Militó en el Movimiento de Izquierda Revolucionaria MIR y fue detenido en Argentina por agentes de esa dictadura, sufriendo tortura y prisión para ser finalmente expulsado con destino a los Estados Unidos. Desde allí habló de nuestras desdichas y de las de sus hermanos, los pueblos originarios que se niegan a abandonar nuestra memoria.
El pasado viernes 2 de junio, se realizó finalmente el homenaje al demorado regreso de las cenizas de Carlos Edén Maidel: Peteyem; un gran luchador y último descendiente legítimo de los kawesqar. Después de esta detención sus restos viajan para ser devueltos a los canales australes donde reposan sus ancestros canoeros. El acto lo coordinó la Fundación Nueva Educación y Sociedad, en colaboración con la Comisión Ética Contra la Tortura, la Asociación Nacional de Empleados Fiscales y Organismos de Derechos Humanos e integrados por ex Presos Políticos de la dictadura. El texto fue repartido a los asistentes, y contiene una sucinta exposición acerca del comportamiento histórico de un Estado oligárquico que persiste en calificarse excluyentemente como Estado Nacional, es decir de una sola nación.
“En el imperialismo, la batalla fundamental -y por ello principal- se libra, desde luego por la tierra. Pero cuando toca preguntarse por quién la poseía antes o quién posee el derecho de ocuparla y trabajarla, quién la mantiene, quién la recuperó o quién ahora planifica su futuro, resulta que todos esos asuntos ya habían sido reflejados o discutidos y a veces decididos en los relatos…las naciones se vuelven narraciones. El poder para narrar o para impedir que otros relatos se formen o emerjan en su lugar, es muy importante para la cultura de esos imperialismos.” (Edward Said “Cultura e imperialismo”)
“En toda época, las ideas dominantes son las de las clases dominantes” (Karl Marx)
Por José Miguel Neira Cisternas
Pueblos originarios, aborígenes, pueblos primitivos actuales y portadores de incivilizadas voces que, persistentes, continúan perturbando la programación de las amnesias, interpelando a la mal ocultada historia de nuestras consentidas depredaciones. Los últimos sobrevivientes australes de los zoológicos humanos, aquellas maltratadas y rentables piezas de un montaje destinado al asombro de los hijos del progreso, son los antepasados de Carlos Edén; los nómadas del mar, antiguos bogavantes de recónditos fiordos, desafiantes de todo el frío del planeta, baquianos del firmamento.
Carlos Edén Maidel, es el kawesqar que, producto de un naufragio, quedó a los seis años de edad huérfano de padres, recibiendo nuevo nombre y el apellido de su isla, para tres décadas después, hablarle al mundo de su paraíso terrenal arrebatado hasta hacerse un museo viviente; el hablante presente de un pasado reciente que incomoda a la civilización cristiano occidental: el último portavoz internacional de un pueblo exterminado.
Declarado Patrimonio Vivo de la Humanidad por la UNESCO, Carlos o Peteyem, su nombre originario en la lengua de sus ancestros, habló en aulas universitarias, entrevistas radiales, salones internacionales, de la heroica lucha del pueblo chileno por recuperar la democracia, como de la esperanza de que ello trajera un Estado verdaderamente democrático y plurinacional, que otorgara reconocimiento a las expresiones culturales y esperanzas de bienestar de todas las comunidades ancestrales que pueblan nuestro país.
Los primeros signos de muertes debidas a epidemias de congestión pulmonar entre nuestros pueblos australes, se dan a partir de 1881. Mr. Hyades el médico de la Misión y pionero en dicha afirmación, señaló en aquel momento, que ello se debía a “lo malo del clima”; como si las características meteorológicos de entonces no fueran las mismas que caracterizan a esta zona del planeta desde hace unos diez mil años, cuando finalizaba la última glaciación del pleistoceno, iniciándose la estabilidad climática que, con variaciones de origen antrópico, mantenemos hasta hoy (1).
John Lawrence, misionero que con anterioridad había expresado que “los nativos se esforzaban por sobrevivir”, conocedor y, a su manera, piadoso como Thomas Bridges, el encargado de la misión evangelizadora en la Tierra del Fuego a partir de 1870, coincide con éste, en contradecir la argumentación médica, atribuyendo las muertes de nuestros canoeros australes al contagio debido al intercambio de pieles por ropas usadas con loberos, únicos extranjeros que recorrían aquellos inhóspitos parajes, práctica que luego hicieron suya los misioneros.
