De los resultados del Frente Amplio en las próximas elecciones dependerá buena parte de las posibilidades de incidencia política de la izquierda en el futuro, pero esto sólo sucederá si esta política ha sido nutrida por la participación activa y propositiva del mundo popular y anti-neoliberal del país. Chile limita al centro de la injusticia […]
De los resultados del Frente Amplio en las próximas elecciones dependerá buena parte de las posibilidades de incidencia política de la izquierda en el futuro, pero esto sólo sucederá si esta política ha sido nutrida por la participación activa y propositiva del mundo popular y anti-neoliberal del país.
Chile limita al centro de la injusticia
(Violeta Parra)
La carrera electoral tomó definitivamente un nuevo carácter con la irrupción del Frente Amplio en la política nacional. Para quienes participamos de su construcción, junto con el trabajo político y técnico se nos hace necesario ir anotando y debatiendo las dificultades (inevitablemente múltiples y complejas) con las que nos vamos encontrando. Se trata en este caso de dificultades de primer orden en definiciones políticas importantes para la realización de cualquier proyecto transformador.
En particular, el carácter de izquierda del Frente Amplio ha venido siendo puesto en duda, tanto por actores externos como también por algunos integrantes de este mismo bloque. Dicha identidad fue fuertemente cuestionada luego de que los diputados Gabriel Boric y Giorgio Jackson se pronunciaran (demasiado apresuradamente, hay que reconocer) acerca de los recientes sucesos en Venezuela. Los salientes voceros del Frente Amplio, Sebastián Depolo (RD) y Karina Oliva (Poder) parecen haber secundado esta perspectiva cuando señalaron que, más que un proyecto de izquierda, el Frente Amplio es un proyecto ciudadano.
Finalmente, muchos han recordado las palabras al aire de Beatriz Sánchez en noviembre del año pasado, sentenciando que Cuba es una dictadura pues allí no funcionan los mecanismos de pluralismo liberal democrático. Visión que pareció ratificada por Alberto Mayol, apenas se hiciera conocida su nominación a la misma candidatura.
Lo que pareciera estar a la base de todo este lío de identificaciones (y me refiero aquí tanto a la ambigüedad en la enunciación como a la sospecha que instala en tanto ambigüedad) tiene que ver con la tensión entre una identidad de izquierda clásica por un lado, y una cierta concepción generalizada de la ‘hipótesis populista’ por el otro. Pero vayamos ‘por parte’, como dijo Jack.
¿De qué izquierda estamos hablando?
La caducidad del eje izquierda-derecha no es una idea nueva, y tuvo su último gran revival en los años noventas. Sobre las cenizas aún prendidas de los socialismos reales, algunos intelectuales promovieron un espacio político donde confluyeran las preocupaciones clásicas de la izquierda (ubicadas en el polo de la ‘igualdad’) y de la derecha (identificada con el de la ‘libertad’). Denominado ‘tercera vía’ por Anthony Giddens, esta ideología tuvo una enorme influencia política, por ejemplo, en los gobiernos de Tony Blair, Bill Clinton, Fernando H. Cardoso, Fernando de la Rúa en Argentina y Ricardo Lagos entre otros.
El posicionarse más allá de izquierdas y derechas, usualmente asociado a populismo y demagogia, esta vez fue parte del transformismo con el cual sectores importantes de la socialdemocracia internacional enfilaron hacia su neoliberalización. En términos políticos, este fue el camino de su derechización: declarando el ‘agotamiento de las grandes ideologías’ y con éste la validez del eje izquierda-derecha, este sector actuaría de aquí en adelante en los términos impuestos por la nueva pax Americana comandada por el FMI, el Banco Mundial y el complejo industrial-militar estadounidense.
Entonces, lo que conocimos a fines del siglo pasado como ‘más allá de la izquierda’ no fue una amalgama de políticas liberales e igualitarias, capitalistas y socialistas, sino más bien un programa político basado en la profundización de la desigualdad en nombre de la libertad (pero, en la realidad, sólo de la libertad de mercados y de capitales).
