Para toda ciencia vale que lo más difícil es empezar. Por eso la dificultad mayor será la comprensión del primer capítulo, particularmente de la sección que contiene el análisis de la mercancía. Por lo que hace, más detalladamente, al análisis de la substancia y la magnitud del valor, lo he popularizado todo lo posible. La […]
Para toda ciencia vale que lo más difícil es empezar. Por eso la dificultad mayor será la comprensión del primer capítulo, particularmente de la sección que contiene el análisis de la mercancía. Por lo que hace, más detalladamente, al análisis de la substancia y la magnitud del valor, lo he popularizado todo lo posible. La forma valor, cuya figura consumada es la forma dinero, tiene muy poco contenido y es sencilla. A pesar de ello, el espíritu humano ha intentado en vano dede hace más de 2.000 años escrutarla en su profundidad, mientras que, en cambio se lograba al menos aproximadamente el análisis de otras formas más llenas de contenido y más complicadas. ¿Por qué? Porque el cuerpo ya formado es más fácil de estudiar que las células del cuerpo. Además de lo cual, en el análisis de la formas económicas no pueden prestar ayuda ni el microscopio ni los reactivos químicos. La fuerza de abstracción tiene que substituir a ambos. Pero para la sociedad burguesa la forma económica celular es la forma mercancía del producto del trabajo, o forma valor de la mercancía. El análisis de ésta le parece a la persona no instruida un dar vueltas por meras sutilezas. Y sin duda se trata de sutilezas, pero sólo en el sentido en que también se trata de ellas en la anatomía microscópica.
Así, pues, con excepción de la sección sobre la forma valor, no se podrá acusar a este libro de ser difícil de comprender. Presupongo, naturalmente, lectores que quieran aprender algo nuevo y por lo tanto, pensar también por ellos mismos.
Karl Marx, prólogo de la primera edición de El Capital [1]
Me río de los llamados hombres «prácticos» y de su sabiduría. Si uno quisiera ser un buey, podría evidentemente dar la espalda a los sufrimientos de la humanidad y cuidar de su propio pellejo.
Karl Marx, 1867
En su Marx (sin ismos) [2], Francisco Fernández Buey, un gran marxista y marxólogo español, señalaba que, si contamos desde el primer anuncio de su proyecto en los Manuscritos de 1844 hasta la aparición del primer libro de El Capital en 1867, habría que decir que Karl Marx trabajó durante más de dos décadas en la preparación y redacción de lo que, en algunas ocasiones, llamó su «Economía».
No pudo, empero, dedicarse con continuidad a ello: «entre 1845 y 1850 sólo pudo dedicar algunas semanas, durante el viaje de Bruselas a Manchester y Londres, al estudio de material económico». Una vez establecido en Londres, en 1850, el trabajo avanzó «entre períodos de dedicación casi exclusiva a la redacción de lo que sería El Capital » y nuevas interrupciones motivadas «por su intervención en asuntos políticos, por las dificultades familiares, por las enfermedades y, desde 1864, por los compromisos adquiridos en la organización de la Primera Internacional».
En todo caso, restando lo que debe ser restado, el padre de Tussy Marx dedicó propiamente a su proyecto unos catorce o quince años, la cuarta parte de su vida aproximadamente. Además, no dejó de trabajar en la «Economía» hasta que le abandonaron las fuerzas en el verano de 1878:
[…] está justificado añadir que la suma de la Contribución a la crítica de la economía política (1859) más los manuscritos de 1858-59 conocidos con el nombre de Grundrisse más las Teorías de la plusvalía (redactadas en los esencial entre 1862 y 1863) más el material reunido por Engels en los libros segundo y tercero de El Capital (en el que Marx trabajó hasta 1878) constituye, en efecto, la obra de su vida.
Una obra, señala el autor de La gran perturbación, de dimensiones más que notables aunque «de redacción desigual y, desde luego, inacabada». Conviene situarse en los últimos meses de este largo proceso de estudio, reflexión y escritura.
Todo en la vida de Marx, señala Mary Gabriel [3], había llegado a un punto crítico en el otoño de 1866. Había trabajado diligentemente preparando el primer congreso de la Internacional y estaba finalmente a punto de enviar el manuscrito de El Capital a Hamburgo. «Había decidido que no podía esperar hasta estar satisfecho con todos los volúmenes proyectados, ni siquiera con los dos volúmenes que le había prometido a Meissner en su contrato». Esperaba enviar al editor el primer volumen de una obra que, en aquel entonces, pensaba en cuatro volúmenes.
