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Entrevista a Carlos Lozano, dirigente del Partido Comunista Colombiano

«Hay que meterle pueblo al proceso de paz»

Fuentes: Rebelión

Carlos A. Lozano Guillén, director del semanario VOZ, dirigente del Partido Comunista Colombiano, vocero de la Marcha Patriótica e integrante de «Colombianos y Colombianas por la Paz, es una de las personalidades colombianas que más ha trajinado el tema de la paz y de la solución política del conflicto en los últimos 30 años. Hizo […]

Carlos A. Lozano Guillén, director del semanario VOZ, dirigente del Partido Comunista Colombiano, vocero de la Marcha Patriótica e integrante de «Colombianos y Colombianas por la Paz, es una de las personalidades colombianas que más ha trajinado el tema de la paz y de la solución política del conflicto en los últimos 30 años. Hizo parte de la llamada Comisión de Notables durante los diálogos del Caguán y es reconocido especialista en el conflicto armado, consultado por distintos sectores e institutos que investigan sobre el tema

De hecho, algo tuvo que ver con el proceso de diálogo en marcha entre el Gobierno de Juan Manuel Santos y las FARC-EP, pero él prefiere no hablar de ello. «Lo más importanet es analizar las condiciones en que se adelanta y meterle pueblo a la paz». Sobre el tema hemos conversado con Carlos Lozano.

¿Qué expectativas tiene con el proceso de paz que está comenzando?

-Sin exagerado optimismo creo que es posible que este proceso llegue a feliz término. Existe nuevas condiciones, nuevas realidades en el proceso político colombiano. Creo que el Gobierno Nacional y las FARC-EP están actuando con realismo, han entendido el momento político favorable a un diálogo de paz. El país lo acompaña. No es casual que el presidente Santos de capa caída en encuestas anteriores, después del anuncio de la apertura de diálogos se trepó en las mismas. La paz es un «buen negocio». Los únicos que se oponen son los mismos de siempre: los militaristas y reaccionarios que siguen soñando con la madre de todas las batallas y la victoria de la «seguridad democráticas». Son los viudos del poder.

¿Y qué le hace pensar que ahora sí es posible?

-Las nuevas condiciones de la situación colombiana. Lo primero es el fracaso de la guerra uribista, de la llamada seguridad democrática, que en ocho años de vigencia, de enormes recursos humanos y financieros, de la ayuda de Estados Unidos, no logró aplastar a la guerrilla. Si bien es cierto que la insurgencia recibió duro golpes, logró asimilarlos y hoy demuestra capacidad de acción militar en el territorio nacional. Lo más importante es la presencia guerrillera en la movilización de masas. Rompió con la cantaleta de la derecha y de algunos «izquierdistas» de su aparente aislamiento. La prédica de los voceros gubernamentales es que los guerrilleros estaban comiendo hierba en el monte y con los uniformes destrozados, pero resulta que no es así. Están ahí, son una realidad nacional. Parte de la vida cotidiana del país. El conflicto, tal vez, se modificó en la correlación de fuerzas, pero las causas del mismo no cambiaron, son las sempiternas razones políticas, sociales, económicas, culturales e históricas que la clase dominante siempre se negó a aceptar. Es parte de la mezquindad de la oligarquía colombiana que prefiere la guerra con todo su desastre, que fortalecer la democracia y crear condiciones para la justicia social. Esta oligarquía le tiene pánico a los cambios democráticos. Prefiere gobernar mediante la violencia para garantizar sus pingues utilidades a costa del sacrificio de la gente del común.

Es decir: ¿La vía militar no tiene futuro? 

-Así es. La vía militar no tiene futuro. Prolongar el conflicto es persistir en la tragedia de la confrontación armada, en el desangre del país. Lo negativo es que la clase dominante cree que la vía militar es definitiva, porque cuando el presidente Santos dice que dialogará en medio de la guerra y sin ceder en los operativos militares, le está otorgando un papel definitivo a lo militar. Es el viejo expediente de llevar derrotada a la guerrilla a la mesa de diálogo pero a firmar la rendición. Esa vieja ilusión fracasó históricamente.

¿Quiere decir que usted prefiere el cese al fuego?

-Sí. Debe haber una tregua, un cese de fuegos y acuerdos humanitarios, bilaterales, claro está. Es menester bajar la intensidad del conflicto. Digámoslo con franqueza: mientras el Gobierno le propine golpes a la guerrilla, estará feliz y celebrándolo como acostumbra a hacerlo; pero cuando sea lo contrario, vendrán las recriminaciones, las campañas contra el diálogo y las acusaciones de que la guerrilla no quiere la paz. Que está dialogando para fortalecerse militarmente.

