1. Creo que es ésta ocasión propicia para replantearnos con toda honestidad esta pregunta que no sólo se nos formula reiterada y justificadamente desde afuera, sino que a diario nos la formulamos nosotros mismos. La respuesta me parece que es obvia: vamos rumbo al poder que es la vocación ineluctable de todo partido político. Porque […]
1. Creo que es ésta ocasión propicia para replantearnos con toda honestidad esta pregunta que no sólo se nos formula reiterada y justificadamente desde afuera, sino que a diario nos la formulamos nosotros mismos. La respuesta me parece que es obvia: vamos rumbo al poder que es la vocación ineluctable de todo partido político. Porque sólo desde allí pueden hacerse realidad los propósitos ideológicos que le dan razón de ser a un partido y justifican su existencia. Señalar otra meta es incurrir, tal vez sin advertirlo, en una contradicción lógicamente inadmisible.
2. ¿En qué término razonable podremos alcanzar nuestro propósito?, es algo que depende no sólo de factores externos y circunstancias que no podemos ignorar sino, además y ante todo, de nuestra voluntad unitaria y de nuestro esfuerzo inquebrantable por no renunciar a su búsqueda.
3. La circunstancia mayor que enfrentamos y que no es posible soslayar, es el embelesamiento colectivo con un proyecto mal llamado de seguridad democrática encarnado en un caudillo que inteligentemente ha aprovechado su carisma innegable para perseguir, con la aquiescencia de una inmensa mayoría, la consolidación y el apuntalamiento de un statu quo que sólo aprovecha a una élite minoritaria que desde tiempo inmemorial ha usufructuado los réditos del poder político que, entre nosotros, no puede discernirse del poder económico.
4. Nuestro empeño parece titánico pero nada imposible y absolutamente necesario si no queremos conllevar un estado de cosas incompatible con un país decente. Justamente, el esfuerzo excesivo que él requiere, induce a algunos, en función de una ambición de poder inaplazable, a sustituir o permutar sutilmente nuestros propósitos por los del adversario, que la experiencia ha mostrado seductores para una opinión manipulada mediante estrategias perversas de propaganda, inherentes a regímenes incalificables que desde luego no han renunciado a proclamarse democráticos. Para muchos, esa situación ha creado una suerte de imperativo: conectarnos con la opinión prevaleciente para no hacernos marginales. En términos más explícitos: si el uribismo es electoralmente más rentable que el Polo, acojamos sus propuestas y sus tácticas sin que se note mucho, de tal suerte que podamos seguir afirmando sin asomo de verguenza que somos del Polo, pero eso sí de un Polo menos radical y sectario que el de aquellos que quieren permanecer fieles a los propósitos originarios del partido.
5. Porque a la presión eficaz del establecimiento se suman como complemento eficiente la confusión conceptual inocente o deliberada que identifica claridad con sectarismo y coherencia con dogmatismo, y la lucha degradada de una insurgencia, identificada paradigmáticamente con las FARC, con la que se empecinan en vincularnos contra toda evidencia y no obstante las permanentes y explícitas declaraciones de condena a esa organización armada y a sus horrendos crímenes de guerra y de lesa humanidad.
6. Cuando nos esforzamos en enunciar sin ambages postulados y metas que juzgamos indisponibles dentro de nuestro proyecto político, nos tildan de radicales, en el sentido peyorativo del vocablo, y si nos empeñamos en acompasar nuestra acción con el Ideario de Unidad, somos irremisiblemente sectarios, transformando así exigencias de lógica elemental en execrables vicios de los que debemos deshacernos.
7. Y ¿en qué consiste ese Ideario de Unidad? En un catálogo de principios y de fines ideológicos que democráticamente decidimos adoptar como guía de nuestro pensamiento y de nuestra acción. Ideario que condensa las aspiraciones comunes de personas, partidos y organizaciones de izquierda democrática en función de reformas profundas que, desde nuestra perspectiva, necesita con urgencia el país para superar la pobreza, la iniquidad, la discriminación y la exclusión, estigmas vergonzosos de una sociedad cuyos gobernantes llaman, sin asomo de pudor, democracia profunda.