La izquierda no claudicante con el neoliberalismo asumió una posición de retaguardia en este contexto, usualmente aferrada a una identidad obrera que tuvo su esplendor a mitad del siglo XX en Chile y el mundo urbano. En el agotamiento (relativo, por supuesto) de ese centro de referencia de la izquierda socialista del siglo XX podría ayudar a explicar tanto la neoliberalización de su ‘parte derecha’ como el atrincheramiento identitario de su ‘parte izquierda’. La dialéctica de la derrota de aquella izquierda tuvo su corolario en el relato triunfante de la modernización que esa misma ex-izquierda neoliberalizada ayudara a levantar como verdad oficial: el relato del despegue definitivo hacia la modernidad, el crecimiento sostenido y el desarrollo -junto con un amargo ‘adiós a la clase obrera’ y una entusiasta bienvenida a las nuevas y pujantes ‘clases medias’. Este mismo relato (el de los Lagos, los Brunner, los Bitar, los Tironi) es el que hoy propone que el Frente Amplio responde al descontento de los modernizados, de las niñas y niños rebeldes del neoliberalismo.
La imagen que nos dejó el siglo XX fue la de una izquierda idéntica a la derecha, para todos los efectos prácticos: un tibio y muchas veces falso intento de domesticación del capital. La neoliberalización de esta ‘vieja izquierda’ chilena ha significado que este espacio político sea percibido como vacío de contenido propositivo hasta ahora.
Presencia de la ‘hipótesis populista’
En el vacío dejado por la izquierda, en el mundo ha adquirido cierta importancia lo que llamaremos aquí la ‘hipótesis populista’. La paternidad de esta hipótesis es usualmente atribuida a Ernesto Laclau y Chantal Mouffe, quizás los pensadores posmarxistas más influyente de los últimos tiempos. Laclau y Mouffe identificaron el mecanismo del populismo como la captura del significante ‘pueblo’. Esto significa la organización de un mapa (representación) colectivo en el que la sociedad se encuentra dividida entre ‘ellos’ (la elite) y ‘nosotros’ (el pueblo). El pueblo, por supuesto, refiere a una heterogeneidad casi infinita de atributos, y en definitiva lo que realmente hace posible es la identificación de un enemigo común (la elite), enemigo por lo demás suficientemente etéreo como para que cualquier elemento contingente figure como referencia concreta (incluso los dirigentes del Frente Amplio, ya sea como parte integrante o como oposición a la elite).
Pareciera que esta hipótesis populista tiene cierta presencia (aunque no necesariamente reconocida) en el Frente Amplio. Esto se expresa, por un lado, en un sector que apela directamente a la ciudadanía en vez de a un imaginario y a un programa de izquierda. Aunque sin dotar de mucho contenido esa categoría, este sector se refiere a ella como si se tratara de un sujeto político per se. Por otro lado, corrientes más próximas al autonomismo adoptan un discurso tangencialmente anti-capitalista y fuertemente centrado en la crítica al modelo neoliberal. De todos modos, ya sea apelando a las nociones de ciudadanía, de sujeto popular o de las fuerzas democráticas, hay varios sectores del Frente Amplio involucrados en una postura populista como forma de ensanchar el margen de inestabilidad del sistema político.
Se debe señalar aquí que no es para nada lo mismo decir que la interpretación de Laclau efectivamente describe algunos mecanismos importantes de lo político, que asumir que ésta ofrece un programa político en sí misma. La (con)fusión entre una teoría política y lo que son meras estrategias comunicacionales nos acerca peligrosamente a reproducir el vacío de referentes de la izquierda y no a solucionarlo, y en un escenario como este, el electoralismo, la moderación política progresiva, los personalismos y caudillismos, estarán todos a la orden del día.
El real problema, en todo caso, no es asumir una táctica populista, sino que ésta no explicitada en tanto orientación política -es decir, que opere por la vía de los hechos. En esto, las organizaciones que componen el Frente Amplio tienen una responsabilidad política sobre el proceso al que convocan. Si esta discusión (que es teórica y práctica, profundamente política) no es estimulada por las organizaciones del Frente Amplio y entre los participantes de la construcción de programa, probablemente éste terminará siendo la ciega reproducción del vacío de la izquierda, una suerte de no-programa conductor de una política…. al final, otro capítulo de la política-espectáculo con que el capital termina por subsumir el malestar inorgánico que el mismo produce.
Re-densificar la izquierda: los desafíos del Frente Amplio
El Frente Amplio se ha hecho responsable en proponer una forma alternativa de hacer política, profundamente enraizada de las luchas de los sectores desfavorecidos por el capitalismo neoliberal, es decir, la inmensa mayoría del país. Por esto, como punto de partida y no de llegada, la gran mayoría (en términos numéricos y cualitativos) de las organizaciones que componen el Frente Amplio se definen como anti-neoliberales. Este predicamento debiera ser tomado de manera radical y profundamente política.