O sea: ¿Es importante un acuerdo de tregua?

-En definitiva sí, si se quieren preservar buenas condiciones para el diálogo. Dialogar en medio de la guerra y de los tiros altera el buen funcionamiento de la mesa, la mantiene expuesta de manera permanente a la ruptura. Son las lecciones del pasado.


¿Qué papel le atribuye a la comunidad internacional?

-Es fundamental. Ya se conocen los aportes de Cuba, Noruega y Venezuela en la fase exploratoria, ahora se suma Chile en calidad de presidente de la Celac y eso le da confianza al proceso, sobre todo a las partes porque hay garantes que están atentos, vigilantes, para contribuir a superar los momentos difíciles, que los hay. Es evidente la desconfianza entre las partes. Es deseable ampliar el abanico de los países acompañantes, sobre todo de la Unión Europea, que se ha pronunciado a favor de la paz de Colombia pero que mantiene en la lista de «organizaciones terroristas» a las FARC y al ELN. Debe proceder a sacarlas de esa lista, es un mecanismo anacrónico, que se convierte en obstáculo para la paz. Estados Unidos debería también respaldar con decisión los diálogos, bastante apoyo le ha dado a la guerra y son corresponsables de sus efectos trágicos, ahora le corresponde saldar la deuda con el pueblo colombiano para que por fin se logren la paz y la reconciliación nacional.

¿Cuál es el papel de la «sociedad civil»?

-No está claro hasta dónde va a ser definitiva la participación de las organizaciones sociales, sindicales, populares, humanitarias y de víctimas en los diálogos de paz. Es bastante ambigua la posición gubernamental. Da la sensación que el Gobierno no quiere «ruido», sino un diálogo cerrado con la guerrilla, absurdo porque en la mesa de diálogo se está definiendo el país que queremos y necesitamos. En la mesa no se están resolviendo los problemas del Gobierno o de la guerrilla, sino del país nacional, ¿cómo no tener en cuenta sus opiniones? Hay unas instancias y espacios concertados, hay que aprovecharlos en beneficio de las propuestas de origen popular. Lo que es claro es que la participación popular es definitiva en el proceso hacia la paz. No es posible lograrla sin el respaldo de las organizaciones del pueblo. El Gobierno resolvió lo suyo incorporando entre sus voceros a conspicuos representantes de la oligarquía, faltan los representantes populares en la mesa.

Entonces ¿cómo participar desde las organizaciones sociales, sindicales, cívicas y populares?

-Tomando la iniciativa y organizando la movilización con los pliegos reivindicativos. Deben realizarse foros y reuniones sectoriales. Marcha Patriótica, por ejemplo, está promoviendo las Constituyentes Regionales, a fin de recoger las necesidades y anhelos locales, regionales y territoriales. La problemática nacional es una y general, pero la problemática regional es singular y según la región hay situaciones propias. Es la realidad colombiana. Eso tiene que llegar a la Mesa de Diálogo, porque no tiene sentido que la guerrilla y el Gobierno debatan sobre los cinco puntos de la agenda, mientras el Gobierno Nacional apuntala el modelo neoliberal de libre mercado, mantiene vigente la ley 100 de la privatización de la salud y continúa la entrega a multinacionales y transnacionales de las riquezas naturales. Tiene que haber un encuentro entre los debates de La Habana y la realidad colombiana. Cómo no entender que desde el lado democrático hay aportes sustanciales como el Estatuto de la Oposición, la Reforma Agraria alternativa y la reforma democrática universitaria que propone la Mane. En este sentido, no me cabe la menor duda que el mejor procedimiento para llegar a un acuerdo es un pacto político y social que sea elevado a norma constitucional en una Asamblea Nacional Constituyente. Un pacto que contemple las necesidades del país nacional, de la gente del común.

¿Eso buscan las marchas y la jornada de indignados?

-Sí, eso buscan. Con la particularidad que son promovidas por Marcha Patriótica, Congreso de los Pueblos y el Comosoc, que influyen a más de mil organizaciones de base. Esto es muy importante y es el mejor camino para lograr conquistas y reivindicaciones populares. Hay que meterle pueblo al proceso de paz. Es la manera de protegerlo de los enemigos agazapados desde dentro y fuera del Gobierno; de interpretar y entender el sentimiento de las masas populares.

