El poeta, sociólogo y filósofo publica ‘El común de los mortales’, donde usa la poesía como arma arrojadiza contra el «capitalismo avanzado»
La mañana fría empaña el cristal de la cafetería en la que nos ha citado el poeta. Antes de que la calle se pierda definitivamente bajo el paño del vaho, una larga fila cruza la plaza y muere en el puesto de lotería. Meses antes, el lugar fue refugio de la libertad de expresión de miles de personas contra la represión económica de un sistema que mostraba su cara más injusta. Hoy la plaza ha vuelto a ser tomada por la normalidad, el marketing y la publicidad. Tras la indignación colectiva, el bullicio se ha calmado.
«La tierra tiembla / y las paredes se cuartean / pero en nuestro país / está prohibido hablar / de terremotos», escribía Jorge Riechmann (Madrid, 1962) antes de que llegara mayo y sus revueltas. Aun así, en su nuevo poemario El común de los mortales, publicado por Tusquets, se mantiene cerca de la calle y avisando de las obviedades que hoy se cuestionan en el seno de Europa: «Una democracia que no se basa / en el autogobierno a todos los niveles / es un enorme fraude / un sistema productivo que funciona / como si los recursos naturales fueran inagotables / y la Tierra infinita / es una enorme estupidez».
Podríamos resumir la trayectoria de Riechmann como una urgente actuación contra el mito del progreso. Ya no es lo que era. Durante más de dos décadas, desde sus ensayos, artículos y poemarios, este profesor de Filosofía Moral, en la Universidad Autónoma de Madrid, ha avisado de que nuestros esfuerzos por progresar se han vuelto contraproducentes: han desatado una crisis ecológica global y disparado la desigualdad entre ricos y pobres en los últimos 30 años, como anunciaba el pasado lunes la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE) en su informe Permanecemos divididos: Por qué siguen aumentando las desigualdades.
Es El común de los mortales el último libro antes de que la palabra volviese a la calle, un poemario sin el testimonio de lo ocurrido la pasada primavera, pero tan combativo como revelador para hacer frente al «capitalismo avanzado». Después de Conversaciones entre alquimistas (Tusquets) y Rengo Wrongo (DVD), vuelve a la poesía más reflexiva, retorna a la proteína del pensamiento en estado crudo y narrativo: «El petróleo barato / y el automóvil / fueron la gran trampa / donde vamos a sucumbir un siglo después».
Recuerda aquellos días de la ocupación de Sol y del resto de plazas. Le sorprendió «la vitalidad y frescura» con la que aparecía la palabra poética en la plaza pública. «De nuevo, ahí relumbra ese añico de utopía que nos remite a lo que podríamos ser los seres humanos sin la clase de dominio económico y financiero sobre la sociedad y la biosfera». Porque, tras la negrura de los trazos de Riechmann, siempre hay opción a la esperanza: «Vivimos en una sociedad / donde resulta más fácil imaginar el fin del mundo / que el final del capitalismo / Y sin embargo / el capitalismo no tiene siglos por delante de sí: / solamente decenios / Hay que pedir a nuestros contemporáneos / un vigoroso esfuerzo de imaginación». Los poetas incluidos.
Como el maestro Coppola
«Pienso en la poesía como algo abierto e inconcluso», asegura, templando su discurso, a pesar de la rotundidad con la que este libro está escrito, como si quisiera escapar de sus propias palabras puestas sobre blanco. «La poesía puede abordarlo todo en estos tiempos sombríos, los conflictos políticos, sociales, ecológicos, económicos, que dan forma a la vida cotidiana de la gente. Necesitamos una cultura que se dé cuenta de la deriva terrible en la que llevamos decenios inmersos. Una cultura de oposición radical a los poderes hoy dominantes, una cultura que sepa hacerse cargo de las pérdidas y que saque fuerzas de flaqueza para enfrentarse a esa plutocracia nihilista que gobierna nuestras sociedades. Hay que reivindicar la cultura de la pobreza, en relación con la exuberancia con la que trabajan otros ámbitos de la cultura», explica Riechmann acercando la poesía a la pausa, el silencio y un bloc de notas de 1,95 euros.
En varios poemas alude a esta intención de caminar hacia la esencia de las propuestas culturales. Nuestro conocimiento también puede ser más sostenible. «Cuanto más grande el presupuesto / más limitado lo que uno puede contar / confiesa el viejo maestro Coppola / quien a sus 69 años / rueda películas de muy bajo coste: apenas 15 / millones de dólares. / El poeta / mira su bloc de notas de 1,95 euros / y tiende a disentir», parece en el poema titulado Detrás de las palabras.
Más adelante, una nueva referencia a la alternativa al «tiempo de terribles excesos». Apunta que «necesitamos una poesía pobre», incluso en cierto modo «vegetariana». Pero no anoréxica, ni una «que nada más sirve a hojas mustias / de acelgas líricas recalentadas». Esto, más que una declaración de principios, es una declaración de guerra, en un medio como el poético. No a las rimas floridas, sí a la poesía de «dientes muy fuertes».
«Es un libro de pocas imágenes y más reflexivo. Es una escritura más parca y despojada», analiza. Riechmann, militante en Ecologistas en Acción y en Izquierda Anticapitalista, habla de sus poemas como una cuña que se sitúa en las «grietas de la sociedad». «La poesía puede facilitar perplejidades y celebrar la belleza y la comunidad», porque quiere aclarar que es importante ese tono, el del «yo celebro» de Rilke. Aunque a todas luces «el común de los mortales» es una voz más crítica y, por lo tanto, más próxima al «yo acuso» de Zola.
Con Miguel Hernández
En ese ejercicio de pobreza, aparece una referencia: Miguel Hernández (1910-1942). Del poeta de la Generación del 27 escribe en Primero de mayo de 2010 que «hoy sería comunista» y «lucharía por los derechos de las nutrias», por «el equilibrio climático del planeta» y «contra los daños a las mujeres». Habla del poeta y pareciera que compartiera sus cualidades. ¿Es Riechmann una encarnación del poeta de Orihuela? «En la medida en que mucha poesía de la que me interesa junta el anonimato, sí. Por qué no. Una parte importante del trabajo del poeta es facilitar su propia desaparición en el lenguaje y dejar que hable el lenguaje, más que buscar una voz personal. Se trata de desaparecer», en gran medida es lo que trata la cuarta y última parte de su libro, que barrunta ruido similar a aquel El día que dejé de leer El País (Hiperión, 1997).
Después de más de 20 poemarios, 30 ensayos y las traducciones de René Char y Heiner Müller, acaba de abrir un blog (tratarde.wordpress.com). Es su manera de intervenir sobre los errores humanos. Confía en el lenguaje. Confía en algo más allá de la condición tecnológica. «No podemos dejar de volver sobre nosotros mismos para modificar la misma condición humana», para tratar de limpiar los andrajos inmorales que hemos dejado por el camino. «Volver sobre nosotros mismos para tratar de hacernos mejores, y eso la poesía no lo olvida nunca. En un verso logrado brilla, como un añico de utopía, la posibilidad de una vida mejor». Riechmann se sitúa cerca de los conflictos sociales y políticos, acompañando a la vida, incluso a los más inconscientes: «El piso treinta del rascacielos sueña / que no necesita cimientos».
Fuente: http://www.publico.es/