INTRODUCCIÓN El texto «De horacios y curiacios» (http://www.rebelion.org/noticia.php?id=35742) terminaba con el reto de traducir a la práctica una serie de consideraaciones que, tras una dura crítica sobre el proceder de la izquierda, diera lugar a la construcción de una alternativa a la situación actual. Pero, que nadie espere recetas o fórmulas magistrales. Ni las hay […]
INTRODUCCIÓN
El texto «De horacios y curiacios» (http://www.rebelion.org/noticia.php?id=35742) terminaba con el reto de traducir a la práctica una serie de consideraaciones que, tras una dura crítica sobre el proceder de la izquierda, diera lugar a la construcción de una alternativa a la situación actual. Pero, que nadie espere recetas o fórmulas magistrales. Ni las hay ni debe haberlas.
Partamos de una composición de lugar.
Nos encontramos en una fase de retroceso de la Clase Obrera Occidental (eurocentrismo al que no somos capaces de renunciar), tanto material como ideológicamente, fruto de una gran derrota, producida tanto por causas externas como internas. Al análisis de las externas (la fuerza y el poder del enemigo) estamos bastante acostumbrados. Pero, no tanto, a descubrir las internas (los errores y debilidades en nuestro campo). Amén de errores propiamente dichos, admitidos como tales, de debilidades justificables y, también, porque las ha habido, de traiciones, poca crítica hemos hecho de nuestra forma de concebir y hacer política, de haber caído en el juego del enemigo, midiendo nuestros éxitos o fracasos con su mismo metro, de nuestra poca o nula relación con la gran mayoría de la población trabajadora, de la falta de sintonía con sus verdaderas necesidades y aspiraciones, y del olvido de que toda revolución no se para en la asunción del poder, sino que debe alcanzar a la transformación de la sociedad misma, de la que esa mayoría ha de ser el sujeto principal.
El resultado es conocido y sufrido por todos. Poca gente nos escucha. Poca cree en nosotros. Y menos aún son los que nos siguen. Y mucha impotencia, mucho derrotismo, mucho echar la culpa a otros, mucho teorizar en abstracto. Y mucha rutina, una y otra vez nos empeñamos en proponer y hacer las mismas cosas, como si nos hubiesen dado buenos resultados.
Pero, ya está bien de lamernos las heridas.
Una de las condiciones, desde mi punto de vista, inexcusable es que intentemos construir algo nuevo, aunque suene a pretencioso. Algo realmente nuevo, que no suponga, sin más, engrosar la lista de lo existente, convirtiéndonos en los últimos en llegar, pero nada más. No estamos hablando de teorizaciones que sólo estén al alcance de unos pocos y que, por tanto, sean difíciles de llevar a la práctica. Sino que tratemos de dirigirnos al conjunto de la población, incluida, por supuesto, la mayoritariamente apolítica con la que convivimos. Y la gente ya está muy cansada de tanto bombardeo. También de los nuestros.
Es cierto que es difícil, a estas alturas, plasmar esa novedad por positivo, no quedándonos únicamente en la crítica. Y, sobre todo, traducir esa novedad a una práctica asumible por muchos. Y habrá que medir cuánto de esa pretensión de novedad es ambicioso o simplemente voluntarista, y cuánto pueda llegar a tener de realidad. Pero merecerá la pena intentarlo. Para mí es claro que, si no somos capaces de formular algo nuevo y fácil de entender (ahí es nada!), difícilmente vamos a ser escuchados. Aunque nos digan que será muy costoso intentarlo. También lo será si nos limitamos a decir a todo que no. Y, por supuesto, si nos dedicamos exclusivamente a discutir sobre lo que dijo o no dijo Marx, por poner un ejemplo, en vez de centrarnos en emplear sus métodos, los que le sirvieron para llegar a formular sus teorías, y actuar.
No obstante, mucho de lo que aquí se dice tiene, sin duda, su fundamento en los principios del marxismo.
Otra de las condiciones, quizá la principal, para que esa alternativa avance, es que empiece a construirse desde abajo, modestamente, partiendo de experiencias concretas, de movimientos concretos, de luchas concretas, incluso locales, que empiecen por afrontar la propia realidad inmediata de quienes luchan y están en movimiento, que se comuniquen entre sí, que se coordinen, que trabajen en red, salvando las peculiaridades, pero con voluntad de agrupar lo inicialmente disperso. Es casi como empezar de cero o, incluso, más abajo, porque han sido demasiadas las experiencias negativas acumuladas. Necesitamos darnos una oportunidad, recuperar la confianza en las propias fuerzas, sentir y hacer sentir (no sólo saber) que podemos, aunque sea en pequeñas dosis. No se puede pensar hoy en «La Alternativa». Ni siquiera a nivel de un estado (el español), menos aún a nivel europeo o mundial. Habrá que construirla mediante un proceso dialéctico de confluencia de «alternativas» más o menos locales.
