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Masculinidad hegemónica

Hombres-Trump

Fuentes: Rebelión

El autor nos hace un análisis sobre la figura de Trump como modelo de esa masculinidad hegemónica que quiere seguir dominando en la relaciones de género, imponiendo su violencia y desigualdad de un género sobre el otro, del hombre sobre la mujer, y destaca que si no existiera una masculinidad cómplice que desde el silencio legitima la hegemónica que representa Trump, el patriarcado y la desigualdad de género tendrían los días contados.

Donald Trump no es una excepción ni tampoco un hombre raro, tan sólo es un hombre normal que hace y dice lo que muchos hombres normales dicen y hacen en el contexto donde cada uno de ellos se relaciona. Los comentarios sexistas de Trump y su manera de presentarse ante el resto de amigos como un «hombre capaz», es la forma habitual en que muchos hombres hablan de las mujeres que están cerca de ellos y a las que consideran en una posición inferior por ser mujeres y por estar situadas en una estructura de relación jerárquica donde ellos mandan: lo hacen empresarios con empleadas, directivos con secretarias, profesores con alumnas, chavales de fiesta con chavalas en las fiestas…

Cuando las circunstancias permiten a los hombres interpretar que se encuentran en una posición de superioridad por ser hombres, por el cargo, o porque el espacio les pertenece, aunque en realidad no sea así, la idea de las mujeres como objetos que pueden usar se potencia de manera exponencial a la interacción de esos tres elementos (hombre, jerarquía, espacio), tanto más cuanto mayor sea ese factor objetivo de poder. Y cuando esa superioridad se construye sobre el dinero y la política, la sensación de poder para hacer lo que uno quiera que refleja Donald Trump en sus palabras de vestuario de hombres es absoluta; porque dinero y poder político son dos elementos objetivos de poder en nuestra sociedad en cualquier circunstancia, no sólo para determinados contextos.

Por eso, lo de Donald Trump no es una excepción, todo lo contrario, es parte de la normalidad que cada hombre une a su espacio de relación de manera diferente en razón de sus circunstancias y posibilidades. Es cierto que lo hacen con hechos distintos en cada ocasión, pero el significado en todos esos espacios es el mismo. Cuando Trump dice que si eres «rico y famoso» puedes hacer lo que quieras con una mujer, lo que está diciendo no es que puedes hacer lo que quieras con cualquier mujer, sino que siempre encontrarás una mujer para hacer con ella lo que quieras. Es lo mismo que ocurre con el profesor y las alumnas, con el empresario y las empleadas o el directivo con las secretarias; no será con cualquier alumna, empleada o secretaria, pero parten de la base de que siempre habrá alguna mujer en esos espacios de relación con la que hacer lo que ellos quieran en virtud de su posición como hombres jerárquicamente superiores. Por eso, el machismo ha creado una cultura que permite establecer una estructura de desigualdad y complicidad desde la que poder desarrollar conductas de acoso y abuso generalizadas sobre las mujeres, hasta alcanzar objetivos particulares en una determinada mujer del grupo acosado. Y de ahí, las trampas para que la cosificación de las mujeres continúe, incluso jugando para que sean ellas mismas las que decidan hacerlo, como antes lo ha hecho para aceptar la violencia y la discriminación como algo normal.

Si no existiera esa normalidad cómplice basada en lo que la cultura machista ha interpretado como parte de la habitualidad, no sería posible que las palabras de Trump resultaran creíbles ni que el acoso formara parte de la realidad como parte de esas estructuras masculinas de relación en el trabajo. Del mismo modo que tampoco sería posible que en mitad de las calles de una sociedad machista las mujeres aún tengan que soportar el hostigamiento de los piropos y el abuso de los rozamientos y tocamientos en los autobuses, el metro, las colas y en cualquier lugar donde la aglomeración de gente permita a los hombres camuflar su intención. El diseño resulta tan eficaz que, cuando se denuncian estas conductas, se vuelven contra las mujeres que las sufren por exageradas, por provocadoras o por mentirosas. Por eso el poder da poder, porque cuanto más poder se tiene, y Trump tiene mucho poder – como el profesor en la universidad, el empresario en su empresa, el directivo en el consejo-, más difícil resulta creer que el abuso se ha producido, no por la integridad del hombre con poder, sino por la cosificación de las mujeres que la propia cultura crea junto a los estereotipos apuntados alrededor de la maldad, la provocación, la manipulación… El razonamiento que se hace cuando se conocen casos de abuso en estas circunstancias cuestiona su realidad, y sitúa la culpa en las mujeres mediante el encumbramiento del hombre.

El argumento viene a ser algo así como que «la mujer, la alumna, la trabajadora, la secretaria…» lo ha denunciado falsamente (algo propio de la perversidad de las mujeres), porque un hombre con ese poder (Trump, el profesor, el empresario, el directivo…) puede tener a cualquier mujer sin necesidad de acosar a ninguna. El diseño es perfecto porque está preparado para que el acoso, el abuso y la violencia se produzcan en contextos de relación donde los hombres, por ser hombres, cuentan con esa superioridad cultural de entrada, a la cual se unen las estructurales del contexto y las sociales del reconocimiento que la misma cultura propicia. Si toda esa construcción no formara parte de esa estructura machista que da reconocimiento y prestigio como hombres a aquellos que llevan a cabo estas conductas, no habría necesidad de contarlo en un vestuario de hombres, en un café con hombres, o antes de empezar una reunión de hombres; ni de hacer vídeos y difundirlos para que otros hombres los vean. Todo forma parte de la ruta masculina de reconocimiento y confirmación que demuestra lo que algunos hombres son capaces para que otros sigan el camino trazado por ellos.

En el fondo, ese tipo de conductas no son muy diferentes a lo que cada día sucede a través del Whatsapp por medio de mensajes referentes al sexo y a las mujeres que comparten muchos grupos de hombres. Es cierto que en esos envíos y en las imágenes que muestran no son ellos los protagonistas, pero sí lo son del relato que cuentan a partir de ellas. Trump no es una excepción, quizás sería bueno recordar lo que dijo otro hombre «rico y famoso de la política» que se comportó de manera similar. Me refiero a Silvio Berlusconi cuando descubrieron las fiestas que montaba en su finca de Villa Certosa con otros hombres ricos y famosos de la política. Berlusconi fue muy elocuente al decir: «En el fondo, los italianos quieren ser como yo». Lo triste es que tenía razón.

Pero también somos muchos los hombres que no pretendemos ser como ellos y que creemos que la Igualdad nos hace mejor como hombres y, sobre todo, hace mejor a una sociedad donde la convivencia se base en el respeto, la paz y la Igualdad. Conseguirlo exige decir no al machismo y decir sí a la Igualdad y al feminismo. 

Fuente: http://www.huffingtonpost.es/miguel-lorente/hombrestrump_b_12537324.html

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.