En medio de todo aquel trabajo y de toda su actividad creativa, Marx y su familia estaban una vez más sin un penique.
Engels escuchó un grito de alarma que le era muy familiar. Dada la habitual letanía de quejas de Marx, «seguramente también esperaba que le dijese que el manuscrito iba a retrasarse una vez más». Pero no fue así esta vez. El autor de La situación de la clase obrera en Inglaterra quedó perplejo cuando recibió una parte del libro la segunda semana de noviembre.
La noticia de que el manuscrito de tu libro ya ha salido… me quita un peso de encima… Con este motivo brindaré de un modo especial por tu salud. Este libro ha contribuido enormemente a arruinarte la salud; una vez que te lo hayas quitado de encima serás un hombre nuevo.
De lo vivido, de lo sentido, dice mucho este fragmento de una carta de su esposa-compañera, la gran Jenny Marx (¿cuándo van a traducirse sus cartas a alguna de las lenguas españolas?), la madre de Laura, Tussy y Jennischen (sin ella, sin ellas casi nadie hubiera sido posible para Marx), enviada a su marido y compañero:
Si el editor de Hamburgo puede imprimir un libro tan rápidamente como dice, es seguro que por Pascua ya habrá salido, en cualquier caso. Es un placer ver el manuscrito copiado y formando un montón tan alto. Es un peso enorme que me quito de la cabeza; ya teníamos bastantes problemas y preocupaciones sin ese peso… Me gustaría verlo todo de color de rosa como hacen otros, pero tantos años de angustia y ansiedades me han afectado los nervios, y el futuro a menudo me parece negro cuando a un espíritu más alegre le parece de color rosa. Esto que quede entre nosotros.
Una serie de contratiempos pareció confirmar los temores de Jenny nos recuerda Mary Gabriel: Meissner, el editor, se negaba a imprimir solamente el libro I y quería esperar hasta que Marx le enviase el libro II; Marx se sintió debilitado por un ataque de insomnio y por la erupción de varios carbuncos en las nalgas (Marx a Engels: «Espero que la burguesía recordará mis carbuncos hasta el final de sus días»); irrumpió de nuevo el problema del dinero, el traje y el reloj de Marx debieron llevarse a la casa de empeños (Engels aportó el dinero para desempeñarlos por supuesto). La situación pudo superarse como en tantas otras ocasiones.
Marx llegó finalmente a Hanover donde se alojó en casa de un admirador suyo, el doctor Kugelmann, un ginecólogo que tenía todas sus obras. Le esperaban las galeradas recién llegadas de Hamburgo. Fue allí donde recibió una larga carta de Engels:
Siempre he tenido la sensación de que ese condenado libro que has estado arrastrando durante tanto tiempo estaba en el fondo de tus desgracias y que nunca podrías escaparte de ellas hasta que te lo hubieras quitado de encima. Resistiéndose siempre a su finalización, te ha afectado física, mental y financieramente, y puedo entender muy bien que habiéndote liberado de esa pesadilla te sientas ahora como nuevo… Estoy sumamente satisfecho del giro que han tomado las cosas, en primer lugar por el giro mismo, en segundo lugar por tu bien y el de tu esposa, y en tercer lugar porque realmente ha llegado el momento de que las cosas mejoren
Marx, desde luego, no podía ser otra manera, reconoció una de sus grandes deudas, en éste y en temas más importantes incluso (nos referimos a Friedrich, el hijo no reconocido de Marx, el amigo de Tussy, cuya hermandad nunca supo). Sin ti, escribió Marx a Engels, «nunca habría podido terminar esta obra y te aseguro que siempre pesó sobre mi conciencia como una pesadilla que malgastaras tus mejores energías y te oxidaras en el comercio principalmente por mí, y que, encima, también tuvieras que compartir todas mis petites misères«.
Meissner recibió a Marx de manera entusiasta a su llegada a Hamburgo y le confirmó el compromiso de publicar sus obras.
Por su parte, Marx recibió las primeras galeradas del libro en Hannover el día de su cuarenta y nueve aniversario, el 5 de mayo de 1867. El editor empezó inmediatamente a poner anuncios en los periódicos informando la inminente aparición del primer libro de El Capital. Las cosas empezaban a moverse en la buena dirección. Marx, que había salido de Londres el 10 de abril de 1867, volvió a Inglaterra el 19 de mayo, «tras pasar una vez más brevemente por Hamburgo para ver a Meissner y recoger partes de su libro».