El perenne debate de la izquierda sobre internacionalismo, nacionalismo, localismo, etc., es un lastre que, las más de las veces, nos impide llegar a dar el primer paso. La discusión sobre el «marco político correcto» de nuestras luchas nos está haciendo perder demasiado tiempo. Defendemos, las más de las veces, un internacionalismo abstracto como condición previa a cualquier intento. La verdadera lucha internacionalista, más que la que convoca a los proletarios del mundo para actuar, es la que actúa, y sobre su realidad inmediata, la que despierte, así, la solidaridad de muchos proletarios. El internacionalismo, consigna histórica del movimiento obrero, quizás haya dejado de tener sentido como tal consigna para mover voluntades , porque ya no sea tan necesaria, dado que la internacionalización de todo lo que afecta a nuestras vidas se ha convertido en cruda e insoslayable realidad. Lucha internacionalista será siempre aquella que enfrente la esencia del capitalismo, allí donde se manifiesta. «Proletario: enfréntate a tu patrón, a la policía que te persigue, al juez que te condena, a quien ha hecho las leyes que te son impuestas, y coincidirás, aún sin tener noticia de ello, con otros muchos proletarios de todo el mundo». Todas las luchas que podamos conocer directamente y sobre las que podamos incidir se nos presentan indiscutiblemente relacionadas entre sí, querámoslo nosotros o no, y nos veremos implicados en ellas, salvo que miremos descaradamente a otro lado. Las demás, las que conozcamos de «oídas», merecerán nuestro respeto y solidaridad, pero nuestras actitudes hacia ellas, no dejarán de ser algo testimonial. Interpretar el carácter global e integral de la actual dominación capitalista no debe ocuparnos más tiempo del necesario. Sigue siendo la hora de intentar transformar esa realidad.
Y, por último, una de las condiciones más difíciles de aceptar, para muchos, es que tenemos que aportar una buena dosis de ingenuidad y frescura. La acumulación de experiencias negativas ha hecho que la izquierda se haya convertido en «excesivamente realista», abandonando reivindicaciones básicas y elementales, calificadas hoy como anacrónicas y trasnochadas, ajenas a los tiempos que corren, según los políticos correctos. Tenemos que volver a las raíces y llamar a las cosas por su nombre.
ALGUNAS CONSIDERACIONES
A falta de recetas, al menos, haremos, a modo de propuestas o líneas de actuación, algunas consideraciones.
A menudo, cuestiones como «hacer una política partiendo de las necesidades de la gente», o «recuperar el contacto con las masas», o si «podemos tener o no alternativa que ofrecer», o si «estamos obligados a tenerla», o «en qué consiste una alternativa», o «cómo debe elaborarse»; o cuestiones como «la necesidad de la unión», o «la necesidad de una conciencia de clase y de pueblo como condiciones previas a cualquier planteamiento», etc. nos han ocupado y nos ocupan, a algunos, gran parte del debate, y merecen que hagamos unas consideraciones que, aunque parezcan muy elementales, y precisamente por ello, a menudo son olvidadas. Quienes hemos militado en organizaciones clásicas (o no tan clásicas) de la izquierda, hemos oído, a menudo, como gran preocupación de la Organización, que habíamos perdido o estábamos perdiendo «el contacto con las masas». Los informes «de los órganos inferiores a los superiores» siempre intentaban dar a entender lo contrario, quizá por aquella inclinación «inconsciente» de regalar los oídos de los «superiores». Pero la realidad era siempre machacona, y los resultados reales no cubrían las expectativas. Sin embargo, nunca se hacía un análisis profundo de las causas de ese distanciamiento que, por otra parte, todos coincidíamos en que era el principal problema a abordar.
a. Sobre la alternativa y algunos mitos
Si por alternativa en política, entendemos sólo aquello «que se contrapone a los modelos imperantes, comúnmente aceptados» (Diccionario RAE), habrá que precisar si nuestra alternativa pretende contraponerse sólo en el terreno de las ideas y de la crítica, si tiene alguna intencionalidad práctica y, sobre todo, si tiene alguna posibilidad efectiva de realizarse y, más concretamente aún, si se cuenta con los medios suficientes para ello.
No es lo mismo decir «tenemos una alternativa» que «somos una alternativa», aunque se suela usar indistintamente.
