Alvaro Julio Corbalán Castilla ingresó a la Escuela Militar en 1966. Su nivel de rendimiento fue enteramente normal, destacándose sólo por sus aficiones artísticas e integrando desde ese año el Círculo Musical del instituto. Siempre se caracterizó por su capacidad de convencimiento, tenor en el que registra algunas ilustrativas anécdotas. Lo normal es que las […]
Alvaro Julio Corbalán Castilla ingresó a la Escuela Militar en 1966. Su nivel de rendimiento fue enteramente normal, destacándose sólo por sus aficiones artísticas e integrando desde ese año el Círculo Musical del instituto. Siempre se caracterizó por su capacidad de convencimiento, tenor en el que registra algunas ilustrativas anécdotas. Lo normal es que las recogidas ordinarias de los cadetes, después de una salida de fin de semana, sean hasta las 23 horas del día domingo. Pero el cadete Alvaro Corbalán siempre exhibió pericia para conseguir horas extra de permiso.
Durante 1968, estaba destinado en la Escuela Militar el entonces teniente Gerardo Urrich González, uno de los oficiales más estrictos y exigentes de que se tenga memoria en ese instituto. En varias oportunidades, estando él como oficial de servicio, atendió requerimientos telefónicos del cadete Corbalán para que se le autorizara a recogerse más tarde.
-Mi teniente, la verdad es que estoy guitarreando-, era el invariable argumento del cadete.
Lo que a todos resultaba sorprendente es que Urrich accedía a sus peticiones. Corbalán vivía en los festivales de la canción organizados por los colegios privados de niñas del barrio alto. Junto con los cadetes Luciano García, Jaime Muñoz, Manuel Ibáñez, Jaime Mesina, Rafael Cruz y Marcos Correa, formaron el conjunto Voces de Manquehue, que ganó competencias musicales en las Monjas Argentinas, el Colegio Universitario Salvador, el Saint John Villa Academy y el de las Monjas Inglesas, entre otros(1).
El teniente Arturo Astete Bascuñán -primo del folklorista Willy Bascuñán- fue un entusiasta promotor del talento como compositor e intérprete del subalférez Corbalán. En 1969, el prometedor artista vendió los derechos de la canción folklórica «Lunita atacameña». Años después, en diciembre de 1973, Corbalán firmó un contrato con Odeón para realizar varias grabaciones al año. Pero el joven oficial, no obstante sus habilidades con la voz y con los dedos, ya estaba pensando en otros horizontes.
En 1970, Corbalán, siendo alumno del segundo curso militar y habiendo escogido el arma de Artillería, alcanzó el grado de subbrigadier. En 1971, después de un curso de 45 días que se desarrolló en Fort Gulick, en la Escuela de las Américas, en la zona estadounidense del Canal de Panamá, el subteniente Corbalán realizó el curso de requisito en la Escuela de Artillería de Linares. Posteriormente, en agosto de ese mismo año, fue destinado al grupo de artillería del Regimiento Pudeto, en Punta Arenas.
De su permanencia en tal unidad, no se conocen más antecedentes que una graciosa historia. Mientras se desempeñaba como observador adelantado de una batería de artillería y en ejercicio de tiro con munición de guerra, el subteniente Corbalán hizo una corrección equivocada. Como resultado, un proyectil mató a unos quince corderos. Después de los reclamos del propietario, el comandante del regimiento dispuso que Corbalán pagara los animales muertos. Los más complacidos con el error fueron los soldados conscriptos de la batería, los que pudieron comer cordero magallánico preparado de diversas maneras durante varios días.
No se ha logrado precisar con exactitud cuándo el joven oficial inició sus labores en Inteligencia. Es viable suponer que entre 1971 y 1972 haya sido incorporado al Departamento II de Inteligencia de la Quinta División de Ejército, con asiento en Punta Arenas.