8. Para quienes se sientan atraídos por ese breve y comprensivo Ideario, están francas las puertas del Polo y a eso lo hemos denominado sin sectarismo. Pero eso sí, han de saber quienes a él lleguen o en él quieran permanecer, que el compromiso de buscar nuestras metas simples y fácilmente reconocibles es irrenunciable, y a eso lo hemos llamado sin ambigüedad.
9. No está dentro de la agenda del partido catalizar o materializar un proceso revolucionario en el país. Quienes han militado en partidos u organizaciones políticas que han tenido en mente esa meta, al incorporarse al Polo han tenido que renunciar a ella y trocarla por el empeño menos ambicioso pero también más realista y pacífico de proponer y llevar a término, por los canales democráticos, reformas económicas y políticas profundas, sin las cuales la afirmación de que Colombia es una democracia no es más que una mentira enorme, ni siquiera piadosa sino impía.
No hay pues en el Polo, estimado Lucho Garzón, un sector revolucionario cuyo liderazgo usted generosamente me endilga y otro reformista cuya jefatura usted modestamente se arroga, sino una colectividad pluralista con diferencia de matices que valoramos positivamente, empeñada en lo que el Ideario de Unidad sintetiza: la construcción de una sociedad democrática, pacífica, menos inicua e injusta que la que hoy tenemos, en el marco de un Estado de derecho con la soberanía recobrada, que haga valer su dignidad en el concierto de las naciones.
10. Pensamos eso sí, que de un proyecto ideológico como el que mueve nuestra acción tiene que ser portador un partido político sólido, unificado en torno a lo esencial, condensado en su Ideario, y no una montonera informe convocada al azar en cada esquina para que brinde apoyo electoral a un candidato que, de resultar victorioso, de nada tendría que responder y a nadie tendría que dar cuenta por sus acciones caprichosas.
Un partido de ese talante, en contravía de un estado de cosas inicuo, no puede caer en la trampa de recibir directivas bondadosas de quienes encarnan los intereses que él impugna. Un líder de oposición no puede sucumbir a los halagos de quienes lo adulan para cooptarlo, haciéndole creer que en el fondo todos queremos lo mismo, el bien del país, y que debemos ser aliados en la misma lucha como si ese fementido interés común fuera el mismo para tirios y troyanos.
11. Un recuerdo anecdótico viene a mi mente: al término de una conferencia sobre democracia y libertad pronunciada en Medellín por el Maestro Gerardo Molina, faro y guía de mi acción, se le acercó un ilustre intelectual conservador a felicitarlo en éstos o similares términos: «Suscribo sus tesis en más de un 90%». Y Molina, con la consistencia ideológica y el carácter y el humor que lo acompañaron siempre, manifestó su seria preocupación al responderle: «Deber ser, entonces, que con la edad me he conservatizado».
Qué diferente esa actitud de alguien con profundas convicciones y recia personalidad de la de aquellos que, al ser marcados con el hierro del adversario, se pavonean orgullosos en vez de avergonzarse.
12. No puede el Polo dejarse imponer por el establecimiento que pretende reformar, su estrategia y su rumbo, cediendo a las adulaciones de quienes al percibir las posibilidades del partido de acceder al poder, se esmeran en cooptar a quienes consideran dirigentes promisorios.
No podemos aceptar la tutoría de quienes, en su propio beneficio, pretenden dictar reglas de buena conducta al Polo y a sus líderes más sobresalientes. Los criterios de corrección de nuestro discurso y nuestra práctica, los tenemos a la mano: están suficientemente explícitos en los Estatutos y en el Ideario de Unidad del partido y no en los buenos consejos de quienes personifican al establecimiento que pretendemos transformar.