«Tener» una alternativa puede depender exclusivamente de uno mismo, como individuo o colectivo concreto. Es como tener una idea. Siempre será legítimo. Y será posible en la medida en que se tengan imaginación e información suficientes para elaborarla. Pero no quiere decir que esa alternativa pueda llevarse a cabo, o que pueda hacerlo uno mismo individualmente.
«Ser» una alternativa es otra cosa. Requiere, además de ideas, tener poder, fuerza, capacidad para llevarla a cabo. En la medida en que sobren poder y fuerza serán menos necesarias la imaginación y la información. Y eso no es bueno. Con mucho poder la idea tenderá a ser más «pobre». Aunque se podrá imponer por la fuerza. No todas las decisiones del Poder son lógicas y coherentes y, menos aún, imaginativas, pero suelen llevarse a cabo, porque el Poder tiene fuerza. No obstante, desde el Poder se cuida bastante que lo parezcan (lógicas y coherentes) porque ello le puede suponer ahorro de esfuerzos que dedicar a la represión de la «minoría de contestatarios». Pero, nunca, será nuestro caso. Nuestra falta de poder (actual) deberá ser compensada con más imaginación y más precisión en el análisis. Y eso nos dará fuerza.
Elaborar una alternativa creíble puede estar a nuestro alcance si nos empleamos a fondo y trabajamos con seriedad y coherencia. Hay mimbres para ello. Una alternativa creíble debe ser algo más que un ramillete de denuncias y deseos.
Una alternativa creíble y atractiva debe conjugar los intereses generales con los individuales. Los intereses generales los suelen definir las ideologías y teorías políticas y socio-económicas, y los individuales los suele concretar la contradictoria naturaleza humana con sus necesidades y tendencias. No podemos olvidar al individuo. Pero como un ser social, relacionado, libre y dependiente, a la vez.
Y debe articular objetivos a distinto plazo.
Todas las alternativas pueden ser legítimas, pero ello no implica ni que puedan ni que deban realizarse. Una alternativa realizable necesitará de apoyos suficientes para ser tenida en cuenta y para abrirse camino en la sociedad.
Toda propuesta alternativa comporta riesgos. No se puede prever con exactitud el resultado. Inicialmente es sólo proyecto, una previsión. Únicamente alcanza credibilidad cuando está firmemente fundamentada en experiencias y conocimientos evidentes. Pero no es suficiente. Realmente el reto a la hora de definir una alternativa está en la capacidad de superar todas las dudas e incertidumbres que provoque o la mayor parte de ellas. Casi nunca todas.
Tanto la credibilidad, como el atractivo de una alternativa dependerá, en gran medida, de cómo se haya elaborado. Pero también de otros elementos.
b. Sobre nuestra alternativa y sobre nosotros como alternativa
Ante todo: El que denunciemos lo injusto de la situación no nos obliga a «tener» una alternativa. La pregunta habitual de nuestro oponente ,»¿y tú qué propones?», no nos debe intimidar, aunque, a menudo, lo haga. Y menos aún nos obliga a «ser» alternativa, pues esto no dependerá sólo de nosotros. Esa es una trampa que se nos ha ido imponiendo desde el Poder, o desde los más fuertes. Ellos son los que tienen los medios para hacer realidad sus alternativas. Y ellos son también quienes ponen los límites dentro de los cuales debe caber toda alternativa para ser válida. Ellos otorgan el pedigree.
Sin embargo, una alternativa que no cuente inicialmente con medios y apoyos suficientes, puede obtenerlos y llegar a ser realizable, a «ser» alternativa. Y también, alguien que «no tiene» alternativa, puede llegar a «ser» alternativa. Algo chocante, sin duda. La alternativa real puede ser el camino, precisamente, y no tanto la meta.
Todo depende de cómo se conciba la alternativa: si como la presentación de un cuadro acabado o como el proceso abierto de su elaboración.
Un cuadro acabado sólo admite la contemplación, el deleite pasivo y el aplauso o rechazo. Y, además, incluye límites, fronteras. Lo que queda fuera del marco no es cuadro.
Sin embargo, un cuadro todavía fresco, sin marco, resultado provisional de un proceso, admite correcciones, sugerencias, contraste de opiniones, elección de la más acertada y, sobre todo, participación de otros, participación con los pinceles en la mano, diríamos. Y perfeccionamiento sobre la base de lo iniciado.
El que presenta un cuadro acabado, ofrece algo real y concreto, estático y definitivo. Es cierto.
El que ofrece sólo un proceso abierto no ofrecerá nunca algo definitivo, pero sí ofrecerá algo dinámico, susceptible de ser perfeccionado, pero no, por eso, menos real.