¿Qué opinión tiene de los voceros designados por ambas partes?

-Bueno, cada una de las partes decide quiénes la representan. En el caso del Gobierno está representado el establecimiento, es importante, porque Santos necesita el apoyo de éste para asumir un proceso tan complejo. En el caso de las FARC se constata una guerrilla cohesionada. Iván Márquez encabeza la delegación guerrillera y están representados todos sus bloques. Esperemos que ambos representantes tengan la suficiente inteligencia, creatividad e iniciativa para llegar a los acuerdos concretos de paz con democracia y justicia social que el país espera.

¿Qué es lo que hace diferente a este proceso con relación a los anteriores?

-Se adelanta en nuevas condiciones. Mucha agua pasó por debajo de los puentes desde hace más de diez años, cuando se produjo la ruptura del Caguán. O de La Uribe, Caracas y Tlaxcala. También, claro está, de los procesos con el M19, el EPL y otros grupos, que ya sabemos cómo terminaron. En frustraciones y engaños desde el establecimiento. La Constitución del 91 ya no existe, porque nunca se contempló que esa «Constitución de paz» como la llamaron algunos, no pudiera ser modificada al arbitrio de la politiquería y del clientelismo. Este proceso tiene su razón de ser en las mismas causas del conflicto, pero se realiza bajo nuevas realidades nacionales e internacionales. La agenda es muy concreta y no se existen zonas desmilitarizadas. La Mesa está en el exterior, pero es dable un espacio para la participación popular. Es evidente que para el Gobierno lo prioritario es la dejación de armas por parte de la guerrilla y para esta son los cambios, las reformas que erradiquen las causas del conflicto. El reconocimiento del conflicto le da un carácter político a la guerrilla y un tratamiento acorde a esa condición, aunque en el Gobierno existen distintas formas de asumirlo. Incluyendo la actitud provocadora y de abierto desafío del ministro de Defensa Juan Carlos Pinzón y de los altos mandos militares.

¿Qué debilidades le ve? 

-La ambigüedad del Gobierno Nacional. El presidente Juan Manuel Santos se embarcó en el diálogo, pero le hace concesiones a la derecha y a su antecesor. Lo más grave y peligroso es que coloca inamovibles como el diálogo en medio de la confrontación, el alejamiento de las organizaciones sindicales, sociales y populares y la pretensión de darle un plazo que parece más orientado a garantizar la reelección del mandatario que un real deseo de paz. Tiene razón el ex presidente Samper cuando plantea la humanización de la guerra, Es blindar el proceso con un clima adecuado, favorable a la paz y a la salida política. El tiempo debe ser razonable, no indefinido pero tampoco el mínimo. Un conflicto de tantos años no se resuelve en par patadas como se dice de forma coloquial.

¿Qué opina el Polo Democrático Alternativo sobre el proceso de paz?

-Aunque el Ideario de Unidad plantea la paz y la solución política como objetivos del Polo, su dirección lo ve con desdén. No hay un pronunciamiento serio al respecto. La mayoría que dirige el partido no entiende el significado de la salida política y democrática del conflicto para el país. En el fondo, es una actitud mezquina porque creen que los cambios y las transformaciones solo podrá ofrecerlas el Polo, muy difícil en la situación de postración y autoliquidación en que se encuentra. El Polo se cocina en su propia salsa, ve la realidad política desde su estrecho universo, cada vez más pequeño por cierto. Sin embargo, tendrá que entender que la paz en Colombia es esencial para la democracia y la justicia y que es un esfuerzo de muchas fuerzas políticas y sectores populares. Quedarse por fuera es marginarse de un aspecto esencial que le interesa a los colombianos y a las colombianas.

¿La reelección del presidente Hugo Chávez contribuye a la paz de Colombia?

-Por supuesto. Si hubiera triunfado la derecha de Capriles, apoyada por el guerrerista Uribe Vélez en Colombia, estaríamos en el peor de los escenarios. Chávez no solo asegura la continuidad de la revolución bolivariana, sino que es un símbolo de la unidad latinoamericana y caribeña. Ha estado comprometido con la solución política del conflicto colombiano, entendido que ella contribuye a crear las condiciones de un nuevo poder democrático y popular en Colombia, en dirección a la tendencia predominante en el continente. La paz de Colombia es la paz en las fronteras y es la paz en el continente ha dicho una y otra vez el comandante Chávez.

 

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