Quienes se benefician del neoliberalismo son algunas contadas minorías, gracias a su poder económico y su influencia, prácticamente incontestadas hasta la fecha. Para la racionalidad neoliberal, la despolitización de la sociedad constituye una necesidad de primer orden, pues a través de la disputa artificial entre dos alternativas indistintas, igualmente neoliberales, se abre camino al hecho que sean otros poderes (fundamentalmente los del capital económico) quienes asuman la conducción del país. Esto ha quedado en flagrante evidencia con los múltiples casos de corrupción y financiamiento ilegal de la política que han afectado por igual a la derecha y a la (autodenominada) ‘centro-izquierda’, pero no hay que olvidar que esta es la sustancia de todo estado capitalista, como bien lo indicó Lenin, justamente en hace 100 años atrás.
La despolitización de la sociedad ha sido uno de los medios por los cuales la hegemonía neoliberal ha conducido su agresiva política de privación y desposesión de derechos, intensificación de la explotación del trabajo y depredación socio-ambiental. Todo esto está poniendo en peligro hoy, en Chile, las posibilidades de reproducir la existencia de grupos sociales y comunidades enteras. Contra estas condiciones de vida es se vienen levantando, de forma más decidida hace alrededor de una década, los movimientos ambientalistas, de defensa de territorios, de recuperación de derechos sociales, de trabajadores cansados de una CUT que solo ha administrado su propio servilismo ante el statu quo, de denuncia contra la violencia patriarcal, machista y racista, y otras múltiples manifestaciones de rebeldía y lucha.
Es sobre estas bases que el Frente Amplio se propone incidir programáticamente en la política del país. Quienes quieran ver aquellas bases, aquellas movilizaciones como puramente ciudadanas pueden seguir haciéndolo, pero a riesgo de perder de vista el sentido realmente transformador de sus demandas y motivaciones. Asimismo, que estas bases parezcan insuficientemente de izquierda a algunos testigos es quizás inevitable dado el vacío identitario y programático de este sector, y más aún considerando que su traducción en una política y en un programa se encuentra en pleno desarrollo.
Ninguna de las manifestaciones asociadas a la crisis actual tuvo (ni cuenta hasta hoy) con un programa político. En este sentido, parece ser cierto que toda revolución llega tarde a su propia escena. (Coincido con Aldo Torres que los zapatistas nos llevan algo de ventaja en este plano, aunque sea bajo la forma de ‘anti-programa’). La invitación a pensar y participar de la construcción del ‘socialismo del siglo XXI’ no fue más que eso: una invitación, aun cuando haya sido de las más ricas y prolíficas ofrecidas recientemente. Constituye sin duda un antecedente de la maduración (es decir, una serie de lecciones acerca de las dificultades) de un proceso que es nacional, plurinacional, continental y mundial, todo a la vez. Pero no provee, no puede proveer de soluciones ni atajos para la construcción local. (De todos modos, resulta irónico pensar hoy en las declaraciones de hace unas semanas que abrieron estas reflexiones, cuando el candidato de la izquierda en Francia está proponiendo unirse… al ALBA).
El desafío que se presenta para las fuerzas que constituyen el Frente Amplio es el de ofrecer una alternativa real de izquierda, una alternativa que logre traducir en clave político-programática la movilización y el descontento social y popular y, sobre estas (y no otras) bases, ofrecer una alternativa de país frente a la crisis neoliberal.
¿Renovación de las elites o potencia plebeya?
La crisis capitalista abierta con la debacle de las sub-prime el 2008 (pero que responde a un ciclo más general de tendencia a la baja tanto de la ganancia capitalista como de la productividad del trabajo) se ha hecho sentir a lo largo de todo el globo, aunque de modo desigual y con intensidades diferentes. No obstante, debemos cuidarnos de establecer rápidas correlaciones entre la evidencia de crisis sistémicas y la emergencia de movimientos anti-sistémicos. Es sobre el terreno de la crisis (de la experiencia radical de incertidumbre frente a la reproducción de la propia vida) y su traducción en acción colectiva que se abre espacio la política en su sentido más productivo.
El ciclo actual de movilizaciones en Chile es consecuencia (aunque no reducible a explicaciones mecanicistas) de la crisis global del neoliberalismo. Ha estado compuesto por huelgas de trabajadores (públicos y privados, contratistas, subcontratistas y honorarios) en distintas ramas y sectores de la producción; de movimientos de defensa del medio ambiente y de lucha contra el capital neo-extractivista; de masivas movilizaciones por derechos sociales; por luchas (cotidianas y extraordinarias) por mejores condiciones de trabajo, salarios y viviendas dignas; de la demanda transversal por una asamblea constituyente; así como de múltiples iniciativas locales y regionales en defensa y promoción de una vida sustentable -en definitiva, una vida vivible o un buen vivir.