En 1975, mientras estaba destinado en el regimiento Tacna, en Santiago, el teniente Corbalán efectuó el curso básico de Inteligencia en la escuela de Nos, desde donde fue destinado a lo que entonces se conocía como Cuerpo de Inteligencia del Ejército, CIE, (hoy Batallón de Inteligencia del Ejército, BIE) unidad que se ubicaba en la esquina de García Reyes con la avenida Bernardo O’Higgins.
Al año siguiente, Corbalán solicitó permiso, y lo obtuvo, para asistir al Curso Especializado, obteniendo así la mención en servicio secreto, luego de lo cual alcanzó el segundo mando del Departamento de Servicio Secreto, DSS, al interior del CIE. Ese mismo año, inspirado por sus crecientes éxitos, compuso la letra y música del himno de la Escuela de Inteligencia: «Somos hijos de la escuela del silencio».
Corbalán pasó entonces a integrar la denominada Comunidad de Inteligencia, dirigida por Odlanier Mena, del ejército; Enrique Ruiz, jefe de la Dirección de Inteligencia de la Fach; Rubén Romero, general de Carabineros y Ariel González, capitán de navío, de la Armada. En esa comunidad se dio forma al Comando Conjunto, grupo que se especializó en la cacería de comunistas, y que era dirigido por el comandante Edgar Ceballos Jones, perteneciente a la Fach.
Ceballos, conocido como «el comandante Cabezas», creó bajo él un mando integrado por Daniel Gimpert, de la Armada; Agustín Muñoz Gamboa, de Carabineros; Roberto Fuentes Morrison, de la Fach, y Alvaro Corbalán, del ejército(2).
Entre fines de 1976 y comienzos de 1977, Corbalán logró su primer gran triunfo como agente de servicio secreto. Con la colaboración del sacerdote español Felipe Gutiérrez, capellán de la Segunda División de Ejército, logró una completa infiltración de la estructura administrativa y humana de la Arquidiócesis de Santiago, lo que implicó la realización de penetraciones nocturnas clandestinas y el fotografiado en microfilmes de documentos reservados relativos a los aportes económicos exteriores que recibía la Iglesia Católica en Chile. El informe, realizado en un video, con relatos del capellán Gutiérrez, incluyó antecedentes sobre obispos, vicarios, sacerdotes y diáconos.
En 1978, el ya capitán Alvaro Corbalán estructuró su primera red de servicio secreto, dada la situación de emergencia que podía desembocar en un conflicto bélico con Argentina. Montó la agencia de viajes Cordillera Tour y con la colaboración de agentes que trabajaban camuflados en LAN Chile, viajó continuamente a Perú, Bolivia, Argentina y Panamá. En esa labor contó con una ayudante excepcional: Jacqueline Caillaux, casada más tarde con un oficial de ejército que formó parte de la CNI y que fue uno de los más entusiastas seguidores de Corbalán. Aquellos recorridos despertaron en el joven capitán grandes ambiciones que también demandaban subidos gastos. A los pocos meses, aquella «pantalla» del espionaje criollo fue investigada y cerrada por el comandante del CIE, el teniente coronel Roberto Schmied Sanzi, quien detectó algunos manejos irregulares de dineros fiscales.
Aparentemente, las anomalías financieras existieron; lo discutible es si fue o no real el contexto en el que, según versiones posteriores, habrían ocurrido. Se dijo que Corbalán se vio obligado a echar mano a tales dineros ya que sus ingresos normales no le permitían financiar un encendido romance con una despampanante rubia funcionaria del gobierno militar. Es probable que tal relación nunca haya existido y que el propio Corbalán se hubiese encargado de propalar una versión interesada al respecto.
Poco tiempo después, el comandante Schmied habría puesto a Corbalán a disposición del director de Inteligencia del ejército, por entonces el general René Orozco. Este, a su vez, lo habría enviado a presentarse ante el general Carlos Forestier, vicecomandante en jefe del ejército.