Permaneció apenas tres días en Londres antes de irse a Manchester a llevarle algunas pruebas del libro a Engels. Marx estaba nervioso por su reacción. Su amigo no había leído nada del libro hasta el momento. El autor de los Manuscritos, nos recuerda Gabriel, «consideraba a Engels su critico más importante y también uno de los más exigentes, si no por por otros motivos, porque Engels conocía el tema del libro tan bien como el propio Marx».
Engels, por supuesto, elogió el trabajo pero no se cortó ni un pelo en su comentario:
¡Pero cómo puedes dejar la estructura exterior del libro en su forma actual! El cuarto capítulo tiene casi doscientas páginas y solo cuatro apartados… Además, el hilo de las ideas se ve constantemente interrumpido por los ejemplos, y el punto a ilustrar nunca se resume después del ejemplo, de modo que el lector pasa directamente de la ilustración de un punto a la exposición de otro. Es terriblemente agotador, y también confuso, si uno no está muy atento.
Los comentarios de Engels llegaban demasiado tarde para corregir la edición alemana. Los impresores ya habían compuesto los tipos.
Marx y Paul Lafargue, comprometido ya con Laura, hicieron una breve visita a Engels a mediados de septiembre para que este pudiera conocer al joven prometido. Cuando regresaron a Londres, El Capital les estaba esperando. Se habían impreso mil ejemplares. Uno de los grandes clásicos de la economía, la filosofía, del pensamiento humano y de las tradiciones emancipatorias, un clásico muy vivo, estaba ya en las librerías alemanas de la época.
Recordemos finalmente unas observaciones del autor de Marx (sin ismos).
Marx, señala Fernández Buey, quería que entendieran su proyecto a la vez los economistas académicos y los trabajadores. «Pensando en los primeros estudió álgebra durante algún tiempo para poder pasar de la argumentación verbal a la argumentación formal haciendo suya la vieja divisa newtoniana de la Royal Society». Pensando en los segundos, prosigue el autor de Leyendo a Gramsci, «no paró de hacer correcciones y de modificar la estructura de su obra para hacerla más comprensible». En este sentido, concluye, hizo incluso recomendaciones sobre cómo leer el libro primero de El Capital para superar algunas de sus dificultades. Recomendó empezar por los capítulos dedicados a la jornada del trabajo [OME 40, 251-321] y a maquinaria y gran industria [OME 41, 1-140]» [5]
Nos sumamos a la recomendación. El libro no es un clásico imposible aunque puede costar digerirlo de entrada. Paciencia, paciencia, más paciencia y algún seminario dirigido.
Tampoco el resumen de El Capital que realizó Gabriel Deville [6] es una mala opción, además de, por supuesto, las conocidas guías de lectura de David Harvey [7] o, en otro orden de cosas, el ciclo de conferencias sobre el gran clásico que el colectivo La Hormiga Roja organizó durante el curso 2016-2017 en la librería «Enclave de Libros» de Madrid [8].
Notas:
1) Traducción de Manuel Sacristán. OME 40, p. 6
2) Francisco Fernández Buey, Marx (sin ismos), Mataró (Barcelona), El Viejo Topo, 1998, p. 182 (varias reediciones posteriores).
3) Hemos tomado pie en Mary Gabriel, Amor y Capital. Karl y Jenny Marx y el nacimiento de una revolución, Vilassar de Mar (Barcelona), El Viejo Topo, 2014, traducción de Josep Sarret, pp. 435 y ss. También en Tristam Hunt, El gentleman comunista. La vida revolucionaria de Friedrich Engels, Barcelona, Anagrama, 201, y Karl Marx, Llamando a las puertas de la revolución. Antología, Madrid, Penguin clásicos, 2017 (edición y presentación de Constantino Bértolo)
4) Francisco Fernández Buey, Marx (sin ismos), op. cit., p. 185.
5) Traducciones también de Manuel Sacristán.
6) Barcelona, Los Libros de la Frontera, 2007.
7) Publicadas por Akal.
8) El colectivo La Hormiga Roja organizó en la librería Enclave de Libros de Madrid, un interesante ciclo de sesiones de lectura de El Capital el curso 2016-2017 en el que intervinieron, entre otros, Montserrat Galcerán, Xabier Arrizabalo, Mario Domínguez, Carlos Sánchez Mato, Eduardo Garzón y Constantino Bértolo. Se pueden consultar los vídeos en https://m.youtube.com/channel/UCkf8x9ah197zVpKg1w6m4vA?spfreload=5
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