Presentar un cuadro acabado o presentar un proceso de elaboración se convierten así en dos opciones alternativas (en el sentido de alternancia). Las alternativas, en este caso, no son los cuadros sino los pintores. Generalmente las fuerzas políticas tradicionales, tanto de derecha como de izquierda, nos tienen acostumbrados a pensar que sólo son alternativas las que aparecen como acabadas, coherentes, fundamentadas, presupuestables económicamente, etc., pero siempre dentro de unos límites previamente consensuados (constitución, derechos, sistema económico, «maneras democráticas»…) que son los diques de contención que protegen sus posiciones de poder, y que tratarán de conservar a toda costa. Y se muestran intranquilas ante las alternativas abiertas, inacabadas, en construcción, (las que llaman a la participación activa, por ejemplo) pues les resultan difíciles de encasillar y controlar. Quien tiene el poder tiende a conservarlo (cerrando puertas) y le incomodan las incertidumbres.
El resultado de este planteamiento ¿cuál es?
Que, si sólo tienen validez las alternativas cerradas, acabadas, coherentes, fundamentadas, se establece, de inicio, una desigualdad fundamental entre quienes tienen el poder y los demás, entre las organizaciones más fuertes y las débiles, entre la clase política y los ciudadanos de a pie, porque no todos tienen el mismo nivel de información, la misma capacidad de elaboración, los mismos recursos materiales y, en definitiva, el mismo poder para dar a conocer y llevar a cabo sus alternativas. Y esa desigualdad se consolida y agranda exponencialmente, porque no es fácil salir del círculo cerrado que representan esos límites previamente consensuados o impuestos .
Nosotros ¿dónde nos encontramos?
Admitámoslo de entrada. Entre los ciudadanos de a pie y entre las organizaciones más pobres en recursos materiales e intelectuales.
Pero, en teoría, entre las más ricas en independencia y entre las que tienen menos que perder, lo cual nos da una gran libertad de pensamiento y una capacidad de imaginación casi ilimitada. Podemos ser «más listos que el hambre». Y si, además, sabemos utilizar métodos eficaces y contrastados de análisis e interpretación de la realidad que están a nuestro alcance (marxismo, pongamos por caso), y formas de lucha y trabajo que hemos aprendido de tantos y tantos como nos precedieron, la posibilidad de construir algo ilusionante, atractivo y creíble es grande, aunque nos lleve tiempo, aunque no acertemos a la primera, y aunque el mismo proceso, en sí, produzca tensiones entre nosotros e inseguridad entre quienes estén a nuestro alrededor esperando respuestas. No hay proceso sin tensiones y contradicciones. Nada de angelismos.
Una novedad que podamos aportar será, sin duda, que seamos capaces de denunciar con fundamento y explicar con objetividad y concreción las perversidades del sistema, desde los intereses del Pueblo, y desde su más básica lógica, desde su nivel de comprensión. Y, eso sí, que estemos dispuestos a buscar la solución, abiertos a quien quiera intentarlo conjuntamente. Hemos pontificado demasiado y nos hemos alejado de la gente con nuestro discurso «profundo» y profesionalizado.
Por nuestras denuncias sólo se nos podrá exigir un compromiso: que no nos quedemos parados, que busquemos la forma de transformar la realidad denunciada y buscarla colectivamente. Y si podemos, si nos atrevemos, marcar líneas y prever también los resultados, ofrecer alternativas. Pero siempre como posibilidad o, incluso, como probabilidad. Pero nunca con certeza. Sin miedo a la incertidumbre (pero sin relativismos). No podemos generar confianza entre la gente sobre la base de hacerles creer que con nosotros nada tienen que arriesgar. Aunque debamos intentar que sean las mínimas, no podemos liberar a nadie de la incertidumbre y, por qué no decir, angustia, que pueda suponer arriesgarse a perder lo que tiene en la mano, por empeñarlo en una acción o programa que busca metas que todavía vienen volando. Tenemos que decir siempre, claramente, que aquí jugamos todos, aunque suponga que tengamos que avanzar más lentamente. No hay atajos. También debemos procurar que los riesgos sean los menos posibles.
Esa será, de por sí, ya una novedad. Crecer progresivamente, en base a la incorporación de personas comprometidas (calidad y no cantidad), hasta que llegue el momento del salto (que llegará), y no al revés. Porque nuestro objetivo es formar parte de una alternativa que nos trascienda, que vaya más allá de nosotros mismos, es llegar a ser alternativa, construir un sujeto político que luche por el socialismo y la independencia. No otra cosa.