13. Una táctica exasperante de quienes ven en el Polo un partido de oposición en trance de volverse gobierno, consiste en imputarle la defensa encubierta de la combinación de todas las formas de lucha. Con ella se han propuesto no sólo desacreditarlo ante la opinión pública nacional e internacional sino suscitar dudas en su interior con respecto a quienes proceden de organizaciones o partidos políticos que han adherido a esa doctrina, del todo incompatible con un partido democrático, con el propósito de menoscabar un proceso unitario que miran con temor inocultable.
Hoy es preciso reiterarlo con más fuerza que nunca: filosófica y programáticamente el Polo desecha y condena el empleo de las armas y de cualquier modalidad delictiva para lograr el poder y materializar las reformas profundas que, a su juicio, el país demanda.
La sola pertenencia al partido tendría que dar fe de esa renuncia unánimemente decidida como condición no negociable de la Unidad y del Ideario compartido. Pero si aún quedan dudas razonablemente fundadas, yo convoco cordialmente, pero de modo terminante, a quienes tengan la más leve reticencia al respecto a que las ventilen y discutan en un ámbito diferente al del Polo, porque dentro del mismo el tema es asunto concluído.
14. De otro lado, la pluralidad de tendencias en el seno de nuestra organización es una riqueza invaluable, porque el diario intercambio dialéctico contribuye de modo considerable al afinamiento y consolidación de nuestros propósitos. Pero eso sí: que invocando un marco ideológico tan amplio, y so pretexto de conectar al partido con la opinión aún prevaleciente, tan benévola con el proyecto reaccionario encarnado en Uribe, no se caiga en la tentación de sacar airosas ambiciones personales o sectoriales a costa de renunciar a nuestra razón de ser originaria.
Más claro aún: que no se acepte el argumento especioso de que para triunfar debemos transformarnos en algo muy semejante a lo que son y representan nuestros antagonistas. Hay que estar alerta, para rechazarla, la permuta encubierta de estrategia por principios. Sólo podremos hablar de un triunfo del Polo si llegamos al poder sin claudicar de nuestros fines ideológicos y en la compañía segura de quienes creen en su justeza y su urgencia.
15. Ahora bien: reiterado, por enésima vez, nuestro absoluto repudio a la lucha armada y dejando en claro que de ella nos separa una brecha insalvable, no nos avergoncemos de llamar de izquierda nuestro proyecto reivindicativo. Si el de Uribe es sin duda de derecha y es en contravía del suyo que nosotros avanzamos, ¿por qué repudiar un sello dignificante como el que a todas luces le conviene?
Oigamos con atención las palabras de alguien que sabe de qué habla: el inmenso escritor e intelectual J. M. Coetzee, Premio Nobel de literatura, merecedor de él como pocos:
«La única luz de esperanza en este sombrío panorama la aporta América Latina, con la inesperada llegada al poder de un puñado de gobiernos socialistas populistas. Las señales de alarma ya deben estar sonando en Washigton: podemos esperar crecientes niveles de coacción diplomática, guerra económica y absoluta subversión.
Resulta interesante que en el momento de la historia en que el neoliberalismo proclama que una vez que la política ha sido incluida en la economía, las viejas categorías de izquierda y derecha se han vuelto obsoletas, gentes del mundo entero que se habían dado por satisfechas considerándose ‘moderadas’ -es decir opuestas a los excesos tanto de la derecha como de la izquierda- decidan que en una era de triunfalismo de la derecha la idea de la izquierda es demasiado valiosa para abandonarla».
Dejemos, sin vacilaciones, que ese pensamiento alumbre nuestro camino. Y ratifiquemos, a un tiempo, nuestro propósito unitario. No malgastemos más nuestras energías en estériles luchas internas. Las necesitamos intactas para enfrentar al verdadero adversario.