Estas son las fuerzas nutrientes y constitutivas del Frente Amplio; desconocerlo es obsecuencia, del mismo modo que olvidarlo sería indistinguible de traicionarlas. Pero también, se debe agregar que la reducción de estas movilizaciones a ‘demandas transversales’ o ‘manifestaciones ciudadanas’ no hacen suficiente justicia al contenido concreto, histórico de estas motivaciones. Porque la expectativa de alcanzar una sociedad de derechos (si queremos reducir a esos términos aquel horizonte de expectativas), por muy reformista que puede parecer, es la fuerza motriz de una clase trabajadora que ha sido despojada sistemáticamente de esos mismos derechos en el pasado reciente. Quienes se olvidan que esos derechos no fueron ni son las migajas del capital, sino que se ganan (y se ganaron) a punta de sangre trabajadora y popular, se encuentra aún bajo los influjos del relato triunfalista del Chile de los noventa.
En este sentido, no hay demandas transversales por un lado (como el fin de las AFPs o la educación pública de calidad) y las (reales?) demandas de la clase trabajadora; más bien, estas son las demandas de la clase trabajadora en el Chile neoliberal de hoy, o al menos sus primeras expresiones. Cualquier dialéctica de la consciencia que haya que aplicar aquí (si es que hay que aplicar alguna) debiese partir de este hecho.
En un escenario donde la resistencia al neoliberalismo se manifiesta de modo cada vez más dramático en luchas por la propia supervivencia y reproducción de comunidades enteras, de grupos de población ‘superflua’ (para los criterios de la reproducción del capital), de manifestaciones mortales y cotidianas de violencia patriarcal y racista, de un presente y un futuro estrangulados por la sujeción a la banca a través de créditos y deudas… en este escenario, una izquierda transformadora del siglo XXI debe interrogarse seriamente acerca de la validez de la distinción entre reforma y revolución, como si las escalas temporales y los centros de gravedad y la de radicalidad implicados en cada uno de estos términos fueran hoy claros y auto-evidentes.
Antes que la distinción izquierda-derecha, lo que parece crucial hoy es ir más allá de la dicotomía entre reforma y revolución heredada de los siglos XIX y XX, y poner los desafíos de cara al siglo XXI, que será seguramente el siglo del fin del neoliberalismo, pero del que aún no sabemos a qué forma de sociedad nos conducirá. El horizonte de expectativas actual de las mayorías no es el de los sesentas. Y un proyecto transformador pasa necesariamente por la organización de las mayorías, de las y los trabajadores del país y del mundo, por su empoderamiento y su participación activa en los procesos deliberativos.
De esto se trata: de hacer de la democracia, de la organización política de las mayorías, el punto de llegada y no de partida para una sociedad de derechos. Para esto, se debe asociar el momento presente no al relato triunfal de una modernización en marcha, sino al despojo de las condiciones de trabajo alcanzadas en el ciclo anterior del capitalismo, que es el suelo real para la actual opulencia de unos pocos.
Así como no existen procesos transformadores que sigan una trayectoria ideal, así como no hacemos historia en un escenario que hayamos escogido, así también el sentido de responsabilidad con el presente nos llama (a algunos nos obliga) a tomar el camino de las reformas por su lado transformador, revolucionario. La tarea del Frente Amplio (si realmente quiere ser poder, y poder transformador) es la de ofrecer al Chile anti-neoliberal un instrumento para la elaboración de un programa político de transformaciones sociales. Esto, sin renunciar a nuestro domicilio político en la izquierda chilena y mundial, sino disputándolo y dotándolo de renovadas densidades, ideológicas y prácticas.
El desafío principal es el de construir una izquierda empapada de lo social en movimiento, del trabajador colectivo que se opone al capitalismo neoliberal desde sus propias entrañas. De lo que se trata, en definitiva, es de mostrar una presencia política (e institucional) que horade la institucionalidad neoliberal no desde una continuación del anterior relato modernizador, sino desde contenidos y lógicas populares, plebeyas, ni tecnocráticas ni burocráticas, que permitan seguir ampliando el margen de lo posible. Ciertamente, esta no es tarea de un año ni de una campaña electoral, sino de esfuerzos duraderos de articulación y maduración política. Sin embargo, toca para hoy (como siempre) hacerse cargo del presente si de lo que se trata es de incidir en el futuro de estos procesos.