Según Corbalán contó a algunos de sus amigos, Forestier, después de los gritos de rigor, le habría comunicado que se iría destinado al regimiento de artillería Miraflores de Traiguén, unidad considerada de castigo para los oficiales de tal arma. Corbalán le habría respondido:
-¡Mi general, un agente secreto vale más que una división del ejército!
La respuesta del capitán no le hizo la menor gracia al irascible general, notificando a Corbalán que daría curso a su baja del ejército.
Ante ello, Corbalán recurrió a un último recurso:
-¡Mi general, no olvide todo lo que yo sé!
Semanas después, el general Forestier comunicó a la institución que el capitán Alvaro Corbalán Castilla, bajo la identidad falsa de Alvaro Valenzuela Torres, había sido comisionado a cumplir servicios en la Central Nacional de Informaciones.
Al llegar a la CNI en 1979, el coronel Jorge Carrasco -el «Negro» Carrasco- ofreció a Corbalán su apoyo, en la perspectiva «de dar otra oportunidad a un hombre valioso que metió la pata», según explicaría años después en un corrillo de camaradas de armas.
Se ignora cuál fue el apoyo, pero sí es un hecho real que Alvaro Corbalán empezó a brillar vigorosamente en una carrera meteórica. Algunos de sus partidarios le atribuyeron características excepcionales, como la pasión con la que acometía todo lo que emprendía, luego de una calculada y fría planificación. En el aspecto físico -y en ello todos coinciden- su resistencia era notable. Podía trabajar durante 16 horas o más y recuperarse con sólo cuatro horas de sueño. Nunca bebió alcohol ni fumó. Se alimentaba de jugos, frutas, enlatados y derivados lácteos. Jamás hizo un desarreglo alimenticio. Tenía, sin embargo, tres grandes debilidades: la Fanta, la Orange Crush y los pasteles con crema.
Una de las peculiares habilidades demostradas por Corbalán en la CNI fue el adiestrar a sus hombres en un verdadero juego de gatos y ratones. La gran mayoría de las veces, Corbalán y sus agentes supieron con mucha antelación quiénes eran y dónde estaban los principales dirigentes de los grupos armados de Izquierda. ¿Por qué no los detuvieron o reprimieron apenas conocido su paradero? La respuesta es conocida por algunos de los hombres que trabajaron en la CNI. Y es simple. Corbalán dilataba las operaciones para obtener mayores presupuestos. Un seguimiento y detención que podía costar un millón de pesos y efectuarse en una semana, era extendido por meses, lográndose crecientes beneficios económicos. Eso, aparte de los «botines de guerra».
En el ataque casi simultáneo contra dirigentes del MIR en las calles Janequeo y Fuente Ovejuna, el 7 de septiembre de 1983, se obtuvo un valioso botín. En una filmación efectuada por agentes de la CNI en aquella ocasión en Fuente Ovejuna 1330, el periodista Ricardo Coya, colaborador de la CNI, aparece en cámara afirmando que en ese lugar se había encontrado una cantidad de dinero. Allí fue abatido Arturo Villabela Araujo uno de los dirigentes del MIR(*).
Similares pérdidas sufrían casi diariamente centenares de militantes de Izquierda cuyas casas eran allanadas y sus moradores arrestados. Los hombres de Corbalán arrasaban con todo. A la hora de los repartos, sin embargo, la mayor tajada de lo recaudado quedaba en el escritorio de Corbalán, en su oficina del cuartel de Borgoño. Esa costumbre, muchos no se la perdonaron jamás.
En la CNI, Corbalán se fue rodeando de un núcleo de agentes y empleados civiles de su absoluta confianza. Primero como jefe de la Brigada Antisubversiva, luego de la División Metropolitana y más tarde de todas las unidades existentes en el cuartel Borgoño, acumuló un poder sólo comparable al de su director, el general Humberto Gordon. Más tarde, con Gordon en la Junta Militar, Corbalán se las ingenió para conseguir lo que deseaba, saltándose las instrucciones de sus respectivos jefes directos. Junto a sus labores de principal jefe operativo de la represión, se desempeñó también como presidente de Avanzada Nacional y de la Corporación para la Paz (Corpaz) fachadas políticas de la CNI.