La asertividad de este juicio denota sin embargo, un incómodo sentimiento de culpable complicidad del misionero Thomas Bridges, ante la burda explicación del médico, dada su propia práctica de evangelización y comercio, sumada a una opinión tan difícil de sustentar como cuando expresó que “los cambios en la vida común de la gente son perceptiblemente grandes y felices, y deberían ser gran motivo de alegría y alabanza para todos los servidores de Jesucristo.”(2)
Lo expuesto debería alertarnos ante el hecho de que siempre la historia del indio es contada o más bien explicada, desde los prejuicios u horizontes mentales del blanco, en circunstancias de que tanto Bridges, que pudo dialogar con los yaganes, como Martin Gusinde hizo después con los selknam u onas , pudieron recolectar para ambas culturas unos 32.000 vocablos. Téngase presente que en 1869, la Real Academia de la Lengua Española reunía unas 60.000 palabras para el castellano, el más extenso idioma de todas las lenguas europeas.(3)
En agosto de 1881, en el Estrecho de Magallanes fueron capturados once kawesqar, que luego de ser llevados a Francia, Alemania y Suiza, a causa de una falta de cuidados pertinentes, enfermedades y no pocos abusos, incluida la sospecha de aquellos de tipo sexual en el caso de las mujeres jóvenes, fueron finalmente regresados a Ushuaia, viéndose reducidos a cuatro. Estos afortunados, mejor alimentados, pudieron convivir con sus vecinos yaganes.
Por su parte, el capitán Whalen que los capturó, debió pagar como garantía de que serían regresados, una fianza al gobernador de Punta Arenas, equivalente a unos quince mil francos, de modo que, una vez que su salud lo permitió, fueron llevados a Europa para ser exhibidos como zoológicos humanos y tipificados en los afiches publicitarios como auténticos caníbales de la Tierra del Fuego. Llegaron primero a Hamburgo desde donde continuaron a Francia, siendo ubicados en el Jardín Zoológico de Aclimatación de París, en el Bois de Boulogne, donde les esperaba un gran espacio enrejado dotado de una choza a imitación de las observadas en tierras australes.
Leonce Manouvrier, uno de los escasos científicos que se acercaron a ellos con actitud amable y trato humanitario, describe que no se les brindaba a las dos criaturas pequeñas del grupo un alimento diferente de la carne ligeramente asada que se ofrecía a los adultos. También, que el espectáculo de criaturas observadas como animales le resultaba desolador y que una de las dos madres a quien apodaron Petite Mère, se dejó medir la cabeza y dibujar el contorno de manos y pies, instando a los demás a permitir lo mismo, en agradecimiento a la entrega de vasos y de un peine, solicitados a Manouvrier. El aprendizaje de buenos modales civilizados se evidencia en que ésta aprendió a decir merci.
De París fueron llevados a Berlín, luego a Leipzig y Munich, donde la única joven mujer sin hijos falleció, sin informe médico alguno que explicara aquel infortunado suceso. Luego de la muerte de la criatura de Petite Mere, nueve continuaron la travesía alemana hacia Stuttgart, Nuremberg y finalmente a Zurich, ciudad suiza a la que arribaron en febrero de 1882 y en que murieron dos mujeres y dos hombres adultos jóvenes. Reducido el número inicial, sus captores, satisfechos ya de las ganancias obtenidas, resolvieron devolverlos a su espacio originario. En ese trayecto, falleció uno al que llamaban Antonio el Fiero, llegando al Canal Beagle una mujer adulta, dos niños y un adolescente. “La ciencia, el comercio y el imperialismo iban de la mano.”(4)
En 1889 otro grupo de once selknam o fueguinos, fueron secuestrado por el belga Maurice Maître con el mismo salvaje propósito. De esa infamante práctica, perpetrada en nuestro país debido a una ausencia de protección estadual, sobrevivieron solo cuatro debido a un trato aún más cruel que incluyó asesinatos.
Señalemos que esta misma práctica colonialista de exhibir a pueblos exóticos, continuó en el Jardín Zoológico de Aclimatación de París hasta 1930, sin que los progresistas gobiernos de éste y del otro hemisferio lo impidieran: un parque de Montevideo, mediante un grupo escultórico recuerda a Los últimos charrúas, exhibidos a públicos de la civilizada Europa.
Llegose a justificar todas estas crueles prácticas, con el argumento de que el interés antropológico, permitía demostrar la superioridad de las razas europeas, ante la evidencia de que en ultramar existían razas inferiores. Contrariamente al propósito deseado, las mediciones de los índices cefálicos de los aborígenes magallánicos, yaganes o kawesqar, resultaron superiores al promedio de la capacidad craneana de los europeos medida en ingleses (1866) y franceses (1882).
