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Helmut Frenz: Cuando una Iglesia se atreve a gritar

Fuentes: Punto Final

Ni la televisión ni la prensa corporativa consideraron que la muerte del obispo luterano Helmut Frenz mereciera una atención destacada. Su deceso, el 13 de septiembre en Hamburgo, fue consignado en una escueta nota en el diario de Edwards, que afirma: «Uno de sus grandes aportes para el país fue la creación del Comité Pro […]

Ni la televisión ni la prensa corporativa consideraron que la muerte del obispo luterano Helmut Frenz mereciera una atención destacada. Su deceso, el 13 de septiembre en Hamburgo, fue consignado en una escueta nota en el diario de Edwards, que afirma: «Uno de sus grandes aportes para el país fue la creación del Comité Pro Paz, labor que realizó en conjunto con el cardenal Raúl Silva Henríquez y que presidió con el obispo Fernando Ariztía Ruiz… Tras participar en la creación del Fasic, en 1975, fue expulsado del país por las autoridades de la época». Tampoco el gobierno de Sebastián Piñera hizo públicas sus condolencias ni manifestó una valoración de sus contribuciones a Chile. Un silencio que resalta si se lo compara con lo que la ciudadanía ha expresado por otras vías. Algunos de los muchos comentarios que se pueden recoger en Twitter reflejan el contraste:

«Que se decrete duelo nacional por muerte de Helmut Frenz. Los defensores de los DDHH merecen máximo respeto», Robinson Esparza. «Ningún poder pudo apartar a Chile del corazón de Helmut Frenz, ni a él del corazón de los chilenos que lo reconocemos como un héroe de la paz», Francisco Castro. «No sólo salvó vidas, gracias a él el Estado chileno crea la Comisión Valech… Ni un día de Duelo Nacional??», Tatiana Hernández. «No olvidemos nuestra historia: Helmut Frenz, no te olvidarán aquellos que recibieron tu apoyo en momentos tan duros», Daniela Araya. «¿Es idea mía o la prensa no dedicó ni un par de palabras de agradecimiento sobre lo mucho que entregó Helmut Frenz?», Carolina Crisosto. «Helmut Frenz hasta siempre! Gracias por salvar vidas, por haber sido luz entre tanta oscuridad. Grande!!!!», Mariela Ravanal. » Muy triste, compadre. Helmut Frenz hizo más por Chile que muchos que se jactan de ello», Lud Witcha. «Ha muerto un hombre digno y valiente. Fue el Buen Samaritano de la parábola. Qué gran ejemplo Helmut Frenz», Alejandro Aliaga.

Las breves expresiones de la gente podrían llenar varias páginas. Helmut Frenz ha dejado un recuerdo profundo entre quienes reconocen su rol clave en el periodo más negro de la dictadura y su constancia en el apoyo a los procesos de lucha por la verdad, la justicia y la reparación. Recordemos que luego de su expulsión, en 1975, se desempeñó como secretario general de la sección alemana de Amnistía Internacional, por lo que pudo acoger a quienes sufrían el exilio y movilizar la atención contra la brutalidad del régimen pinochetista. Y en 2003 colaboró decididamente en la demanda por la Comisión Nacional sobre Prisión Política y Tortura. Como lo expresó en una entrevista a PF en 2003(1), militó toda su vida en el «partido de los oprimidos y torturados». ¿Pero cómo se llega a semejante compromiso? ¿Cuál era la raíz de sus motivaciones?

En 2006 Frenz presentó en la Biblioteca Nacional su autobiografía Mi vida chilena: Solidaridad con los oprimidos . En sentido estricto, no es un recorrido a toda su vida, sino sólo del periodo que describe como su «vida chilena», itinerario relativamente corto, ya que abarca sólo diez años: desde su llegada a Concepción en 1965 y su expulsión por la dictadura en 1975. Sin embargo, este decenio chileno es el periodo clave en la vida del pastor Frenz, que le llevará a concretar los valores que ya habían marcado sus opciones fundamentales.

Frenz era ante todo un cristiano, formado en un momento en que la pregunta central a la que debía responder su Iglesia alemana era ¿cómo hablar de Dios después de Auschwitz? Este dilema era fundamental, ya que desde 1932 la jerarquía luterana se subordinó al nazismo, por cooptación, por miedo o por conveniencia. En reacción, un pequeño núcleo de pastores y teólogos rechazó, en 1934, el alineamiento eclesial con Hitler. El grupo se llamó la «Iglesia confesante», ya que redactó una «confesión de fe» en la que argumentó su posición antifascista. Los «confesantes» se volcaron a proteger a los perseguidos por razones políticas y de raza, permitiendo que miles de personas pudieran escapar. La mayoría de sus miembros pagó con su vida esta disidencia, entre ellos el teólogo Dietrich Bonhoeffer, ejecutado por la Gestapo en 1945, quién sintetizó el momento afirmando: «La Iglesia permanecía muda, cuando tenía que haber gritado. La Iglesia reconoce haber sido testigo del abuso de la violencia brutal, del sufrimiento físico y síquico de un sinfín de inocentes, de la opresión, el odio y el homicidio, sin haber alzado su voz por ellos, sin haber encontrado los medios de acudir en su ayuda. Es culpable de las vidas de los hermanos más débiles e indefensos de Jesucristo»(2).