Entre sus hombres de confianza destacaron Hugo Alarcón Vergara, un ex chofer de la Escuela de Inteligencia, ENI; el suboficial (r) de Carabineros Juan Carlos Vergara Gutiérrez («El Punta»), jefe de su plana mayor; e Higinio Barra Vega («Don Gabriel»).
En julio de 1989, Corbalán mantenía un equipo de 19 empleados civiles integrados a su núcleo cercano. Ellos eran Francisco Barra Puentes, Ginno Carrasco Concha, Marcelo Charrier Ferrer, Jorge Domínguez Betancourt, Raúl Escobar Muñoz, Francisco Gajardo Quijada, Nelson González Oporto, Víctor González Salgado, Miguel Fernández Sabat, Jorge Meneses Arcauz, Lidia Merino Medel, Víctor Monsalve Oyarzo, Hans Muller Leiva, Fernando Nilo Cerecer, Juan Olivares Carrizo, Luis Penrros Guerrero, Adonis Rigoletti Gaete, Héctor Rubilar Pinto y Oscar Villagra Rodríguez.
Su brigada especial, de enlaces, guardia y motoristas, en tanto, la componían: Francisco Zúñiga Acevedo («Félix Catalán Cueto»), Jorge Vargas Bories («Jorge Polanco Lira»), Higinio Barra Vega («Eugenio Riveros Cáceres», «Don Gabriel»), Ana María Rubio de la Cruz («María Soledad Barrera Lagos» o «Marisol»), José Ampuero Ulloa («Miguel Carrera Poblete»), Guido Jara Brevis («Hernán Cepeda Soto»), Miguel Gajardo Quijada («Patricio Herrera Conejeros», «Anteojitos», «Hormiga»), Juan Pastenes Osses («Juan Neira Asenjo»), Gerardo Charrier Ferrer («John Ramírez Pérez»), Gonzalo Benavente Conejeros («José Ríos Donoso»), Héctor Rubio Magallanes («Héctor Gómez Gaete»), José Ascencio Jara («Guillermo Rocha Díaz»), Juan Vergara Gutiérrez («Víctor Fernández Gaete»), Juan Olivares Carrizo («Juan Reynoso Rodríguez»), Oscar Villagra Rodríguez («Julio Baeza»), José Meneses Arcauz («Adolfo Guerrero», «Shogún»), Jorge Domínguez Betancourt («Matías Espínola», «Capitán Matías»), Víctor González Salgado («Iván Gómez»), Marcelo Charrier Ferrer («César Durán»), Nelson González Oporto («Juan Muñoz», «Pichindunga»), Francisco Gajardo Quijada, Francisco Barra Puente («Claudio»), Héctor Rubilar Pinto («Junior»), Hans Muller Leiva («Jorge Ramírez Donoso») y Rodemil Madariaga Parra.
Corbalán vivió su época dorada en el primer quinquenio de los 80, cuando afianzó su poder en la CNI, empezó a incursionar en la política a través de Avanzada Nacional y se transformó en uno de los reyes de la menguada bohemia que existía en Santiago. «El Faraón», como le llamaban los agentes de la represión, se relacionó estrechamente con algunos ejecutivos de Televisión Nacional y, a través de ellos, conoció a la exuberante Maripepa Nieto, una vedette española que José Aravena, el dueño de la boite La Sirena, trajo por primera vez a Chile en 1981 y que luego se transformó en la gran estrella de los programas nocturnos de TVN y en pareja del jefe operativo de la policía secreta de la dictadura militar.
Temido y admirado por sus hombres, Corbalán frecuentaba locales como La Casa de Canto, La Casa de Cena, Don Carlos y los Rodizzio de Bellavista y Apoquindo; efectuaba periódicas recepciones en su casa de dos pisos en El Arrayán -con sauna, jacuzzi y piscina-, cuyo origen nunca pudo explicar, y se instalaba en el hotel O’Higgins de Viña del Mar o en su casa de Papudo, en la época del festival de la canción y cuando decidía darse algunos días de descanso.