Ahora bien, será en la forma de concebir en qué consiste la construcción de ese sujeto en donde deberemos buscar la novedad principal que pretendemos y que creemos necesita r.
c. El sujeto político
La generación de una voluntad política, de un sujeto político, podemos decir que tiene, al menos, esquemáticamente, tres momentos: a) Cuando nace la idea, que suele provenir de una minoría; b) Cuando se desarrolla, a su alrededor, un movimiento significativo, compuesto por distintos grupos de personas y/u organizaciones que alcanzan cierto grado de coordinación y unificación en torno a un programa, manifiesto o declaración; c) Cuando se consulta expresamente a la comunidad de implicados para conocer si hay o no una mayoría favorable a ellos en el ámbito de esa comunidad. Hay muchas maneras de llegar a esa constatación y muchos ritmos, sin necesidad, incluso, de pasar por los tres estadios.
El primer momento, el de generar ideas y propuestas («tener» alternativas) es libre, está amparado por un derecho universal para el que no hace falta licencia ni justificación. Pero del que no se sigue la «obligación democrática» de que sean tenidas en cuenta por los demás.
Sin embargo, los dos siguientes momentos, el nacimiento de un movimiento significativo y la constatación de que es amplio y/o mayoritario («ser» alternativa), además de estar amparados por derechos universales, sí generan, en puro sentido democrático, la obligación de ser tenidos en cuenta por los demás, mal que les pese. La presencia de ese movimiento significativo es la expresión de la existencia de un sujeto político que lleva aparejado: a) el derecho a considerarse a sí mismo como tal: sujeto de derechos y deberes colectivos; b) el derecho a autoconsultarse para cuantificar o medir las dimensiones que haya podido alcanzar; y c) el derecho a ser computado, valorado y reconocido en justa medida por los demás, mediante el correspondiente procedimiento de consulta o constatación. Es un proceso dialéctico.
En los sistemas constitucionales, tales derechos no son, en la práctica, universales, sino que están limitados por distintas regulaciones y negaciones discriminatorias que no afectan a todos por igual. Se niega o dificulta hasta el extremo la libertad para autoconsultarse y, por supuesto, no se computa cualquier resultado.
En el caso de los derechos nacionales, la nación será la comunidad que manifiesta su voluntad de ser sujeto político. Pero su constitución como nación dependerá del hecho democrático formal de ser fehaciente y mayoritariamente aceptada como tal por los ciudadanos implicados (referéndum u otras formas de autoconsulta). Y su plasmación jurídica del sentido democrático de todos los que no son esa comunidad (Gobierno Central, Congreso de los Diputados, Fuerzas Armadas, Tribunales, Partidos, etc., o sea, el resto del Estado en que se encuentra inserta), o de la disposición al diálogo de todas las partes implicadas, o del reconocimiento constitucional del derecho de autodeterminación, o de la fuerza que dicha comunidad tenga para imponer su voluntad (peso social, red de colectivos, expresión política, social y económica organizada, ¿organización armada?). Es un proceso dialéctico que implica reconocerse a sí mismo en unos objetivos y ser reconocido por quienes nos circundan o son nuestros vecinos.
En nuestro caso, el de la izquierda que trata de construir una alternativa, una minoría, en cualquier lugar en que nos encontremos, estamos en la fase de gestar una idea para ponerla en marcha y generar a su alrededor un movimiento que aspiramos a que sea significativo. Pero, tanto esto último, como que llegue el momento de comprobar si hay o no una mayoría (o gran minoría) favorable a nuestros planteamientos, dependerá de cómo hagamos las cosas.
Llegar a definir nuestras ideas, al menos en grado suficiente como para lanzarnos a ponerlas en práctica y contrastarlas con la realidad, no debe llevarnos ya mucho tiempo. Machaconamente, la realidad sigue confirmando que los análisis hechos hasta ahora sobre las perversidades del sistema capitalista son correctos. Y también sobre quién tiene la imperiosa necesidad de combatirlo. Habrá, con todo, que matizar, en lo posible, o redefinir, la composición de la «Clase Obrera como sujeto de la revolución», pero, en todo caso, como sujeto histórico, no como concepto teórico.
Potenciar la creación de un movimiento a su alrededor es lo que pretenderemos con el encuentro entre organizaciones, colectivos o personas que se muevan en el mismo ámbito y con iguales o equivalentes objetivos. Puede que sea el camino más rápido, pero no es el único. Es más, dados los lastres que muchos arrastramos, quizá debamos ser bastante escépticos. Junto a ese intento de sumar colectivos u organizaciones (que sería muy positivo, de dar resultado), habrá que desarrollar todo un trabajo de relación directa con la gente en general, para ir creando las condiciones que hagan posible esa unidad de acción entre grupos (que no se va a producir, realmente, mientras los grupos no seamos empujados por la gente, y aún así, ya veremos).
