Ahora comprendo en cada día y en cada manifestación multitudinaria como la del pasado 15 de octubre en Salamanca, el verdadero significado de la palabra solidaridad, porque ejerciéndola me apropio verdaderamente de ella. Ahora siento en cada programa de radio, desde el pequeño pero digno estudio de una radio libre, los lazos que me unen a mis compañeros y a algo mucho más grande y más digno que lo que me pueda unir jamás a cualquier cosa material. Y me hago consciente de que el esfuerzo que suponía este compromiso nada tiene que ver con el esfuerzo del trabajo forzado. Este esfuerzo, este trabajo, es trabajo creador que libera, enriquece, transforma y construye realidades. Porque en el ejercicio de la solidaridad activa con la Revolución Cubana nos transformamos a nosotros mismos, pues tejemos nuevos lazos que nos unen de una manera diferente a los compañeros, a Cuba y a todo lo que ella representa. Me doy cuenta que con nuestros modestos esfuerzos ayudamos a defender la Revolución Cubana pero al mismo tiempo nos ayudamos y nos defendemos a nosotros mismos. Nos defendemos de la ideología dominante derivada del modo de producción capitalista que en su delirio compulsivo de hacernos pensar en tener una casa, tener un mejor coche, tener un nuevo vestido, o en tener más dinero para hacernos con todo lo anterior, nos hace creer que las ideas también se pueden poseer. Mentira. Las ideas no se tienen. Las ideas se practican, si es que son verdaderas. Y a partir de entonces fui haciéndome consciente de que apoyando al pueblo cubano y a su revolución socialista, rompemos de alguna manera las cadenas que nos han sido impuestas desde nuestra más temprana edad, y que no sólo son cadenas de ideas, sino también de comportamientos, de actitudes, y de formas de ver y comprender el mundo. Rompiéndolas, conquistamos nuestra propia libertad e independencia al mismo tiempo que defendemos la libertad e independencia lograda por el pueblo cubano en 1959. Y cada día voy comprendiendo mejor que Hacer es la mejor forma de Decir, y que uno Es lo que su vida expresa.
Daniel Cubilledo Gorostiaga es miembro de la asociación Euskadi-Cuba