No es habitual que los directores de medios escriban a título personal, pero esta vez el deber es ineludible. El título de esta columna corresponde al nombre de uno de los primeros periódicos que me tocó «dirigir». Entre comillas, porque la verdad es que mi trabajo era orientar la iniciativa de un grupo de mujeres […]
No es habitual que los directores de medios escriban a título personal, pero esta vez el deber es ineludible. El título de esta columna corresponde al nombre de uno de los primeros periódicos que me tocó «dirigir». Entre comillas, porque la verdad es que mi trabajo era orientar la iniciativa de un grupo de mujeres pobladoras de La Pincoya, como parte de mi seminario de título de periodista.
La Pincoya es una de las poblaciones más grandes de Santiago, ubicada en la comuna de Huechuraba, al norte de la ciudad. Nació de las tomas de terreno en los sesenta, como buena parte de la ciudad. En ese acto de rebeldía comenzó a curtir su espíritu revolucionario Herminia Concha, quien falleció ayer cuando tenía ya más de 70 años, sin descansar un solo día en su afán de construir una sociedad socialista, ese sueño nunca totalmente cristalizado de justicia social e igualdad.
Herminia comenzó muy joven su esfuerzo político y social. Cuenta el historiador Luis Vitale que ella y Víctor Toro formaron el Movimiento de Pobladores Revolucionarios (MPR), la base poblacional del recién fundado Movimiento de Izquierda Revolucionaria (MIR).
En plena construcción política y social la pilló el golpe de Estado. Sufrió primero la prisión y luego el exilio, junto a su compañero Adolfo. Herminia parte a Suecia con su familia, pero su recuerdo queda grabado en las mujeres de La Pincoya, especialmente por su trabajo muy concreto en el policlínico del sector. «Todos sabemos que nuestra Pincoya nació de una gran lucha que dimos todos. Es por ello que tenemos nuestro consultorio, los dos colegios y la construcción de toda La Pincoya», decía ella en un testimonio de esa historia de construcción de lo que entonces se llamó el poder popular.
Inquieta como era, no estuvo mucho tiempo en ese país nórdico donde todo o casi todo está resuelto para los pobres. Entusiasmada con la lucha revolucionaria de los sandinistas en Nicaragua, resolvió iniciar una colecta para comprar un tanque a los rojinegros. En medio de esa épica tarea, probablemente inalcanzable, triunfa la revolución sandinista y Herminia cambia el objetivo del tanque por un tractor que llevó personalmente a la nación centroamericana. Allí se puso su uniforme verde olivo y con fusil al hombro ayudó a combatir a los contras. Es esta leyenda -de la que las habitantes de La Pincoya saben a la distancia- la que impulsa a las integrantes del Movimiento de Mujeres Pobladoras (Momupo) a poner a su medio de comunicación el nombre de Herminia.
Para ella la misión estaba concluida en Nicaragua y cuando comienzan las protestas nacionales en Chile, entre 1983 y 1984, vuelve a su querida Pincoya. Forma allí una olla común y comienza nuevamente su labor incansable de organizar a los de su clase. Su experiencia en Nicaragua le decía que era necesario usar la fuerza para terminar con la dictadura militar y coopera en ese esfuerzo con las más diversas organizaciones políticas, desafiando cualquier barrera sectaria.
Intransigente como era, nunca estuvo conforme con la transición a la democracia y siguió adelante organizando a la gente de su barrio, impulsando las más diversas luchas sociales. Hace dos semanas fue atropellada por un bus de la locomoción colectiva, al parecer, intencionalmente. Agonizó desde entonces en el Hospital San José.
A poco más de un año de nuestro bicentenario, tenemos la esperanza que la historia de esta dirigenta social sea rescatada para nuestra memoria colectiva en el siglo XXI y nos sirva de inspiración para nuevos desafíos que nos acerquen al sueño de Herminia: una sociedad sin clases sociales, donde reine la solidaridad y la cooperación entre los seres humanos.