La memoria de este núcleo de resistentes permitió que la generación de Frenz se planteara preguntas centrales sobre el significado de la dignidad humana y respecto al papel de la Iglesia en la sociedad, especialmente en contextos de violencia e injusticia. Este fue el núcleo valórico que le acompañó toda su vida y que le impulsó a venir a América Latina. Sin embargo, sabemos que los valores no son más que opciones abstractas, prefiguraciones teóricas, hasta el momento en que debemos ponerlos a prueba en la realidad. Y esta prueba se presentó en su vida en ese decenio chileno. El pastor que llegó a mediados de los 60 para servir a la colonia alemana del sur de Chile tuvo que hacer carne esos valores, cambiar sus prioridades, su percepción de lo urgente y de lo accesorio. Un cambio que no fue gratuito y que implicó un coste personal muy alto. Entre otros, un grave conflicto con sectores de su propia Iglesia, que no entendió las opciones de su obispo.

En su autobiografía recuerda que al llegar a Concepción el culto aún se hacía en alemán y el pastor anterior, que había estado 35 años en ese cargo, había sido miembro del partido nazi. «Me di cuenta que había llegado a un lugar que no tenía nada de Tercer Mundo: era el ghetto alemán». A partir de allí comienza los cambios: el servicio dominical se comienza a hacer en castellano, empiezan a llegar «chilenos», se abren actividades sociales en Hualpencillo, en el campamento Lenin: «El 8 de mayo del 70, un día de frío y lluvia, murieron dos niños y vi que había que hacer algo. Ese fue el punto de cambio de mi nacionalidad. Tuve que tomar una posición», recordará a PF. Se generan los primeros quiebres en la Iglesia: «Había una madre que decía que enseñar el Padre Nuestro en castellano era echarle perlas a los puercos. Así fue como salí del ghetto «.

Elegido inesperadamente obispo, se traslada a Santiago. El proceso político de la Unidad Popular desafía sus marcos de comprensión, pero entiende que Chile demanda cambios profundos. El golpe de septiembre de 1973 le retrotrae la memoria de la «Iglesia confesante». ¿Cual sería la actitud que debería tomar un cristiano en este contexto? ¿A qué criterio obedecer? Para él era evidente que la mayoría de la colonia alemana era partidaria del golpe de Estado. Su feligresía no sólo se resistía a dejar de ser un «club social alemán». También se oponía abiertamente a los cambios que impulsaba el gobierno de Allende. Pero Frenz decide ser fiel al Evangelio de la vida.

En septiembre de 1973 decide crear la Comisión Nacional de Ayuda a los Refugiados (Conar), que permite a siete mil personas salir del país. Pero se trata de una tarea que exige una articulación más amplia. Surge la idea de un servicio ecuménico, el Comité Pro Paz, que constituyó rápidamente un equipo de asistentes sociales y abogados que, apoyados por voluntarios, religiosas, sacerdotes y laicos, se volcaron a proveer asistencia legal y judicial a los perseguidos y documentar las atrocidades.

La reacción de prominentes miembros de su Iglesia no se deja esperar. Comienza una campaña de desprestigio en su contra. El Mercurio publica una lista de 600 firmas de feligreses pidiendo su expulsión. En julio de 1975 la mayoría de los miembros de la Iglesia Evangélica Luterana en Chile decide retirarse y fundar una nueva Iglesia: la Iglesia Luterana en Chile, que rechaza el compromiso social-humanitario y mantiene el culto en alemán. El 3 de octubre de 1975, mientras se encuentra en Ginebra presentando un reporte ante la ONU, el régimen decide impedir su regreso. Y el 11 de noviembre fuerza el cierre del Comité Pro Paz.

¿Todo perdido? Contra todo lo esperado, y a pesar de toda la presión, una minoría de luteranos decide permanecer en la Iglesia Evangélica Luterana de Chile, ampliando su trabajo pastoral y social hacia los chilenos. De ese núcleo eclesial se articularán en el futuro las iniciativas ecuménicas a favor de los derechos humanos y en demanda de la democracia, que se expresarán en la conformación de la Confraternidad Cristiana de Iglesias. Y Fasic, desde el campo protestante, prolongará hasta hoy el trabajo del Comité Pro Paz.

La obra de Helmut Frenz, que parecía perdida y destinada al fracaso, permanece. Como su recuerdo, que aunque se quiera obviar y opacar, se mantiene vivo entre aquellos que reconocen en su persona a un justo. Y como se atrevió a decir Lutero ante los poderes de su tiempo: » El justo por la fe vivirá».

 

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(1) http://www.puntofinal.cl/547/frenz.htm

(2) D. Bonhoeffer. El precio de la Gracia .

 

Publicado en «Punto Final», edición Nº 743, 30 de septiembre, 2011

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