Otra novedad que aportaremos (que no es pequeña) y que deberemos dejar bien clara, desde el inicio, es que no pretendemos, por principio, competir en el reparto de ninguna tarta (o «espacio político», número de votos, cargos, subvenciones, etc.) con nadie y, menos aún, con aquella parte de la izquierda a la que naturalmente podríamos pertenecer. Que existen «contradicciones en el seno del Pueblo» es obvio, aunque el tratamiento que se ha dado a las mismas, las más de las veces, no haya dado pie más que a un exacerbado sectarismo.
d. Hacer política desde las necesidades de la gente
¿Qué implica ideológicamente?
Que creemos que la gente puede llegar a pensar por sí misma, si se la libra de algunas ataduras , se le facilitan los materiales y herramientas con que levantar su edificio, y se le enseña el oficio para hacerlo. Significa que creemos que la gente puede llegar a saber lo que realmente quiere. Aunque parezca una obviedad, a muchos de los que hemos dedicado tiempo a trabajar entre-la-gente y con-la-gente nos cuesta mucho, a estas alturas, aceptarlo.
Hablamos de construir. No de crear de la nada. Si en cada individuo no existe, por muy despolitizado que esté, al menos, en germen, la capacidad de despertar, de distinguir, de decidir por sí mismo, estaríamos hablando de algo o alguien por quien no merecería la pena luchar y esforzarse. No hay posibilidad de «infundir» la conciencia de clase sobre la nada. Puede que para algunos esto no sea más que mera ideología, mística o ingenuidad. Otros defienden que es pura teoría sicológica. Es igual. Si no albergásemos la esperanza de ser, alguna vez, escuchados y comprendidos, ¿para qué o para quién nos devanamos los sesos, buscando alternativas?
Significa saber que la conciencia la adquiere cada individuo enfrentándose con la realidad. Y, sobre todo, con la inmediata. Es la realidad la que nos plantea los porqués, y es en la realidad donde podemos encontrar las respuestas. La formación libresca puede ayudar pero no suplir a la experiencia. Y que la experiencia aislada, considerada sólo como «algo que ha sucedido», tampoco tiene mucho valor, sino que cobra verdadero valor cuando se le sabe dar un sentido dentro de una globalidad.
¿Qué implica metodológicamente?
Saber descubrir y hacer descubrir qué fuerzas interiores y exteriores, qué tendencias operan en cada individuo o grupo a favor de alcanzar una vida libre, consciente y responsable, y qué fuerzas internas y externas, que obstáculos lo impiden, para fomentar aquéllas y combatir éstos. Es aplicar sicología de masas, algo muy denostado por la izquierda clásica.
Y valorar siempre, previamente a cualquier decisión que vayamos a tomar, cómo puede reaccionar, ante la misma, la gente llana y sencilla, la que solemos considerar despolitizada y alienada ideológicamente.
¿Significa esto que vamos a hacer política a golpe de encuesta? No. Significa que, antes de dar un paso, nos preguntemos a nosotros mismos qué es lo que creemos que pensará la gente sobre nuestro mensaje, qué no entenderá, qué podrá asumir, qué va a rechazar, cosa que no hacemos habitualmente. Solemos actuar convencidos de que la gente piensa y tiene que pensar como nosotros en todo.
Significa que contamos con la contradicción existente entre lo que la gente quiere y lo que nosotros pensamos que debe querer. Ni nosotros tenemos toda la verdad ni en la gente todo es erróneo, por muy manipulada que esté. Es cierto que el «sentido común capitalista» lo inunda todo, pero tiene que quedar algún resquicio para otro sentido común, aunque sólo sea en potencia, sobre el que podamos construir y con el que podamos contrarrestar.
Significa que antes que la opinión del Gobierno o de los partidos, de la policía, los jueces y los periodistas, nos interesa, sobre todo, la opinión de la gente, que es para quien hablamos.
Es todo un protocolo de actuación: primero conocer la opinión de la gente, prever su reacción, luego la de los demás.
La clave está en la relación entre la organización y las masas. Es hora ya de dejar de cebarnos en la crítica sobre posicionaamientos como «la necesidad de una vanguardia organizada de políticos profesionales», o el «rechazo del culto a la espontaneidad de las masas», etc., ya que la propia práctica de quien los formuló demostró que respondían a un momento y una realidad concreta y que, por lo tanto, tenían un contenido genuinamente dialéctico. Seamos nosotros también dialécticos. La interpretación y aplicación estalinista de estos conceptos es harina de otro costal.