Se argumentó también como otra pretenciosa superioridad europea, el largo de sus brazos, que comparados, resultaban más cortos que los de aborígenes africanos, cuya mayor extensión los asemejaba por sus largas extremidades superiores con los simios. Esas mediciones tampoco resultaron contundentes para demostrar la inferioridad de nuestros aborígenes australes, cuyos brazos resultaron más cortos que los de los de las superiores razas europeas.
En 1883, después del regreso hasta Ushuaia de los cuatro aborígenes sobrevivientes del secuestro efectuado en 1881, Bridges se dirigió a isla London, lugar en que residía, ahora enferma y anciana, Fuegia Basket, quien se alegró de que el inglés le saludara y hablara varias palabras en su lengua yagana. Se veía bien vestida y cuidada convenientemente por su hija, acompañada además por tres hermosos niños. Era la única sobreviviente del viaje que medio siglo antes, en 1830, la llevara a Inglaterra junto a York Minster, Boat Memory y Jemmy Button, como muestras humanas obtenidas por la expedición hidrográfica de los canales australes hecha por el Capitán Fitz Roy a bordo de la goleta Beagle.
La vulnerabilidad de los descendientes de pueblos originarios -pobres entre los pobres- es secular, y no hace otra cosa que demostrar cómo una sociedad excluyente y racista, continúa imponiéndoles condiciones de vida cada vez más difíciles, pero ventajosas para el gran capital.
La ley 20.249 o ley lafkenche, creó en 2012, el espacio marino de los pueblos originarios, sobre la base del uso consuetudinario. Las buenas intenciones se vuelven puro titular cuando el interés de las empresas pesqueras lesiona a lafkenches, sean de la Región de los Lagos, de Aysén o Magallanes y la Tierra del Fuego, sin que los legisladores autocalificados de “progresistas” o pertenecientes al “socialismo democrático” se muestren dispuestos siquiera a concederles una audiencia.
La conciencia de la escasa representatividad de nuestra casta política, la expresan las organizaciones de la zona que ante las modificaciones que la debilitarían, exigen fortalecer la precaria ley cuando expresan: “No caeremos en estrategias malintencionadas que buscan confrontarnos con sectores de la pesca artesanal.” En vez de la igualdad ante la ley, que hace milenios proclamara el Derecho Romano, parece más estimulante y posible el dividir para debilitar y así mejor reinar, principio muy practicado y también romano.
“Cuenta a tu aldea y le hablarás al mundo” recomendaba Tolstoy, el Conde ruso que sobrepasando la indolencia aristocrática de su clase, penetró con una comprensiva emoción el alma del mujik. “La patria es la infancia”, señalaba por su parte Rainer María Rilke, para referirse al tesoro mejor conservado y por ello constitutivo del espíritu de un pueblo; el volkgeist de los alemanes. Carlos Edén representó todo eso, en cada lugar que sus pasos tocaron.
Su identidad cultural originaria como su corajuda resistencia, tenían el bautizo de los canales magallánicos que surcaron sus ancestros, enfrentado los bravos vientos del oeste. Esa resistencia a las inclemencias de un clima riguroso, lo habilitó también para ser un luchador social en favor de una transformación revolucionaria del país, “en tiempos en que la patria necesitaba valientes”(5).
Militó en el Movimiento de Izquierda Revolucionaria MIR y fue detenido en Argentina por agentes de esa dictadura, sufriendo tortura y prisión para ser finalmente expulsado con destino a los Estados Unidos. Desde allí habló de nuestras desdichas y de las de sus hermanos, los pueblos originarios que se niegan a abandonar nuestra memoria.
En aquella Babilonia cosmopolita, en las entrañas del monstruo como dijera José Martí, Carlos abandonó la militancia partidaria, para fortalecer una conciencia cada vez más universal en pro del respeto a todos los pueblos originarios del planeta, misión que cumplió con perseverancia.
Notas
1- Consúltese al respecto la opinión de Patricia Stambuk en su Introducción a Rosa Yagán. Lakutaia Le Kipa. Pehuén, Santiago de Chile, 2° Edición de 2011. Pág. 14.
2- Anne Chapman. Yaganes del Cabo de Hornos. Encuentro con los europeos antes y después de Darwin. Pehuén y Liberalia Ediciones, Santiago de Chile, 2012. Pág.587.
3- El monumental diccionario de lengua yagana de Bridges, publicado por primera vez en 1933 y reimpreso en 1987, incluyó 32.432 términos, pero no llamó la atención de ningún lingüista.
4- Sentencia de Samuel Corvey (1993), mencionada por Anne Chapman Op. Cit. Pág. 605.
5- Comienzo de la canción Zamba del gaucho guerrero, homenaje de Hernán Figueroa Reyes, a la figura histórica del General Martín Guemes, líder de la guerra independentista en la frontera de las Provincias Unidas del Río de la Plata con el Alto Perú.
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