Maripepa Nieto iba y venía desde España y algunos cercanos a Corbalán sospechaban que en esos viajes llevaba encargos del oficial de la CNI, entre ellos remesas de dólares para depósitos a plazo que nunca lograron detectarse. El romance culminó a fines de los años 80. La curvilínea española volvió a Chile a comienzos de los años 2000 para ayudar a su hermana Rosario, detenida en el Centro de Orientación Femenina acusada de tráfico de drogas, oscuro mundo al que fue arrastrada por un hombre vinculado a los servicios de seguridad y que conocía perfectamente a Corbalán(3).
NOTAS
(1) Sobre Alvaro Corbalán, ver serie de publicaciones «exclusivas» acerca de su vida en la revista Cosas , en diciembre de 1988 y enero de 1989. También María Eugenia Camus: «Prontuario de sangre y fuego», revista Análisis , 25 de mayo de 1992; Osvaldo Muray: «Terremoto en la CNI», revista Cauce , 18 de julio de 1988 y, revista Cien Aguilas , 1968.
(2) Ver: Héctor Contreras y Mónica González: Los secretos del Comando Conjunto , Las Ediciones del Ornitorrinco, Santiago de Chile, noviembre de 1991.
(3) Ana María Sanhueza: «Alvaro Corbalán: el amor más peligroso de Maripepa»; Siete+7 , 27 de junio de 2003. Ver también Héctor Rojas M.: «Hermana de Maripepa Nieto tenía una extensa red de compradores de cocaína»; La Tercera , 15 de junio de 2003 y Patricio Carrera: «Investigan el círculo íntimo de hermana de Maripepa Nieto», La Tercera , 19 de julio de 2003.
(*) La noche del 7 de septiembre de 1983 un comando operativo de la CNI aniquiló a cinco militantes del MIR que vivían en la clandestinidad en Santiago. El primer golpe fue un ataque a la vivienda de Fuente Ovejuna 1330, Las Condes. Ahí cayeron acribillados Arturo Villabela Araujo, ingeniero, miembro de la comisión política del MIR, y los militantes Lucía Vergara Valenzuela y Sergio Peña Díaz. Los tres habían regresado clandestinos al país. Poco después, el mismo comando atacó la casa de calle Janequeo 5707, Quinta Normal, donde vivían Hugo Ratier Noguera, miembro del comité central del MIR, y el militante Alejandro Salgado Troquián y familiares de este último. Salgado fue abatido en la calle y Ratier en el patio de la vivienda.
Se dijo que ambas acciones de terrorismo de Estado fueron en represalia por la muerte del intendente de Santiago, general (r) Carol Urzúa Ibáñez, ultimado en una emboscada montada por el MIR el 30 de agosto de 1983 en Las Condes (N. de PF).
El periodista Manuel Salazar, redactor de Punto Final , lanza a través de LOM Ediciones el segundo tomo de Las letras del horror , cuyo primer volumen estuvo dedicado a la Dina. En esta obra se realiza una descripción pormenorizada del desigual enfrentamiento entre el PC, MIR y FPMR que lentamente comienzan a reestructurarse, y las operaciones criminales de los organismos represivos (Operación Albania, Operación Machete, Misión Alfa Carbón, Carrizal, Lo Barnechea, Quilicura, Las Vizcachas, etc.), además de innumerables secuestros, asesinatos y desapariciones. Detalla también las estrategias de varios militares y civiles que, al vislumbrar el fin de la dictadura, recurrieron a asociaciones ilícitas y empresas fantasmas para asegurarse un holgado retiro.
Este adelanto corresponde a un aspecto del Capítulo VII, titulado «La Cofradía de los Impunes».
Publicado en «Punto Final», edición Nº 772, 7 de diciembre, 2012
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