La construcción de un sujeto político será un proceso, un proceso dialéctico, fruto de fuerzas enfrentadas, o no será. Inicialmente, la fuerza estará en la coherencia , credibilidad y contenido de clase de la idea de esos pocos. A medida que esa idea reciba apoyos y, sobre todo, vaya siendo refrendada por la práctica, el proceso avanzará en una síntesis entre lo proyectado y lo resultante de hecho, entre lo propuesto por los «promotores» y lo matizado por los «seguidores», que se irán constituyendo en fuerza principal. Si esto no ocurre el movimiento nunca llegará a ser significativo. El grupo inicial, cada vez, tendrá necesariamente menos peso en el conjunto, y las ideas iniciales irán matizándose, pero el grupo crecerá. El grupo inicial, que, supuestamente, tiene los objetivos definidos, seguirá siendo, probablemente, el verdadero dinamizador, pero no necesariamente el controlador y menos aún el que resuelva en último extremo.
¿Qué implica organizativamente?
Que reflexionamos en grupo, que construimos ideas en grupo, decidimos en grupo y ejecutamos en grupo.
Y que, no necesariamente, el trabajo de concienciación deberá reducirse a «comer la oreja», uno a uno, a cada individuo en particular. Sino que puede y debe ser una tarea colectiva, tanto en su programación como en su destino y en su ejecución. Un trabajo organizado y, sobre todo, público, dirigido desde el grupo, y hacia la colectividad (con toda su problemática). Será lo que de carácter político realmente a nuestro trabajo.
¿Qué implica propagandísticamente?
Que dejemos entrever siempre que sabemos de qué hablamos cuando nos refiramos a las necesidades y aspiraciones de la gente (no suele ser muy común entre los políticos), desterrando las frases hechas y los pastiches. Y que lo hagamos con sus mismos o parecidos términos, con sus mismas argumentaciones, con sus mismos razonamientos (que no con sus mismos pensamientos). Con su mismo sentido común, con su más elemental lógica, aquélla que pueda escapar de la lógica capitalista. Planteando las cuestiones más inmediatas. Pero apuntando siempre en la dirección de las cuestiones intermedias y de las finales. Y con sentido de la dialéctica.
¿Qué implica estratégicamente?
Que distinguimos varias fases dentro de un proceso. Que contamos con la realidad. Y que sabemos adaptar a ella nuestro ritmo y aplicar nuestras «habilidades» para encontrar el momento y sitio oportunos. Cada paso que propongamos no puede contradecir ni el anterior ni el siguiente ni, menos aún, el último, aunque pueda ofrecernos varias salidas. Sobre cada paso que demos actuarán fuerzas contrapuestas y se nos ofrecerán varias salidas, y nuestro cometido será fortalecer, de aquéllas y éstas, las que nos sean más favorables.
Pero, las preguntas a responder son varias:
¿Establecemos una consigna (por ej.:»Por una República Socialista Independiente») y buscamos en torno a ella la unión? ¿O buscamos primero la unión para, desde ella, encontrar la consigna adecuada? ¿En base a qué llegamos a esa unión? ¿En base a nuestro anticapitalismo solamente?
¿Hay que crear, inmediatamente, una organización acabada, e iniciar una campaña en su favor, enarbolando un programa? ¿O hay que dejar primero que las ideas y las bases del programa lo penetren todo (sociedad, cultura, política, economía), para luego llevar a cabo la unión organizadora sobre una base más amplia de gente (organizaciones, grupos, movimientos, personas), capaz de impulsar la elaboración y realización de un verdadero programa?
¿Cómo una ideología o programa alternativos pueden penetrarlo todo, compitiendo con la ideología, medios y programas dominantes? Posiblemente sólo llamando a las cosas por su nombre y diciendo cosas de cajón a los oídos de la mayoría, al menos, inicialmente, sin miedo a ser tachados de simplistas. Desarrollando un programa de explicación fundamentalmente didáctico -aunque no académico- que aumente la capacidad de comprensión de la gente sobre la relación causa-efecto entre sus males y el origen de los mismos, fijando unos objetivos suficientemente claros para despertar adhesiones, abriendo efectivamente las puertas a la participación. Confiando en que nuestro análisis es certero y nuestra disposición honesta. Con demasiada frecuencia desconfiamos de nuestras principales armas. La ventaja que tenemos es que nuestro análisis de la realidad es científico y de clase, y no necesitamos envolverlo en mixtificaciones ideológicas e ideologizantes. El edificio ideológico del sistema está levantado en base a un encubrimiento de la realidad, a falsas promesas de beneficios futuros, y a no menos falsas amenazas que siempre provienen del exterior.
