La quinta edición de la Mostra de Cinema Àrab y Mediterrani, que se celebra en la Filmoteca de Barcelona y en el Cine Baix de Sant Feliu de Llobregat, proyectara la película El ilusionista (Hawi, 2010) de Ibrahim el Batout el viernes día 21 de octubre a las 19 horas en la Filmoteca de Catalunya (Barcelona) y el domingo día 23 a las 17’30 horas en el Cine Baix de Sant Feliu de Llobregat.
Los personajes de la película egipcia El ilusionista (Hawi, 2010), de Ibrahim el Batout, están lejos del mundo de redes sociales y vida digital en el que, se dice, se han forjado las recientes rebeliones árabes. Son personajes egipcios, pero su Egipto contrasta en muchos y diversos sentidos con los espacios cibernéticos y sus transmisiones instantáneas.
Uno de estos personajes es un preso político, al parecer encarcelado en la época en que la política revolucionaria -¿prematura?- sólo podía darse a conocer mediante octavillas; tras un largo encierro sin luz ni, mucho menos, internet, sus captores maquinan acallarlo con una envenenada oferta de libertad. Otro de ellos es un exiliado que no ha mantenido el contacto con las vidas que dejó atrás, y que al retornar se encubre para dar la cara. Un importante personaje femenino enseña a tocar el piano en la era de los archivos midi, otro enseña la secular danza del vientre entre la incomprensión social. Está también el personaje del mentor de un grupo de jóvenes artistas que intentan encontrar la música para un estremecedor poema sobre la supervivencia cotidiana, poema que da título a la película; incluso este grupo, con ser de jóvenes, resulta un tanto arcaico, ya que en la época ‘sin barreras’ de las redes digitales se preocupa por hallar un modo de expresión que le permita comunicarse con otros sectores sociales.
Su marginación es en cierto modo la de su entorno, los barrios viejos de la ciudad de Alejandría. Los personajes que completan el cuadro expresan una larga derrota, la de habitantes de restos del arrabal que no puede seguir el paso de la ciudad construida para los negocios. Al que menos le guste Hawi creo que le gustará su paisanaje, apreciará la experiencia de una película que se detiene en mostrar oficios populares no con fecha de caducidad, sino caducados: el del vendedor de zapatos que te da conversación y calcula a ojo qué pieza te sienta bien; el de quien, desafiando a la ley, conduce un carricoche de caballos entre el tráfico urbano de taxis y deportivos; el modesto sastre que confecciona ante el cliente un traje con el que volver a lucir una espalda recta… Un mundo de migración campesina en busca de lugar, que sufre los codazos de colmenas de apartamentos funcionales (colmenas que se alzan ante la vivienda de una protagonista, privándola de luz natural como la celda se la ha quitado al preso). En todo caso, un mundo distinto al que ocupa los nodos de las redes virtuales, y que en Hawi forma un mosaico de destinos cruzados y lazos familiares de solidez cuestionada.
Aunque la experiencia de los personajes no refleje los nuevos medios, sí lo hace el método de producción de la película -si queremos tomar por medio nuevo las cámaras digitales de alta definición-. Hay quien, retrocediendo décadas en teoría de la imagen, cifra el valor transformador de los medios digitales -presuntamente demostrado con las revoluciones árabes- en su capacidad para ofrecernos, tal cual, lo que pasa; el vídeo directo tomado con un teléfono celular sería de por sí motivador, concienciador, al interpelar desde los hechos mismos. No sé si Batout comparte este fetichismo. Lo cierto es que su carrera más larga no ha sido la de cineasta, sino la de reportero de guerra (Líbano, Bosnia…), y la comenzó, con riesgo para su libertad, grabando revueltas en Egipto hace ya más de veinte años. Ahora, al hacer esta su tercera película, sí que busca que los hechos mismos interpelen, pero no porque se les filme en directo (como ha hecho él mismo durante años), sino porque participan en la filmación.
La cámara digital le ha sido útil a Batout porque le permite trabajar prescindiendo del guión, dando espacio a la creatividad de actores no profesionales que, si no se interpretan a sí mismos, interpretan a personajes de su misma condición. Los actores tienen así tiempo para experimentar -Batout prescinde de guión para «no empachar a los actores no profesionales»- sin que el gasto en material de filmación exceda los límites de un presupuesto diminuto. Más que ofrecer un directo ilusorio, la puesta en escena cede espacio a actrices y actores -entre ellos el propio director- para que estos compartan con el espectador el ambiente de sus personajes y su «poder causal» (Joris Ivens). Se trata de un método que, en palabras de Batout, convierte la realización de la película en una exploración personal de quienes participan en ella.1 El resultado, entonces, despeja el camino para que quienes vemos la película hagamos nuestro trayecto.
Aunque él invoca otros modelos -Godard, Kiarostami-, el resultado en Hawi me recuerda, y mejora, las películas más concisas y desesperadas de un director con métodos afines, Alain Tanner (pienso en Messidor y, sobre todo, en No man’s land). En efecto, el punto de llegada de la exploración personal ha sido, en este caso, desesperación. Sobre el papel, la historia del conductor del carricoche y su caballo puede parecer un apunte ternurista frente a las historias aparentemente más complicadas de otros personajes -y eso que la bellísima secuencia del baño del caballo en la playa, firmada por Tarkovski, estaría ya replicada mil veces en youtube -; pero en el balance de la película aparece como una versión en román paladino de las demás. La patética situación del conductor, empeñado en cuidar a un caballo enfermo, sin valor de cambio, no es menos lúcida que la de los personajes con que se cruza, empeñados en vidas esterilizadas.
(Un tema cardinal de Hawi, quizás uno de los más emocionalmente opacos para quien, como el espectador medio de Spain, no comparta los referentes culturales de los personajes, es la herida de la paternidad sin significado -que se filtra en uno de los mejores momentos de montaje de la película, una arriesgada elipsis del contraplano en la secuencia de la entrevista de trabajo-. Un tema con el que es interesante que nos midamos todas y todos ici et ailleurs, sobre todo cuando videoartistas como el marroquí Mounir Fatmi se entusiasman con las revoluciones digitales -en las que incluye la farsa libia- por ser «revoluciones contra el padre». Tal vez uno de los meritos del visionado de Hawi fuera de Egipto es el de permitir contrastar experiencias diferentes sobre el tema).
Con Hawi, su director ya ha dirigido tres largometrajes bajo principios de rodaje participativo, después de cerrar su carrera de reportero filmando la invasión de Iraq por los Estados Unidos -una guerra que, según confiesa, desafía su capacidad de comprensión-. ¿Abandona el directo a las puertas de una época que al fin le saca partido? A día de hoy, Ibrahim el-Batout ha declarado no reconocerse en el triste puerto al que llega el viaje de Hawi. Admite que la revuelta egipcia le resultó tan inesperada -desde la perspectiva de Hawi– como ilusionante; pero también recuerda que la libertad tiene un precio y que, tras años de mutilación social, Egipto necesitará ciento cincuenta revoluciones para construir una sociedad libre. Prepara su nueva película, R de Revolución, por primera vez con una estrella del cine egipcio y partiendo de una secuencia que rodó con ella durante las revueltas (la película contará el camino hacia esa secuencia). Hawi me ha dejado con interés por conocer este nuevo viaje y aprender de él; no es nada habitual, pero sí estimulante, que un director nos ofrezca, película a película, las etapas de su búsqueda de lucidez compartida.