¿Tiene, nuestro movimiento, que crear, ex novo, toda una red de manifestaciones populares conforme a nuestros principios? No. Respetemos las iniciativas existentes. ¿Tenemos nosotros que «visar la corrección política» de todas las iniciativas populares existentes o que surjan?, ¿o únicamente tratar de fortalecerlas ideológicamente para que ellas mismas descubran las contradicciones existentes entre su realidad práctica y las declaraciones formales del sistema? Más bien esto último.
Y, todo esto, sin prisas. No porque la situación sea muy grave podemos caer en el error de precipitarnos. Posiblemente, quienes más derrotas hayamos sufrido seamos quienes más solidez exijamos a los nuevos planteamientos. Pero, sin pausa, con trabajo constante.
¿Qué implica tácticamente?
Utilizar, en favor del movimiento, todos los resquicios que deja abiertos el sistema, siempre que no contradiga dicha utilización la esencia de aquél. También aquellos recursos que el sistema no tiene más remedio que tolerar, aunque sólo sea formalmente. El sistema también tiene sus contradicciones. La utilización de dichos recursos llevaría aparejada, en todo caso, la explicitación suficiente del sentido distinto con que los utilicemos. Y, todo ello, forzando las situaciones, «rozando el fuera de juego» e, incluso, cuando las circunstancias lo aconsejen, y si las condiciones lo permiten, situándonos abiertamente enfrente.
Entre los primeros estaría todo lo que se refiere al campo de exclusiva iniciativa de la sociedad civil: el asociacionismo, la promoción y organización de actividades concretas, la utilización de medios de expresión, etc. En cada caso concreto, el movimiento valorará la conveniencia o no de someter, cada iniciativa concreta, al control del Estado (inscribirse en los registros de asociaciones, solicitar permisos, etc.), con el fin de obtener ciertos beneficios inmediatos.
Entre los segundos se puede contemplar, por ejemplo, la participación electoral, como cauce de medir, en un momento determinado, y de forma fehaciente, la representación que se tiene e, incluso, para conseguir poder relativo en ciertas áreas. Pero, también, se puede desarrollar toda una política de agitación en torno a los procesos electorales mismos, sin participar en ellos.
En resumen: Lo fundamental es que construyamos alternativas sin perder de vista la conveniencia-necesidad de que confluyan en una alternativa más amplia. El debate, en un foro como este, Rebelión, u otros similares, no va ser determinante si se queda ahí, pero sí puede ayudar, sobre todo, si ponemos en común experiencias reales y no batallitas. El optimismo que necesitamos debe nacer del reconocimiento de la cruda realidad. El principal debate será el que seamos capaces de llevar a la calle, a los barrios, a las obras, a las fábricas , a los parados, a las mujeres, a los inmigrantes…
Nota.- Como se observará, el término «alternativa» unas veces se emplea como idea y otras como práctica, unas como proyecto y otras como realización, porque, en definitiva, lo que no podemos evitar es su carácter dialéctico.
Otra nota.- El término «gente» generalmente se utiliza como sinónimo de la gran mayoría de la población, que consideramos apolítica, aunque, algunas veces, se refiera, más bien, a nuestro grupo de influencia, con cierto grado de politización. ¿Dónde está la frontera?
Otra nota.- No es necesario aclarar que, tanto la crítica sobre la trayectoria de la izquierda, realizada en el escrito «De horacios y curiacios», como las presentes consideraciones, se basan en experiencias y reflexiones de quien nunca ha «tocado» el poder, y que, además, se ha desenvuelto en un rincón «remoto» del estado español (pero no en el aislamiento). Experiencias acumuladas tanto en el ámbito de lo estrictamente político, desde formaciones extraparlamentarias, con alguna participación en política institucional, a nivel municipal, como en el ámbito sindical, desde sindicatos «menos representativos», o en el ciudadano, desde asociaciones vecinales y diversos movimientos sociales, pero siempre en experiencias limitadas. No se trata pues, desde nuestra realidad concreta, de analizar y menos aún teorizar sobre los modelos de socialismo posibles, habidos o existentes, o sobre las posibilidades que el poder ofrezca para llevar a cabo la transformación social, sino de descubrir los caminos a recorrer por quienes aún no hemos llegado a ese estadio, pero que, se supone, deseamos alcanzar.
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